EVANGELIOS Y COMENTARIOS     

                             
                              

 

                            

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Jn 20, 19-23

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ALIENTO VITAL QUE SE EXPRESA EN TODO

 

En este relato de aparición, el autor del cuarto evangelio quiere “visibilizar” el momento en que Jesús comunica su Espíritu a los discípulos.

Responde así a la promesa que el mismo autor había recogido en el llamado “testamento espiritual” de Jesús: “Yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros” (Jn 14,16; 14,26); “el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre” (15,26; 16,7; 16,13).

En realidad, Juan había hecho coincidir la efusión del Espíritu con la muerte de Jesús, quien “inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (19,30). Por tanto, lo que se dice ahora en este relato no sería sino una confirmación: la comunidad se sabe habitada y sostenida por el mismo Espíritu de Jesús.

La tendencia a separar los acontecimientos pascuales es manifiesta ya en Lucas, quien introduce una curiosa periodización, que habría de marcar el ritmo de las celebraciones litúrgicas durante siglos.

Sin importarle demasiado la concordancia de sus afirmaciones –en el evangelio (24,50) sitúa la ascensión en el mismo domingo de la resurrección; en Hechos (1,3), sin embargo, cuarenta días después-, establece una cronología que se ha mantenido hasta la actualidad: resurrección, al tercer día de la muerte; ascensión, a los cuarenta días de la resurrección; pentecostés o efusión del Espíritu, a los cincuenta días.

Su nulo interés por evitar la contradicción en la que incurre, hace pensar que se trata simplemente de un artificio literario, desde una motivación simbólica. En realidad, todo el acontecimiento pascual es uno y ocurre a la vez: muerte-resurrección-ascensión-pentecostés.

Más aún: lo que los cristianos decimos de la muerte/resurrección de Jesús es lo que ha ocurrido siempre y que ahí se desvela. No es que el Espíritu estuviera “al margen” de la vida del mundo y de los seres humanos hasta el día de Pentecostés.

En cuanto Dinamismo de Vida, el Espíritu, no solo acompaña permanentemente el proceso de la historia, sino que él mismo es el alma de todo ese despliegue.

En ese sentido, desde una perspectiva no-dual, podemos decir que la historia no es otra cosa que el desplegarse o manifestarse del Espíritu en formas materiales.

Hay que evitar entenderlo, tanto de una manera dualista –como haría nuestra mente que, forzosamente, piensa al Espíritu como una realidad “aparte” del resto-, como de una manera panteísta, obra también de la mente que, en el otro extremo, piensa todo como unidad indiferenciada.

Superados ambos extremos, la dos caras polares del modo como la mente puede acercarse a la realidad, somos invitados a trascender la mente para abrirnos a una sabiduría superior, que hace justicia a lo real, sin separar nada y sin confundirlo.

Es la perspectiva no-dual, que han experimentado y en la que se han expresado desde siempre los místicos.

Santa Teresa de Jesús, probablemente una de las mayores representantes de lo que, dentro del camino espiritual, podríamos llamar la “vía relacional o afectiva”, y por tanto, nada sospechosa de “veleidades panteístas”, en su obra de madurez “Las Moradas”, escribe:

Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí al alma en un instante, y el grandísimo deleite que siente el alma, que no sé a qué compararlo, sino a que quiere el Señor manifestarle por aquel momento la gloria que hay en el cielo por más subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual.

No se puede decir más de que, a cuanto se puede entender, queda el alma, digo el espíritu de esta alma, hecho una cosa con Dios…

En estotra merced del Señor [lo que la santa llama el “desposorio espiritual”], siempre queda el alma con su Dios en aquel centro. Digamos que sea la unión, como si dos velas de cera se juntasen tan en extremo, que toda la luz fuese una, o que el pábilo y la luz y la cera es todo uno…

Acá es como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cual es el agua, del río, o lo que cayó del cielo; o como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse; o como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz; aunque entra dividida se hace todo una luz” (Las Moradas VII,2.3-4).

