EVANGELIOS Y COMENTARIOS
Jn 10, 11-18 (pinchar cita para leer evangelio)
DAR Y RECUPERAR LA VIDA
En cierto sentido, el verbo “entregar”, que ocupa un lugar destacado en el cuarto evangelio, podría definir a Jesús: él es quien se entrega (o “el entregado”): “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único” (3,16).
Una entrega que recuerda a la imagen del grano de trigo, usada por el mismo evangelista: “El grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; solo entonces producirá fruto abundante” (12,24).
Esta imagen nos hace caer en la cuenta de una ley que parece regir en todo, pero que con frecuencia olvidamos. Todo lo que conocemos es un misterio de muerte-resurrección. Únicamente resucita lo que muere; solo se recupera lo que se entrega. Y todos nos hallamos inmersos en esa misma dinámica.
Me gustaría expresarlo con palabras de Claudio Naranjo:
“Una cosa es clara: que el proceso de evolución de la conciencia individual es una especie de metamorfosis psico-espiritual –una transformación- que entraña un proceso de muerte y renacimiento…
“Atravesamos por diversas y pequeñas muertes psicológicas a través de las cuales vamos dejando atrás ciertas motivaciones, y nos vamos desprendiendo de aspectos de la personalidad forjada durante la infancia, de lo postizo, que es algo que hemos interiorizado de la patología social que nos rodea o algo que tuvimos que adoptar a modo de defensa…
“A medida que nos vamos liberando de lo obsoleto y limitante, va emergiendo nuestra potencialidad interior, esa conciencia mayor que llamamos espíritu y que es como la flor de nuestra vida. En el lenguaje de la Psicología Transpersonal, vamos dejando atrás el ego, y con ello vamos liberando nuestro ser esencial de la prisión de nuestra «neurótica» compulsividad condicionada”.
El misterio de muerte-resurrección, en los seres humanos, no es otro que la posibilidad del paso del ego a nuestra verdadera identidad. Ese paso es de tal envergadura que, hasta donde sabemos, solo se puede producir a través de la “noche oscura” en la que, nos entregamos por completo, para ser completamente “reencontrados” en otro nivel de nuestra identidad.
El ego es ese grano de trigo que, al morir, permite que emerja la espiga que realmente somos.
Jesús vivió este paso (que, probablemente, quiso quedar reflejado en el relato de las tentaciones), y eso hizo posible que toda su vida fuera entrega.
La capacidad de entrega es uno de los primeros signos de madurez personal. La persona madura es aquélla que es capaz de amar y de entregarse de forma gratuita. No lo hace por un voluntarismo moral, ni por la búsqueda de una recompensa religiosa.
La entrega nace de la comprensión de quienes somos. Es cierto que la experiencia de la propia vulnerabilidad puede abrirnos a socorrer la vulnerabilidad de los otros. Pero solo cuando comprendemos que nuestra identidad es Amor universal y gratuito –la identidad transpersonal, a la que se refería Claudio Naranjo-, la entrega brota espontánea.
La entrega de Jesús –que se visibilizará en la cruz, pero que lo acompañó durante toda su vida- queda plasmada en la alegoría conocida como “del buen pastor”.
Se trata de una imagen que a nuestros contemporáneos les resulta, a la vez, anacrónica y peligrosa. Anacrónica, porque las escenas del pastor cuidando del rebaño han desaparecido del universo mayoritariamente urbano y desarrollado. Peligrosa, porque la imagen del rebaño conlleva resabios de borreguismo, que la conciencia moderna rechaza visceralmente, por evocar el binomio poder/sumisión.
El hombre y la mujer contemporáneos no andan buscando “pastores”, por más que luego se vayan detrás de cualquier señuelo, sino compañeros de camino que hayan experimentado lo que dicen y que, por ese mismo motivo, puedan ser guías eficaces.
No era así en la Palestina del siglo I. Tal como quedó plasmada en el Salmo 23 -“el Señor es mi pastor, nada me falta”-, la imagen del “pastor” fue aplicada a Yhwh, y hacía alusión al cuidado amoroso, que permite vivir en una confianza inquebrantable.
