EVANGELIOS Y COMENTARIOS     

                             
                              

 

                            

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Lc 24, 35-47

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DEL MIEDO A LA ALEGRÍA

 

En los relatos de apariciones del Resucitado, al miedo inicial sucede la alegría. El primero va asociado a cerrazón, repliegue y oscuridad. La segunda, a la presencia innegable. Tan innegable para ellos, que necesitan plasmar su certeza en un relato que –rompiendo todas las leyes de la física- presenta al resucitado comiendo, como si de un ser corporal se tratara. Era su modo de insistir en la intensidad con que percibían su presencia.

Del mismo modo, teniendo que dar razón del hecho de que Jesús hubiera sido crucificado por paganos, recurren a textos de su Libro Sagrado en los que todo ello habría sido previamente anunciado. De ahí que presenten lo ocurrido como algo que respondía a lo que “estaba escrito”. Se trata, de nuevo, de un recurso literario con el se busca comprender el escándalo de la cruz.

En tanto que catequesis –como todos los relatos de apariciones-, el texto lee también nuestra vida.

Nosotros somos también invitados a pasar del miedo a la alegría. De algo que tenemos (o podemos tener: miedo) a lo que realmente somos (alegría, gozo).

Hemos olvidado cómo aparecería el mundo a los ojos de una persona que no hubiera conocido el miedo”, escribía Martin Heidegger. Todos hemos conocido el miedo y nos hemos sentido sumamente vulnerables. A partir de esa experiencia, hemos podido construir defensas, más o menos artificiosas, que nos mantuvieran a salvo de una sensación tan desagradable.

Sin embargo, mientras permanezca nuestra identificación con el yo, el miedo será inevitable. Además de su indisimulable inconsistencia, el yo posee una información terrible: sabe que, si tiene suerte, está destinado a envejecer, enfermar y perder todo lo que ha amado. Y que después morirá. No es extraño que diga que la “vida” es absurda. El miedo es un compañero inseparable del yo.

El paso a la alegría, por tanto, no puede darse mientras permanezca esa identificación. Podrán vivirse también experiencias alegres y de bienestar porque, en realidad, lo que somos aflora incluso a pesar nuestro. Pero se tratará de una realidad siempre acompañada de su polo opuesto, la tristeza o el miedo.

La Alegría a la que me refiero aquí forma parte de nuestra identidad profunda y, como en un abrazo no-dual, es capaz de englobar tanto sentimientos de alegría como de tristeza. Como en el océano, en un nivel más superficial, puede darse un oleaje con apariencia incluso amenazadora. Sin embargo, en el nivel profundo, permanece la calma.

Todo depende de la respuesta que, vitalmente, hemos dado a la pregunta sobre nuestra identidad. ¿Quién soy yo? Si la respuesta me reduce a un objeto, los altibajos serán inevitables, así como la confusión y el sufrimiento.

Esa es la respuesta que viene de la mente. Se trata de una respuesta reductora y, en ese sentido, equivocada, porque la mente se encuentra con dos problemas:

·         por un lado, es solo una parte de lo que soy; por tanto, no puede decirme quién soy;

·         por otro, la mente no puede operar sino delimitando lo que quiere conocer, es decir, objetivando.

Ambos límites dan como resultado que, para la mente, solo soy un “yo individual” o ego, un “objeto” separado del resto. Dado que donde hay “yo”, hay soledad, miedo y ansiedad, mientras crea ser lo que mi mente me dice, me será imposible salir de ese laberinto.

Por eso, el yo se ve impelido a buscar la alegría –la felicidad- en el futuro, alimentando el sueño de que “más adelante será mejor”. Pero, mientras se embarca en ese propósito, se olvida del presente, el único lugar de la vida y de la felicidad. Se olvida, se confunde y se frustra.

Y cae en una trampa sutil. Porque, como dice André Comte-Sponville, “estamos separados de la felicidad por la misma esperanza que la persigue”. Al perseguirla, no la encontramos en el único lugar donde está, en el Ahora.

Pero la única respuesta sobre nuestra identidad no es la que viene de la mente. Incluso antes de abrirme a esa otra respuesta, algo se me va haciendo patente: no soy nada que pueda ser observado –delimitado, objetivado-, sino, en todo caso, Eso que observa.

