EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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El cuerpo de Cristo

 

 

Amigas, amigos en el cuerpo de Jesús:

 

Hoy es la fiesta del cuerpo. Celebremos el cuerpo, honremos al cuerpo bello, al cuerpo santo. ¿De qué cuerpo hablo? Hablo del Corpus, del Corpus Christi, del Cuerpo de Cristo, del amado cuerpo de Jesús.

 

Sí, pero ¿dónde está el cuerpo de Cristo? ¿Qué es, quién es? El cuerpo de Cristo está en todas partes, es todo. Tú eres, todos somos, todo es cuerpo de Cristo. El cuerpo de Jesús estaba formado por nuestros mismos átomos y elementos, y nosotros estamos formados por los mismos átomos y elementos de Jesús. Todos vivimos en la tierra, de la tierra; la tierra es, también ella, un cuerpo grande y maravilloso. Desde las partículas atómicas más pequeñas hasta las galaxias más grandes, el cosmos es un cuerpo inmenso y asombroso, todo él formado de cuerpos.

 

¿Y por qué no podremos decir que todo cuanto es, absolutamente todo, es cuerpo vivo de Dios? Todo cuanto es vive en Dios, y Dios vive en todo cuanto es, y lo hace vivir, como el aliento vital que vivifica cada organismo.

 

¿No estaré yendo demasiado lejos? ¿La fiesta del Corpus no es algo mucho más humilde y concreto, tan humilde y concreto como ese trocito de pan eucarístico que dentro de poco se nos ofrecerá del altar?

 

Sí, ese trocito de pan es el cuerpo de Cristo, Jesús mismo está en ese panecillo. Pero ¿cómo puede estar presente Jesús en un panecillo? ¡Cuántos debates y quebraderos de cabeza se han dado al respecto en la historia de la Iglesia! ¡Cuántas disputas y condenas sobre el modo como Cristo está o no está presente en el pan eucarístico!

 

La propia fiesta Corpus nació ligada a esa discusión. Sucedió en el siglo XIII. Se cuenta que, en la ciudad de Orvieto (Italia), un sacerdote albergaba graves dudas sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía; no lograba creer en la transubstanciación. Y cuenta la leyenda que un día, en el momento de la consagración, mientras alzaba la hostia lleno de dudas, el sacerdote dubitativo vio, pasmado, cómo unas gotas de sangre caían de la hostia sobre el mantel del altar. De modo que el pobre sacerdote reconoció la culpa de sus dudas. Y, justamente en recuerdo de tal suceso, el papa instituyó la fiesta del Corpus para toda la Iglesia; en la catedral de Orvieto se enseña todavía el supuesto mantel de aquel altar, con manchas de sangre.

 

Sinceramente, me resulta mucho más fácil creer en la presencia de Jesús en el pan de la Eucaristía que creer que aquellas manchas del mantel sean de sangre de Jesús. En cuanto a la “transustanciación”, ese concepto y otros similares me resultan extraños y muy ajenos, pero no los necesito en absoluto para creer que Jesús está presente en el panecillo eucarístico.

 

Es muy sencillo. “Esto es mi cuerpo”, nos dice Jesús tomando el pan en sus manos. Y no tenemos más que mirar y ver. Ese trocito de pan resume la historia entera del mundo: un granito de trigo germinó en la tierra, y la savia de la tierra y el agua y el aire y los rayos del sol se transformaron en tallo verde, en espiga dorada, y el agua y el fuego y el sudor de la frente de muchos hombres y mujeres lo transformaron en pan. Y el pan se transforma en cuerpo nuestro. ¿Cómo no se habrá de transformar, pues, en cuerpo de Jesús, cuando su memoria nos reúne?

 

Es muy sencillo. “Ésta es mi sangre, mi vida”, nos dice Jesús, tomando la copa de vino en sus manos. La historia del vino representa y reproduce la agridulce historia de la vida: después de un largo invierno, en los retorcidos troncos de la cepa brotaron unos tiernos retoños, y cielo y tierra se convirtieron en uva y vino para celebrar el amor y aliviar las penas. ¿Este vino de la vida cómo no se habrá de convertir, pues, en Jesús mismo, cuando nos reunimos a celebrar la vida? ¿Qué es Jesús sino la vida?