Por eso hoy, aunque la imagen haya quedado obsoleta, con reminiscencias autoritarias, y sea irrecuperable –no sé si resulta positivo seguir usando la imagen del “pastor” en la comunidad cristiana-, su contenido sigue siendo plenamente actual, en cuanto proclama la actitud de entrega a los otros hasta el final.
Se trata, además, de una entrega que se basa en el mutuo “conocerse”, tal como este verbo se entiende en el mundo bíblico: “conocer” hace referencia a algo íntimo y experiencial.
En este sentido, la entrega, así entendida, es lo que vivió Jesús, quien “pasó por la vida haciendo el bien” (Hech 10,38). Pero puede considerarse también como un nombre de la Divinidad: Dios es Entrega, pura Donación, puro Amor y Cuidado. Eso es lo que caracteriza a la Fuente de todo lo real.
Y entrega es también nuestra vocación, porque es nuestra identidad. No somos el ego narcisista, que gira en torno a sí mismo, en un movimiento egocentrado y devorador…, aunque con frecuencia nos vivamos así, como consecuencia de nuestra ignorancia y de nuestras carencias afectivas.
No somos ese ego, que no es sino un conjunto de pautas mentales y emocionales, grabadas con fuerza en nuestro psiquismo. Somos el Amor incondicionado, que es cuidado y entrega.
También desde esta perspectiva, podemos reconocer a Jesús como el “espejo” de lo que somos. El vive lo que es… y eso hace que despierte en nosotros lo que somos, en una Identidad compartida o no-dual.
El texto habla de “entregar la vida” y “recuperarla”. En realidad, solo la recuperamos cuando la entregamos. Sin entrega, nos hallamos encerrados en el caparazón narcisista, alejados también de la consciencia clara de la Vida. Somos como el gusano que se niega a ser mariposa.
En la medida en que nos abrimos y entregamos, lo que aparece ahí es la Vida, y nosotros nos reencontramos con nuestra verdadera identidad. No somos el ego que tenemos transitoriamente, sino la Vida que se expresa en esta forma concreta.
El misterio de muerte-resurrección, al que aludía en el inicio, consiste en morir al ego para que pueda vivir la vida que realmente somos. O, en palabras del propio Jesús, “quien quiera salvar su vida (ego), la perderá, pero el que la pierda por mí y por la buena noticia, la salvará” (Marcos 8,35).
“Perder la vida” por Jesús es asumir su modo de vivir, desidentificado del ego y entregado hasta el final.
Con esas palabras, el evangelio nos pone frente a todo un desafío: el de entender nuestro vivir como un aprendizaje continuo, hasta reconocernos en quienes somos; un aprendizaje que es, en términos del propio evangelio, metanoia, conversión, paso del ego a la Consciencia que somos.
Enrique Martínez Lozano
www.enriquemartinezlozano.com
Gv 10,11-18
“Io sono il buon pastore. Il buon pastore offre la vita per le pecore. Il mercenario, invece, che non è pastore e al quale le pecore non appartengono, vede venire il lupo, abbandona le pecore e fugge e il lupo le rapisce e le disperde; egli è un mercenario e non gli importa delle pecore. Io sono il buon pastore, conosco le mie pecore e le mie pecore conoscono me, come il Padre conosce me e io conosco il Padre; e offro la vita per le pecore. E ho altre pecore che non sono di quest'ovile; anche queste io devo condurre; ascolteranno la mia voce e diventeranno un solo gregge e un solo pastore. Per questo il Padre mi ama: perché io offro la mia vita, per poi riprenderla di nuovo. Nessuno me la toglie, ma la offro da me stesso, poiché ho il potere di offrirla e il potere di riprenderla di nuovo. Questo comando ho ricevuto dal Padre mio.”
OFFRIRE E RIPRENDERE LA VITA
In un certo senso, il verbo “offrire”, che occupa un posto rilevante nel quarto evangelo, potrebbe definire Gesú: è lui che offre sé stesso (o “colui che viene offerto”): “Dio infatti ha tanto amato il mondo da dare il suo Figlio unigenito” (3,16).
