TEOLOGÍA     

                             
                              

 

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LOS TSUNAMIS Y DIOS

 

En los últimos años, dos tsunamis mataron a más de  330.000 personas y arruinaron la vida de millones de otras. ¿Dónde estaba Dios, en ese momento...? ¿El Dios Amor, dónde estaba?

Es cierto que todos los días abundan los milagros: el  milagro del sol, del viento, de la luz, de la música, de los niños que ríen, del universo que revela secretos cada vez más asombrosos. Cada sueño que se realiza también es un milagro. El agua que corre es un milagro, y también las estrellas que nacen, las flores que se sonríen, los corazones que se abrazan, los cuerpos que se entrelazan, el pan que sabe a cielo, los yuyos que se balancean en la brisa... Todos los días se da el inmenso milagro de la vida, y nunca se oye en el noticiero: “Ya ven. Es evidente: ¡Dios está aquí!"  

Y no. Pues el mundo está también lleno de niños que se mueren de hambre y…  de otros horrores.  ¿Qué hace Dios para detener eso..? Ya ven, Dios no puede existir, y si existe, no es bueno ni todopoderoso. Y si no es bueno ni todopoderoso, no es Dios.   

Un Dios que no usa un antivirus para acabar con todos los bichos que atacan el planeta, no es Dios.  Un verdadero Dios debería poder detectar los huracanes y los tsunamis con sus radares y disponer de un sistema de tipo antimisil para hacerlos añicos antes de que exploten en la cara de la pobre gente.  Pero Dios, parece, no es así. Aun cuando el mundo se derrumbe, no mueve un dedo. ¿Entonces, para qué sirve tener un Dios...? Esta es la gran pregunta.   

Hasta hoy se sigue hablando de un cierto Jesús que apareció, 2000 años atrás, en un pequeño país perdido del Mediterráneo.  Gente no del todo loca nos machaca desde hace siglos, y bajo todos los tonos, que ese hombre era Dios. No tenía nada de Tarzán ni de Einstein.  No sabía nada de los quarks ni había visto en toda su vida un cepillo de dientes.  Nunca había peleado en una guerra, y no era cura.   

Se dice solamente que había nacido en un establo, que se ganó la vida trabajando la madera, y que murió en una cruz. Dicen que era bueno, abierto, muy libre en todo.  

Le tenía mucho cariño a su pueblo, a sus tradiciones, a sus creencias, a sus sueños de paz y de gloria, pero no estaba apegado a nada de eso. 

No se conformaba con lo establecido, ni siquiera con lo que se estimaba haber sido grabado en la roca por el mismo Dios.  

Decía y hacía cosas asombrosas.  No obstante, lo que más asombraba no era que devolviera la vista a los ciegos, sino que se empeñaba en querer abrir los ojos a la gente cerrada para que viera las evidencias que se negaba a ver. 

No era que hiciera hablar a los mudos, sino que osaba decir cosas nuevas sobre Dios, sobre la religión, la moral, los gobernantes, la economía, los ricos, los pobres, las mujeres, los marginales, los delincuentes, los expertos en Biblia, en una palabra, un poco sobre todo, sin repetir como un loro lo que se enseñaba desde siempre en los círculos más respetados. 

Lo más asombroso no era que abriera los oídos a los sordos, sino que hablaba sin pelos en la lengua para ser oído incluso por las piedras.  No era que curara a los leprosos, sino que los amaba, y  salía a la defensa de las prostitutas, comía con gente medio traicionera, se rozaba con delincuentes e impuros.   

La Ley santa de su pueblo era el corazón de su vida, y sin embargo, cuando veía que la gente sencilla no podía soportar su peso, no vacilaba en relativizarla (crimen sin nombre para los poseedores de una verdad petrificada).  

No estaba en contra de la riqueza, solo quería que todos tuvieran parte en ella. Pero como toda la riqueza que sus ojos veían había sido acumulada a costillas del pueblo, sólo sentía un enorme asco por ella.    