 

No se trata de creer en la presencia de Jesús por medio de un hecho milagroso. Se trata de mirarlo todo como cuerpo de Jesús, de respirar el aliento de Jesús en todas las cosas, de vivir cada día la buena noticia de Jesús.

 

Todos los cuerpos –sean sanos o enfermos, sea que nos parezcan bellos o feos–, todos ellos son cuerpo santo de Dios. Y cuanto más enfermos y heridos sean, tanto más son cuerpo de Jesús.

 

Cuenta una historia judía que había una vez un niño muy inteligente. Queriendo poner a prueba la inteligencia del niño, un rabino fue donde él y le dijo: "Te daré un florín si me dices dónde está Dios". Y el niño le respondió: "Yo te daré dos, si me dices dónde no está".

 

¿Dónde está Dios? Sobre todo, ¿dónde no está Dios? O dicho de otra forma: ¿Qué es lo que no es cuerpo de Dios? Esta hermosa fiesta del Corpus nos invita hoy a mirar el mundo como cuerpo de Dios, a celebrar su presencia.

 

Y no sólo a celebrar la presencia de Dios en todos los seres, sino a hacerla realidad, a dar cuerpo a Dios en la vida. El Corpus nos invita no solamente a creer en la presencia real de Jesús en el pan y el vino de la eucaristía, sino a cuidar la presencia más real aún de Jesús en todos los cuerpos.

 

San Juan Crisóstomo, en el siglo IV, decía a sus oyentes cristianos:

 

“¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? Pues bien, no toleres que esté desnudo. No le honréis aquí con vestidos de seda, mientras fuera le dejáis que desnudo se muera frío. El que ha dicho: ‘Esto es mi cuerpo’..., ha dicho también: ‘Me habéis visto pasar hambre y no me disteis de comer’, y ‘Lo que no hicisteis con uno de esos pequeñuelos, tampoco lo hicisteis conmigo.’

 

El cuerpo de Cristo que está sobre el altar no necesita manteles, mientras que el que está fuera necesita mucho cuidado... ¿De qué le aprovecha a Cristo tener su mesa cubierta de vasos de oro, mientras él mismo muere de hambre en la persona de los pobres?".

 

No puede haber, pues, mejor día para celebrar el día de Cáritas que la fiesta del Corpus Christi, y así lo hacemos. ¡Enhorabuena a toda la Red de Cáritas, a las innumerables personas que a través de ella socorren a los pobres, a los incontables voluntarios que en ella trabajan por la más verdadera causa de Dios, de su cuerpo más verdadero. Dar de comer al hambriento es cuidar y honrar el cuerpo de Jesús, es celebrar la verdadera Eucaristía. A todos ellos, a todas ellas, ¡muchas gracias en nombre del cuerpo de Jesús!

 

 

José Arregi

 

 

Para orar.

 

CUERPO DE CRISTO

 

Ojos inquietos por verlo todo.

Oídos atentos a los lamentos,

los gritos, las llamadas.

Lengua dispuesta a hablar

verdad, pasión, justicia…..

 

Cabeza que piensa,

para encontrar respuestas

y adivinar caminos,

para romper las noches

con brillos nuevos.

 

Manos gastadas de tanto bregar,

de tanto abrazar

de tanto acoger

de tanto repartir

pan, promesa y hogar.

 

Entrañas de misericordia

para llorar las vidas golpeadas

y celebrar las alegrías.

Los pies, siempre en marcha

hacia tierras abiertas

hacia lugares de encuentro.

 

Cicatrices que hablan

de luchas, de heridas,

de entrega, de amor,

de Resurrección.

Cuerpo de Cristo…

Cuerpo nuestro

 

J.M. Rodríguez Olaizola, sj

 

 

 

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