EVANGELIOS Y COMENTARIOS
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Padre y Madre, las dos metáforas de Dios
No debemos caer en el error de considerar a María como una entidad paralela a Dios, sino como un escalón que nos facilita el acceso a Él.
El cacao mental que tenemos sobre María, se debe a que no hemos sido capaces de distinguir en ella dos aspectos: uno la figura histórica, la mujer que vivió en un lugar y tiempo determinado y que fue la madre de Jesús; otro la figura simbólica, mitológica que hemos ido creando a través de los siglos, acumulando sobre ella los mitos ancestrales de la Diosa Madre, de la Madre Virgen, etc.
Las dos figuras son de capital importancia para nuestro catolicismo, pero no se pueden mezclar sin producir una confusión que nos puede llevar a verdaderos disparates.
De María real, con garantías de historicidad no podemos decir casi nada. Los mismos evangelios son extremadamente parcos en hablar de ella. Una vez más debemos recordar que para aquella sociedad la mujer no contaba. Lo que de verdad nos importa es que fue la madre de Jesús.
Podemos estar completamente seguros de que Jesús tuvo una madre y además, de ella dependió totalmente su educación durante los once o doce primeros años de su vida. En efecto, los padres en la sociedad judía del aquel tiempo, se desentendían totalmente de los niños. Solo cuando tenían una cierta edad, los tomaban por su cuenta para enseñarles a ser hombres, hasta entonces se consideraban un estorbo.
De lo que el subconsciente colectivo ha proyectado sobre María, podíamos estar hablando semanas. Solemos caer en la trampa de equiparar mito con mentira. Los mitos son maneras de expresar verdades a las que no podemos llegar por vía discursiva. Suelen ser intuiciones que están más allá de la lógica, que son percibidas desde lo hondo del ser. Los mitos han sido utilizados en todos los tiempos, y son formas muy valiosas de aproximarse a las realidades más misteriosas y profundas que afectan a los seres humanos. Mientras existan realidades que no podemos comprender racionalmente, existirán los mitos.
En una sociedad machista en la que Dios es Padre Todopoderoso, signo del poder y de la autoridad, el subconsciente ha encontrado la manera de hablar de lo femenino de Dios a través de una figura humana, María. No se puede prescindir de la imagen de lo femenino si queremos llegar a los entresijos de la divinidad. Hay aspectos de Dios, que sólo a través de las categorías femeninas podemos expresar.
Claro que llamar a Dios Padre, o llamarle Madre no tiene nunca una significación de género. Son solo metáforas para poder expresar lo que es inefable. Pero si usamos únicamente una de las dos metáforas, la idea de Dios queda falsificada porque podemos identificarla con las categorías masculinas o femeninas.
Durante muchos milenios, se ha utilizado la idea de Dios Padre, de una manera machista para identificar al varón con Dios y de ese modo creerse el detentador del poder con relación a la mujer. Esto sigue pasando hoy día a todos los niveles, y no tenemos más remedio que denunciarlo como una tergiversación de la idea de Dios y una devaluación de todo lo femenino, incluida la parte de feminidad que existe en cada ser humano masculino.
La idea de la Madre Virgen es un mito ancestral que no tiene en absoluto connotaciones sexuales. Se trata de la Madre primordial que no necesita concurrencia de nadie para producir la vida. Seguramente la “Madre” origen de todo lo que existe, fue la primera idea de divinidad que surgió entre los humanos.
Un Dios Padre hace la creación. Un Dios Madre da a luz la creación, procrea. La diferencia entre estos conceptos es enorme. El Padre puede desentenderse de lo creado. La Madre seguirá pendiente siempre de lo que ha nacido de sus entrañas. En ese mito se está afirmando que el género primero y primordial es el femenino, no el masculino. En nuestro cristianismo esta idea ha llegado al paroxismo al declarar en un concilio que María era Madre de Dios (Éfeso, 431).
El hecho de que la Asunción sea una de las fiestas más populares de nuestra religión no garantiza que se haya entendido correctamente. Todo lo que se refiere a María tiene que ser tamizado por un poco de sentido común que ha faltado a la hora de colocarle toda clase de capisayos que la desfiguran hasta hacerla incapaz de ser expresión de lo divino. La mitología sobre María puede ser positiva, siempre que no se tome literalmente y distorsione su figura, alejándola tanto de la realidad que la convierte en una figura inservible para un acercamiento a la divinidad.
La Asunción de María fue durante muchos años una verdad de fe aceptada por el pueblo sencillo. Solo a mediados del siglo pasado, se proclamó como dogma de fe. Es curioso que, como todos los dogmas, se defina en momentos de dificultad para la Iglesia, con el ánimo de apuntalar sus privilegios que la sociedad le estaba arrebatando.