Un offrire sé stesso che ricorda l'immagine del chicco di grano, adoperata dallo stesso evangelista: “Se il chicco di grano caduto in terra non muore, rimane solo; se invece muore, produce molto frutto” (12,24).
Questa immagine fa sí che ci rendiamo conto di una legge che sembra regolare ogni cosa, ma che frequentemente scordiamo. Tutto ciò che conosciamo è un mistero di morte-risurrezione. Risuscita soltanto quello che muore; si riprende solo quello che si offre. E tutti siamo immersi in questa stessa dinamica.
Vorrei esprimerlo con le parole di Claudio Naranjo:
“Una cosa è chiara: che il processo di evoluzione della coscienza individuale è una specie di metamorfosi psico-spirituale -una trasformazione- che comporta un processo di morte e rinascita...”
“Sperimentiamo lungo la vita diverse e piccole morti psicologiche attraverso le quali abbandoniamo certe motivazioni e cominciamo a liberarci da aspetti della personalità formatasi durante l'infanzia, da quello che è posticcio, che è qualcosa che appartiene alla patologia sociale che ci circonda e che abbiamo interiorizzato, o qualcosa che abbiamo dovuto adottare a modo di difesa.”
“Man mano che ci liberiamo da quello che è obsoleto e limitante, comincia a emergere la nostra potenzialità interiore, quella coscienza maggiore che chiamiamo spirito e che è come il fiore della nostra vita. Nel linguaggio della Psicologia Transpersonale, cominciamo ad abbandonare l'ego e cosí a poco a poco liberiamo il nostro essere essenziale dalla prigione della nostra “nevrotica” compulsività condizionata.”
Il mistero di morte-risurrezione, negli esseri umani, altro non è che la possibilità del passaggio dall'ego alla nostra vera identità. Questo passaggio è di un'importanza tale che, fin dove sappiamo, può solo verificarsi attraverso la “notte oscura” nella quale offriamo noi stessi interamente per essere interamente “ritrovati” ad un altro livello della nostra identità.
L'ego è quel chicco di grano che, nel morire, fa sí che spunti la spiga che siamo veramente.
Gesú visse questo passaggio (che, probabilmente, si volle rispecchiare nel racconto delle tentazioni), e questo rese possibile che tutta la sua vita fosse un'offerta di sé stesso.
La capacità di offrire sé stessi è uno dei primi segni di maturità personale. La persona matura è quella che è capace di amare e di offrire sé stessa in modo gratuito. Non lo fa per un volontarismo morale, neanche cercando una ricompensa religiosa.
Questa offerta nasce dalla comprensione di chi siamo. È vero che l'esperienza della propria vulnerabilità può aprirci a soccorrere la vulnerabilità degli altri. Ma solo quando comprendiamo che la nostra identità è Amore universale e gratuito -l'identità transpersonale cui si riferiva Claudio Naranjo- l'offerta di noi stessi nasce spontaneamente.
L'offerta di sé di Gesú -che si farà visibile sulla croce, ma che lo aveva accompagnato tutta la sua vita- venne plasmata nell'allegoria cosiddetta “del buon pastore”.
Si tratta di un'immagine che ai nostri contemporanei appare, nello stesso tempo, anacronistica e pericolosa. Anacronistica, perché le scene del pastore che ha cura del gregge sono scomparse dall'universo per lo piú urbano e sviluppato. Pericolosa, perché l'immagine del gregge si associa ad un comportamento da pecore, e questo viene rifiutato in modo viscerale dalla società moderna, in quanto evoca il binomio potere/sottomissione.
L'uomo e la donna contemporanei non cercano “pastori”, anche se poi se ne vanno dietro a qualsiasi richiamo, ma compagni di cammino che abbiano sperimentato ciò che dicono e che, di conseguenza, possano essere delle guide efficaci.
