Ya tengo en mis manos el último libro de Enrique y Mercedes Montalt
A modo de introducción
No todos los días te dicen que se han inspirado en tus escritos para ponerle un título a un libro. Cuando Enrique Montalt Alcayde me llamó no podía dar crédito: desde Valencia, después de haber intentado localizarme en varias ocasiones y, sin desfallecer en el intento, conseguir dar conmigo fue, por su parte, poco menos que meritorio. Tengo que reconocer que cuando cogí el teléfono pensé que sería alguno de esos comerciales que ese día no cesaban de fastidiar con sus insistentes y perseverantes llamadas. Pero no, quien lo hacía era Dios a través del bueno de Enrique para hacerme la presente invitación. Y es que uno no sabe hasta qué punto puede llegar un escrito, una palabra dirigida a un auditorio ni el alcance de aquello que un día expresamos... En el desierto de la comunicación, de las redes y los libros, también existen personas abiertas a la novedad y orientadas, como girasoles, hacia todo lo que huele a Evangelio. No son súper apóstoles, más bien meros depositarios de un tesoro que protegen en vasijas de barro.
Pese a sentirme indigno, agradezco sinceramente la invitación que me brindan Enrique y Mercedes para hablar de su precioso libro… Me ayudan a sentirme un poco menos inútil de lo habitual. Que un aprendiz de filosofía y teología como yo pueda suscitar alguna idea en alguien con la trayectoria y sabiduría de Enrique Montalt o de su hermana Mercedes me parece, además de increíble, esperanzador. Ya sé que Dios habló por una burra en Balaam. Pero hoy, confundidos con tantos canales e interferencias, se agradece contar con personas tan humanas como los hermanos Montalt, que mantienen el espíritu atento, lo más joven posible, dando razones de esperanza. Comprender el Evangelio en red supone tener un corazón humilde dispuesto a no dejar de aprender. Únicamente así se puede rematar un libro con tan profundo y bello título: Amo, luego conozco.
En un siglo donde la información inunda los escaparates y el conocimiento es la premisa para conseguir prestigio y escalar peldaños (la divisa del poderoso) sigue siendo revolucionario partir del amor como fuente de la verdadera sabiduría; sabiduría que se forja lentamente, en el silencio, en la interioridad y en el misterio de nuestras profundidades. Porque, reconozcámoslo, hay gente que posee mucho conocimiento, pero muy poca sabiduría… Y es que "no el mucho saber harta y satisface el ánima, sino el sentir y gustar de las cosas internamente", como decía sabiamente Ignacio de Loyola, aquel que reconocía que las vanas glorias lo dejaban vacío y, sin embargo, el amor de Dios ensanchaba su corazón como una onda expansiva hasta entregar su vida gratuita y felizmente a los demás.
Precisamente, Francisco está intentando guiar a la Iglesia por este único camino posible hacia la buena noticia del Evangelio: el servicio, la pobreza y la fraternidad. La caridad es su único límite, puesto que el amor es quien distingue y separa la barbarie y la sinrazón del verdadero sentido religioso, el mismo límite que une fraternalmente todo lo que toca con el sello de la cáritas, el brillo de lo divino. Tan solo el amor está a salvo de los años y la interpretación porque es débil, porque no impone, porque su verdad es respetuosa y edificante, porque hace de los otros su imperativo categórico. Como afirma el maestro Gianni Vattimo en Después de la cristiandad, la clave está en debilitar las estructuras en los diversos ámbitos metafísicos de poder, disminuyendo todo tipo de violencia, rebajando los poderes y desenmascarando los abusos en el mundo. Y es que «si Dios existe, es amor; y si no, –como tantas veces repito– merece que lo matemos, que lo olvidemos, que lo saquemos de nuestras vidas e Historia». Porque díganme ustedes: ¿qué sentido tiene un Dios que no sea capaz de amar y unir, ofrecer, integrar, ayudar e igualar? Los cristianos tenemos una «buena noticia»: ¡qué tenemos alternativas para luchar de forma no violenta contra el mal de la violencia…! Porque todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, pero el que no ama no conoce a Dios porque Dios es amor (1 Jn 4, 7-8).
Ser cristiano no es un mandato o una imposición sino un regalo. Vivir como Jesús es muy difícil pero no conozco mejor opción. Dios no es nuestro juez sino nuestro amigo. Como dice magníficamente Vattimo al final de Creer que se cree, «Si esto es un exceso de ternura, ese Dios mismo nos ha dado ejemplo de ello». Habrá que preguntarle a Él por qué es así de débil, por qué no se puede negar a sí mismo, ya que parece que lo que rige a Dios (y, por ende, al cristiano) es, como decía Jon Sobrino, «el principio misericordia». El amor es tan débil que no puede obligar, y tan grande que no deja de amar. El mensaje cristiano es un mensaje de encarnación y kénosis, un mensaje amable y amistoso, nada violento y distante, un mensaje encarnado, humanizado. Jesús vino a la historia de los hombres para mostrarnos el único camino posible para no destruirnos, para romper con la violencia y la distancia de Dios con los hombres y la de los que se erigen como sus representantes.