Él tenía el mayor respeto por el Templo, que era el majestuoso símbolo de la unidad de su nación, pero desde que una casta de hombres religiosos lo monopolizaba para asentar su poder y promover sus intereses, no podía sino presentir que ese gran monumento no tardaría en perder su aureola, ser abandonado y terminar hecho una pila de escombros.  

En una sociedad donde las mujeres no eran más que un apéndice de los varones, condenadas a pasar la vida a la sombra, Jesús no temió integrar a varias de ellas en su grupo de discípulos y mostrarse con ellas por todas partes a la luz del sol.  

Grupos exasperados por la larga ocupación de su tierra por ejércitos extranjeros, buscaban un líder que se los sacara de encima; creyendo haberlo encontrado en Jesús, lo presionaron para hacerlo rey. Pero Jesús, convencido de que un mundo de justicia y libertad no se edifica sobre el fanatismo y el odio y que de las matanzas no puede brotar la vida, rechazó la oferta y pasó por un apátrida.    

Jesús tuvo sus momentos de éxito, sus horas de popularidad. También sufrió derrotas.  En las horas más bravas, fue abandonado por todos. Fue detenido, torturado, cruelmente asesinado. Murió... perdonando.  Cosa extraña, fue en ese momento de desamparo absoluto, cuando estaba muriéndose en la soledad más total, que un pagano armado hasta los dientes exclamó al pie de la cruz: "¡Verdaderamente ese era hijo de Dios!"  

¿Era Dios...? Si admitimos que Jesús era Dios, debemos deducir que, a  través de Jesús, Dios nos muestra cómo Él actúa con los humanos sobre la tierra de los huracanes y de los tsunamis. La primera cosa que salta a la vista es que no adopta el método del Creador Todopoderoso. No hace despliegue de poder. Actúa, pero no busca impresionar, porque  lo que impresiona corre el riesgo de cegar, de enajenar, de impedir que los humanos sean lo que son o han de ser, es decir, seres capaces de libertad, capaces de pensar, de discernir, de elegir, de hacer millones de cosas por sí mismos, capaces de crear, capaces de inventar, capaces de caminar con sus propias piernas, capaces de hacerse responsables de su destino, capaces de amar.   

Es precisamente propio de los ídolos impedir que los humanos asuman su vida, y es por eso que Dios no actúa así. No es un ídolo. Dios es Dios, y también es profundamente... humano. Tiene la noble debilidad de creer que nosotros, los humanos, a pesar de todas nuestras locuras, somos capaces de mucha  inteligencia y sabiduría.  

Al principio de su carrera, Jesús, se retiró al desierto para reflexionar sobre su porvenir.  En su reflexión se le plantearon tres posibilidades: dominar el mundo y sus riquezas a la manera de los grandes conquistadores; subyugar las mentes por medio del esoterismo y la magia; controlar las masas mediante propaganda, publicidad, pompas, ceremonias y grandes espectáculos.  Jesús tuvo que elegir entre mistificar y embobar a la humanidad a la manera de los ídolos o tomar humildemente el camino de los humanos. Optó por el camino de los humanos.   

¿Que Dios no toma la defensa de los inocentes?  Jesús lo hizo, y por esa precisa razón lo mataron.  

Cada día, la indiferencia para con las poblaciones más inocentes y  vulnerables de la tierra hace más víctimas que miles de tsunamis. Si no, haría tiempo que habríamos inventado lo necesario para proteger a esas poblaciones de las furias del mar y de muchas otras calamidades.  

Dentro de algunos años, millones de personas perderán todo porque las aguas de los océanos habrán subido 50 centímetros, en gran parte por culpa de los autos, de las fábricas y un montón de actividades destructoras del hombre. Tenemos en nuestras manos la capacidad de cambiar eso. Felizmente, muchas personas y organizaciones están luchando para lograr ese cambio, pero, comparadas a la máquina a la que se enfrentan, apenas si tienen el peso de una hormiga. Entonces, un buen día, la catástrofe vendrá. Y, como de costumbre, otra vez se oirá decir: “Ésta es una nueva prueba de que Dios no existe, y si existe, es muy malo."  

