LAS REUNIONES DE TRABAJO
Las reuniones, valga el juego de palabras, están a la orden
del día. Son frecuentes en todos los ámbitos. La
reunión permite la comunicación de ideas y la
participación de todos en las decisiones. El
espíritu democrático es quien las impulsa y promueve
en la actualidad en todos los órdenes de la vida.
Hay reuniones muy formales, que han de someterse a un
previo y riguroso orden del día. Otras reuniones
pueden permitirse ciertamente ser más informales.
Pero la participación en cualquier tipo de reunión
debe seguir unas ciertas pautas de comportamiento.
Si se pretende que sean interesantes y productivas.
La sinergia del grupo
La
sinergia de un grupo se expresa así en términos
matemáticos:
2 + 2
> 4
Dos
más dos suman algo más que cuatro. Esto significa que el
rendimiento del grupo es superior a la simple suma de
las contribuciones individuales. Lo cual es fantástico:
un buen grupo produce plusvalía, genera sinergia.
Quizás esté implícito en el dicho popular, pero no es
sólo que cuatro ojos vean más que dos, es que juntos
pueden llegar a descubrir aspectos que ninguno de ellos
sería capaz de ver por su cuenta.
La
gente rinde más cuando trabaja en equipo, cuando se
reúne y pone en común sus conocimientos y sus opiniones.
Lógicamente hay que tener en cuenta determinadas normas
a la hora de reunirse. No vale la total espontaneidad
pero tampoco hay que someterse a un riguroso
procedimiento. Las reglas no tienen que echar por tierra
la alegría natural que sienten, al estar juntos, quienes
comparten objetivos comunes y disfrutan de la amistad.
Hay que evitar los prejuicios
Para
que una reunión no derive en discusiones estériles, se
recomienda no empezar por proponer cada uno su propia
alternativa.
Sin
embargo, a primera vista parecería lógico el
procedimiento contrario: cada participante en la reunión
habría definido antes su postura y luego la defendería
en el grupo aportando los hechos que la apoyan y
valorando los criterios que la justifican.
Pero
seguramente la reunión terminaría en tablas. Cada uno se
confirmaría en su propuesta inicial de solución y
volvería a llevársela a casa. A menos que alguien usara
de un gran poder de convicción para imponer su criterio.
Los
miembros de un grupo harán bien en estudiar previamente
el tema que van a tratar en la reunión, pero no han de
formalizar conclusiones que serían prematuras. Hay que
evitar los prejuicios y todo tipo de juicios poco
fundados. Antes de la reunión sólo conviene desbrozar el
camino, abrir horizontes, documentarse en datos y
hechos para poder aportarlos luego al grupo.
El método científico de toma de decisiones
Interesa mucho que las decisiones que se toman en las
reuniones sean las mejores. Por eso se propugna un
procedimiento que recuerda la sistemática que observan
los investigadores científicos.
Es la misma que suele seguir cualquier médico, que empieza
por recoger información (los síntomas que le cuenta el
enfermo, los datos que percibe mediante su exploración),
llega luego a concretar un diagnóstico y finalmente
busca entre los posibles remedios el que mejor se
adecua.
El
método científico de resolución de problemas propone
este esquema de trabajo:
1.
definir el problema
2.
formular las posibles soluciones
3.
elegir una alternativa
Y lo que más importa, que todo este proceso se siga en la
reunión, abierta a la intervención de todos, sin juicios
previos, tratando de ser objetivos y de descubrir entre
todos la mejor solución.
La definición del problema
Es el
primer paso y el más complejo. Un buen análisis del
problema supone ya un avance importante en su solución.
La
definición del problema empieza por constatar lo que
ocurre, recopilando datos y hechos, pasa luego por
definir lo que debería ocurrir, de acuerdo con los
principios y los objetivos que asumen los miembros del
grupo, y culmina en observar la desviación producida
entre lo que ocurre y lo que debería ocurrir, entre lo
que es y lo que debería ser.
·
LO QUE OCURRE (recopilar hechos y datos)
·
LO QUE DEBERÍA OCURRIR (determinar el ideal)
·
la desviación
(definir el problema)
La realidad
se compara con la utopía y en el contraste se perfila el
problema.
No
cabe duda que la objetividad del sistema se vuelve
subjetividad, en tanto que el arquetipo lo establece el
propio grupo. Porque ese “deber ser” se origina en
normas creadas por el grupo o en normas externas que el
grupo asume como propias.
Es
importante profundizar en el análisis y llegar a
precisar las causas de la desviación. En muchos
supuestos, el estudio de las causas va a orientar
eficazmente la elección de la mejor solución, la que
ataca la verdadera raíz del problema.