Si nos fijamos, el fracaso palpable de nuestra historia más reciente se ha dado cuando hemos justificado nuestros actos, a veces atroces, con nuestras ideologías y no hemos levantado el pie del acelerador. Hemos aplastado en nombre de Dios, del nacionalsocialismo, del fascismo, del comunismo, del capitalismo... justificando nuestros medios y métodos por «razón de Estado» o en aras a un «justo destino». Y no hay ideología que pueda poner a salvo al hombre, por más que su lucha en un momento de la historia pudiera quedar justificada. No podemos acabar convirtiéndonos en «dioses» para los demás. Nuestra única tarea es acompañarnos, convivir respetándonos en la pluralidad y mirarnos a los ojos como iguales, como hermanos, también en la Iglesia. Si entendemos la religión desde las claves de la caridad y el amor, «Hoy ya no hay razones filosóficas fuertes para ser ateo o, en todo caso, para rechazar la religión» como afirmaba Vattimo. Sigue siendo una pretensión casposa y trasnochada la lucha de un racionalismo cientificista o historicista que abogue por dejar fuera de juego socialmente a la religión. Me atrevo a afirmar que se trata de otro totalitarismo disfrazado de modernidad y cultura. Es curioso que nuestra sociedad actual, heredera de la Revolución francesa y la razón ilustrada de los siglos XVIII, XIX y XX esté empeñada en coger solamente una de sus proclamas, la primera: la libertad, olvidando el principio de solidaridad y el de fraternidad. Y más curioso todavía es que el capitalismo neoliberal también se haya apropiado de esta palabra. Como lograremos entender, ese uso de la libertad no garantiza la justicia, ni el respeto ni el orden: razones tenemos para matar, razones tenemos para invadir, para saquear, condenar, justificar y abandonar... ¿Será por razones? Solamente hay que poner los noticieros... Así, hoy la cuestión prioritaria está en reducir la violencia y no solo reconocerla, en procurar no separar medios de fines. El medio y el modo son también hoy el mensaje, y los cristianos deberíamos de saberlo porque la gente está harta de palabras vacías.
El cristianismo es la religión del amor, la religión más simple (y si me apura, la «no religión»), cuyo contenido se resume con los dedos de una mano, en tan solo cinco palabras: «a-mí-me-lo-hicisteis» (Mt 25, 40). El relato del Juicio final, que yo traduciría como «mensaje final de Jesús al mundo», viene a decirnos que no es necesario sentirse cristiano para serlo. Recordad la escena: ¿pero cuándo Señor te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber…? (Mt 25, 35-40). Ni lo sabían ni importaba, porque lo que verdaderamente importa es el amor. Y cuando con nuestras palabras y obras traducimos «Dios» por «Amor», los universos de comprensión de los interlocutores se conectan. Este lenguaje, bien comprendido, es todavía hoy (en la posmodernidad) universal y bien aceptado. Precisamente el Papa Francisco invita a creyentes y a no creyentes a trabajar en esta corresponsabilidad. Es la nueva koiné porque el amor lo interpreta todo. Por lo que, quizá, en lugar de presentarse como un defensor de la sacralidad de los valores, el cristiano –si quiere ser fiel seguidor de Jesús– debería actuar, sobre todo, como una especie de anarquista no violento, como un deconstructor irónico, guiado por el amor hacia los más débiles, e interpretando los signos de los tiempos bajo la única clave interpretativa comunitaria del amor.
¿Se puede no creer en Dios? Sí, por supuesto. Mucho más si ese “Dios” que transmitimos los creyentes es un Dios distante, incomprensible, difuso, perverso y lejano respecto al hombre. Sí, si Dios es un Dios muerto. A ese ya dijo Nietzsche que, entre todos, lo habíamos matado… En ese Dios extra-terrestre tampoco yo creo. Pero si conmutamos Dios por Amor, ¡ay!, si interpretamos en gerundio, amando, entonces quizá tengamos menos problemas para entender lo divino como seres racionales que somos. “Amo, luego conozco”; “conozco, luego amo”. Hay que dar razones de nuestra esperanza: el amor a la sabiduría y la sabiduría del amor se abrazan y conjugan en gerundio. Ahondando en Jesús de Nazaret encontramos razones para seguir creyendo que el amor es la única religión capaz de superar la prueba y el fuego. Vivir, comunicar, testimoniar con el ejemplo, dar palabras, no cualesquiera sino las que permanecen escritas en el corazón y en la mente del hombre, aquellas capaces de tocar con la yema de los dedos la eternidad. Qué se lo pregunten al enamorado, al poeta, al místico y al cooperante, al misionero y al niño… a los que su intuición humanitaria les desvela algo “sagrado” pero tangible, que no puede transgredirse, olvidarse, violarse.