Por otro lado, tengo conciencia de ser sujeto. Y el sujeto no puede ser conocido como objeto.

Queda claro que la mente no es una herramienta adecuada para decirme quién soy. Es decir, no voy a conocer mi identidad a través de un proceso intelectual, ni como resultado de un trabajo de conceptualización.

Tengo que acercarme, más bien, de un modo experiencial, no mediado por la mente, acallando el pensamiento. Cuando eso ocurre, cuado se silencia la mente, puedo percibir mi identidad.

Esa identidad profunda sabe a Quietud, Presencia, Plenitud, Consciencia… Pero es imposible de ser delimitada ni de ser pensada, porque no es un objeto. Sólo la puedo ser, y al serla, la conozco.

Soy aquello que me acompaña siempre, como consciencia de ser, presente en cualquier momento de mi vida, y que se expresa como “Yo soy”, sin otro añadido: la Consciencia ilimitada y atemporal.

Dentro de ella, mi “yo” es sólo un objeto en el que aquélla se expresa de una forma transitoria. La identificación con él se debe solo a un error de percepción.

Esta Consciencia es Gozo, que no desaparece por el hecho de que, en otro nivel superficial, aparezca tristeza o miedo. Por eso decía más arriba que solo podremos vivir en la Alegría si nos desidentificamos del yo y de sus inseparables miedos.

Es cierto que la presencia de miedos puede requerir un trabajo psicológico que los atenúe o erradique. Pero existe un miedo que es consustancial al yo y que únicamente la percepción de nuestra verdadera identidad hace que desaparezca.

Todo nos remite, por tanto, a un trabajo de autoconocimiento que, como dice Mónica Cavallé, es “una práctica espiritual”.  

Enrique Martínez Lozano

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Lc 24,35-48

         Essi poi riferirono ciò che era accaduto lungo la via e come l'avevano riconosciuto nello spezzare il pane.

        Mentre essi parlavano di queste cose, Gesú in persona apparve in mezzo a loro e disse: “Pace a voi!” Stupiti e spaventati credevano di vedere un fantasma. Ma egli disse: “Perché siete turbati, e perché sorgono dubbi nel vostro cuore? Guardate le mie mani e i miei piedi: sono proprio io! Toccatemi e guardate; un fantasma non ha carne e ossa come vedete che io ho.” Dicendo questo, mostrò loro le mani e i piedi. Ma poiché per la grande gioia ancora non credevano ed erano stupefatti, disse: “Avete qui qualche cosa da mangiare?” Gli offrirono una porzione di pesce arrostito; egli lo prese e lo mangiò davanti a loro.

        Poi disse: “Sono queste le parole che vi dicevo quando ero ancora con voi: bisogna che si compiano tutte le cose scritte su di me nella Legge di Mosè, nei Profeti e nei Salmi.” Allora aprí loro la mente all'intelligenza delle Scritture e disse: “Cosí sta scritto: il Cristo dovrà patire e risuscitare dai morti il terzo giorno e nel suo nome saranno predicati a tutte le genti la conversione e il perdono dei peccati, cominciando da Gerusalemme. Di questo voi siete testimoni.”

 DALLA PAURA ALLA GIOIA

         Nei racconti di apparizioni del Risorto, alla paura iniziale succede la gioia. La prima è associata a chiusura, ripiegamento e buio. La seconda alla presenza innegabile. Cosí innegabile per loro che sentono il bisogno di plasmare la loro certezza in un racconto che -infrangendo tutte le leggi della fisica- presenta il Risorto nell'atto di mangiare, come se di un essere corporeo si trattasse. Era questo il loro modo di insistere sull'intensità con cui percepivano la sua presenza.

        Nello stesso modo, dovendo spiegare il fatto che Gesú fosse stato crocifisso da pagani, ricorrono a testi del loro Libro Sacro nei quali tutto ciò sarebbe stato previamente annunciato. Da qui che presentino l'accaduto come qualcosa che rispondeva a quello che “stava scritto”. Si tratta, di nuovo, di un ricorso letterario che aiuti a comprendere lo scandalo della croce.

        In quanto catechesi -come tutti i racconti di apparizioni-, il testo legge anche la nostra vita.

        Anche noi siamo stati invitati a passare dalla paura alla gioia. Da qualcosa che abbiamo (o possiamo avere: paura) a quello che siamo veramente (gioia, godimento).

