EVANGELIOS Y COMENTARIOS     

                             
                              

 

                            

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Lc 1, 39-56

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EL RELATO DE LUCAS SOBRE LA VISITACIÓN

 

 

 

La asunción es una metáfora que quiere balbucear algo que se halla más allá de los conceptos y de las palabras: que María ha sido “introducida” en la Vida de Dios.

 

Cuando se olvida que es metáfora, caemos en antropomorfismos míticos y olvidamos –esto es decisivo- que lo que decimos de María ocurre, en realidad, a todos los seres: la fiesta de la “Asunción” expresa –pone imágenes y palabras a- la Realidad que somos, más allá de las “formas” temporales; una Realidad “compartida”, que constituye nuestra identidad más honda.

 

Es legítimo que, en Ella, surjan nombres concretos, objeto de nuestro amor y de nuestra veneración, pero siempre que no los percibamos de un modo “separado”, cayendo en un dualismo fruto exclusivamente de nuestro pensamiento. 

    

Pues bien, en esta fiesta de la Asunción, la liturgia nos trae un texto de Lucas, que pertenece a lo que se ha llamado “evangelio de la infancia”. Esa narración relativa a los comienzos de la vida de Jesús consta de dos capítulos, que hay que entender después de que se ha conocido lo que fue el desarrollo de la vida del Maestro de Nazaret.

 

Se trata de una costumbre extendida en la época: una vez que un personaje llegaba a ser célebre, se construía un relato sobre su infancia, en el que se dejara ya traslucir lo que, posteriormente, iba a ser manifiesto en la vida de la persona en cuestión.

 

Por ese motivo, el “evangelio de la infancia” es, en realidad, una especie de prólogo en el que se enuncian los grandes temas que aparecerán a lo largo de todo el evangelio. El “Jesús niño” del que se nos habla es visto ya desde la fe pascual de la comunidad. Por tanto, no es historia lo que debemos ir a buscar en esos relatos, sino teología.

 

Lucas –utilizando el recurso, usual en la época, de las “vidas paralelas”, y en un estilo legendario- construye un relato en el que va a ir presentando, progresivamente, a los dos protagonistas, Juan el Bautista y Jesús: los dos anuncios, las dos madres, los dos nacimientos, los dos niños…

 

A lo largo de la narración, prevalecerán Jesús y María, a quienes Juan e Isabel les rinden homenaje en todo momento. En concreto, el autor manifiesta un interés claro por mostrar a Juan, ya desde el seno de su madre, como subordinado y precursor de Jesús. De ese modo, está adelantando lo que más tarde explicitará en el relato de la vida del Jesús adulto.

 

Como decía más arriba, esta clave nos permite entender todo lo que se narra en estos dos capítulos iniciales: en ellos –a pesar de las apariencias-, no se nos está hablando tanto de un “niño”, cuanto del “Señor Jesús”, “Salvador presentado ante todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”, tal como lo proclama la comunidad, cuyo credo Lucas pone en labios del anciano Simeón (2,30-32).

 

El episodio conocido como de la “visitación” actúa de “bisagra” de los relatos de la infancia, subrayando dos temas profundamente queridos para el mundo bíblico en general y para Lucas en particular:

 

·         la bienaventuranza de la fe (como confianza) y

·         la certeza de que Dios cumple siempre sus promesas.

 

La narración empieza destacando la actitud decidida y pronta de María en clave de servicio: eso será precisamente lo que Jesús hará y enseñará a lo largo de toda su vida. Es decir, desde el inicio mismo, María es presentada como la discípula fiel del Maestro, poniendo en práctica la actitud que él reclama.

 

La reacción del feto es una respuesta de gozo, al reconocer en Jesús al Mesías esperado: ésa será justamente su misión en el futuro. La misma confesión de fe es la que proclama Isabel al llamar a María “madre de mi Señor” (un modo de nombrar a Jesús, especialmente característico del tercer evangelio).

 

En las palabras de Isabel, las referencias al Primer Testamento son constantes:

·         “Bendita entre las mujeres” (Libro de los Jueces 5,24; Libro de Judit 13,18);

·         “¿Quién soy yo…?” (Libro II de Samuel 6,9; 24,21).

·         Pero, sin duda, lo que más destaca es la primera bienaventuranza de todo el evangelio: “Dichosa tú (por)que has creído”.

 

Se trata de una profecía –hablar “a voz en grito” significaba “profetizar”- que recoge bien lo que es el meollo mismo de la fe. Creer es fuente de dicha.

 

Pero no se trata –como nunca en la Biblia- de un creer que fuera asentimiento mental a alguna creencia, sino de confiar radicalmente, porque se ha hecho la experiencia del Misterio como Realidad luminosa que todo lo abraza y a todo llena de Sentido; se ha experimentado a Dios como Roca fundante que sostiene y constituye todo lo que es.

 

Y es precisamente desde esa experiencia de Gozo, de donde brota el canto de María, que conocemos por su primera palabra en latín (“Magnificat”), un canto que es, en realidad, una amalgama de textos veterotestamentarios y una síntesis de toda la teología de Lucas.

 

Es sabido que, en su “evangelio de la infancia”, Lucas trae otros tres cantos más que, conocidos también por la primera palabra en su traducción latina, son:

·         Benedictus” (puesto en boca de Zacarías: 1,68-79),

·         Nunc dimittis” (en boca del anciano Simeón: 2,29-32) y

·         el “Gloria”, entonado por los ángeles (2,14).

 

Parece probable que todos ellos –de origen judío o incluso cristiano- fueran cantos anteriores al propio Lucas, y que éste, con los retoques correspondientes, los incorporó a su escrito. En cualquier caso, se trata de himnos tan ricos en teología como bellos en su composición, que han alimentado la fe cristiana a lo largo de veinte siglos.

 

El Magnificat, en concreto, es un “reflejo” del cántico de Ana (Libro I de Samuel 2,1-10), a la vez que trae numerosos “ecos” del canto de gratitud de Miriam (Libro del Éxodo 15,1-21).

 

Destaca, en él, la proclamación de un Dios misericordioso y parcial a favor de los débiles, que “dispersa” y “derriba” a soberbios, poderosos y ricos. En realidad, en este canto encontramos un “avance” de los temas con que el propio Jesús se presentará en la sinagoga de Nazaret, en lo que se conoce como su discurso programático:

 

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres…” (4,18-21).

 

Por otro lado, riqueza, poder y soberbia constituirán las tres tentaciones que el propio Jesús habrá de soportar (4,1-13).

 

Indudablemente, se trata de un texto radicalmente subversivo que, con demasiada frecuencia, se ha “espiritualizado” y de, ese modo, desactivado.

 

Tendría que hacernos pensar la reflexión del ultraconservador Charles Maurras, fundador e ideólogo de Action Française, que –abogando por un catolicismo no cristiano- decía admirar a una institución como la Iglesia católica, capaz de rezar cada día el Magnificat y, a la vez, neutralizar sus enseñanzas.

      

 

                                                 

Enrique Martínez Lozano

                                                 www.enriquemartinezlozano.com