POETA
ANTE LA CRUZ
(Meditación en Mateo)
MERCEDES MARCOS SÁNCHEZ
Mercedes Marcos es profesora de lengua
en la Facultad de Filología Hispánica
de la Universidad de Salamanca.
ANTE
LA CRUZ
Ante la
cruz me llamas
en tu
agonía.
Ante la
cruz me llamas.
Y he
aquí que tropiezo
con las
palabras.
Porque
si dices ante
¿no me
pides, Señor,
sino que
mire
frente a
frente la cruz
y que la
abrace?
Si te
miro, Señor,
y Tú me
miras,
es un
horno de amor
lo que
en ti veo,
y lo que
veo en mí,
Señor,
no es nada,
nada,
nada, Señor,
sino
silencio.
Un
silencio vacío:
si Tú lo
llenas
se habrá
hecho la luz
en las
tinieblas.
Y si en
la cruz te abrazo
y Tú me
abrazas,
el
silencio, Señor,
es más
palabra.
Ante la
cruz, Señor,
aquí me
tienes,
ante la
cruz, Señor,
pues Tú
lo quieres.
I
GETSEMANÍ
I
SOLEDAD EN GETSEMANÍ
Llegó Jesús con ellos a un huerto llamado Getsemaní y
dijo a sus discípulos:
“Sentaos aquí, mientras yo voy más allá a orar”. Y
llevándose a Pedro
y a los dos hijos del Zebedeo, comenzó a sentir tristeza
y angustia.
(Mt. 26, 36-37)
En la piedra del miedo
se
habían afilado las traiciones
y la
noche de Jerusalén ya no escondía
la
densidad del abandono.
El Maestro lo supo,
y no un
presentimiento, una certeza
comenzó
a golpearle contra la soledad.
Ahora la soledad no era
aquella
extensión dulce donde encontrar al Padre,
ni era
el campo de batalla donde el Hijo
de Dios
fuera tentado como Hijo
de Dios.
La soledad era una fuerza
incontenible: vaciaba de luz
todas
las casas del espíritu, dolía
como el
frío
cuando
hiela la sangre.
La soledad mordiendo
el
corazón del hombre,
la
soledad poniendo al descubierto
al
hombre, solo al hombre.
(La
soledad es una calle larga
que
lleva a la tristeza).
Quiso
salir de la ciudad. Bajo la luna
la
espalda de los que se volvían era un incendio
que le
abrasaba la memoria.
Acaso
fueran
piadosos los olivos con su óleo
de
intimidad donde resuena
la
palabra del Padre.
¡Oh paradoja del ascenso
donde
los pies se hunden
en el
lodo del hombre!
¡Oh paradoja del
conocimiento
donde
todo es maraña de raíces!
Getsemaní no es una zarza
ardiendo,
es la
espesura sin piedad
donde el
hombre está solo,
desnudamente solo, sin asilo,
despojado del hombre,
despojado de Dios.
Getsemaní no es óleo, es
agonía,
es otra
vez un campo de batalla donde el Hijo
del
Hombre ha de enfrentarse
con
todos los demonios del hombre:
el
tedio, la amargura, la angustia, los peldaños
que van
a dar al morir.
Getsemaní no es óleo. Es
agonía:
y en el
centro del huerto queda solo
un
verdadero hombre verdadero
abrazado
al silencio de Dios, pero obediente.
Fiat, Señor, digo hoy contigo,
fiat, Señor, aunque me duela.
II
NO
ERA EL SUEÑO, SEÑOR…
Bajo la
luna llena encanecían los olivos.
La
quietud era sólida y destilaba
un plomo
ardiente que invadía los cuerpos.
El
silencio
se había
vuelto mineral
y en la
sangre aún rompían las palabras
anunciadoras y terribles
que se
habían mezclado con el vino.
Regresó y volvió a encontrarlos dormidos,
pues sus ojos estaban cargados
(Mt. 26, 43)
No era
el sueño, Señor, era el espanto
lo que
subía
río
arriba del alma hasta los ojos:
era el
espanto
de ver
luchar a Dios y no hacer nada.
III
EL
BESO
Entonces todos los discípulos
lo abandonaron y huyeron.
(Mt. 26, 56)
En la
piedra del miedo
se
habían afilado las traiciones
y ahora
iban
subiendo entre las luces,
ensayando
el más
turbio, el más falso
de los
besos.
¿Quién dijo que el amor era un
abrazo?
Este
beso no es beso, es un cuchillo
que
asesina de lejos y empozoña
el
corazón de muchos y lo cubre
de la
callosidad del abandono.
En el
puente del beso se ha cumplido
lo que
dijeron los profetas, pero
Señor te
pido ahora que me quites
esa
suerte de puente y que me dejes
del lado
del amor, en tus orillas.
IV
ORACIÓN PARA NO DORMIR
Pedro lo siguió de lejos
(Mt., 26, 58)
Oh,
Señor, en esta hora
en que
también se confunde
la
distancia con el miedo,
si Tú me
ves que me aparto
de tu
agonía y que duermo
para no
ver al que sufre
ni ver
mi interior desierto,
mírame,
que yo te sigo,
aun como
Pedro de lejos.
Mírame y
en tu mirada
sostenme
para que el fuego
de tanto
amor me despierte
siempre
que me venza el sueño.
II
VÍA DOLOROSA
I
PARA
DECIR LO QUE PASÓ AQUEL VIERNES…
…a Jesús, en cambio, lo hizo azotar
y lo entregó para que fuese crucificado.
(Mt.27,26)
Para
decir lo que pasó aquel viernes
en los
palacios de Jerusalén y en sus afueras
no
bastan las palabras.
Por eso no hay
en las
avenidas del relato
-Mateo,
Marcos, Juan- sino una capa
de
misericordia, un leve
y
condensado recuerdo a los azotes.
Para
decir lo que pasó aquel viernes
en los
palacios de Jerusalén: la sangre,
los
insultos, los golpes, la corona
de
espinas,
los
gritos, la locura, la ira desatada
contra
el más bello y puro de los hombres,
contra
el más inocente…
para
decir lo que pasó aquel viernes
solo
valen las lágrimas.
II
SIMÓN
DE CIRENE SE ENCUENTRA CON LA CRUZ
Al salir encontraron a un hombre de Cirene, llamado
Simón,
y le obligaron a que cargara con la cruz de Jesús.
(Mt. 27, 32)
Pesan
los días y pesan los trabajos
y en las
venas el cansancio es veneno
que
apresura los pasos hacia el dulce
reposo
del hogar;
los pasos hacia el dulce
abrazo
del amor y del sueño.
Ni siquiera
hay
espacio en el alma para el canto
de un
pájaro. Tampoco para el sordo
rumor
que empieza a arder
sobre el
polvo en la plaza.
Viene
Simón el de Cirene convertido
en pura
sed, en pura
materia
de fatiga.
Esa cruz
le
sobreviene como un alud de asombro
y
rebeldía.
Pero
entre la
náusea de la sangre sabe
que
siempre hay un dolor que añadir al dolor.
Entre la
náusea de la sangre mira
y
encuentra esa mirada como un pozo
encendido,
como un
pozo
donde se
funde el Galileo
con el
dolor del mundo.
Apenas un instante y
el abrazo
del
corazón y la madera hasta la cima.
Vuelve
Simón el de Cirene. Queda
una cruz
en su piel.
Y una mirada.
III
MUJER
EN JERUSALÉN