Por su parte, san Juan de la Cruz expresa lo mismo con no menos fuerza:

Dios le comunica [al alma] su ser sobrenatural de tal manera, que parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios. Y se hace tal unión cuando Dios hace al alma esta sobrenatural merced, que todas las cosas de Dios y el alma son una en transformación participante. Y el alma más parece Dios que alma, y aun es Dios por participación” (Subida del Monte Carmelo II,5.7).

Me parece que no podemos leer esas experiencias que nos transmiten los místicos como si se tratara de “dones” especiales que Dios otorgara arbitrariamente, o como si fueran la excepción de lo que es la realidad.

Ocurre justamente al revés. Lo que los místicos ven –como lo que vio Jesús de Nazaret- es lo que se da siempre, la Realidad como es. El hecho de que la mayor parte de las personas no la perciban hace que se vean esas descripciones como excepcionales.

Los místicos pueden ser todavía “excepciones” con respecto a quienes no ven, pero lo que ellos nos transmiten –dentro, siempre, de la pobreza de los conceptos y de las palabras para expresar una realidad que trasciende la mente, así como usando esquemas mentales propios de su época y cultura- no es nada “excepcional”, sino una descripción más ajustada de lo Real.   

Lo que ocurre es que la identificación con la mente hace que se vea lo falso como si fuera real, y lo que es verdadero como si fuera falso.

En la experiencia mística –desde una perspectiva no dual-, el Espíritu no es “Alguien” que hace “algo” sobre “alguien”, por más que nuestra mente, en cuanto quiera dar razón de ello, no pueda expresarlo de otro modo.

El término “espíritu”, en las tradiciones antiguas, aparece vinculado al viento, a la respiración y a la energía. Ruaj, en hebreo; pneuma, en griego; spiritus, en latín; qi (o chi), en chino; prana, en sánscrito… Todos ellos son términos que hacen referencia a “aliento vital”, “soplo de vida”, “energía”..., y guardan una estrecha relación con la propia respiración.

A partir del simbolismo que nos regalan las etimologías, podemos hablar del Espíritu como del Aliento último de todo lo que es, pero un Aliento no-separado de lo que es, sino haciendo posible que sea y constituyéndolo en su núcleo más íntimo; como de la Energía primera que todo lo mueve y de la que están hechas todas las cosas; como del Dinamismo vital que hace posible la vida y el despliegue de la misma en infinitas formas; como del Vacío primordial –atemporal e ilimitado- de cuyo interior está brotando todo lo manifiesto…

Desde esta perspectiva también, en todo lo que vemos, estamos “viendo” al Espíritu en acción, al que reconocemos, además, como nuestro núcleo más íntimo, la Identidad más profunda.

Y nos vienen a la memoria las sabias palabras de Pierre Teilhard de Chardin: “No somos seres humanos viviendo una aventura espiritual, sino seres espirituales viviendo una aventura humana”.

Solo así puede captarse adecuadamente lo que es la evolución en toda su profundidad: El Espíritu duerme en los minerales, despierta en los vegetales, siente en los animales y ama en los humanos. O, dicho de otra manera: El Espíritu duerme en la piedra, sueña en la flor, despierta en el animal y sabe que está despierto en el ser humano.

Me quedé sorprendido al constatar que, al presentarlo de este modo a alumnos de Bachillerato, dijeron “entender” lo que es la Trascendencia y la Unidad de todo.

Sin duda, los niños y los jóvenes se hallan capacitados para percibir la dimensión espiritual de todo lo real. Lástima que la educación académica siga siendo tan chata y materialista, porque les está privando de cuidar su mayor riqueza: la inteligencia espiritual.

Esa inteligencia es la capacidad de tomar distancia de la mente separadora, dejar de identificarnos con ella y tomar conciencia de nuestra verdadera identidad.