Non era cosí nella Palestina del I secolo. Come fu plasmata nel Salmo 23 -”il Signore è il mio pastore: non manco di nulla”-, l'immagine del “pastore” fu applicata a Yhwh, e alludeva alla cura amorosa, che permette di vivere in una fiducia incrollabile.
Per questo oggi, nonostante l'immagine sia diventata obsoleta, abbia delle reminiscenze autoritarie e sia irrecuperabile -non so se possa ancora essere positivo continuare ad usare l'immagine del “pastore” nella comunità cristiana-, il suo contenuto resta completamente attuale, in quanto proclama l'attitudine a darsi agli altri fino alla fine.
Si tratta, inoltre, di un darsi basato sul mutuo “conoscersi”, col significato che questo verbo assume nel mondo biblico: “conoscere” fa riferimento a qualcosa di intimo e di esperienziale.
In questo senso, il darsi, cosí inteso, è quello che visse Gesú, “il quale passò beneficando” (At 10,38). Ma può anche essere considerato un nome della Divinità: Dio è il Darsi, pura Donazione, puro Amore e Cura. È questo che caratterizza la Fonte di tutto ciò che è reale.
E questo darsi è pure la nostra vocazione, poiché è la nostra identità. Non siamo l'ego narcisista, che gira intorno a sé stesso, in un movimento incentrato sull'ego e divoratore..., anche se spesso ci percepiamo cosí, per effetto della nostra ignoranza e delle nostre carenze affettive.
Non siamo quell'ego, che non è altro che un insieme di modelli mentali ed emozionali, impressi con forza nel nostro psichismo. Siamo l'Amore incondizionato, che è cura e donazione di sé.
Sempre in questa prospettiva, possiamo riconoscere Gesú come lo “specchio” di quello che siamo. Egli vive quello che è... e questo fa sí che si risvegli in noi quello che siamo, in un'Identità condivisa o non-duale.
Il testo parla di “offrire la vita” e “riprenderla”. In realtà, possiamo solo riprenderla quando la offriamo. Se non la offriamo restiamo rinchiusi nel guscio narcisistico, lontani anche dalla coscienza chiara della Vita. Siamo come il bruco che si rifiuta di diventare farfalla.
Nella misura in cui ci apriamo e offriamo noi stessi, lí appare la Vita e avviene l'incontro con la nostra vera identità. Non siamo l'ego che abbiamo transitoriamente, ma la Vita che si esprime in questa forma concreta.
Il mistero di morte-risurrezione, cui accennavo all'inizio, consiste nel morire all'ego affinché possa vivere la vita che siamo veramente. O, in parole dello stesso Gesú, “chi vorrà salvare la propria vita, la perderà, ma chi perderà la propria vita per causa mia e del vangelo, la salverà” (Mc 8,35).
“Perdere la vita” per Gesú vuol dire assumere il suo modo di vivere, non identificato con l'ego e fatto offerta di sé fino alla fine.
Con queste parole, il vangelo ci mette di fronte ad una vera sfida: quella di intendere il nostro vivere come un apprendimento continuo, fino a riconoscerci in chi siamo; un apprendimento che è, in termini evangelici, metanoia, conversione, passaggio dall'ego alla Coscienza che siamo.
Traducción de Teresa Albasini Legaz
GIVE ONE’S LIFE AND HAVE IT BACK
In a certain sense, the verb “give”, which plays an important role in the fourth gospel, could define Jesus: It is him who gives, lays down his life (or “the laid down”): “ For God loved the world so much that he gave his one and only Son” (3:16).
A “laying down” that reminds us of the grain of wheat image: “Unless a grain of wheat falls into the ground and dies, it remains alone. But if it dies, it produces a lot of grain” (John 12:24).
This image makes us realize that there is a law that seems to rule everything, but we often forget about it. All we know is a mystery of death – rebirth. Only what dies may rise from death; only what is laid down can be returned. And we all may find ourselves in this dynamics.
