Profetas en el desierto
Hola,
amigas, amigos:
En tiempo
de Jesús se pensaba que ya no había profetas, cosa terrible
para un pueblo que les debía lo mejor de su literatura, su
ética, su espiritualidad.
Efectivamente, los profetas como tales habían desaparecido
500 años atrás, a la vuelta del Destierro. ¿Sucedió así
porque ya no había reyes que fustigar? ¿Sucedió porque sus
bellas promesas se habían visto desmentidas demasiadas
veces? ¿O tal vez porque el templo y el sacerdocio lo habían
acaparado todo?
Pero ¿es
verdad que ya no había profetas realmente? El caso es que
así pensaban, y era muy duro: el pueblo seguía oprimido, y
Dios callaba; los hombres y las mujeres clamaban, y Dios no
escuchaba; la tierra gemía, y Dios seguía indiferente. Allí
arriba, en su cielo lejano, Dios era sordo y mudo, era un
Dios distante y pasivo. El cielo cerrado como una tumba, y
la tierra huérfana sin profetas.
Así
pensaban muchos en tiempo de Jesús, y se sentían solos, se
sentían tristes. ¿Quién denunciará los atropellos inicuos,
quién removerá los poderes desalmados, quién despertará las
conciencias dormidas, si faltan profetas? ¿Quién anunciará
el consuelo, quién nos hablará al corazón, quién nos
renovará el ánimo, quién nos devolverá la alegría, quién
traerá la buena noticia de Dios a nuestra pobre tierra, si
no hay profetas?
Pero
apareció un profeta. Y fue en el desierto donde apareció. No
en Roma ni en Jerusalén, sino en el desierto. No en los
palacios del Imperio ni en los patios del templo, sino en el
silencio y la soledad del desierto. Se llamaba Juan y le
apodaron el Bautista.
Había
muchos hombres famosos, había reyes y príncipes, a cuál más
poderosos y a cuál más serviles. Había muchos sacerdotes y
sumos sacerdotes, a cuál más solemnes y a cuál más sombríos.
Al inicio del capítulo 3, justo antes de presentarnos a
Juan, el evangelio de Lucas menciona siete nombres famosos
de la época en Palestina: Tiberio y Poncio Pilato, Herodes,
Felipe y Lisanio, Anás y Caifás. Siete nombres, pero ninguno
profeta. Siete nombres famosos y vacíos. ¿Dónde está el
profeta?
El
profeta está en el desierto. En la intemperie, en los
márgenes, a las afueras del poder y de las instituciones. El
mensaje de Dios le quema las entrañas y los labios, y no
callará. La palabra del profeta llegará hasta los rincones
ocultos del palacio, hasta el sancta sanctorum del
templo, para quien quiera escucharlo.
Dirá:
"Viene
Dios. No, Dios no tiene de dónde ni a dónde venir: Dios está
con nosotros, está en nosotros, está en el corazón de todos
los seres. Abrid los ojos y mirad. Es el ser misterioso de
todo cuanto es, es la energía amorosa de todo lo que se
mueve. ¿No lo veis? Pero ¿cómo veréis a Dios en todas las
cosas, si no miráis todo con piedad? ¿Cómo podrá Dios
hacerse manifiesto si no tenéis piedad del Dios que mora en
el corazón de todos los seres?
¿Cómo
vendrá el bálsamo de Dios a todas las heridas, si habéis
entregado vuestras manos a la codicia y al poder? Preparad
un camino para Dios: abajad las alturas orgullosas, elevad
toda tierra hundida, para que se revele en nosotros el Dios
que eternamente habita en nosotros. Abrid los caminos, para
que Dios nos abra".
Amigas,
amigos: ¿dónde están hoy los profetas? También hoy existen,
si queremos escucharlos. Dios no ha estado jamás lejos,
jamás ha sido mudo. Dios es la entraña de todos los seres,
la entraña íntima y suplicante de todos los seres; Dios es
fuego y agua y unción en la entraña de todos los seres. Es
adviento de renovación universal. Es mensaje bueno en la voz
de todos los profetas, sean conocidos o desconocidos, clamen
o susurren.