Entonces caeremos en la cuenta de que el Espíritu vive en nosotros, impulsando nuestra consciencia… hasta que reconozcamos en él nuestro verdadero rostro.   

                                                               Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

 

 

ALITO VITALE CHE SI ESPRIME IN TUTTO

 

Gv 20,19-23

La sera di quello stesso giorno, il primo dopo il sabato, mentre erano chiuse le porte del luogo dove si trovavano i discepoli per timore dei Giudei, venne Gesú, si fermò in mezzo a loro e disse: “Pace a voi!” Detto questo, mostrò loro le mani e il costato. E i discepoli gioirono al vedere il Signore. Gesú disse loro di nuovo: “Pace a voi! Come il Padre ha mandato me, anch'io mando voi.” Dopo aver detto questo, alitò su di loro e disse: “Ricevete lo Spirito Santo; a chi rimetterete i peccati saranno rimessi e a chi non li rimetterete, resteranno non rimessi.”

In questo racconto di apparizione, l'autore del quarto evangelo vuole “rendere visibile” il momento in cui Gesú comunica il suo Spirito ai discepoli. Risponde cosí alla promessa che lo stesso autore aveva raccolto nel cosiddetto “testamento spirituale” di Gesú: “Io pregherò il Padre ed egli vi darà un altro Consolatore perché rimanga con voi per sempre” (Gv 14,16; 14,26); “il Consolatore che io vi manderò dal Padre, lo Spirito di verità che procede dal Padre” (15,26; 16,7; 16,13).

In realtà, Giovanni aveva fatto coincidere l'effusione dello Spirito con la morte di Gesú, il quale “chinato il capo, rese lo spirito” (19,30). Quello che si dice adesso in questo racconto non è quindi che una conferma: la comunità si sa abitata e sostenuta dallo stesso Spirito di Gesú.

La tendenza a separare gli avvenimenti pasquali è patente già in Luca, che introduce una curiosa periodizzazione che avrebbe segnato il ritmo delle celebrazioni liturgiche per secoli.

Non attribuendo troppa importanza alla concordanza delle sue affermazioni -nel vangelo (24,50) colloca l'ascensione nella stessa domenica di Risurrezione; negli Atti (1,3), invece, quaranta giorni dopo-, stabilisce una cronologia che è rimasta fino al momento attuale: risurrezione, il terzo giorno dopo la morte; ascensione, quaranta giorni dopo la risurrezione; pentecoste o effusione dello Spirito, cinquanta giorni dopo.

Il suo nullo interesse per evitare la contraddizione in cui incorre fa pensare che si tratti semplicemente di un artificio letterario, a partire da una motivazione simbolica. In realtà tutto l'avvenimento pasquale è uno e avviene contemporaneamente: morte-risurrezione-ascensione-pentecoste.

Anzi, ciò che noi cristiani diciamo della morte/risurrezione di Gesú è quello che è sempre avvenuto e che qui viene svelato. Non è che lo Spirito fosse “ai margini” della vita del mondo e degli esseri umani fino al giorno della Pentecoste. In quanto Dinamismo di Vita, lo Spirito non solo accompagna permanentemente il processo della storia, ma è lo Spirito stesso l'anima di tutto questo dispiegarsi.

In questo senso, in una prospettiva non-duale, possiamo dire che la storia non è altro che il dispiegarsi o manifestarsi dello Spirito in forme materiali. Bisogna evitare di intenderlo sia in modo dualistico -come farebbe la nostra mente che, per forza, pensa lo Spirito come una realtà “separata” dal resto- sia in modo panteistico, opera anche questa della mente che, all'altro estremo, pensa tutto come unità indifferenziata.

