LA PARÁBOLA DE DIOS SEMBRADOR
Las
parábolas “vegetales” y en concreto la del
sembrador me parecen tan importantes que me
he permitido hacer un comentario más
extenso de lo habitual.
Esta es una de las pocas parábolas que se
encuentran en los tres evangelios. Llama la
atención que los textos de Marcos y Mateo
sean tan similares, incluso idénticos en
muchos versículos. Lucas resume la narración
y la hace más concisa.
Las introducciones de Marcos y Mateo nos
sitúan a la orilla del lago, predicando
Jesús desde la barca porque la multitud les
apretuja. Lucas ha perdido un poco de la
situación real y recurre al genérico de la
gran multitud de varias "ciudades".
Los tres añaden la misma terminación,
prácticamente con las mismas palabras. Lo
mismo sucede en la explicación. Para los
tres, ésta se hace en privado, dirigida a
los discípulos, y después de la
interpolación sobre por qué habla en
parábolas. La explicación es prácticamente
idéntica.
Esto nos muestra que Jesús tiene un doble
auditorio: la gente, entre la que se
encuentran ya sus opositores, que en Galilea
son los fariseos y sus letrados; y el
círculo más privado de sus discípulos, que
reciben una enseñanza especial.
Quizá incluso podamos imaginar la escena:
después de un día entero de predicar y
curar, Jesús se va a casa con su grupo.
Comen juntos (en Palestina, la única comida
seria se hace al atardecer) y alrededor de
la mesa siguen hablando, presentando dudas,
pidiendo explicaciones. Jesús responde,
aclara, desarrolla, en el círculo íntimo de
los que le siguen.
Así pues, los textos nos permiten asegurar
que se trata de una parábola avalada por la
tradición más antigua, redactada por Marcos
de quien dependen Mateo y Lucas, y
pronunciada con seguridad en la época de
Galilea, con algún contexto de oposición de
"los de fuera", los que no quieren entender.
Nos encontramos también con una parábola
interpretada, y la interpretación
es antigua, data al menos de los propios
redactores. Sin embargo, la interpretación
no proviene del mismo Jesús. Es el redactor
posterior el que hace esta aplicación.
Ésta es una parábola anti-mesiánica. Israel
no espera la llegada del Mesías como una
siembra, como una escucha y una respuesta
personal a La Palabra, como una conversión.
A pesar de la interiorización y purificación
que supone la predicación de los Profetas,
especialmente con ocasión del Destierro, la
esperanza mesiánica consistirá en un Rey, y
el futuro esperado será siempre el triunfo
del Pueblo de Israel y el acatamiento por
todos los pueblos de la Religión de Israel
en su Santo Templo. En parábolas como ésta
se manifiesta bien el cambio radical de
Jesús, su ruptura con la tradición del A.T.
Jesús no quiere ser el Mesías esperado.
Finalmente, la parábola se da ya en un
contexto de oposición. Jesús está
describiendo a su auditorio. Hay quienes
escuchan y hay quienes, no sólo no se
enteran de nada, sino que entenderán cada
vez menos, hasta intentar matar la Palabra.
El mensaje directo
La parábola ilustra el modo de actuar de la
Palabra y su recepción por los que la oyen.
Hay ante todo una impresión de abundancia:
el sembrador, Dios, esparce por todas partes
la semilla. La revelación no se hace en
círculos de iniciados o con mensajes
cifrados. Esta imagen conecta muy bien con
la característica básica del género
parabólico: la Palabra se ofrece a todos, no
élites privilegiadas.
La diferencia entre las personas no está en
su situación social, sino en su respuesta a
la Palabra sembrada. Es cuestión de tener
los oídos bien atentos y los ojos bien
despiertos, porque la Palabra está ahí,
sembrada en abundancia.
Parece que Jesús está describiendo a las
personas que le escuchan. Es sin duda una
imagen de su propio auditorio. El maligno,
la inconstancia, la superficialidad de
carácter, las preocupaciones mundanas, la
seducción de las riquezas... hacen que la
palabra sembrada fructifique mal. Pero entre
ellas hay también mucho fruto. Sus
discípulos escuchan el discurso atentamente,
y más tarde le van a pedir a Jesús que se lo
explique más. Son buena tierra y la Palabra
dará fruto en ellos.
Y hay un mensaje escatológico: habrá fruto,
y fruto abundante. Es una parábola que mira
al futuro. La aparente humildad de la
semilla, los pájaros, las piedras, los
abrojos, no podrán contra la Palabra. En
este sentido, la parábola conecta con todas
las parábolas vegetales, el grano de
mostaza, la levadura, y con la tónica
general de la predicación de Jesús: el Reino
es obra de Dios, y no puede fallar.