Hay que tener en cuenta que una cosa es la verdad que se quiere definir y otra muy distinta la formulación en que se mete esa verdad. Ni Jesús ni María ni ninguno de los que vivieron en su tiempo, hubiera entendido nada de esa definición. Sencillamente porque está hecha desde una filosofía completamente ajena a su manera de pensar. Para ellos el ser humano no es un compuesto de cuerpo y alma, sino una única realidad que se puede percibir bajo diversos aspectos, pero sin perder nunca su unidad.
No podemos entender literalmente el dogma. Pensar que un ser físico, María, que se encuentra en un lugar, la tierra, es trasladado localmente a otro lugar, el cielo, no tiene ni pies ni cabeza. Hace unos años se le ocurrió decir al Papa Juan Pablo II que el cielo no era un lugar, sino un estado. Pero me temo que la inmensa mayoría de los cristianos no ha aceptado la explicación, aunque nunca la doctrina oficial había dicho lo contrario.
Cuando el dogma habla de “en cuerpo y alma”, no debemos entenderlo como lo material o biológico por una parte, y lo espiritual por otra. El hilemorfismo, mal entendido, nos ha jugado una mala pasada. Los conceptos griegos de materia y forma, son ambos conceptos metafísicos. El dogma no pretende afirmar que el cuerpo biológico de María está en alguna parte, sino que todo el ser de María ha llegado a la más alta meta.
Cuando nos dicen que fue un privilegio, porque los demás serán llevados de la misma manera al cielo, pero después del juicio final, ¿de qué están hablando? Para los que han terminado el curso de esta vida, no hay tiempo. Todos los que han muerto están en la eternidad, que no es tiempo acumulado, sino un instante. La materialización del más allá, como si fuera un trasunto del más acá, nos ha metido en un callejón sin salida; y parece que muchos se siguen encontrando muy a gusto en él. Del más allá no podemos saber nada. Lo único que podemos descartar es que sea prolongación de la vida de aquí.
No sé lo que pensó Pío XII al proclamar el dogma, pero yo lo entiendo como un intento de proponer que la salvación de María fue absoluta, es decir que alcanzó su plenitud. Esa plenitud sólo puede consistir en una unificación e identificación absoluta con Dios.
Como en el caso de la ascensión, se trata de un cambio de estado. María ha terminado el ciclo de su proceso de maduración terreno y ha llegado a su plenitud. Pero no a base de añadidos externos, como puede ser sentarla en un trono, coronarla, declararla reina; sino por proceso interno de identificación con Dios. En esa identificación con Dios no cabe más. Ha llegado al límite de las posibilidades. Esa meta es la que nos espera a todos, si somos capaces de decir como ella: “Fiat”.
En lenguaje bíblico “los cielos” significa el ámbito de lo divino, por tanto María está ya en “los cielos”.
Viniendo al evangelio, hay que tener en cuenta que los relatos de la infancia son teología narrativa. No tiene sentido entenderlos como una crónica de sucesos. Inspirándose en otros relatos del AT, Lucas nos traza los rasgos fundamentales de lo que descubrieron en Jesús los primeros cristianos en la experiencia pascual. Todo lo que afirma de Jesús, es lo que pensaban de él cuando ya habían desarrollado su actividad.
La función de María como madre biológica no es relevante. Lo importante fue la influencia que pudo tener en la transmisión de la fe de su pueblo a Jesús, y más tarde la respuesta personal al mensaje de su hijo. La alabanza de la mujer en el evangelio de la vigilia: “dichoso el vientre que te crió y los pechos que te amamantaron”, no podía ser aceptada por Jesús, porque hubiera supuesto que María era grande por haber dado a luz a Jesús y por haberle dado el pecho.
Esto no es devaluar para nada la figura de María. Es hacer ver que su valor está, no en la función por razón del sexo, sino en su condición de ser humano con las mismas posibilidades de llegar a una plenitud que el varón. Aceptar la alabanza de la mujer, hubiera sido aceptar una desigualdad radical con relación a los varones y por tanto perpetuarla. El ser persona es mucho más importante que ser madre. Durante demasiado tiempo hemos olvidado esta enseñanza del evangelio y hemos devaluado todo lo femenino
Meditación-contemplación
El Magníficat es una excelente oración,
resumen de las aspiraciones de un pueblo,
que confía plenamente en Dios
y en la salvación que había prometido a los antepasados.
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Este cántico pone en boca de María estos sentimientos
y nos invita a desarrollarlos interiormente.
Teniendo en cuenta que las obras de Dios
nunca se manifiestan en fenómenos espectaculares.
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Su mejor obra la desplegó Dios en el seno de María,
sólo porque ella fue capaz de decir “Fiat”.
La seguirá desplegando en cada uno de nosotros,
en la medida que sepamos estar, como ella, disponibles.
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Fray Marcos