SUPERANDO INCOMPRENSIONES
En este fragmento de Mateo propuesto para la
lectura de hoy, se muestran dos de las
dificultades que solemos tener para leer
bien el evangelio.
La primera es que el texto litúrgico es
continuación inseparable de la lectura del
domingo anterior.
En efecto, este fragmento completa el
reconocimiento mesiánico que se dio en
versículos anteriores. Los discípulos, con
Pedro como portavoz, reconocen a Jesús como
Mesías, pero Jesús -en el evangelio de hoy-
matiza su afirmación hacia el verdadero
mesianismo: no es el Mesías
triunfal-político sino el que ha de sufrir
la cruz.
La interesada lectura el domingo pasado de
la primera mitad del texto ha prestado más
atención al "primado de Pedro", mientras que
el tema básico del evangelista es la
correcta comprensión de Jesús.
Y una segunda dificultad es que en este
mismo fragmento se funden dos enseñanzas
diferentes, agrupadas aquí por Mateo.
Dentro del mismo texto evangélico, se deriva
del Mesías sufriente a la concepción de la
vida como negación de sí mismo. La cruz del
Mesías da pie a consideraciones de tipo más
existencial para el cristiano.
Los temas están relacionados, pero hay una
clara modificación del género, que quizá
debería haber aconsejado que estos textos
disfrutasen de la categoría de mensaje
separado del anterior.
Estos pasajes son centrales en el evangelio
de Mateo, muestra su plan. Mateo hace un
evangelio para mostrar que Jesús es el
Mesías esperado, se esfuerza en mostrarlo
como cumplimiento de las Escrituras, y tiene
que matizar que la interpretación oficial de
Israel no es correcta, que la vida del
Mesías tendrá que pasar por el rechazo y la
muerte, y que el Reino no será de rosas en
este mundo para sus discípulos.
La incomprensión de Pedro y la áspera
reprensión de Jesús muestran sin duda una
realidad a dos niveles: lo lejos que están
aún los discípulos de entender el mesianismo
de Jesús, y lo lejos que podemos estar las
personas religiosas de lo esencial del
mensaje de Jesús. Pero esto lo
desarrollaremos más adelante.
En
el final del fragmento, el evangelista ha
colocado tres sentencias de Jesús,
probablemente pronunciadas en ocasiones
diversas, unidas no tanto porque fueran
pronunciadas en la misma ocasión, ni por su
conexión lógica, sino porque las tres
completan bien la idea de llevar la cruz",
como aplicación a los discípulos del destino
mismo de Jesús.
EL DESTINO DE JESÚS
Hay dos maneras de enfocar estas
"predicciones" de Jesús.
La primera, desde la normalidad de nuestras
maneras de entender (desde una Cristología
baja, ascendente).
Jesús "empieza a adivinar" que las cosas van
a ir de mal en peor y que hasta es posible
que todo acabe en rechazo y en tener que
afrontar la muerte por ello. Esta convicción
progresiva le hace dar sentido al mensaje
del Reino, interiorizado, como superación
del mal profundo, del pecado, como negación
de todo triunfalismo externo o cultual.
El segundo enfoque vendría dado por una
Cristología alta, descendente, la propia de
Juan, por la que Jesús "lo sabe todo" desde
el principio y va preparando a sus
discípulos para una revelación que Él posee
desde siempre. Esto nos llevaría al tema de
la "conciencia mesiánica" o "conciencia
divina" de Jesús, que está fuera de nuestra
intención en este domingo.
Según cuál sea nuestra posición en estos
temas, entenderemos la cruz como "la
voluntad del Padre", que tiene planeado el
Sacrificio Redentor de su Hijo, o como el
resultado inevitable de la atrevida
predicación de Jesús y la consiguiente
reacción de los poderes oficiales.
EL MESÍAS SUFRIENTE EN TODA SU MAGNITUD
El Mesías Triunfante es sólo la cabeza de un
iceberg que invade todo el Antiguo
Testamento. La Tierra Prometida es la tierra
que mana leche y miel. La Alianza hará que
nunca prevalezcan contra Israel los
enemigos. Las buenas obras serán premiadas
por Dios con bienes materiales y larga
vida...
Todo un estadio primitivo de la religión,
una etapa de Israel en su comprensión de
Dios y de la vida.
Y una etapa, un estado quizá, de nuestra
propia religiosidad. En el fondo, es Dios
para nosotros, para nuestra vida aquí: Dios
para mi comodidad, para mi prestigio. Dios
anti-dolor, anti-enfermedad, anti-pobreza,
anti-enemigos....
Pero la religión profunda, la de Jesús, no
altera la vida sino que le da sentido. No
quita la mala suerte, la enfermedad, los
terremotos, las alternativas de la fortuna:
Dios no nos libra de eso. Ni las riquezas
son su bendición ni la enfermedad su
castigo. Ni bendecirá nuestras guerras ni lo
encerraremos en nuestros templos.
Todo eso se va a acabar con Jesús. Para el
Pueblo de Israel (y por eso tenían muchísima
razón los jefes del pueblo al considerar a
Jesús como un gravísimo peligro), y para
nosotros, invitados a una religiosidad más
profunda, en la que Dios no sea un parche a
las dificultades de la vida, sino el sentido
de todo, de lo bueno y lo malo, lo agradable
y lo desagradable de la vida.
NEGACIÓN, ¿QUÉ NEGAMOS?
"Negar, negación, negativo" son nociones
peligrosas, palabras de poco prestigio hoy.
"Hay que ser positivo, qué persona más
negativa".
Y no es raro encontrar posturas anti-religiosas
por entender la religión como negación de lo
humano, del disfrutar, del sexo, del
triunfo...
Y tampoco podemos negar que pueden tener
razones para pensar así, porque hemos
presentado algunas veces la cara negativa de
la religión, como una ascesis negadora que
sólo mira a la vida eterna: "fastidiarse
aquí para merecer la vida eterna".
Pero no es así. La Palabra informa al ser
humano de qué es Bien y qué es Mal, es
decir, qué le conviene y qué le estropea.
El ser humano tiende a dejarse seducir (en
el sentido más sensual de la palabra) por
las apariencias: tiende a buscar lo
inmediatamente agradable. Disfrutar aquí y
ahora, triunfar del enemigo, vengarse,
comprar todo lo que apetezca...
La Palabra anuncia al ser humano que es más
que un animalillo destinado a sobrevivir lo
más cómodamente que pueda en esta vida. Le
dice: "eres más, no te conformes, no te
dejes engañar."
Desde este punto de vista, todas las
negaciones se convierten en ambiciones.
La justicia es más que la venganza, y el
amor es más que la justicia: más
satisfactorio, más humano y más "positivo".
La austeridad es más que el consumismo, más
liberadora, más solidaria, más humanizadora.
El esfuerzo es más que el ocio, construye
más a la persona, despierta ambiciones,
elimina esclavitudes....
La Palabra se convierte por tanto en
"negación de la negación", es decir, en
negación del pecado, que es, esencialmente,
negación, fuerza destructiva, peligro de
estropear al ser humano.
José Enrique Galarreta