¿Rezar por las vocaciones?
Hola, amigas, amigos:
Yo no rezo por las vocaciones. No al menos en el sentido
habitual del término "rezar" y del término "vocaciones".
¿Qué se entiende en general por "rezar"? Se entiende pedir
a Dios, como si Dios necesitara ser informado de nuestra
necesidad; pedir a Dios, como si su dar dependiera de
nuestro pedir insistente; pedir a Dios, como si Dios
fuera un pequeño señor que gusta de hacerse rogar para
así crecer.
Así solemos pedir entre los humanos: un niño pide chuches a
su madre, un súbdito pide permiso al patrón, un mendigo
pide limosna al que pasa. Pero a Dios no le podemos
pedir así.
De modo que yo no "rezo" por las vocaciones. Y no sólo
porque pienso que, por muy humano que sea pedir, no
necesitamos pedir nada a Dios
-El
se da enteramente, El es puro don, y orar es recibirlo y
ofrecerlo a los demás-,
sino también porque considero que la Iglesia no necesita
"vocaciones" en el sentido habitual del término.
Es que, al decir "vocaciones", la inmensa mayoría de los
cristianos católicos piensa en sacerdotes, monjas,
religiosos..., gente que posee un estatus especial y un
rango superior en la Iglesia. Si no, mírese de qué se
habla en
www.vocacion.org.
O léase la definición de "vocación" en el Diccionario de la
Real Academia de la Lengua Española, fiel reflejo de la
enseñanza tradicional y de la praxis mayoritaria de la
Iglesia: "Inspiración con que Dios llama a algún estado,
especialmente al de religión".
No es, pues, casual que se ponga la jornada de oración por
las vocaciones en el "domingo del buen pastor". Se sigue
pensando en una Iglesia de ovejas y pastores. La Iglesia
necesita ovejas, y las ovejas necesitan pastores.
Benedicto XVI se encargó de dejarlo muy claro en su
homilía:
"Todos
los bautizados están llamados a contribuir en la obra de
la salvación. Ahora bien, en la Iglesia hay algunas
vocaciones especialmente dedicadas al servicio de la
comunión. El primer responsable de la comunión católica
es el Papa, sucesor de Pedro y obispo de Roma; con él
son también custodios y maestros de unidad los obispos,
sucesores de los apóstoles, ayudados por los
presbíteros. Pero también están al servicio de la
comunión las personas consagradas y todos los fieles".
"Todos los fieles" también, por supuesto, pero
al final y en montón. Los que no tienen vocación
especial que reseñar son simplemente "fieles", o
"laicos", y son los de abajo, son los últimos, no son
nadie. O son ovejas. Y conviene que sean muchas, para
que así clérigos y religiosos sigan teniendo una tarea
"sagrada", un "estado" especial, un rango superior. Para
que los sacerdotes sean pastores del rebaño y los
religiosos, "consagrados a Dios" por sus votos, sean sus
modelos.
Pues bien, yo no quiero una iglesia de ovejas y
pastores. Jesús no la quiso. Yo no quiero vocaciones
para seguir manteniendo una Iglesia de clérigos pastores
y de laicos pastoreados, ni una iglesia de "religiosos"
dedicados a Dios y "seglares" dedicados al mundo.
De modo que, si hubiera que pedir, pediría que
no hubiese tales vocaciones que dividen la Iglesia en
tres, que separan a Dios del mundo y segregan a los
clérigos de la masa de los "laicos" y a los religiosos
del montón de los "seculares".
Pienso que a Jesús no le gustaría hoy pedir a
Dios vocaciones de pastor. ¿Pero acaso no habló Jesús de
ovejas y pastores? Seguramente lo hizo.
Jesús
era albañil, pero Nazaret era una pobre aldea campesina,
situada en una ladera a veces verde y a veces reseca, y
la estampa del pastor que cuida unas pocas ovejas le era
tan familiar como la del sembrador que siembra a voleo,
y todo le sugería parábolas de la vida, parábolas de
Dios.
Y Jesús sabía que la oveja es un animal gregario y que a
donde va la primera siguen las demás y que, en cualquier
caso, no tienen más remedio que someterse a la vara o al
perro del pastor. Y sabía también que todo pastor, por
bueno que sea, vive de sus ovejas y tarde o temprano las
sacrifica.
Sí, pero por eso mismo tantas veces corrigió la imagen,
diciendo que sólo es buen pastor el que da la vida, no
el que la quita, y diciendo también: "No llaméis a
nadie padre (¡cuánto menos "papa"!), no
llaméis a nadie señor (ni "monseñor"), no llaméis
a nadie maestro. Todos vosotros sois hermanos" (Mt
23). No sois ovejas, no necesitáis pastores. Sólo Dios
es pastor, pero muy diferente de los pastores.