I would like to express this by using Claudio Naranjo’s words:
“One thing is clear: that the process of our individual awareness evolution is a kind of psycho-spiritual metamorphosis – a transformation – that entails a death and rebirth process…
“We go through several little psychological deaths and in doing so, we leave behind certain motivations and aspects of our personalities created during our childhoods, something that surrounds us or something we had to adopt as a kind of defence…
“As we get rid of what is obsolete and limiting to ourselves, our inner potentiality emerges, some major awareness that we call spirit and it is like the flower of our life. Using the language of Transpersonal Psychology, we leave behind our “ego” and we start setting our real self free from the prison of our conditioned neurotic compulsion”.
The mystery of death-rebirth in human beings is the possibility of stepping from our ego to our real identity. It is such a crucial step that, up to what we know, it can only be achieved by going through “the dark night”, in which we give ourselves thoroughly in order to really find ourselves in another level of our identity.
Our ego is the grain of wheat that, once dead, lets the ear we really are emerge.
Jesus went through this step (as it was probably meant to be stated in the record of the temptations), and this made it possible for his life to be devoted to others.
This capacity of devotion to others is one of the first signs of personal maturity. A mature person is that who can love and lay down their life for free. This person will not do it either as a moral volunteer or as a seeker of religious reward.
Devotion roots from an understanding of who we are. It is true that the experience of one’s own vulnerability can lead us to help others in their vulnerability. However, it is only when we understand that our identity is free universal Love – transpersonal identity, as Claudio Naranjo referred to it- that devotion to others flourishes spontaneously.
It is the well-known allegory of the “good shepherd” that clearly shows Jesus’ laying down his life – visualized on the cross – being part of himself all his life.
We are dealing with an image that may seem both anachronistic and dangerous nowadays. Anachronistic because those scenes of a shepherd looking after his flock have mainly disappeared of our developed urban world. Dangerous because this image of the flock involves the idea of following the herd, which our modern conscience rejects viscerally, since it evokes the binomial power and subjection.
Contemporary men and women are not searching for “shepherds”, even if they are often lured to follow somebody, but for path companions who have experienced what they say they have and who, for this reason, can be efficient guides.
It was not like that in the 1st century Palestine. As it is stated in Psalm 23 – “the Lord is my shepherd, I lack nothing”- the image of the “shepherd” was applied to Yahweh, and referred to the loving care that enables one to live in unwavering trust.
That is why, nowadays, although the image is obsolete and has an authoritarian reminiscence – it may turn out to be positive to go on using this image of the “shepherd” in the Christian community-, its content is still current, as it proclaims a never-ending devoted attitude to others.
Besides, such devoted attitude is based on a mutual “get to know each other”, as this verb is understood in the biblical world: “to know” refers to something that can be experienced on terms of intimacy.
In this sense, devoting his life to others is what Jesus did, who “went around doing good” (Acts 10:38). It can also be considered as a name of the Divinity: God is Devotion, pure Donation, pure Love and Care. This is what characterizes the Source of everything which is real.
And our vocation is also devotion, because it is our identity. We are not the narcissistic ego that revolves around itself in an egocentric devouring movement, even if we often think this is what we are as a consequence of our ignorance and emotional deficiencies.
We are not this ego which is nothing but a number of mental and emotional guidelines, firmly set in our psyche. We are unconditioned Love, which is care and devotion.
Also from this perspective, we can also recognize Jesus as the “mirror” of what we are. He lives and shows his real self…and this makes us awake to what we really are in a shared non-dual Identity.
The text speaks of “give one’s life” and “have it back”. For, in fact, we only have it back when we give it. Without devotion, we are shut up in a narcissistic shell, far away from the clear awareness of Life. We are the worm which will not become a butterfly.
As we open up and devote ourselves, what turns up is Life, and we find ourselves in our genuine identity. We are not the ego we have temporarily, but the Life expressed itself in this specific way.
The mystery death-rebirth, which I mentioned above, consists of the ego dying so that the life we really are is born. In Jesus’ words, “those who want to save their lives will lose them. But those who lose their lives for me and for the Good News will save them” (Mark 8:35)
“Losing one’s life” for Jesus is to assume his way of life, unidentified with the ego and devoted to the end.