Superati entrambi gli estremi, le due facce polari del modo in cui la mente può avvicinarsi alla realtà, siamo invitati a trascendere la mente per aprirci ad una sapienza superiore, che fa giustizia a ciò che è reale, senza separare nulla e senza confonderlo. È la prospettiva non-duale, che hanno sperimentato e nella quale si sono espressi da sempre i mistici.

Santa Teresa di Gesú, probabilmente una delle piú grandi rappresentanti di quello che, nel cammino spirituale, potremmo definire la “via relazionale o affettiva”, e quindi per niente sospetta di “velleità panteistiche”, nella sua opera di maturità “Le Dimore”, scrive:

“È un segreto sí grande e una mercede sí alta ciò che lí comunica Dio all'anima in un istante, e il grandissimo diletto che prova l'anima, che non so a che cosa paragonarlo, se non è che il Signore vuole manifestarle per quel momento la gloria che c'è nel cielo in un modo piú alto di qualsiasi visione o gusto spirituale. Non si può dire altro che, per quanto può essere compreso, rimane l'anima, voglio dire lo spirito di quest'anima, fatto una sola cosa con Dio...

“In quest'altra mercede del Signore [quello che la santa chiama lo “sposalizio spirituale”], rimane sempre l'anima con il suo Dio in quel centro. Diciamo che sia l'unione come se due candele di cera si avvicinassero cosí tanto che tutta la luce fosse una, o che il lucignolo e la luce e la cera è tutt'uno... Ecco è come se cadendo acqua dal cielo in un fiume o in una fonte, dove rimane tutto fatto acqua, che non potranno piú dividere né separare l'acqua del fiume da quella che cadde dal cielo; o come se un piccolo ruscelletto entrasse nel mare, che non potrà piú separarsene; o come se in una stanza ci fossero due finestre da dove entrasse gran luce: anche se vi entra divisa diventa tutto una luce” (Le Dimore VII,2.3-4).

Per parte sua, san Giovanni della Croce esprime la stessa cosa con non meno forza:

“Dio le comunica [all'anima] il suo essere soprannaturale in maniera tale che sembra lo stesso Dio ed ha quello che ha lo stesso Dio. E si fa tale unione quando Dio fa all'anima questa soprannaturale mercede, che tutte le cose di Dio e l'anima sono una in trasformazione partecipante. E l'anima piú sembra  Dio che anima, ed essa è pure Dio per partecipazione” (Salita al Monte Carmelo II,5.7).

A mio parere non possiamo leggere queste esperienze che ci trasmettono i mistici come se si trattasse di “doni” speciali che Dio conferisse arbitrariamente, o come se fossero l'eccezione a ciò che è la realtà.

Succede proprio al contrario. Quello che i mistici vedono -come quello che vide Gesú di Nazaret- è quello che si verifica sempre, la Realtà cosí com'è. Il fatto che la maggior parte delle persone non la percepiscano fa sí che queste descrizioni siano viste come qualcosa di eccezionale.

I mistici possono essere ancora delle “eccezioni” in confronto a quelli che non vedono, ma quello che essi ci trasmettono -sempre nei limiti della povertà dei concetti e delle parole per esprimere una realtà che trascende la mente, ed usando anche degli schemi mentali propri della loro epoca e cultura- non è niente di “eccezionale”, ma piuttosto una descrizione piú appropriata di Ciò che è Reale.

Succede che l'idea dell'identificazione con la mente fa sí che ciò che è falso si veda come se fosse reale, e ciò che è vero come se fosse falso.

Nell'esperienza mistica -in una prospettiva non duale- lo Spirito non è “Qualcuno” che fa “qualcosa” su “qualcuno”, sebbene la nostra mente, volendo spiegarlo, non possa esprimerlo in un altro modo.

Il termine “spirito”, nelle tradizioni antiche, appare associato al vento, alla respirazione e all'energia. Ruaj, in ebraico; pneuma, in greco; spiritus, in latino; qi (o chi), in cinese; prana, in sanscrito... Tutti quanti sono termini che fanno riferimento a “alito vitale”, “soffio di vita”, “energia”..., ed hanno uno stretto rapporto con la propria respirazione.

