EVANGELIZACIÓN Y MÚSICA:
LA OTRA SINFONÍA DEL NUEVO MUNDO
En el encuentro “Nuevos evangelizadores para la
nueva evangelización” (octubre de 2011) anunció el
Papa la conmemoración del Año de la Fe, coincidiendo
con el 50 aniversario de la inauguración del
Concilio Vaticano II. En una de las Indicaciones de
la Carta Apostólica Porta fidei para su celebración,
se apunta que la fe “se convierte en un nuevo
criterio de pensamiento y acción que cambia toda la
vida del hombre”. Pero la pregunta surge de
inmediato: ¿a qué fe se está refiriendo el
Pontífice?
Dado que toda fe presupone creer -acción verbal que
debe remitir mucho más a la vida que a Dios o a la
religión- precisa entenderse a modo de forma de
existir, de vivir creyendo, como sugiere Klaas
Hendrikse en su revolucionaria obra “Creer en un
Dios que no existe: manifiesto de un pastor ateo”.
La barca de Pedro sigue varada aún en muchos
aspectos en la Edad Media y en la nebulosa de que
“el reino de Dios no es de este mundo”. Su
permanente “sostenella y no enmendalla” en temas
trascendentales para el hombre, la hace hoy
acreedora de la condena de Confucio: “Quien comete
un error y no lo corrige comete otro mayor”.
Aunque también es cierto que en estos últimos
tiempos no han faltado intentos de hacer virar hacia
tierra firme. Pero desgraciadamente el Vaticano II
puede considerarse ya un golpe de timón no errado
mas sí fracasado.
Entonces, ¿qué nuevos evangelizadores y qué nueva
evangelización cabe esperar? El paradigma lo
podríamos encontrar en la Música, que tan vecina es
por otra parte de la Espiritualidad. Curiosamente la
encontramos presente en el mencionado encuentro con
la participación del gran tenor italiano Andrea
Bocelli, cantando un bellísimo “Ave María” de
Schubert.
Martín Lutero dijo de la música que “gobierna el
mundo, endulza las costumbres, consuela al hombre en
la aflicción. Es hija del cielo. Es el más bello y
el más glorioso don de Dios. Es una disciplina; es
una educadora; hace a las gentes más dulces, más
amables, más morales, más razonables".
Una visión la suya que presenta la espiritualidad y
la música como fenómenos universales de la Humanidad
y de humanidad, capaces de mostrarnos a un Dios que
nos insta a una respuesta prioritariamente desde el
sentir y el actuar.
Ya el ser humano percibió en su temprano despertar
los sonidos de la flauta de Pan como el más bello
sacramento para honrar la gloria del Creador. Otro
antropoide -éste del siglo XX y un poco más
ilustrado, llamado Einstein y que tocaba el violín
con apasionamiento en veladas musicales- sentó su
posición al respecto cuando afirmó lo siguiente:
“Sentir que detrás de cualquier cosa que pudiera ser
experimentada existe algo que nuestra mente no puede
captar, y cuya belleza y sublimidad nos alcanza
indirectamente y como un débil reflejo, eso es
religiosidad”.
Y es probable que haya llegado el momento de
preguntarse si no será la Espiritualidad una más de
las cuatro fuerzas fundamentales del universo, o la
Teoría del Todo. Es decir, Dios y sus criaturas
fundidos en la misma Realidad.
La Buena Nueva -música sublime para los oídos del
espíritu- tiene también como ésta un desarrollo
evolutivo: infancia, adolescencia, juventud y
madurez. Etapas que se hacen más extensas a medida
que el tiempo se prolonga, y que cada una es en sí
mima plena: «No he usado ninguna de las melodías de
los nativos americanos”, explicó Dvorak en su
Sinfonía del Nuevo Mundo. “Simplemente he escrito
temas originales que incorporan las peculiaridades
de la música india y, usando estos temas, los he
desarrollado con todos los recursos de los ritmos
modernos, contrapunto y color orquestal”. Leonard
Bernstein lo simplificó manifestando que esta obra
era multirracial en sus bases.
Toda composición digna de sustentarse en los
trípodes del foso, lo mismo que cualquier puesta en
escena de una obra musical, significa interpretación
del original. Y cuando esta obra versa sobre el
hecho religioso, la perspectiva holográfica de la
espiritualidad y de la música no puede ser ninguna
excepción.
Cuando Mozart consiguió liberarse de la tiranía del
príncipe arzobispo Von Colloredo, logró lo mejor de
sí mismo dando rienda suelta a su acusada
sensibilidad, sin ataduras formales que constriñeran
su talento. La espiritualidad, como la música,
primero es espiritualidad y luego se manifiesta en
florituras nacionalistas: por ejemplo, la apostólica
romana. Una dimensión espacio-temporal vinculada a
una cultural, cuyo mayor error ha sido declararla
única verdadera de la Espiritualidad Universal.
Todo discurso musical, diferente según los distintos
movimientos del Arte, comporta una intencionalidad:
retórico discursiva, por ejemplo, en el Barroco. En
el Modernismo, en cambio, este discurso se abre a
una variación de tendencias donde caben no sólo
todas las anteriores sino también a cuantas puedan
presentarse en el futuro.
La espiritualidad, en cambio, quedó congelada en
rígidas monodias horizontales del medievo –el canto
llano- sin apenas galerías abiertas a texturas
polifónicas, ricas en matices y sonoridades por las
que hasta la pitagórica música de las esferas -la
del universo entero- pudiera discurrir.
Estos son los patrones en los que “los nuevos
evangelizadores” y “la nueva evangelización”
debieran moverse, con objeto de que el mensaje de la
Buena Nueva fuera escuchada y aceptada por una
sociedad a la que nada dicen ya tonadillas de
antaño. Esta puede ser la otra Sinfonía del Nuevo
Mundo que las generaciones del siglo XXI anhelan
escuchar y que este viejo mundo con tanta premura
necesita.
Vicente Martínez