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el Sagrario: visión sensualista

 

 

Decíamos la semana pasada que los siglos XII y XIII (o sea, mil doscientos a mil cuatrocientos años después de Cristo) fue una época decisiva para enfocar o desenfocar el encargo de Jesús: “Haced esto en memoria mía”. Nuestros aciertos o desaciertos actuales sobre la teología o sobre la piedad eucarística se siembran en aquella época. Los errores y las inquietudes de hoy, comenzaron y fraguaron entonces.

 

Entonces como ahora, coexistían y coexisten dos visiones muy distantes entre los teólogos y el pietismo eucarístico. Por un lado, el pensamiento y estudio teológicos que buscan un sentido “científico” y de fe adulta. Por otro lado, la piedad popular, fomentada por una clerecía a veces muy devota, pero infantil, desde las más altas instancias hasta los más altos dicasterios romanos.

 

Esta duplicidad de corrientes cristianas: una la teológica, otra la pietista-popular, se ha dado siempre. Y se repite ante los problemas más serios. Ejemplos: la divinidad de Jesús; la virginidad de María; la infalibilidad del Papa; la primacía en la comunidad cristiana: ¿Un Concilio de toda la Iglesia está sobre el pontífice, o el pontífice solo manda más que el Concilio? Etc.

 

Siempre habrá papas para todo, obispos para todo. Comparen, por ejemplo, la jerarquía católica argentina (la más retrógrada de Sudamérica) con jerarquías centro europeas. Recuerden la orientación cristiana de los obispos holandeses de los años sesenta y la jerarquía española de aquellos, y estos, años. Lo peligroso es el intento de eliminar a una de las corrientes. Pernicioso ejemplo actual: El pastor Magnus Rouco brujulea a lo gallego, con su poder en el Vaticano, para sembrar de obispos en toda España de una determinada tendencia pietista, que aporte obediencia. Dado que la verdad y la doctrina, la suministra Rouco.

 

Lo más curioso que encuentro en el siglo XIII, siglo de la Eucaristía, es comprobar la coexistencia de dos visiones muy distintas, residentes en el mismo tiempo.

 

Primera tendencia: Teología sensualista. Corriente popular.

 

Era una época de reliquias milagrosas, de masas enfervorizadas, con sed y necesidad de salvación temporal y eterna. Atemorizadas colectivamente con el espanto del hoy y la droga de lo eterno. Masas maleables por su ignorancia, por sus enfermedades y las hambrunas. Baste recordar la peste bubónica (principios del siglo XIV) que se llevó por delante a un tercio o incluso la mitad de los europeos.

 

En medio del enorme infantilismo popular todo es creíble. Todo milagro es aceptable y deseado. Además, su precariedad ambiental sólo les dejaba una puerta: la fe en Cristo Redentor, con recortes de Biblia sin digerir, como talismán. Único antibiótico para una sociedad sin esperanzas.

 

En la comunión se mastica el cuerpo de Cristo a secas y en la copa se bebe la sangre de Cristo. “Los sacerdotes piadosos se atormentan porque paladean vino y no sangre”.

 

A este pensamiento teológico, que se impuso en las masas de creyentes y en el clero alto y bajo, se le llamó eucaristía sensualista.

 

Así lo llamó el Sínodo romano de 1.059. Confesión de fe impuesta al pobre “hereje” Berengario:

 

“Para sentir con la santa Iglesia romana y con la sede Apostólica…de palabra y con el corazón confieso que el pan y el vino que se ponen sobre el altar, después de la consagración, son el verdadero cuerpo y sangre de Cristo, sensualiter, no solum sacramentum, sino en realidad, cuerpo y sangre manejados con las manos de los sacerdotes, y, una vez partido, lo mastican los fieles con los dientes”

 

Esto era lo que imponía la Sede Apostólica, Roma. Esto lo que se fomentaba en las masas. A este paganismo antropófago se llegó por desidia, soberbia de poder, y por  ignorancia.

 

Eran siglos en los que la cristiana Europa creó caminos y rutas para visitar y venerar los santuarios con reliquias inventadas y traídas de Tierra Santa, y caer de rodillas ante formas consagradas que sudaban o derramaban sangre.

 

Nuestra fe se desarrolla e ilumina con la historia. Y la historia nos enseña con progresos y con errores. Hoy, a historia pasada, es obligatoria la honradez de aventar esa historia para, con respeto y claridad, quedarnos con el grano cuidando no se nos vuele también el grano con la paja.