A partire dal simbolismo che ci regalano le etimologie, possiamo parlare dello Spirito come dell'Alito ultimo di tutto ciò che è, ma un Alito non-separato da ciò che è, che fa invece possibile che sia e lo costituisce nel suo nucleo piú intimo; come dell'Energia originaria che tutto muove e di cui sono fatte tutte le cose; come del Dinamismo vitale che rende possibile la vita e il dispiegarsi di essa in forme infinite; come del Vuoto primordiale -atemporale e illimitato- dal cui interno sta spuntando tutto ciò che è manifesto...

Sempre in questa prospettiva, in tutto ciò che vediamo stiamo “vedendo” lo Spirito che agisce, il quale riconosciamo, inoltre, come il nostro nucleo piú intimo, l'Identità piú profonda. E ci vengono in mente le sagge parole di Pierre Theilhard de Chardin: “Non siamo esseri umani che vivono un'avventura spirituale, ma esseri spirituali che vivono un'avventura umana.”

Solo cosí si può comprendere in modo adeguato che cos'è l'evoluzione in tutta la sua profondità: Lo Spirito dorme nei minerali, si risveglia nei vegetali, sente negli animali e ama negli umani. O, altrimenti detto: Lo Spirito dorme nella pietra, sogna nel fiore, si risveglia nell'animale e sa di essere sveglio nell'essere umano.

Rimasi stupito nel constatare che, presentandolo in questo modo a studenti liceali, dissero di “capire” che cos'è la Trascendenza e l'Unità di tutto. Indubbiamente, i bambini ed i giovani hanno la capacità di percepire la dimensione spirituale di tutto ciò che è reale. Peccato che l'istruzione accademica sia ancora cosí piatta e materialista, perché gli sta privando della possibilità di curare la loro maggiore ricchezza: l'intelligenza spirituale.

Questa intelligenza è la capacità di prendere le distanze dalla mente separatrice, di smettere di identificarci con essa e di diventare consapevoli della nostra vera identità.

Solo allora ci renderemo conto che lo Spirito vive in noi, impulsando la nostra coscienza... finché riconosceremo in esso il nostro vero volto.

 Traducción de Teresa Albasini Legaz

 

ALÈ VITAL QUE S'EXPRESSA EN TOT

Joan 20, 19-23

19 Al capvespre d'aquell mateix dia, que era diumenge, els deixebles, per por dels jueus, tenien tancades les portes del lloc on es trobaven. Jesús va arribar, es posà al mig i els digué:

- Pau a vosaltres.

20 Dit això, els va mostrar les mans i el costat. Els deixebles s'alegraren de veure el Senyor. 21 Ell els tornà a dir:

- Pau a vosaltres. Com el Pare m'ha enviat a mi, també jo us envio a vosaltres.

22 Llavors va alenar damunt d'ells i els digué:

- Rebeu l'Esperit Sant. 23 A qui perdonareu els pecats, li quedaran perdonats; a qui no els perdoneu, li quedaran sense perdó.

******

En aquest relat d'aparició, l'autor del quart evangeli vol “fer visible” el moment que Jesús comunica el seu Esperit als deixebles. Respon així a la promesa que el mateix autor havia recollit en l’anomenat “testament espiritual” de Jesús: “Jo pregaré el Pare, que us donarà un altre Defensor perquè es quedi amb vosaltres per sempre.” (Jn 14,16; 14,26); “l'Esperit de la veritat que procedeix del Pare i que jo us enviaré des del Pare” (15,26; 16,7; 16,13).

En realitat, Joan havia fet coincidir l'efusió de l'Esperit amb la mort de Jesús, que “inclinant el cap, va lliurar l'esperit” (19,30). Per tant, el que es diu ara en aquest relat no seria sinó una confirmació: la comunitat se sap habitada i sostinguda pel mateix Esperit de Jesús.