La formulación de alternativas
Es la
fase más creativa del proceso, el momento de dejar libre
paso a todas las soluciones posibles. No han de ponerse
cortapisas a la imaginación. No ha de frenarse la
espontaneidad de nadie. No valen las críticas en este
momento. Hay que respetar todas las ideas. Ya habrá
tiempo luego de entrar a valorarlas.
Una
idea conduce a otra. Como al coger las cerezas, una te
lleva a otra. Aunque esa primera opción no valga, aunque
sea evidentemente una mala solución, puede servir sin
embargo de plataforma para llegar a otra más válida. Con
frecuencia, la mejor idea está escondida y sólo aparece
después de que algunos sugieran otras varias
“ideas-puente”.
Desde
el punto de vista de la actitud con la que se ha de
encarar cada etapa del proceso, se puede hablar de
objetividad en la definición del problema, de
creatividad en la búsqueda de soluciones y de actitud
crítica y rigurosamente lógica en la toma de la decisión
final.
Hay
que encender la luz verde del semáforo a la hora de
recopilar hechos y datos y en el momento de formular
alternativas. Pero ha de tornarse roja la luz cuando se
trata de valorar las distintas opciones. No deben
confundirse ni mezclarse las actitudes, sino proceder
sucesivamente a su utilización.
El coste de la solución
La
toma de decisiones es el objetivo de la reunión. Se ha
planteado un problema y se han propuesto diversas
soluciones. Es hora de elegir la mejor. Hasta este
momento, el proceso seguido ha sido de índole
intelectual, mientras que ahora se llega a un acto
volitivo. El razonamiento anterior culmina finalmente en
una decisión.
Pero hay que ser conscientes de que un auténtico problema
no tiene una solución plenamente satisfactoria. Las
soluciones suelen suponer la creación de otros problemas
distintos. Es lo que se llama el coste de la solución.
Si no hay coste se puede decir que no hay problema, todo
lo más un simple malentendido fruto de una información
escasa o errónea.
Al
resolver un problema, hay que ponderar el punto en el
que se alcanza un máximo de ventajas con el mínimo de
inconvenientes. Si se pretenden todas las ventajas,
haciendo desaparecer totalmente el problema, se pueden
provocar consecuencias negativas más graves que las que
entrañaba el mismo problema primitivo. Es cuestión de
prudencia, una virtud absolutamente necesaria para tomar
buenas decisiones.
LA TOMA DE DECISIONES EN GRUPO
Existe toda una serie de vías para la toma de decisiones
en un grupo.
Por imposición de uno. Es lo que se podría llamar una decisión dictatorial. La
reunión ha servido para que el que detenta el poder en
el grupo tome su decisión individual y los demás
miembros se adhieran a ella.
Por imposición de una minoría.
Una situación similar a la anterior. En el grupo hay una
minoría que se une para imponer su criterio a la
mayoría. En el lenguaje político se hablaría de
oligarquía.
Por mayoría.
El grupo asume como propia la decisión que sustenta la
mayoría de sus miembros. Normalmente, los individuos que
se suponen en mayoría son los que proponen la votación,
en aras de lograr más eficacia o por razones
democráticas. Aunque a veces no se llega a votar y basta
la presión social que ejerce la mayoría para que los
demás acaten su solución. Influye la conveniencia de
llegar a un pronto acuerdo.
Por negociación. Los criterios se manifiestan claramente distintos, pero se llega a un
pacto, se acuerda una solución de compromiso, cediendo
parte de sus opiniones y de sus derechos. A nadie
convence por completo la solución adoptada. Pero todos
salen moderadamente satisfechos de la negociación y
aceptan el pacto. Los intereses se mantienen
contrapuestos.
Por concertación. Los criterios fueron inicialmente dispares, pero tras la
confrontación de opiniones, el grupo ha llegado a un
consenso. Se ha llegado al convencimiento y todos asumen
como propia y no impuesta la solución que finalmente
adopta el grupo. Los intereses eran compatibles y se han
vuelto afines.
Por unanimidad. Los intereses son ahora coincidentes desde un principio. El acuerdo se
toma sin esfuerzo, todos opinan de igual forma.
Por la no oposición de nadie. No es una vía tan extraña. La reunión se ha alargado
quizás demasiado o el tema no afecta a intereses
vitales. Alguien propone algo y nadie se opone. Hay
quien llama “plop” a esta forma de tomar decisiones,
quizás porque la onomatopeya recuerda la caída a plomo
de una gota en mitad de un estanque, cuyo movimiento
ondulatorio se propaga silenciosamente a toda la
superficie.
A nadie se le escapa que las imposiciones son funestas,
que el acuerdo por mayoría no es una solución perfecta,
que el pacto sólo es un mal menor, que el ideal bien
puede ser la unanimidad, pero que el verdadero mérito de
una reunión es llegar vía concertación al consenso.
Rafael Calvo Beca
Subir