Bienaventurados, por lo tanto, quienes que no os dejáis atrapar por la rueda infernal del consumismo idiota, de la producción desenfrenada y de la competencia salvaje que impulsa a consumir en forma cada vez  más suicida.   

Bienaventurados quienes que sentís en vuestro ser profundo alguna ternura por los pájaros, los yuyos, las estrellas y… también por los humanos,  porque sabeis  que todos hemos sido amasados con el mismo barro y formamos  parte de un mismo árbol; el reino de la vida es vuestro.   

Bienaventurados quienes, teniendo hambre y sed de justicia, soñáis con un mundo sin amos ni esclavos y lucháis para que así sea.

 Eloy Roy

Traducido del francés por Susana Merino

 

LES TSUNAMIS ET DIEU

 

Ces dernières années,  les vagues gigantesques de deux tsunamis ont englouti la vie de plus de 330 000 personnes et laissé dans la nudité des millions d’autres. Où était Dieu, à ce moment-là ? Où était-il, le Dieu Amour ?

Tous les jours, il est vrai, il y a les miracles du soleil, du vent, de la lumière, de la musique, des enfants qui rient, de l'univers qui révèle soudain un de ses secrets, des rêves qui tout d’un coup se réalisent; il y a le miracle de l'eau qui coule, des étoiles qui naissent, des fleurs qui sourient, des cœurs qui s'embrassent, des corps qui s'enlacent, du pain qui goûte bon, des herbes qui se balancent dans la brise; tous les jours il y a le miracle de la vie, et jamais aux nouvelles du soir à la télé on va vous dire: « On voit bien, Dieu est là ! »...

Dieu existe ou n'existe pas. S'il existe, il devrait être tout-puissant. C'est ce qu'on a toujours dit. Et s'il est tout-puissant, il ne devrait pas permettre le mal. Or le monde n'est pas seulement plein de rires d'enfants… Il est également plein d'enfants qui meurent de faim et de mille autres horreurs. Mais Dieu ne fait rien pour arrêter ça. Or, un Dieu qui ne prend pas soin des petits enfants et ne bloque pas tous les bogues qui attaquent la planète, n’est pas un Dieu. Un vrai Dieu devrait avoir tous les ouragans et les tsunamis dans sa mire et disposer d’un bon truc, genre bouclier antimissile, pour les mettre en pièces avant qu’ils ne tombent sur la tête des pauvres gens. Mais Dieu, paraît-il, n’est pas comme ça. Le monde s’écroulerait qu’il ne bougerait pas. Alors, à quoi ça sert d’avoir un Dieu ?…

Il y eut un homme appelé Jésus. On a dit de lui: « Ça, c'est vraiment Dieu en chair et en os ! » Était-il tout-puissant ?... On a bien essayé de le montrer ainsi, mais jamais on a réussi à cacher qu'il n’était, finalement, qu’un pauvre homme, incapable même de se défendre alors qu’il était condamné de la façon la plus injuste à la mort atroce qui devait en finir avec lui. Pas très puissant le type... Malgré cela, aujourd’hui encore, après 2000 ans, des gens qui ne sont pas tous complètement fous, s'acharnent à dire de ce Jésus: « Ce gars-là, c'est vraiment Dieu avec nous ! » 

Pourtant Jésus n’avait rien d’un Tarzan ou d’un Einstein. Il ne savait rien des quarks ni n’avait vu dans toute sa vie une seule brosse à dents. Il n’avait jamais fait la guerre, et il n’était pas curé. On dit seulement qu’il savait raboter le bois, qu’il était né dans une étable et est mort sur une croix. On sait qu’il était bon, ouvert, très libre, libre penseur même. Il aimait bien son peuple, ses traditions, ses croyances, ses rêves de paix et de grandeur, mais n’était marié à rien de cela. Il ne se conformait pas à ce qui était établi, même pas à ce qu’on croyait avoir été gravé dans le roc par Dieu lui-même. Il disait et faisait des choses étonnantes.