La tendència a separar els esdeveniments pasquals és manifesta ja a Lluc, que introdueix una curiosa periodització, que hauria de marcar el ritme de les celebracions litúrgiques durant segles.

Sense importar-li massa la concordança de les seves afirmacions –a l'evangeli (24,50) situa l'ascensió al mateix diumenge de la resurrecció; en Fets (1,3), no obstant això, quaranta dies després-, estableix una cronologia que s'ha mantingut fins a l'actualitat: resurrecció, al tercer dia de la mort; ascensió, als quaranta dies de la resurrecció; pentecosta o efusió de l'Esperit, als cinquanta dies.

El seu nul interès per evitar la contradicció en què incorre, fa pensar que es tracta simplement d'un artifici literari, des d'una motivació simbòlica. En realitat, tot l'esdeveniment pasqual és un i ocorre alhora: mort-resurrecció-ascensió-pentecosta.

Més encara: el que els cristians diem de la mort/resurrecció de Jesús és el que ha ocorregut sempre i que aquí es revela. No és que l'Esperit estigués “al marge” de la vida del món i dels éssers humans fins al dia de Pentecosta. En tant que Dinamisme de Vida, l'Esperit, no solament acompanya permanentment el procés de la història, sinó que ell mateix és l'ànima de tot aquest desplegament.

En aquest sentit, des d'una perspectiva no-dual, podem dir que la història no és una altra cosa que el desplegar-se o manifestar-se l'Esperit en formes materials. Cal evitar entendre'l, tant d'una manera dualista –com faria la nostra ment que, forçosament, pensa l'Esperit com una realitat “a part” de la resta-, com d'una manera panteista, obra també de la ment que, en l'altre extrem, pensa tot com a unitat indiferenciada.

Superats ambdós extrems, les dues cares polars de la manera com la ment pot acostar-se a la realitat, som convidats a transcendir la ment per obrir-nos a una saviesa superior, que fa justícia a allò real, sense separar res i sense confondre-ho. És la perspectiva no-dual, que han experimentat i en la qual s'han expressat des de sempre els místics.

Santa Teresa de Jesús, probablement una de les majors representants del que, dintre del camí espiritual, podríem cridar la  “via relacional o afectiva”, i per tant, gens sospitosa de  “vel·leïtats panteistes”, en la seva obra de maduresa “Las Moradas”, escriu:

“És un secret tan gran i una mercè tan enlairada el que comunica Déu allí a l'ànima en un instant, i el grandíssim delit que sent l'ànima, que no sé a què comparar-ho, sinó que vol el Senyor manifestar-li per aquell moment la glòria que hi ha en el cel per més enlairada manera que per cap visió ni gust espiritual. No es pot dir més que, a quant es pot entendre, queda l'ànima, dic l'esperit d'aquesta ànima, fet una cosa amb Déu…

En aquestaltra mercè del Senyor [el que la santa anomena les  “esposalles espirituals”], sempre queda l'ànima amb el seu Déu en aquell centre. Diguem que sigui la unió, com si dues espelmes de cera s'ajuntessin tan en extrem, que tota la llum fos una, o que el ble i la llum i la cera és tot un… Aquí és com si caient aigua del cel en un riu o font, on queda fet tot aigua, que no podran ja dividir ni apartar quina és l'aigua, del riu, o el que va caure del cel; o com si un rierol petit entra en la mar, no hi haurà remei d'apartar-se; o com si en una cambra estiguessin dues finestres per on entrés gran llum; encara que entra dividida es fa tot una llum” (Las Moradas VII,2.3-4).