¿Dónde
están los profetas? Están en todas partes, como el viento en
el desierto. En el desierto no existen límites trazados, en
el desierto no existen fronteras entre las religiones, en el
desierto no se pueden poner puertas al viento. Hay profetas
en todas partes, pero casi siempre están lejos de palacios y
de templos. Están en el desierto, como Juan el Bautista.
Muchos están en la cárcel, como pronto lo estará Juan el
Bautista. O son herejes y serán excomulgados, al igual que
Jesús fue excomulgado por hereje.
Para ser
profeta, no importa que uno sea creyente o no lo sea: lo que
cuenta es que uno tenga compasión en el corazón y luz en los
ojos. Y yo no sabría decir dónde abundan más los profetas:
si entre los que dicen creer en Dios o entre quienes se
dicen ateos. Pues el Espíritu renovador y consolador de Dios
no conoce fronteras.
También
hoy nos llega sonoro y nítido el clamor de los profetas, en
cuanto abrimos los oídos o entramos en Internet o leemos el
periódico. Basta mirar y escuchar atentos.
Es
profeta Amnistía Internacional en sus múltiples causas, y
cuando reclama de nosotros aunque sólo sea nuestra firma en
favor de un preso político o en favor del agua para los
palestinos, como en estos días.
Son
profetas los que, en esta nuestra Europa tan temerosa,
reivindican el derecho a construir minaretes musulmanes.
Son
profetas los que han levantado su voz para que la voz de la
Madre Tierra herida sea escuchada por los dirigentes de los
Estados reunidos en Copenhague.
Es
profetisa Aminatu Haidar que como todos los profetas se
juega la vida, y algún día la festejarán muchos que hoy
estarían dispuestos a venderla por razones de Estado.
Son
profetas las innumerables cristianas y cristianos empeñados
en que tantas estructuras eclesiales tan obsoletas, tan
impermeables, se dejen orear, se dejen empapar de humanidad
y de evangelio.
Fueron
profetas los militantes pioneros de los derechos humanos que
casi siempre perdieron y casi siempre
-¡qué
triste resulta decirlo!-
fueron condenados por la iglesia institucional de turno. Hoy
los celebramos con pesar y gratitud, y hemos de
preguntarnos: ¿no estaremos hoy condenando a muchos profetas
que otros alguna vez celebrarán con pesar y gratitud?
Amiga,
amigo: sé profeta también tú, a tu manera, como puedas,
donde estés. Entra en una página web y estampa tu firma
humilde y a la vez poderosa, une tu débil voz a la voz
irreductible de los profetas. Sé profeta, y no importa que
clames o que apenas susurrres.
Soñemos y
anunciemos, tratemos de construir una nueva sociedad, una
nueva economía, una nueva religión. Como un día soñó el
profeta Baruc, soñemos y anunciemos y construyamos la nueva
Jerusalén, la ciudad de Dios y de todas las criaturas. Y le
pondremos nombres nuevos, como lo hizo el viejo profeta
Baruc: Jerushalom ("Casa de paz") o Jerusedek
("Casa de justicia").
Jerusalem,
Jerushalom, Jerusedek: casa de paz y de
justicia, "paz en la justicia", "dicha en la piedad".
Amiga,
amigo: en tu desierto, sé profeta también tú. ¡Y sea contigo
Aquel que es paz en la justicia y dicha en la
piedad!
José Arregi
Para orar
DANOS TU PAZ
Danos, Señor, aquella Paz extraña
que brota en plena lucha
como una flor de fuego;
que rompe en plena noche
como un canto escondido;
que llega en plena muerte
como el beso esperado.
Danos la Paz de los que andan siempre,
desnudos de ventajas,
vestidos por el viento de una esperanza núbil.
Aquella Paz del pobre
que ya ha vencido el miedo.
Aquella Paz del libre
que se aferra a la vida.
La Paz
que se comparte
en igualdad fraterna
como el agua y la Hostia.
Pedro Casaldáliga