 

No actuó bien la Sede Apostólica, en aquellos siglos, beneficiándose de tanta simpleza. Ya vimos cómo el origen de la festividad de la fiesta del Corpus Cristi se debió a una “mística” visión de la luna llena y a un mantel del altar, ensangrentado. Mantel que se conserva desde 1.264 en Orvieto, norte de Roma. Urbano IV estaba más dedicado a intercambios políticos que a estudios de la fe.

 

La teología sensualista que dominaba al pueblo, puso los fundamentos para una gigantesca desviación del evangelio de la última cena. Aún perdura. Y sigue frenando la encarnación de todo el evangelio en la sociedad.

 

La mesa del Señor, que es resumen, sacramento y fuente de una humanidad nueva, de un reinado nuevo y fábrica de fraternidad, se rebajó a fetiche egoísta y paganizante. Y esto, promovido por un clero piadoso, analfabeto, y por unas monjas de clausura ignorantes.

 

Este enfoque “sensualista” triunfó, continuó y continúa.

 

Esa teología popular piadosa, pobretona y casi pagana bien regada en la edad media:

·         ha condicionado toda la vida cristiana de dentro de nuestros templos y catedrales,

·         ha forzado toda una interpretación del evangelio en la sociedad,

·         ha dibujado un ministerio sacerdotal más cultual que misionero, propio del antiguo testamento. Un clero funcionario sagrado de Roma más que hombre del pueblo.

 

Y produjo a finales del siglo XVIII y principios del XIX una de las figuras más emblemáticas que sintetiza y brilla aún, como punto de referencia en la piedad cristiana de los seminarios católicos. San Juan María Bautista  Vianney. El celebre Cura de Ars. Patrono de los sacerdotes. Producto directo y eminente de la interpretación “sensualista” de la eucaristía.

 

“Muchos dicen que era torpe, para no decir estúpido. Sin embargo no puede haber algo más lejos de la realidad. Su juicio nunca estuvo errado, pero su memoria era pobre. Él mismo decía: "Que no podía guardar nada en su mala cabeza".

“Nació cerca de Lyon el año 1786. Tuvo que superar muchas dificultades para llegar por fin a ordenarse sacerdote. No cumplía los mínimos ni en el latín. Se le confió la parroquia de Ars, en la diócesis de Belley. El santo, con una activa predicación, con la mortificación, la oración y la caridad, la gobernó, y promovió de un modo admirable su adelanto espiritual. Estaba dotado de unas cualidades extraordinarias como confesor, lo cual hacía que los fieles acudiesen a él de todas partes, para escuchar sus santos consejos. Murió el año 1.859.”

 

La pieza más conocida, más terrible y menos recomendable del párroco de Ars, es un célebre sermón sobre el juicio final. Desconcierta que hombre tan piadoso y lleno de bondad describa un juicio final tan amenazador. Con un Dios que triunfa, en su venganza final. ¿Qué gazpacho mental sufría este buen hombre, patrono de sacerdotes, que parece gozar con el triunfo vengativo de su Dios, mientras habla durante horas, de tú a tú, con Jesús en el sagrario? “Je Le vise et IL me vise”  (Yo le miro y Él me mira)

 

Da miedo que las visiones místicas, intransferiblemente personales,-ya sean honestas o podridas,- incluso de personajes piadosos, puedan influir en el resto de la sociedad creyente. En este caso, hasta el extremo de elevarlo al Patronazgo de los sacerdotes.

 

Da miedo que los supuestos contactos místicos, incluso de un papa arrodillado ante el sagrario, puedan traducirse en guías programáticas de una iglesia de Jesús. La historia de la Iglesia está infiltrada de errores doctrinales, fruto de las visiones o deformaciones sicológicas o ignorancias devotas de santos, monjas ilustres, o sumos pontífices.

 

Confieso que cada vez que veía en televisión al papa Wojtyla, postrado ante el Santísimo, pensaba, (y deseaba) que el Padre de todos se sonriera con humor divino: “Pero, Pedro, ¿sigues creyendo que te voy a decir a ti mis secretos? No estás preparado”.

 

La próxima semana, si Dios nos sigue ayudando, intentaré desarrollar la teología científica en los siglos XII y XIII, como contraportada de la corriente sensualista popular.

 

Hasta la próxima semana.

 

 

Luís Alemán