With these words we are faced up to a real challenge: Understanding our lives as continuous learning, until we can recognize who we really are; in terms of the gospel itself, this learning is “metanoia”, conversion, stepping from the ego to the Awareness we are.
traducción de Pilar Domínguez Polo
Evangeli de Joan 10, 11-18
En aquell temps, Jesús digué als fariseus:
11 »Jo sóc el bon pastor. El bon pastor dóna la vida per les seves ovelles. 12 El qui va a jornal, el qui no és pastor ni amo de les ovelles, quan veu venir el llop les abandona i fuig; llavors el llop se n'apodera i les dispersa. 13 És que ell va a jornal i tant se li'n dóna de les ovelles.
14 »Jo sóc el bon pastor: conec les meves ovelles, i elles em coneixen a mi, 15 tal com el Pare em coneix, i jo conec el Pare. A més, jo dono la vida per les ovelles. 16 Encara tinc altres ovelles que no són d'aquest ramat, i també les he de guiar. Elles escoltaran la meva veu, i hi haurà un sol ramat i un sol pastor.
17 »El Pare m'estima, perquè dono la vida i després la recobro. 18 Ningú no me la pren, sóc jo qui la dono donement. Tinc poder de donar-la i tinc poder de recobrar-la; aquest és el manament que he rebut del meu Pare.
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DONAR I RECUPERAR LA VIDA
En cert sentit, el verb “donar”, que ocupa un lloc destacat en el quart evangeli, podria definir a Jesús: ell és qui es dóna (o “el donat”): “Déu ha estimat tant el món que ha donat el seu Fill únic.” (3,16).
Una donació que recorda la imatge del gra de blat, usada pel mateix evangelista: “Us ho ben asseguro: si el gra de blat, quan cau a la terra, no mor, queda ell tot sol, però si mor, dóna molt de fruit.” (12,24).
Aquesta imatge ens fa adonar d'una llei que sembla regir en tot, però que amb freqüència oblidem. Tot el que coneixem és un misteri de mort-resurrecció. Únicamente ressuscita el que mor; solament es recupera el que es dóna. I tots ens trobem immersos en aquesta mateixa dinàmica.
M'agradaria expressar-lo amb paraules de Claudio Naranjo:
“Una cosa és clara: que el procés d'evolució de la consciència individual és una espècie de metamorfosi psico-espiritual –una transformació- que comporta un procés de mort i renaixement…
“Travessem per diverses i petites morts psicològiques a través de les quals anem deixant enrere certes motivacions, i ens anem desprenent d'aspectes de la personalitat forjada durant la infància, del postís, que és una cosa que hem interioritzat de la patologia social que ens envolta o alguna cosa que vam haver d'adoptar a manera de defensa…
“A mesura que ens anem alliberant del que és obsolet i limitant, va emergint la nostra potencialitat interior, aquesta consciència més gran que anomenem esperit i que és com la flor de la nostra vida. En el llenguatge de la Psicologia Transpersonal, anem deixant enrere l'ego, i amb això anem alliberant el nostre ésser essencial de la presó de la nostra «neurótica» compulsivitat condicionada”.
El misteri de mort-resurrecció, en els éssers humans, no és un altre que la possibilitat del pas de l'ego a la nostra veritable identitat. Aquest pas és de tal envergadura que, fins on sabem, només es pot produir a través de la “nit fosca” en la qual, ens donem per complet, per a ser completament “retrobats” en un altre nivell de la nostra identitat.
L'ego és aquest gra de blat que, al morir, permet que emergeixi l'espiga que realment som.
Jesús va viure aquest pas (que, probablement, va voler quedar reflectit en el relat de les temptacions), i això va fer possible que tota la seva vida fos donació.
La capacitat de donació és un dels primers signes de maduresa personal. La persona madura és aquella que és capaç d'estimar i de donar-se de forma gratuïta. No ho fa per un voluntarisme moral, ni per la recerca d'una recompensa religiosa.
