Es
del todo justo y obligado que te agradezcamos de
corazón, Padre Dios,
el
ser y la vida que nos has dado y toda la
creación que nos acompaña.
Pero no acabamos de creernos que al recibir
estos regalos tuyos
hemos contraído contigo una grave
responsabilidad.
Porque la tierra es frágil y no podemos seguir
destruyéndotela.
Porque has dejado, Señor, a nuestro cargo a los
hermanos más indefensos
y
tenemos que cuidarlos y compartir con ellos los
bienes que disfrutamos.
No
podemos cruzarnos de brazos en nuestro rincón y
quedarnos contentos
diciendo que cumplimos todos los mandamientos,
los
de Moisés, los de la Iglesia y los de la
sociedad civilizada que vivimos.
El
reto y el compromiso es mucho mayor, Señor,
porque entre todos y para todos
hemos de hacer un mundo justo y solidario.
No
podemos permitirnos por más tiempo que haya
tanto mal en el mundo,
que
no es ningún misterio, que no es culpa tuya sino
sólo nuestra,
fruto directo de nuestra ambición, nuestros
egoísmos y nuestra pasividad.
Pero gracias, Padre bueno, por darnos la
oportunidad cada día
de
intentar ser más humanos y tratar de vivir la
fraternidad universal.
Agradecidos, cantamos en tu honor este himno de
bendición.
Santo, santo…
Te agradecemos ahora, Padre y Dios nuestro, de
modo muy especial,
la vida y la palabra de Jesús de Nazaret, que
son nuestro norte y guía.
No queremos caer en la tristeza que invadió el
corazón del joven rico.
Pero no querríamos engañarnos con promesas
irreales y propósitos vacíos.
Nos hemos propuesto, con toda humildad, Señor,
seguir a Jesús,
ayudar y cooperar en cuanto esté en nuestra mano
por la implantación de tu Reino y tu proyecto de
humanidad.
Jesús nos enseñó que la auténtica felicidad se
encuentra dándose,
como él se dio. Y nos pidió que no olvidáramos
su testimonio de vida,
que
le recordáramos cuando nos reuniéramos en su
nombre.
El mismo Jesús, la noche en que iban a
entregarlo, cogió un pan,
te dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa,
diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi
sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria
mía».
Estos gestos y palabras han sido expresión y
recuerdo, signo y sacramento,
de
la vida y el amor de Jesús, su tránsito por la
muerte
y
su permanencia en Ti, en la Vida.
Jesús nos invita a seguirle, a dejar atrás
nuestro apego al dinero,
a
descubrir las verdaderas riquezas que has puesto
a nuestro alcance.
Necesitamos, Señor, tu sabiduría para apreciar
lo que es realmente valioso.
Danos discernimiento para no codiciar lo que no
nos conviene,
para no dejarnos engañar ni por otros ni por
nosotros mismos.
Necesitamos tu empuje, tu Espíritu de amor,
Padre santo,
para saber renunciar a lujos y comodidades que
otros están lejos de tener,
y
hacer que nos sobre algo más para repartirlo con
ellos.
No
podemos seguir siendo insensibles ante el
sufrimiento de los hermanos.
Convierte nuestro corazón, haznos más humanos,
que
a pesar de tanta mala noticia que nos llega,
volvamos a conmovernos
y a
sentir como propias las tragedias que nos
rodean.
Siguiendo ahora el modelo de oración que nos
enseñó Jesús,
vamos a bendecir tu nombre, Dios santo y Padre
nuestro,
a
desear que se haga realidad tu plan sobre este
mundo,
te
vamos a prometer nuestra mejor voluntad
para que el pan y el agua se repartan con
equidad entre todos
y
para que sepamos perdonarnos y convivir en paz.
Vamos a pedirte la fuerza de tu espíritu para
luchar cada día
por
hacer el bien y apartar el mal.
AMÉN
Rafael Calvo Beca
PRINCIPIO
Aquí nos tienes, Padre, los mediocres,
los
que tan mal respondemos a tu palabra,
reunidos porque tú nos invitas, porque tú nos
quieres.
Abre tú nuestro corazón para que tu palabra
germine en él
como en buena tierra.
Te
lo pedimos por Jesús, tu hijo, nuestro señor.
OFRENDA
Nuestro pan y nuestro vino, toda nuestra vida,
nuestro trabajo, nuestro dolor, nuestra alegría,
están en tu mesa.
Queremos expresar así nuestro deseo de
entregarte toda nuestra vida.
Por
Jesús, tu hijo, nuestro señor.
DESPEDIDA
Gracias, Padre, por esta Eucaristía.
Gracias porque siempre nos acompañas y nos
alientas.
Gracias, sobre todo, por tu mejor regalo,
por
Jesús, tu hijo, nuestro señor.
ORACIÓN
Sugiero que recitemos juntos “el pregón del
Reino”, las Bienaventuranzas. Son los criterios
de Jesús. Hagámoslo con humildad. Probablemente
no son éstos, de hecho, nuestros criterios. Al
recitarlas, pidamos a Dios que haga nuestro
corazón semejante al de su hijo Jesús.
Dichosos los pobres de espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos
Dichosos los mansos,
porque poseerán la tierra
Dichosos los que lloran,
porque serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de
justicia,
porque quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque alcanzarán misericordia
Dichosos los limpios de corazón,
porque verán a Dios.
Dichosos los que buscan la paz,
porque serán llamados hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la
justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
José Enrique Galarreta