        “Abbiamo scordato come sarebbe apparso il mondo agli occhi di una persona che non avesse conosciuto la paura”, scriveva Martin Heidegger. Tutti abbiamo conosciuto la paura e ci siamo sentiti estremamente vulnerabili. A partire da questa esperienza, abbiamo probabilmente costruito delle difese, piú o meno artificiose, che ci tenessero in salvo da una sensazione cosí sgradevole.

        Tuttavia, finché la nostra identificazione con l'io rimanga, la paura sarà inevitabile.  Oltre alla sua inconsistenza impossibile da dissimulare, l'io possiede un'informazione terribile: sa che, essendo fortunato, è destinato a  invecchiare, ad ammalarsi e a perdere tutto quello che ha amato. E che infine morirà. Non è strano che dica che la “vita” è assurda. La paura è una compagna inseparabile dell'io.

        Il passaggio alla gioia, dunque, non può compiersi finché questa identificazione  rimane. Potranno pure essere vissute esperienze gioiose e di benessere perché, in realtà, quello che siamo affiora anche nostro malgrado. Ma si tratterà di una realtà sempre accompagnata dal suo polo opposto, la tristezza o la paura.

        La Gioia alla quale mi riferisco fa parte della nostra identità  profonda e, come in un abbraccio non-duale, è capace di inglobare sentimenti sia di gioia che di tristezza. Come, nell'oceano, in superficie il movimento delle onde può apparire addirittura minaccioso, ma in profondità permane la calma.

        Tutto dipende dalla risposta che, vitalmente, abbiamo dato alla domanda riguardo alla nostra identità. Chi sono io? Se la risposta mi riduce ad un oggetto, gli alti e bassi saranno inevitabili, cosí come la confusione e la sofferenza.

        Questa è la risposta che viene dalla mente. Si tratta di una risposta riduttiva e, in questo senso, sbagliata, poiché la mente s'imbatte in due problemi:

                · da un lato, è solo una parte di quello che sono, quindi non può                 dirmi chi sono;

                · dall'altro, la mente non può agire altrimenti che delimitando ciò               che vuole conoscere, e cioè, oggettivando.

        La conseguenza di entrambi i limiti è che, per la mente, sono solo un “io individuale” o ego, un “oggetto” separato dal resto. Dato che dove c'è “io” c'è solitudine, paura e ansia, finché crederò di essere ciò che la mia mente mi dice non ce la farò ad uscire da questo labirinto.

        Per questo, l'io si sente spinto a cercare la gioia -la felicità- nel futuro, alimentando il sogno che “piú avanti andrà meglio”. Ma, mentre si imbarca in questo proposito, si dimentica del presente, l'unico luogo della vita e della felicità. Se ne dimentica, si sbaglia ed è frustrato.

        E cade in una trappola sottile. Poiché, come dice André Comte-Sponville, ci separa dalla felicità la stessa speranza che la insegue”. Nell'inseguirla, non la troviamo nell'unico luogo in cui c'è, nell'Ora.

        Ma l'unica risposta riguardo alla nostra identità non è quella che viene dalla mente. Prima ancora di aprirmi a quell'altra risposta, qualcosa comincia a farsi patente: non sono nulla che possa essere osservato -delimitato, oggettivato-, bensí, in ogni caso, Ciò che osserva.

        D'altra parte, ho la coscienza di essere soggetto. E il soggetto non può essere conosciuto come oggetto.

        È chiaro che la mente non è uno strumento adeguato per dirmi chi sono. Questo vuol dire che non posso conoscere la mia identità né attraverso un processo intellettuale né come risultato di un lavoro di riduzione concettuale.

        Ad essa devo avvicinarmi, invece, di un modo esperienziale, non mediato dalla mente, facendo tacere il pensiero. Quando questo accade, quando si fa tacere la mente, posso percepire la mia identità.

        Questa identità profonda sa di Quiete, di Presenza, di Pienezza, di Coscienza... Ma non può essere né delimitata né pensata, perché non è un oggetto. Posso solo esserla e, nell'esserla, la conosco.

        Sono quello che mi accompagna sempre, come coscienza di essere, presente in ogni momento della mia vita, e che si esprime come “Io sono”, senza aggiunta: la Coscienza illimitata e atemporale.

