LECTURAS
Domingo 13 del
tiempo ordinario
LIBRO DE LA SABIDURÍA, 1,13 a 2,25
No fue Dios
quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los
vivientes; él todo lo creó para que subsistiera… Pero los
impíos... se dicen discurriendo desacertadamente: corta es y
triste nuestra vida; no hay remedio en la muerte del hombre
ni se sabe de nadie que haya vuelto del Hades... Venid,
pues, y disfrutemos de los bienes presentes, gocemos de las
criaturas con el ardor de la juventud…. Oprimamos al justo
pobre, no perdonemos a la viuda, no respetemos las canas
llenas de años del anciano… Así discurren, pero se
equivocan; les ciega su maldad; no conocen los secretos de
Dios, no esperan recompensa por la santidad ni creen en el
premio de las almas intachables. Porque Dios creó al hombre
para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma
naturaleza…
Es el último de los “libros Sapienciales” y el último de los
escritos del Antiguo Testamento, escrito quizá a principios
del siglo primero. Algunos autores llegan a pensar que es
contemporáneo de Jesús. No está incluido en el canon hebreo.
La Iglesia lo ha tenido siempre en mucho aprecio, y se lee
frecuentemente en la Eucaristía.
Como todos los libros sapienciales, “sabiduría” es saber
vivir, aplicar la Palabra de Dios a la vida, obrar
sensatamente según la voluntad de Dios. El texto que hoy
leemos es magnífico, y nos ofrece una doble reflexión:
-
· Dios
no quiere la muerte, sino la vida, para eso lo ha creado
todo;
-
· se
engañan los impíos al pensar que todo acaba aquí y por
tanto lo único que importa es disfrutar.
Me llama la atención la palabra “impíos”, sobre todo
aplicándola a nosotros hoy. Entiendo por “nosotros” a la
sociedad del primer mundo, de occidente, del Norte o como se
quiera llamar, que se dice (nos decimos) seguidores de
Jesús, pero que sentimos la muerte como el desastre
definitivo y aspiramos ante todo ante la felicidad efímera
del consumo. Es decir, impíos.
Son temas que por una parte nos llenan de esperanza y de
vergüenza y, por otra, animan a una vida regida por los
criterios de Jesús, dirigida a la Vida Definitiva.
2 CORINTIOS 8, 7-15
Y del mismo
modo que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en ciencia,
en todo interés y en la caridad que os hemos comunicado,
sobresalid también en esta generosidad. No es una orden;
sólo quiero, mediante el interés por los demás, probar la
sinceridad de vuestra caridad. Pues conocéis la generosidad
de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por
vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su
pobreza.
No se trata
de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces, se trata de
nivelar. En el momento actual nuestra abundancia remedia la
falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos
remediará vuestra falta; así habrá nivelación.
Es lo que
dice la Escritura: “Al que recogía mucho, no le sobraba; y
al que recogía poco no le faltaba”.
Pablo ha organizado una colecta a favor de los hermanos de
Jerusalén, que están pasando penurias económicas. En estas
líneas, exhorta a los hermanos de Corinto a que sean
generosos.
El tema no tiene relación directa con los otros dos textos,
pero en el contexto de nuestra sociedad actual de occidente
surge una conexión sorprendente: el ideal de vida de buena
parte de nuestra sociedad, que se manifiesta en la juventud
de manera estrepitosa pero reside en todas las edades,
muestra la conexión profunda de las actitudes: poner la meta
de la vida en disfrutar de lo inmediato y desinteresarse de
los problemas ajenos.
La palabra “nivelar” se queda corta. Jesús hablará de sentir
como propios los problemas de los demás. Y en las primeras
comunidades “nadie consideraba como propios a sus bienes”
sino que los ponían a disposición de la comunidad de manera
que “no había entre ellos ningún indigente”.
José
Enrique Galarreta, S.J.