Este tercer mensaje es precisamente el
centro de la predicación, el mensaje directo
y cumbre de la parábola que podríamos
resumir: a pesar de que no es evidente, a
pesar de que al parecer la acción de Dios es
ahogada por todas partes, el poder de la
semilla es superior, y habrá fruto, habrá
cosecha abundante. La parábola, por tanto,
parte de la siembra, pero es ante todo una
promesa de cosecha.
El estilo del Reino
No desde fuera, no como imposición, no como
una sociedad oficial. Desde dentro, en
silencio, como una maduración interior,
personal, progresiva.
Las parábolas vegetales de Jesús nos invitan
a meditar en la oposición entre una
religiosidad exterior e interior, entre una
iglesia-institución y una
iglesia-conversión, entre un Reinado de Dios
por acatamiento de formas y manifestaciones
cultuales y un reino interior, un estado de
la humanidad en que reinen la honradez, la
sencillez, la solidaridad, la veracidad, el
respeto.
Cuando Jesús rechazó el mesianismo hizo más
que abandonar una idea caduca y
nacionalista. Jesús tuvo que superar una
tentación personal: lo muestra bien
claramente el contenido de la tentación en
el desierto y las dos situaciones vitales en
que reacciona con violencia ante la
propuesta de ser Rey o de evitar la pasión.
Y a partir de esto debemos entender que el
mesianismo es una tentación profunda,
negadora de la religiosidad verdadera, que
fue tentación para Jesús y lo fue y lo es
para la iglesia, y que acecha a la
religiosidad de cada uno de nosotros.
Atentos a la Palabra
Característica esencial del seguidor de
Jesús: la Palabra está ahí, constantemente
sembrada. Todas las cosas, todas las
circunstancias, son, por esencia, Palabra,
manifestación de Dios, invitación de Dios.
Es una persona religiosa la que escucha,
riega, quita cardos y piedras, la que deja
que la Palabra germine.
Esto supone una hermosa reconversión de la
ascética: cuando luchamos contra nuestros
defectos, contra nuestros pecados, no lo
hacemos para ser más justos ante Dios, para
que nos premien; lo hacemos para quitar los
cardos y las piedras, para preparar el
camino al Señor que viene, que
constantemente siembra.
La parábola empalma perfectamente con el
texto de Isaías, que nos ofrece una
magnífica imagen para animar a la oración
constante, no pidiendo cosas a Dios, sino
escuchando la incansable Palabra, que llueve
permanentemente sobre nosotros...
Las personas a los ojos de Jesús
La buena tierra es la buena gente. Cuando se
anuncia el Evangelio limpio, sin más, se
descubre que muchas personas "muy
religiosas" se sorprenden y hasta se
escandalizan, mientras que mucha gente
normal, más o menos religiosa o
"practicante", pero honrada y abierta, se
ilusiona, descubre que eso es exactamente lo
que esperaban oír.
Estas primeras parábolas, la del sembrador,
la de la lámpara, la de la levadura,
aparentemente las más "inofensivas", son
precisamente aquellas en las que se da la
separación entre “los de fuera” y
aquellos “a los que se ha concedido
comprender el Reino”.
Pero los de fuera y los de dentro no pueden
ser apreciados porque estén oficialmente en
la Iglesia o fuera de ella. Deberíamos
invertir nuestra manera de juzgar. Tanto los
de la Iglesia como los que no pertenecen a
la Iglesia pueden “estar dentro o fuera”,
según reciban o no reciban la Palabra.
Parábolas para la esperanza
Todas las parábolas vegetales atienden al
presente y al futuro. El presente es
siembra, pero habrá cosecha. Ninguna de
estas parábolas termina en el fracaso de lo
sembrado. En este sentido, son parábolas
escatológicas, anuncian el final. Y el final
es que la vida triunfa sobre la muerte, la
semilla da fruto, se hace mies abundante, se
realiza El Reino.
Son parábolas que leen el mundo con los ojos
de Dios. Todo lo que está sembrado, lo que
está floreciendo, aparentemente débil, medio
ahogado en cardos y sequedales, es el
futuro, es la fuerza del Espíritu que no ha
de fallar.
Es este un sentido indisociable de esta
parábola, la de la cizaña, la de la
levadura... todas tienen este componente de
esperanza a pesar de la oscuridad de la
historia. Sería oportuno recordar a este
respecto que el final se representa en la
Escritura como una visión triunfal
precisamente en el Libro que cierra nuestra
Biblia entera, el Apocalipsis.
Reflexión final
El reino se parece a una semilla. Dios
sembrador es una bella imagen, mucho más
bella que Dios Rey o que Dios Amo o Dios
Juez.
Dios siembra incesantemente,
incansablemente, la semilla del Reino.
Recibimos constantemente semillas del Reino,
ejemplos de buenas personas, sucesos,
símbolos, sucesos... Los ojos de Jesús eran
bien capaces de ver en todo la Palabra, la
semilla sembrada.