        Dentro di essa, il mio “io” è solo un oggetto in cui quella si esprime in una forma transitoria. L'identificazione con l'io è dovuta soltanto ad un errore di percezione.

        Questa coscienza è Godimento, che non svanisce per il fatto che, ad un livello superficiale, compaiano tristezza o paura. È per questo che sopra dicevo che potremo vivere nella Gioia solamente se riusciamo a non identificarci piú con l'io e con le sue inseparabili paure.

        È vero che la presenza di paure può richiedere un lavoro psicologico per attenuarle o sradicarle. Ma esiste una paura che è consustanziale all'io e che unicamente la percezione della nostra vera identità può fare scomparire.

        Tutto ci rimanda, pertanto, ad un lavoro di autoconoscenza che, in parole di Mónica Cavallé, è “una pratica spirituale”.

 

Traducción de Teresa Albasini Legaz

 

 

 

Evangeli de Lluc 24, 35-48.

 

35 En aquells temps, els deixebles contaven el que havia passat pel camí i com havien reconegut Jesús quan partia el pa.

 

36 Mentre parlaven d'això, Jesús es presentà enmig d'ells i els va dir:

 

- Pau a vosaltres.

 

37 Ells, esglaiats i plens de por, es pensaven que veien un esperit. 38 Jesús els digué:

 

- Per què us alarmeu? Per què us vénen al cor aquests dubtes? 39 Mireu-me les mans i els peus: sóc jo mateix. Palpeu-me i mireu. Els esperits no tenen carn i ossos, com veieu que jo tinc.

 

40 I mentre deia això els va mostrar les mans i els peus.

 

41 Però com que de tanta alegria no s'ho acabaven de creure i estaven tots sorpresos, els digué:

 

- ¿Teniu aquí res per a menjar?

 

42 Llavors li van donar un tros de peix a la brasa. 43 El prengué i se'l va menjar davant d'ells.

 

44 Després els digué:

 

- Això és el que us vaig dir quan encara era amb vosaltres: "Cal que es compleixi tot el que hi ha escrit de mi en la Llei de Moisès, en els Profetes i en els Salms."

 

45 Llavors els obrí el cor perquè comprenguessin les Escriptures. 46 Els digué:

 

- Així ho diu l'Escriptura: El Messies ha de patir i ha de ressuscitar el tercer dia d'entre els morts, 47 i cal predicar en nom d'ell a tots els pobles la conversió i el perdó dels pecats, començant per Jerusalem. 48 Vosaltres en sou testimonis. 

 

 

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DE LA POR A L'ALEGRIA

 

En els relats d'aparicions del Ressuscitat, a la por inicial li succeeix l'alegria. La primera va associada a tancament, replegament i foscor. La segona, a la presència innegable. Tan innegable per a ells, que necessiten plasmar la seva certesa en un relat que –trencant totes les lleis de la física- presenta el ressuscitat menjant, com si d'un ésser corporal es tractés. Era la seva manera d'insistir en la intensitat amb què percebien la seva presència.

 

De la mateixa manera, havent de donar raó del fet que Jesús hagués estat crucificat per pagans, recorren a textos del seu Llibre Sagrat en els quals tot això hauria estat prèviament anunciat. Per aquest motiu presenten el que ha passat com a quelcom que responia al que “estava escrit”. Es tracta, de nou, d'un recurs literari amb el qual es busca comprendre l'escàndol de la creu.

 

En tant que catequesi –com tots els relats d'aparicions-, el text llegeix també la nostra vida.

 

Nosaltres som també convidats a passar de la por a l'alegria. D'alguna cosa que tenim (o podem tenir: por) al que realment som (alegria, goig).

 

Hem oblidat com apareixeria el món als ulls d'una persona que no hagués conegut la por”, escrivia Martin Heidegger. Tots hem conegut la por i ens hem sentit summament vulnerables. A partir d'aquesta experiència, hem pogut construir defenses, més o menys artificioses, que ens mantinguessin fora de perill d'una sensació tan desagradable.

 

No obstant això, mentre romangui la nostra identificació amb el jo, la por serà inevitable. A més de la seva indissimulable inconsistència, el jo posseeix una informació terrible: sap que, si té sort, està destinat a envellir, emmalaltir i perdre tot el que ha estimat. I que després morirà. No és estrany que digui que la “vida” és absurda. La por és un company inseparable del jo.