Toutefois, ce qui étonnait le plus, ce n’est pas qu’il ait rendu la vue à des aveugles, mais d’avoir tenté d’ouvrir les yeux du monde sur des choses qu’il n’était pas bien vu de savoir. Ce n’est pas d’avoir fait parler les muets, mais d’avoir osé dire des choses neuves sur Dieu, sur la religion, la morale, les gouvernants, l’économie, les riches, les pauvres, les femmes, les marginaux, les délinquants, les experts en Bible, bref un peu sur tout, sans répéter comme un perroquet ce qui depuis des siècles était enseigné sur ces questions. Le plus étonnant ce n’est pas qu’il ait ouvert les oreilles à des sourds, mais d’avoir fait entendre des choses qu’on ne voulait pas entendre. Ce n’est pas d’avoir guéri des lépreux, mais de les avoir aimés, d’avoir pris la défense des filles de joie, d’avoir mangé avec des escrocs, d’avoir fréquenté des délinquants et des impurs.

La Loi sainte de son peuple était le cœur de sa vie, et cependant, (ô crime entre tous les crimes !) il n’avait pas peur de la relativiser dès le moment où il voyait que de simples gens étaient écrasés par elle. Il n’était pas contre la richesse et le plaisir, mais il aurait voulu que tout le monde en ait sa part. Et comme la richesse qui s’étalait sous ses yeux avait été accumulée en arrachant la laine sur le dos des petits, il n’avait pour elle que du dégoût. Pour le Temple, puissant symbole de l’unité de sa nation, il avait le plus grand respect, mais depuis qu’une caste l’avait confisqué pour asseoir son pouvoir et promouvoir ses intérêts, il était sûr que tôt ou tard il serait fermé, vendu, incendié ou démoli.

Dans un milieu où les femmes n’étaient qu’un appendice des mâles, condamnées à passer leur vie dans l’ombre, il n’a pas craint d’en joindre plusieurs à son groupe de disciples et de se montrer partout au grand soleil avec elles.

Des groupes qui n’en pouvaient plus de la domination étrangère dans leur pays et cherchaient à s’en débarrasser par n’importe quels moyens voulurent le faire roi par la force. Lui il voulait une royauté qui ne s’établirait pas sur n’importe quels moyens. Il ne croyait pas qu’on puisse créer un monde de justice et de liberté par le fanatisme et la rage dans le cœur. Il ne croyait pas qu’il faille haïr et tuer pour donner la vie, mais tout le contraire. Il s’est donc désisté.

Il a eu ses moments de succès, ses heures de popularité, mais dès qu’on a senti la soupe chaude, on l’a lâché. Il a échoué. On l’a tué, et il est mort en pardonnant. Et c’est en le voyant mourir dans la plus profonde détresse qu’un païen armé jusqu’aux dents, qui était là au pied du gibet, s’est écrié : « Celui-là était vraiment le fils de Dieu ! »

Était-il Dieu ? … Admettons qu’il l’ait été, cela veut dire que Dieu, à travers Jésus, nous montre comment il agit avec les humains sur la terre des ouragans et des tsunamis. Sa méthode n’est pas celle du Créateur Tout - Puissant. Il ne veut pas faire étalage de puissance. Il n’aime pas ça. Il n’aime pas impressionner, car ce qui impressionne risque d’aveugler, d’aliéner. D’empêcher les humains d’être ce qu’ils sont, c’est-à-dire des êtres capables de liberté, capables de faire des choix, capables de faire des millions de choses par eux-mêmes, capables de créer, capables d’inventer, capables de marcher sur leurs jambes, capables de se rendre responsables de leur destin, capables d’aimer.  

