Gritos de libertad
“Los dolores de parto de la humanidad” (Romanos 8, 20) son los gritos
de libertad que se oyen por todos los rincones del
mundo. Son los gritos de libertad de la razón
acorralada y pisoteada por la ‘fe’ fundamentalista que
quería controlarlo todo en la edad Media y sigue
imponiéndose a todo. Esta no es la fe adulta de los
cristianos libres que piensan por si mismos sin miedo,
sino la ‘fe’ que se nos impone destruyendo nuestra
libertad.
Los dolores de parto son los gritos de los grandes pensadores de los
siglos XVII y XVIII que buscaban ante todo elevar a la
razón humana al nivel de razón de los hijos de Dios.
Ante esos gritos se cerraron las puertas de los templos
y la odiosa “diosa razón” se convirtió en el objetivo de
los ataques más furibundos de la ‘fe’ fundamentalista.
No hubo lugar para repensar la fe.
Somos muchos los que seguimos sufriendo y aguantando la ‘fe’ que se nos
impone desde la iglesia clerical. Nos faltó coraje para
oír la palabra de Dios que nos hablaba desde las grandes
revoluciones que se sucedieron. La Modernidad no
consiguió que se oyeran sus gritos, que se hiciera caso
a sus anhelos de libertad.
Después de trescientos años la humanidad sigue gritando desde la
pobreza de millones de hermanos por todo el mundo, el
sida, el cólera que destruye la población de países como
Zimbabwe, los cayucos que dejan ahogados en el océano
más de los que llegan a las costas canarias.
La fe adulta que buscamos está siendo la repuesta a todos esos gritos
de libertad. Es la fe de los que viven convencidos de
que el Reino de Dios está en medio de nosotros. Jesús de
Nazaret vivió en medio de crisis espantosas de pobreza y
sumisión al poderío romano. Él sí que ayudó a pensar la
verdadera fe. Sobre todo enseñó a sus seguidores a
liberarse de las ataduras e imposiciones del templo.
Héctor Rodríguez Fariña
Leyendo y releyendo las palabras y acciones de Jesús,
sobresale que su lucha fue por liberar a su pueblo,
sometido por la religión judía. Las creencias (diríamos,
el dogma) y la moral del judaísmo fabricaban esclavos de
su religión. El Templo, los sacerdotes, los fariseos
utilizaban la Toráh con todos sus preceptos, ritos, y al
mismo Yahvé como grilletes que tenían paralítico al
pueblo.
Con
frecuencia se ha querido presentar a Jesús como un
revolucionario político. Jesús sí fue un gran
revolucionario y un gran liberador del pueblo. Pero lo
que revolucionó fue la religión del pueblo, y de lo que
quiso liberarlo fue del Templo y sus sacerdotes que lo
tenían sin vida, en nombre de Yahvé. A Roma le importó
poco Jesús. Fue el Templo y sus dueños quienes, al ver
peligrar su existencia, lo llevaron al Gólgota.
La fe
puede crear más esclavitud que la política. La
esclavitud del pueblo no venía de Roma. Venía de la Ley
y del Templo.
Luís Alemán