Es una semilla poderosa. No con el poder
destructivo de las armas, de las máquinas,
sino con el insinuante e irrefrenable poder
de la vida, sobre todo de la vida vegetal,
que tanto le gusta a Jesús como símbolo del
Reino.
La semilla no es aún el Reino, pero
germinará. Cuando germine y se desarrolle
veremos el esplendor del Reino, con la misma
admiración con que contemplamos una encina
formidable nacida de una humilde bellota,
por ese milagro de poder oculto en la
semilla.
Dios siembra continuamente la Palabra. La
esencia misma de todo lo creado es ser
Palabra, manifestar a Dios, invitar al
Reino. Todas las cosas sobre la faz de la
tierra están creadas para ser Palabra,
semillas del Reino.
La semilla que cae en la tierra se puede
perder. La incesante Palabra de Dios puede
desperdiciarse. En el camino de nuestra vida
hay muchos pájaros capaces de llevarse la
semilla: la falta de atención, la
trivialidad que vivimos... y la semilla se
la llevan los pájaros.
A veces recibimos con alegría la Palabra,
pero sin cultivarla, sin atenderla,
haciéndola convivir con nuestros deseos
irrefrenables de disfrutar, con nuestro afán
por instalarnos, de mejorar nuestro nivel de
esta vida... árido pedregal en que se mueren
las semillas recién brotadas.
No pocas veces nuestra vida misma ahoga la
Palabra: no tenemos tiempo, ni ganas, ni nos
parece que los valores de la Palabra tengan
validez: hay muchos abrojos en nuestra vida
que pueden ahogar la pequeña planta del
Reino.
Pero nuestra tierra es, en el fondo, buena
tierra, es capaz de hacer germinar, es capaz
de recibir el Reino. Y la semilla florece,
en forma de compasión, de solidaridad, de
valores éticos, de atención a lo
trascendente; somos capaces de amar, de
perdonar, de esforzarnos, de sacrificarnos
por otros... está floreciendo la semilla,
unas veces algo, otras bastante, otras
muchísimo...
No sólo hay personas en que la semilla
germina de modo espectacular, sino que en
cada uno de nosotros hay épocas y momentos
en que nos sentimos crecer, sentimos la
presencia del Espíritu vivificador, sentimos
germinar en nosotros a la Palabra.
La parábola del sembrador se armoniza muy
bien con el texto de Pablo. Esto que vemos
es un mundo de pedregales y abrojos, de
pájaros peligrosos... pero es un mundo
sembrado, lleno de semillas del Reino. Y el
Reino brota, florecerá, crecerá hasta ser un
jardín, un bosque de árboles magníficos, en
los que apenas nadie podrá reconocer las
humildes semillas de que brotaron.
El Reino está aquí, sembrado en los
corazones, persistentemente sembrado por el
Padre. La Palabra es eficaz, capaz de
transformar la vida personal y la humanidad
entera, capaz de hacer de esta casa de locos
llena de mezquindad, de crueldad y de
miserables satisfacciones que se lleva el
viento de la muerte, un Reino de Hijos, el
sueño de Dios Creador.
Estamos viendo el mundo en el vientre de su
madre la materia. Pero está en él la semilla
del Espíritu, que lo llevará hasta la vida
plena, a plena luz.
Finalmente, el Reino se siembra, se
construye de dentro a fuera. No es una
organización, no es una empresa, no crece
por la fuerza del dinero ni por la
imposición del poder. El Reino crece por la
fuerza interior de la Palabra: nunca desde
fuera hacia dentro, desde la imposición o el
espectáculo; siempre desde la conversión.
Jesús es listo: sabe que ninguna estructura
funcionará bien si sus piezas son malas.
Ninguna espléndida ciudad florecerá si sus
ciudadanos son perversos. Jesús empieza por
el principio: cambiar los corazones. Todo lo
demás, las estructuras, las empresas, las
sociedades, cambiarán si las personas
cambian. Jesús fue un buen sembrador.
Hoy se nos ofrece la oportunidad de hacer un
íntimo acto de fe. Pensamos en el fragor del
mundo, el vértigo de los negocios, el poder
de las multinacionales, la corrupción de los
gobiernos, la crueldad de tantos
nacionalismos e integrismos, la sistemática
explotación de las personas y la destrucción
de la naturaleza... y sentimos terror ante
el poder de "el mal", destructivo y
avasallador. Comparado con todo esto, ¿qué
son los hombres y mujeres de buena voluntad,
qué fuerza tiene la honradez, la solidaridad
y la compasión...?
Es necesario reduplicar nuestra fe en la
Palabra, en el poder de Dios. La levadura de
la Palabra fermentará esta masa. La pequeña
semilla se hará árbol que romperá la muralla
de piedra. Jesús, grano de trigo sembrado y
triturado, no fracasó. Dios no fracasa.
Hemos de hacer un acto de fe, por encima de
toda apariencia, en la humanidad que llegará
ser dada a luz, por la fuerza de la Palabra.
José Enrique
Galarreta