C’est le fait des idoles d’empêcher les humains d’assumer leur vie. Dieu n’a pas voulu faire comme les idoles. Il n’est pas une idole. Il est…humain… Dès le début de sa carrière Jésus, au désert, a été tenté de prendre ce raccourci des idoles : puissance du pouvoir et de la richesse, puissance de l’ésotérisme et de la magie, puissance de la publicité, de la popularité et des rituels pompeux. Il eut à choisir entre mystifier et emberlificoter le monde ou prendre humblement le chemin des humains. Il a opté pour le chemin des humains.  

Dieu ne prend pas la défense des innocents ? Jésus l’a fait, et on l’a tué.  

L’indifférence envers les innocents fait chaque jour plus de victimes que bien des tsunamis... Si on avait un peu plus de cœur tous les jours, et non seulement au moment des catastrophes, il y aurait longtemps qu’on aurait inventé ce qu’il faut pour protéger des colères de la mer (et de bien d’autres colères) les populations les plus exposées.  

Dans quelques années, des millions de personnes perdront tout parce que les eaux des océans auront monté de 50 centimètres à trois, quatre ou même sept mètres, en particulier à cause des gaz à effets de serre. On a dans les mains le pouvoir de renverser cela. Des gens s’y efforcent, mais ils ne sont pas légion. Alors, un bon jour, la catastrophe viendra, et puis, comme d’habitude, il s’en trouvera pour dire encore: « Dieu n’existe pas ». Ou bien : « À quoi ça sert d’avoir un Dieu ? » Ou bien : « C’est Dieu qui nous punit »…  

Bienheureux vous qui n’êtes pas atteints de la folie furieuse de la consommation, production, compétition, consommation… et qui aimez les oiseaux, et aussi les humains issus de la même souche et pétris de la même boue que vous. Le royaume de la vie est à vous. 

Eloy Roy

 

The tsunamis and God

 

In recent years, two gigantic tsunami wolfed down the life of more than 330,000 persons and left in nudity millions of others. Where was God at that moment? Where was he, the Love God?

Every day, it is true, there are the miracles of the sun, the wind, the light, the music, the children who smile, the universe that reveals suddenly one of its secrets, dreams that all of a sudden come true; there is the miracle of water that flows, the stars that are born, the flowers that smile, the hearts that kiss one another, the bodies that embrace, the bread that tastes good, the grass that sway in the breeze; everyday there is the miracle of life, and never will the TV daily news say: “ It’s obvious, God is there!”…

God exists or not. If he exists, he should be almighty. That’s what we always have said. And if he is almighty, he should not allow evil. Now, the world is not full of children’s laughs only…It is also full of children who die from hunger and of thousands of other horrors. But God does not do anything to stop that. But then, a God who does not take care of the small children and does not block all the bugs that attack the planet is not a God.

A real God should have all the hurricanes and all the tsunamis in his vision range and have at its disposal a good gadget, something like an anti-missile shield, to smash them to pieces before they fall upon the heads of the poor people. But God, it seems, is not like that. The world would collapse and he would not bulge. In that case, what would be the point of having a God? ...

There was a man called Jesus and here is what was said about him: “This is really God in the flesh!” Was he almighty? ... Many tried to show him as such, but finally never succeeded in hiding the fact that he was a poor man, incapable even of defending himself while he was being condemned in the most unjust way possible to gruesome death that would achieve him.  Not very powerful our guy, indeed… In spite of that, still nowadays, after 2,000 years, people who are not totally fools continue to say relentlessly about that Jesus: “That fellow is really God with us!”

Yet Jesus had nothing of a Tarzan or of an Einstein. He did not know a thing about quarks neither had he seen a single toothbrush in his whole life. He never had gone to war and he was not a parish priest. We are told that he knew how to plane wood, that he was born in a stable and that he died on a cross. What is known is that he was a good person, open- minded, free, even a free-thinker. He loved also his people, its traditions, its beliefs, its dreams of peace and greatness, but he was not wedded to any of that. He did not conform to what was established, not even to what was thought to have been engraved in the stone by God himself. He would say and perform stunning things.

