Mt 14,
22-33
(pinchar cita
para leer evangelio)
¿QUIÉN ES JESÚS PARA NOSOTROS?
Esta misma escena se repite en tres
evangelistas. Mt.14,22 - Mc.6,45 - Jn.6-16.
Falta en Lucas. El episodio se narra en los tres
con notables coincidencias, a excepción de lo
referente a Pedro y su camino sobre las aguas,
que es exclusivo de Mateo.
En los tres, el género es "epifánico", de
manifestación. En los tres, se sitúa
inmediatamente detrás de la multiplicación de
los panes. En los tres, la escena da lugar a un
sermón, que coincide bastante en Mateo y Marcos
(discusión con fariseos, puro-impuro), y diverge
en Juan (introducción al discurso del Pan de
Vida). En los tres, las palabras de Jesús son
prácticamente idénticas:
Estad tranquilos - Soy
Yo - No tengáis miedo.
Estas coincidencias nos muestran la fiabilidad
del texto, proveniente de antiguas tradiciones
probablemente de alguna fuente común a los
evangelistas. Y se inscriben en la línea de la
progresiva manifestación de Jesús a los
discípulos y la consiguiente progresiva fe de
los discípulos en él.
Esta constatación falta en Juan, que la pospone
hasta después del sermón del Pan de Vida, es muy
explícita en Mateo ("verdaderamente tú eres el
Hijo de Dios") y es reticente en Marcos -que
siempre subraya la dureza e corazón de los
discípulos- ("ellos se admiraron aún más, ya que
no habían entendido lo de los panes sino que su
corazón seguía endurecido")
El episodio tiene su paralelo en el de la
tempestad apaciguada, narrada por Mt.8,23 -
Mc.4,35 - Lc.8,22, de género también epifánico,
de manifestación a los discípulos, en el que la
frase final, común a los tres evangelistas, es
la clave de todos estos textos:
"¿Quién es éste,
que le obedecen
los vientos y el mar?"
Los comentaristas añaden que el género, más aún
que epifánico, es claramente "teofánico", que no
se trata solamente de la manifestación de Jesús
como Mesías -con las diferentes acepciones que
la palabra podría suponer para sus oyentes- sino
de la proclamación de la fe en la divinidad de
Jesús, introducida por los elementos de la
naturaleza sometidos y por la expresión "Yo
soy", que, en este contexto, suena como en la
teofanía del Horeb. Esta parece ser la intención
litúrgica, al acompañar este texto con la
manifestación del Señor a Elías en el Horeb.
A partir de aquí, se suele hacer hincapié en los
elementos simbólicos del mar sometido, y la
consiguiente resonancia de la liberación de
Egipto por el paso del mar, y otros textos
semejantes. No se puede olvidar que para Israel
son dos los elementos de la naturaleza hostiles
a Dios: el mar y el desierto, signos de caos y
esterilidad. De los dos liberó el Señor a su
pueblo, haciéndole atravesar ambos. Esta imagen
de Jesús que hace callar al viento y tranquiliza
el mar caminando sobre él, y la imagen de Pedro
que puede caminar sobre el mar mientras se fía
de Jesús y sólo se hunde cuando tiene miedo,
hace referencia evidente a la salvación del
Pueblo, que nunca se produce por sus propias
fuerzas sino por la acción poderosa de Dios.
Debió de ser muy duro para los judíos
convertidos a Jesús ser expulsados de la
Sinagoga, apartados del pueblo. Su fe israelita
necesitaba sin duda una manera de recomponerse
de semejante golpe. Y esta doctrina es perfecta
para mantener esa fe: no es la descendencia de
Abraham ni la fidelidad a la Ley de Moisés la
que constituye el ser del pueblo: es la
aceptación de Jesús, cumplimiento de la promesa,
"el que había de venir".
Esta línea conecta con el anuncio a los
gentiles, que vienen a formar parte del pueblo,
no por descendencia de carne sino por la fe en
Jesús.