Pienso, pues, que la iglesia católica romana debiera
superar de una vez el concepto clerical o
gregario-pastoril de iglesia y de vocación, y haría bien
en suprimir la Jornada de oración por las vocaciones o,
cuando menos, trasladarla al domingo de las
Bienaventuranzas o al de la mujer samaritana, para
celebrar la secreta llamada que atrae e impulsa a todos
las personas y a todos los seres: la mujer interina que
no tiene otra cosa, la que vende periódicos cada mañana
para sacar adelante a sus pequeños, el maestro que
enseña y ayuda a crecer, la flautista que hace hablar al
Indecible, el bombero, la médico, la catequista, el
párroco, el monje del monasterio, la monja misionera, el
mirlo que canta, el haya que verdea al sol bajo el cielo
azul...
Pienso que las Congregaciones Religiosas debieran dejar de
gastar tantas energías
-de
gastarlas inútilmente o de gastarlas mal-, y debieran dedicar sus "agentes liberados" y sus
mejores equipos no a buscar y atraer "vocaciones" para
sobrevivir
-¿no resulta patético?-,
sino a algo más estimulante: a dar aliento y consuelo a
las gentes allí donde están y como son, a enseñarles no
solamente a ser lo que elijan sino también a elegir lo
que son, a ayudarles a vivir lo que viven y hacen como
vocación santa de Dios, a animarles
-como
dice Jesús-
a "entrar y salir por la puerta", a entrar para
sentirse seguros y salir para ser libres.
¿Y qué hago entonces yo, "religioso
franciscano" y además "sacerdote"? Me lo he preguntado
muchas veces. Cuando "profesé los votos" y "fui
ordenado", a mis 26 años, yo tenía todavía los esquemas
eclesiales del pasado (a pesar de que ya corría el año
1978 y habían pasado tantas cosas). Diez años más tarde,
mis esquemas habían sufrido (más bien gozado, aunque no
sin sufrir) una profunda transformación.
¿Por qué sigo, pues, siendo "religioso
franciscano" y "sacerdote"? No tengo ninguna razón
contundente, y tengo algunas razones ambiguas para
seguir siendo lo que soy, estando donde estoy, haciendo
lo que hago. Cuando celebro la eucaristía con casulla
desde lo alto del altar mayor, cuando comparto la vida
con 34 frailes
-de
virtudes y defectos muy normales casi todos, de
extraordinaria calidad humana unos pocos: más o menos
como en todas partes-, cuando miro el convento-santuario en
que vivo con 34 varones, me siento una extraña reliquia
de tiempos remotos.
Pero aquí me ha conducido mi historia, y no
tengo otra, ni sé cuál hubiera podido ser. Y amo mi
presente con sus luces y sus dudas, y no reniego de nada
del pasado, pues forma parte del presente que soy y
quiero amar. Ciertamente, no me reconozco en la
definición que la teología y el Derecho Canónico siguen
ofreciendo del "sacerdocio" y de la "vida religiosa" y
de sus "votos", pero ahora mismo no me parece lo más
importante. Soy en gran parte una forma caduca, pero en
ella puedo vivir
-en parte, no del todo-
lo que realmente me gusta y me llena por dentro. Yo en
esta forma, cada uno en la suya.
De modo que tampoco tengo razones importantes
para colgar los hábitos y cambiar de rumbo, porque
quiero seguir viviendo
-vivir
más-
aquello que vivo y me hace vivir, y creo que puedo
vivirlo estando donde estoy y siendo lo que soy: hermano
de mis buenos hermanos de fraternidad, amigo de mis
buenas amigas y amigos, mediocre profesor de
teología, y hasta "sacerdote" y "franciscano" con tres
votos y muchas contradicciones. Quiero asumir en paz
todas mis contradicciones y seguir caminando libre, y
estar abierto. Allí donde esté, quiero poder decir:
"Dios es mi pastor, nada me falta. Me conduce hacia
fuentes tranquilas, y repara mis fuerzas".
Y donde digo "Dios", ponga cada uno el nombre
que quiera, o no ponga ninguno. Más allá de todos los
nombres, Dios lo llena todo, y todo lo ensancha. Dios es
intimidad y anchura. Quiero respirar a Dios e infundir
algo de su aliento. Quiero inspirar y espirar el
Espíritu de Dios que, como escribía san Justino en el
siglo II,
"es
la alegría de Dios y el adorno de las criaturas".
Quiero decir, como Francisco de Asís: "Mi
claustro es el mundo". Quiero seguir a Jesús aunque sea
a enorme distancia. Quiero pronunciar con mis palabras y
ojalá también con mi vida algo de sus Bienaventuranzas.
Quiero vivir en la Gran Comunión y aportar un granito de
trigo y un granito de uva para la inmensa comunión
divina de todos los seres. Y me alegra pensar e incluso
sentir de alguna forma que ésa es la vocación de todos
los seres humanos con religión o sin ella, en una
iglesia u otra. Y la vocación de los animales de la
tierra y de las aves del cielo y de los peces del mar,
en todos los planetas, en todas las galaxias.
Todos los seres son hermosas palabras que Dios
pronuncia. "Dios dijo y existieron". Y a todas
las atrae con su secreta vocación y las va transformando
de forma en forma. Que sigan existiendo, siendo lo que
son, viviendo lo que viven, dejándose llamar y
pronunciar por Dios. Son sacramento de Dios cada una en
su forma.
Amigo, amiga: vive lo que eres y lo que haces como vocación
divina. Vive en la paz de Dios.
José Arregi