However, what surprised the most was not that he had given back sight to blind people, but to have tried to open the eyes of the world on things that it was better not to know about. It is not the fact that he had given back to the mute the power to speak, but to have been bold enough to say something new about God, about religion, about morality, about the ruling classes, about the economy, the rich, the poor, about women, the marginalized, the delinquents, about the biblical experts, in short, a little about everything, without repeating like a parrot what had been taught about those questions for centuries. What is most astonishing is not that he has opened the ears of the deaf, but to have had people to hear things that we did not want to hear. It is not the fact of having cured lepers, but of have loved them, of having taken the defense of the prostitutes, of having eaten with crooks, of having associated with delinquents and unclean people.

The holy Law of his people was at the heart of his life, and yet, (oh, what a crime!) he was not afraid of keeping it in perspective the moment he would discover that simple people were being crushed by it. He was not against riches or pleasure, but he would have wanted that everybody could have their share of it. And since the riches that were splashed in front of their eyes had been amassed by taking the shirt off the back of the poor, he had for it only aversion.  As for the Temple, powerful symbol of the unity of the nation, he had the greatest respect, but since a caste had confiscated it to establish its power and to promote its interests, he was sure that sooner or later it would close down, be sold, burn down or be demolished.

In a context where women were only an appendix to the males, condemned to spend their life in the shadows, he was not afraid to add many of them to his team of disciples and to show himself everywhere under the sun in their company.

Some groups of people who could not take the foreign domination in their country anymore and who were trying to get rid of it by any means wanted to make him king through force. He wanted a kingdom that would not be established by any means. He did not believe that it was possible to create a world of justice and of freedom through fanaticism and rage in one’s heart. He did not believe that one had to hate and to kill to give life, but quite the opposite. And so, he withdrew.

He had his moments of success, his hours of popularity, but as soon as it was felt that things were beginning to turn nasty, he was abandoned. He failed. He was killed and he died while forgiving. And it is seeing him dying in dire distress that a pagan armed to the teeth and who was at the foot of the cross shouted: « Truly this was the Son of God! »

Was he God? ... Let us admit it that he was; this would mean that God through Jesus shows us how he acts with human beings on the earth of hurricanes and tsunamis. His method is not that of the Almighty Creator. He does not want to show off his power. He does not like that. He does not like to impress because what impresses runs the risk of blinding, of alienating, of preventing humans of being who they are, that is, beings capable of freedom, of making choices, capable of doing millions of things by themselves, capable of creating, of inventing, of walking on their two legs, capable of being responsible for their destiny, capable of loving.

It is the proper of idols of preventing human beings of assuming their life. God did not want to do like the idols. He is not an idol. He is…human… At the very beginning of his career, Jesus, in the desert, was tempted to take that short-cut of the idols: the potency of power and of riches, the potency of esotericism and of magic, the potency of publicity, of popularity and of pompous rituals. He had to choose between mystifying and sweet-talking the people or humbly take the road of the humans. He opted for the path of the humans.

God does not take the defense of innocents? Jesus did it, and he was killed. Every day, the indifference towards the innocents makes more victims than many tsunamis…

If we had a little more heart on a daily basis, and not only at the time of catastrophes, it would have been a long time since we would have invented what is needed to protect the most exposed populations from the angers of the sea (and of many other angers).

In a few years, millions of people will lose everything because the waters of the oceans will have risen by 50 centimeters, and this due in particular to the gazes of greenhouse effect. We have in our hands the capacity to reverse that. Some people are trying to do just that, but they are not many. And so, some day, the catastrophe will come, and then, as usual, there will be some individuals who will say once more: « God does not exist ». Or much better, « What’s the use to have a God? » Or worse, «It is God who is punishing us »…

Happy are you who are not affected by the sheer madness of consumerism, productivity, competition… and who love birds, and also the human beings springing from the same stock and kneaded with the same mud as you. The kingdom of life is yours.                                                                                               

Eloy Roy

 Translated from the French by Jacques Bourdages