A la
vista de las malinterpretaciones paganas, los ataques y las
calumnias, se hicieron necesarias las “apologías” públicas,
escrituras a modo de defensa. En el seno de la iglesia su
influencia fue inmensa. Estos “apologistas”, que escribían
en griego, fueron las primeras figuras literarias del
cristianismo. Demostraron ser los primeros teólogos
cristianos, y dieron a la iglesia católica un impulso hacia
la helenización que todavía sigue siendo tangible en la
formulación de la fe.
Recordaremos al más culto de los apologistas, Justino, que
nació en Palestina y después trabajó públicamente en Roma
(fue ejecutado en 165). Sabía dejar en evidencia el
politeísmo pagano, los mitos, y defender a filósofos como
Heráclito y Sócrates como “cristianos antes de Cristo”.
En la
primera mitad del siglo III, el alejandrino Orígenes, el
único genio auténtico entre los padres griegos de la
iglesia, de extensa educación y formidable creatividad, se
convirtió en el creador de la teología como ciencia; le
guiaba la pasión por conseguir una reconciliación definitiva
entre el cristianismo y el mundo griego, la trascendencia y
la abolición de la cultura griega en el cristianismo.
El
cristianismo se representaba como la más perfecta de las
religiones: la encarnación de Dios, conducente en último
término a la divinización de los seres humanos.
Los
efectos negativos de esta helenización de la predicación
cristiana fueron evidentes.
En el
cristianismo helenista los argumentos se centraban cada vez
menos en ser discípulo de Cristo de un modo práctico y cada
vez más en la aceptación de una enseñanza revelada: sobre
Dios y Jesucristo, sobre Dios y el mundo.
Y la
nueva cristología del Logos forzó progresivamente a situar
al Jesús histórico en segundo plano en favor de una doctrina
y finalmente a favor del dogma eclesiástico de la
“encarnación de Dios”.
Mientras que en el judaísmo, desde los tiempos de Jesús
hasta el presente, ha habido controversias sobre la correcta
puesta en práctica de la ley, en el cristianismo helenizado
las controversias versaban cada vez más sobre cuál era la
“correcta” u “ortodoxa” verdad de la fe.
La
vida correcta (ortho-pray) era más importante en la vida
cotidiana de las comunidades que la enseñanza correcta (ortho-doxy).
En cualquier caso, esta fue una razón de peso para el
insólito éxito del cristianismo.
Hans Küng
La
Iglesia Católica.
Mondadori.
Extracto páginas 51-58