Esta situación debió de ser especialmente
dolorosa para la comunidad que descendía de la
predicación de Juan, "la comunidad del discípulo
amado", que se vio según parece especialmente
perseguida y expulsada de la Sinagoga. A partir
de esta exclusión, la línea de pensamiento que
venía de Juan hizo una profundización valiente
en la persona de Jesús, planteando una
cristología muy alta, llegando a presentar a
Jesús como el Logos encarnado, cristología
ausente en los Sinópticos y Hechos, aunque
extendida más tarde a la iglesia entera.
Todas aquellas discusiones, sin embargo, son
temas pasados, que nos afectan solamente en su
significado más profundo, y este significado es
"¿quién es Jesús?", pero no como pregunta
curiosa sino como pregunta vital: "¿quién es,
qué significa, Jesús para mí?".
La adhesión a Jesús puede tener distintos
niveles.
Hay un nivel de aceptación dogmática:
Jesús es la Segunda Persona de la Trinidad hecho
hombre. Y aceptarlo así, sin demasiada
repercusión en la vida concreta. Creo que es un
nivel habitual en creyentes más bien
convencionales, y más "ortodoxos" que
constructores del Reino. Es la fe que no lleva a
la conversión.
Semejante a este nivel sería el de los
"creyentes" por costumbre, los que
pertenecen a la iglesia sin demasiada
convicción, que aceptan la religión como una
costumbre, heredada casi como componente
cultural, del que es más incómodo salir que
permanecer.
Podríamos muy bien pensar que la adhesión
verdadera a Jesús tiene siempre el componente de
"sal de tu pueblo", "no ser del mundo", aunque
el pueblo y el mundo sean la realidad eclesial
cotidiana habitual en occidente.
Aceptar a Jesús puede presentar también niveles
diferentes: seguir a Jesús como una persona
extraordinaria y seguirle en muchas cosas,
especialmente las que concuerdan con los valores
que más positivos sentimos en este momento
cultural: seguir a Jesús como "el hombre
lleno del Espíritu", hacer de Él la norma de
la vida, creer en Él, como creyeron los
discípulos que le siguieron, lo que les llevó
incluso a abandonar su ser de Israelitas.
Nos podríamos preguntar si nuestra Iglesia no
tiene características que le hacen asemejarse a
aquel pueblo de Israel que se sentía Pueblo de
la Alianza por herencia y por cumplimiento de la
Ley, más que por la adhesión interior a La
Palabra.
Y es que hay que recordar que el rechazo y
muerte de Jesús no vino precisamente por la
hostilidad de "los pecadores" o de "los
gentiles", sino por la no-aceptación, la
hostilidad de los que se tenían por justos,
hijos de Abraham y seguidores de la Ley de
Moisés. Jesús no murió por revolucionario sino
por blasfemo. A Jesús lo mató la pureza legal,
el sábado, el templo, el sacerdocio... A Jesús
lo mató el ser Hijo, a Jesús lo mató el ser
Palabra de Dios.
La aplicación de todo esto a nuestra Iglesia es
un tema que está al alcance de cualquiera, pero
me gustaría volver a precisar una vez más que
cuando decimos "Iglesia" no nos referimos a la
Jerarquía, ni precisamente a la iglesia
Jerárquica, sino a nosotros-la-iglesia, a la
manera que tenemos los cristianos normales de
vivir nuestra adhesión a Jesús.
Podríamos considerar si no nos contenta
suficientemente la tranquilidad de "estar en la
verdad", "estar bautizados", "cumplir con Dios"
"pertenecer a la Iglesia". La alarmante
indiferencia que la iglesia -nosotros- provoca
en las generaciones jóvenes puede deberse a su
no-aceptación de Jesús, pero podríamos
considerar si el Jesús que ven en nosotros es el
mismo que fue aceptado por los discípulos o una
copia lejana, entristecida y emborronada por
nuestra manera cotidiana de interpretarlo.
José Enrique Galarreta