 

El pas a l'alegria, per tant, no pot donar-se mentre romangui aquesta identificació. Es podran viure també experiències alegres i de benestar perquè, en realitat, el que som aflora fins i tot a pesar nostre. Però es tractarà d'una realitat sempre acompanyada del seu pol oposat, la tristesa o la por.

 

L'Alegria a la qual em refereixo aquí forma part de la nostra identitat profunda i, com en una abraçada no-dual, és capaç d'englobar tant sentiments d'alegria com de tristesa. Com en l'oceà, en un nivell més superficial, pot donar-se un onatge amb aparença fins i tot amenaçadora. No obstant això, en el nivell profund, roman la calma.

 

Tot depèn de la resposta que, vitalment, hem donat a la pregunta sobre la nostra identitat. Qui sóc jo? Si la resposta em redueix a un objecte, els alts i baixos seran inevitables, així com la confusió i el sofriment.

 

Aquesta és la resposta que ve de la ment. Es tracta d'una resposta reductora i, en aquest sentit, equivocada, perquè la ment es troba amb dos problemes:

 

·         d'una banda, és només una part del que sóc; per tant, no pot dir-me qui sóc;

 

·         per una altra, la ment no pot operar sinó delimitant el que vol conèixer, és a dir, objectivant.

 

Ambdós límits donen com resultat que, per a la ment, solament sóc un “jo individual” o ego, un “objecte” separat de la resta. Atès que on hi ha “jo”, hi ha solitud, por i ansietat, mentre cregui ser el que la meva ment em diu, em serà impossible sortir d'aquest laberint.

 

Per això, el jo es veu impel·lit a buscar l'alegria –la felicitat- en el futur, alimentant el somni que “més endavant serà millor”. Però, mentre s'embarca en aquest propòsit, s'oblida del present, l'únic lloc de la vida i de la felicitat. S'oblida, es confon i es frustra.

 

I cau en un parany subtil. Perquè, com diu André Comte-Sponville, “estem separats de la felicitat per la mateixa esperança que la persegueix”. Al perseguir-la, no la trobem en l'únic lloc on està, en l'Ara.

 

Però l'única resposta sobre la nostra identitat no és la que ve de la ment. Fins i tot abans d'obrir-me a aquesta altra resposta, alguna cosa se'm va fent palès: no sóc res que pugui ser observat –delimitat, objectivat-, sinó, en tot cas, Això que observa.

 

D'altra banda, tinc consciència de ser subjecte. I el subjecte no pot ser conegut com a objecte.

 

Queda clar que la ment no és una eina adequada per a dir-me qui sóc. És a dir, no coneixeré la meva identitat a través d'un procés intel·lectual, ni com a resultat d'un treball de conceptualització.

 

He d'acostar-m’hi, més aviat, d'una manera experiencial, no intervingut per la ment, fent callar el pensament. Quan això ocorre, quan se silencia la ment, puc percebre la meva identitat.

 

Aquesta identitat profunda sap a Quietud, Presència, Plenitud, Consciència… Però és impossible de ser delimitada ni de ser pensada, perquè no és un objecte. Només la puc ser, i al ser-la, la conec.

 

Sóc allò que m'acompanya sempre, com a consciència de ser, present en qualsevol moment de la meva vida, i que s'expressa com “Jo sóc”, sense cap altre afegit: la Consciència il·limitada i atemporal.

 

Dintre d'ella, el meu “jo” és només un objecte en el qual aquella s'expressa d'una forma transitòria. La identificació amb ell es deu solament a un error de percepció.

 

Aquesta Consciència és Goig, que no desapareix pel fet que, en un altre nivell superficial, aparegui tristesa o por. Per això deia més amunt que solament podrem viure en l'Alegria si ens desidentifiquem del jo i de les seves inseparables pors.

 

És cert que la presència de pors pot requerir un treball psicològic que els atenuï o eradiqui. Però existeix una por que és consubstancial al jo i que únicament la percepció de la nostra veritable identitat fa que desaparegui.

 

Tot ens remet, per tant, a un treball d'autoconeixement que, com diu Mónica Cavallé, és “una pràctica espiritual”.

 

 

Traducción de Pere Casacuberta