ANÁFORA
Padre santo, es nuestro deber pero al mismo
tiempo nuestro mayor gozo
bendecir tu nombre y manifestarte nuestra
admiración y agradecimiento
por las maravillas de tu Creación y por el amor
que has puesto en tu obra.
De modo especial te agradecemos el cariño con
que nos tratas a nosotros,
los seres humanos, a quienes nos has
privilegiado con dones singulares.
Podemos conocerte y quererte, ser conscientes de
tu presencia en nosotros,
estrechar nuestras manos y vivir felizmente en
una perfecta fraternidad.
Pero tu proyecto de humanidad dista mucho de
nuestra cotidiana realidad.
Aunque nos produce sonrojo reconocer tanto
desperdicio de facultades,
no obstante, tenemos todavía muchas razones para
la esperanza.
Dirige tu mirada, Señor, sobre tantas buenas
madres,
que como María, la madre de Jesús o Isabel, la
madre de Juan,
dedican sus esfuerzos a engendrar, alimentar y
cuidar nuevas vidas.
Y mira también complacido a quienes han dado a
luz proyectos de vida
que han servido a la humanidad para avanzar
hacia un mundo mejor.
Ponemos en Ti, Dios, Padre y Madre, nuestra
alegría y nuestra esperanza.
En tu honor, a tu mayor gloria, cantamos
agradecidos este himno.
Santo, santo…
Te agradecemos muy especialmente, Señor, el
nacimiento de tu hijo Jesús.
Porque con la venida de Jesús al mundo,
la noche se convertiría en aurora y amanecería
una nueva vida.
Pero es día para recordar también agradecidos a
María, su madre,
que lo arropó y alimentó en sus entrañas,
durante un largo adviento,
y preparó con exquisita dedicación y amor su
nacimiento a este mundo.
María comprendió antes y mejor que nadie el
misterio de tu encarnación.
Supo verte en su interior, siendo modelo de
oración y contemplación,
te vio en cuantos la rodearon, a quienes ofreció
siempre cariño y ayuda.
Y te vio sobre todo en su hijo Jesús, tratando
de comprender su misión,
acompañándole en los momentos más duros,
protegiendo a los suyos.
Por todo ello es bendita entre las mujeres,
afortunada como ninguna.
Gracias, Padre Dios, por su magnífico
testimonio, casi sin palabras.
Y gracias una vez más por el mensaje luminoso de
Jesús,
que sumado a su buen hacer, constituye nuestra
guía y modelo de vida.
El Señor Jesús, la noche en que iban a
entregarlo, cogió un pan,
dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa,
diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi
sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria
mía».
Al recordar la entrega total a los hermanos
que plasmó Jesús toda su vida, desde el
nacimiento hasta su muerte,
esperamos, Dios y Padre nuestro, que nos hagas
partícipes de tu espíritu,
el mismo espíritu que guió los pasos de Jesús y
de María,
ese espíritu innovador, que necesitamos para
recrear este mundo.
Nuestras esperanzas se reavivan en estas fechas.
Seguimos expectantes
gestando el alumbramiento de una nueva tierra y
una nueva humanidad.
No queremos caer en derrotismos
porque sabemos que hay mucha buena gente,
repartidos por todo el mundo, creyentes de
cualquier religión o no creyentes,
que haciendo el bien, con sencillez, dan el
mejor testimonio de tu bondad.
Ilumina con tu espíritu a toda nuestra comunidad
eclesial,
renuévanos, haznos nacer de nuevo.
Extiende tu bendición sobre todos los seres
humanos
y sobre cuantos tienen mayor poder y
responsabilidad.
A Ti, Padre de los cielos, que estás en todos
nosotros,
te damos las gracias por Jesús y por María y te
alabamos ahora y siempre.
AMÉN.
Rafael Calvo Beca
PRINCIPIO
A cinco días de Navidad, venimos a tu mesa,
Padre,
para aprender de Jesús, para alimentarnos de su
Palabra.
Prepara tú, Padre, nuestro corazón,
para que celebremos bien, de corazón, el
nacimiento de Jesús.
Por el mismo Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
OFRENDA
Como el pan y como el vino, así fue la vida de
Jesús,
entregada para la vida de todos.
Nuestro pan y nuestro vino ofrecidos en esta
mesa
significan que queremos que nuestra vida sea
así, Padre, como la de Jesús.
Por el mismo Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
DESPEDIDA
Gracias, Padre por la Palabra y por el Pan.
Gracias por esta eucaristía y por tantas y
tantas que nos regalas.
Y gracias por tu mejor regalo, por Jesús, tu
Hijo, nuestro Señor.
PROFESIÓN DE FE de Adviento
Yo creo en un niño pobre
que nació de noche en una
cuadra,
arropado sólo por el amor
de sus padres
y la bondad de la gente más
sencilla.
Yo creo en un hombre sin
importancia
austero, fiel, compasivo y
valiente,
que hablaba con Dios como
con su madre,
que hablaba de Dios como de
su madre,
contando, llanamente,
cuentos sencillos,
y por eso molestó a tanta
gente
que al final lo mataron,
lo mataron los poderosos,
los santos, los sagrados.
Yo creo que está vivo, más
que nadie,
y que en él, mas que en
nadie,
podemos conocer a Dios
y sabemos vivir mejor.
Y doy gracias al Padre
porque Él nos regaló este
Niño
que nos ha cambiado la
vida,
y nos ha dado sentido y
esperanza.
Yo creo en ese niño pobre,
y me gustaría parecerme a
Él.