Donar-se neix de la comprensió de qui som. És cert que l'experiència de la pròpia vulnerabilitat pot obrir-nos a socórrer la vulnerabilitat dels altres. Però solament quan comprenem que la nostra identitat és Amor universal i gratuït –la identitat transpersonal, a la qual es referia Claudio Naranjo-, la donació brolla espontània.
La donació de Jesús –que es visibilitzará en la creu, però que el va acompanyar durant tota la seva vida- queda plasmada en l'al·legoria coneguda com “del bon pastor”.
Es tracta d'una imatge que als nostres contemporanis els resulta, alhora, anacrònica i perillosa. Anacrònica, perquè les escenes del pastor cuidant del ramat han desaparegut de l'univers majoritàriament urbà i desenvolupat. Perillosa, perquè la imatge del ramat comporta un cert regust negatiu, que la consciència moderna rebutja visceralment, per evocar el binomi poder/submissió.
L'home i la dona contemporanis no caminen buscant “pastors”, per més que després se’n vagin darrere de qualsevol esquer, sinó companys de camí que hagin experimentat el que diuen i que, per aquest mateix motiu, puguin ser guies eficaços.
No era així a la Palestina del segle I. Tal com va quedar plasmada al Salm 23 -“El Senyor és el meu pastor: no em manca res”-, la imatge del “pastor” va ser aplicada a Yhwh, i feia al·lusió a la cura amorosa, que permet viure en una confiança infrangible.
Per això avui, encara que la imatge hagi quedat obsoleta, amb reminiscències autoritàries, i sigui irrecuperable –no sé si resulta positiu seguir usant la imatge del “pastor” en la comunitat cristiana-, el seu contingut segueix sent plenament actual, quan proclama l'actitud de donació als altres fins al final.
Es tracta, a més, d'una donació que es basa en el mutu “conèixer-se”, tal com aquest verb s'entén en el món bíblic: “conèixer” fa referència a alguna cosa íntima i experiencial.
En aquest sentit, la donació, així entesa, és el que va viure Jesús, que “va passar fent el bé” (Fets 10,38). Però pot considerar-se també com un nom de la Divinitat: Déu és pura Donació, pur Amor i Cura. Això és el que caracteritza la Font de tot el real.
I donació és també la nostra vocació, perquè és la nostra identitat. No som l'ego narcisista, que gira entorn de si mateix, en un moviment egocentrat i devorador…, encara que amb freqüència ens visquem així, com a conseqüència de la nostra ignorància i de les nostres manques afectives.
No som aquest ego, que no és sinó un conjunt de pautes mentals i emocionals, gravades amb força en el nostre psiquisme. Som l'Amor incondicionat, que és cura i donació.
També des d'aquesta perspectiva, podem reconèixer a Jesús com el “mirall” del que som. Ell viu allò que és… i això fa que desperti en nosaltres el que som, en una Identitat compartida o no-dual.
El text parla de “donar la vida” i “recuperar-la”. En realitat, solament la recuperem quan la donem. Sense donació, ens trobem tancats en la closca narcisista, allunyats també de la consciència clara de la Vida. Som com el cuc que es nega a ser papallona.
En la mesura que ens obrim i ens donem, el que apareix aquí és la Vida, i nosaltres ens retrobem amb la nostra veritable identitat. No som l'ego que tenim transitòriament, sinó la Vida que s'expressa en aquesta forma concreta.
El misteri de mort-resurrecció, al que al·ludia a l'inici, consisteix a morir a l'ego perquè pugui viure la vida que realment som. O, en paraules del propi Jesús, “qui vulgui salvar la seva vida (ego), la perdrà, però el qui la perdi per mi i per l'evangeli, la salvarà.” (Marc 8,35).
“Perdre la vida” per Jesús és assumir la seva manera de viure, desidentificat de l'ego i lliurat fins al final.
Amb aquestes paraules, l'evangeli ens posa de cara a tot un desafiament: el d'entendre el nostre viure com un aprenentatge continu, fins a reconèixer-nos en qui som; un aprenentatge que és, en termes del propi evangeli, metanoia, conversió, pas de l'ego a la Consciència que som.
Traducción de Pere Casacuberta