Per la seva banda, sant Joan de la Creu expressa el mateix amb no menys força:

“Déu li comunica [a l'ànima] el seu ésser sobrenatural de tal manera, que sembla el mateix Déu i té el que té el mateix Déu. I es fa tal unió quan Déu fa a l'ànima aquesta sobrenatural mercè, que totes les coses de Déu i l'ànima són unes en transformació participant. I l'ànima més sembla Déu que ànima, i àdhuc és Déu per participació” (Subida del Monte Carmelo II,5.7).

Em sembla que no podem llegir aquestes experiències que ens transmeten els místics com si es tractés de “dons” especials que Déu atorgués arbitràriament, o com si fossin l'excepció del que és la realitat.

Ocorre justament al revés. El que els místics veuen –com el que va veure Jesús de Natzaret- és el que es dóna sempre, la Realitat com és. El fet que la major part de les persones no la percebin fa que es vegin aquestes descripcions com a excepcionals.

Els místics poden ser encara “excepcions” respecte als que no hi veuen, però el que ells ens transmeten –dintre, sempre, de la pobresa dels conceptes i de les paraules per expressar una realitat que transcendeix la ment, així com fent ús esquemes mentals propis de la seva època i cultura- no és gens “excepcional”, sinó una descripció més ajustada d’allò Real.    

El que ocorre és que la identificació amb la ment fa que es vegi el que és fals com si fos real, i el que és veritable com si fos fals.

En l'experiència mística –des d'una perspectiva no-dual-, l'Esperit no és “Algú” que fa “alguna cosa” sobre “algú”, per més que la nostra ment, quan vulgui donar raó d'això, no pugui expressar-ho d'una altra manera.

El terme “esperit”, en les tradicions antigues, apareix vinculat al vent, a la respiració i a l'energia. Ruaj, en hebreu; pneuma, en grec; spiritus, en llatí; qi (o txi), en xinès; prana, en sánscrit… Tots ells són termes que fan referència a  “alè vital”, “alè de vida”, “energia”..., i guarden una estreta relació amb la pròpia respiració.

A partir del simbolisme que ens regalen les etimologies, podem parlar de l'Esperit com de l'Alè últim de tot el que és, però un Alè no-separat del que és, sinó fent possible que sigui i constituint-lo en el seu nucli més íntim; com de l'Energia primera que tot ho mou i de la qual estan fetes totes les coses; com del Dinamisme vital que fa possible la vida i el desplegament de la mateixa en infinites formes; com del Buit primordial –atemporal i il·limitat- de l'interior del qual està brollant tot el que és manifest…

Des d'aquesta perspectiva també, en tot el que veiem, estem “veient” a l'Esperit en acció, al que reconeixem, a més, com el nostre nucli més íntim, la Identitat més profunda. I ens vénen a la memòria les sàvies paraules de Pierre Teilhard de Chardin: “No som éssers humans vivint una aventura espiritual, sinó éssers espirituals vivint una aventura humana”.

Solament així pot captar-se adequadament el que és l'evolució en tota la seva profunditat: L'Esperit dorm en els minerals, desperta en els vegetals, sent en els animals i estima en els humans. O, dit d'una altra manera: L'Esperit dorm en la pedra, somia en la flor, desperta en l'animal i sap que està despert en l'ésser humà.

Em vaig quedar sorprès al constatar que, al presentar-ho d'aquesta manera a alumnes de Batxillerat, van dir “entendre” el que és la Transcendència i la Unitat de tot. Sens dubte, els nens i els joves es troben capacitats per a percebre la dimensió espiritual de tot allò real. Llàstima que l'educació acadèmica segueixi sent tan camusa i materialista, perquè els està privant de cuidar la seva major riquesa: la intel·ligència espiritual.

Aquesta intel·ligència és la capacitat de prendre distància de la ment separadora, deixar d'identificar-nos amb ella i prendre consciència de la nostra veritable identitat.

Llavors ens adonarem que l’Esperit viu en nosaltres, impulsant la nostra consciència… fins que reconeguem en ell el nostre veritable rostre.

 

Traducció de Pere Casacuberta