¿Por qué no entender que Dios existe y es amor, y el amor es Dios? No, no serán las razones las que salven este mundo. ¡Solo el amor podrá salvarnos!
֍ PASO AHORA A REALIZAR UN EXAMEN MÁS ANALÍTICO DEL LIBRO
AMO, LUEGO CONOZCO
(a) ALGUNAS IDEAS IMPORTANTES, A MI PARECER, DEL LIBRO:
1. El amor como fuente de conocimiento: el amor no solo es una experiencia emocional, sino también una herramienta epistemológica que transforma la percepción del mundo. Esto coincide con la idea de que el conocimiento no es solo acumulación de datos, sino apertura al Otro, al misterio y a la trascendencia. Desde el amor se accede a una comprensión más profunda de la vida y la realidad.
2. Dimensión relacional del ser humano y divino: la necesidad de redescubrir nuestra relación con lo trascendente y con los demás. El "quién" humano se define en su capacidad de amar y responder al amor infinito de Dios, lo que complementa la perspectiva de que el conocimiento real es siempre un acto relacional, dirigido al otro y al misterio divino.
3. La vulnerabilidad como camino de transformación: la finitud y la vulnerabilidad humana no son impedimentos, sino oportunidades para abrirse al amor divino y a la redención. El conocimiento genuino emerge del reconocimiento de nuestras limitaciones y nuestra dependencia del otro y de Dios.
4. La espiritualidad como praxis de amor: El cristianismo no es solo una religión, sino un camino espiritual que integra amor, ética y compromiso social. El amor se traduce en acciones concretas, desde la compasión hacia los más vulnerables hasta el cuidado de la creación, consolidando un conocimiento que transforma tanto al individuo como a la comunidad. Solo desde el amor se accede al conocimiento pleno, uniendo experiencia, razón y fe.
A su vez, resaltemos algunas claves interpretativas a lo largo del libro:
1. La prioridad del amor sobre el conocimiento (prólogo y capítulos iniciales):
El conocimiento genuino no es solo un proceso intelectual, sino una apertura hacia el otro y la trascendencia, que solo se logra desde el amor. Amar transforma la relación con la realidad y con las personas, dándole profundidad y significado. "Sólo quien ama, conoce", porque el amor habilita una actitud de apertura y humildad necesaria para percibir la verdad en su totalidad.
2. El amor como motor de la transformación humana (capítulo 5):
El amor infinito de Dios no solo define al ser humano, sino que lo llama a un nuevo ser. Esta dinámica permite que el hombre trascienda su finitud y entre en una experiencia más plena de vida. El amor es la fuerza que impulsa la existencia humana hacia un conocimiento más profundo de su propio misterio y del misterio divino.
3. El conocimiento relacional del otro (capítulo 6):
La comprensión de lo divino no se da a través de conceptos abstractos, sino desde una relación viva y personal con Jesús, quien encarna el amor en su forma más radical. Es a través del amor por el Otro (con mayúscula) que se revela el rostro del misterio divino.
4. El amor como criterio ético y fuente de sabiduría (capítulos 2 y 8):
En la ética de la compasión y la propuesta del Papa Francisco en Evangelii Gaudium, el amor se presenta como el único camino auténtico para responder a los desafíos sociales y espirituales. Conocer desde el amor implica actuar con misericordia y justicia.
5. La experiencia como prueba del amor (Introducción):
El amor no es una idea abstracta, sino una experiencia concreta que transforma al sujeto. Amar implica habitar el presente, asumir la propia vulnerabilidad y reconocer en los demás (y en uno mismo) la presencia divina.
(b) CONVERGENCIAS TEMÁTICAS DE “AMO, LUEGO CONOZCO” CON EL CRISTIANISMO HERMENÉUTICO DE GIANNI VATTIMO:
1. El amor como clave de interpretación y conocimiento (kénosis y caridad):
El amor es central para comprender a Dios y al mundo en la era posmoderna. El concepto vattimiano de kénosis —el auto-vaciado de Dios en la Encarnación— resuena con la idea de Amo, luego conozco. Solo desde el amor (como expresión de vulnerabilidad y entrega) puede surgir un conocimiento auténtico y transformador, tanto de lo divino como de lo humano.
2. El fin de los grandes relatos y la importancia de lo relacional:
Vattimo sostiene que, tras la caída de los grandes relatos, el cristianismo debe basarse en la caridad como única verdad viable. Esto conecta con el texto de Amo, luego conozco al enfatizar que el amor relacional es la base para reconstruir significados y formas de conocimiento en una época donde las certezas absolutas han sido cuestionadas. El amor, más que las grandes teorías o doctrinas, es la única vía para comprender el sentido de la vida.
3. La secularización como pedagogía divina:
Para Vattimo, el proceso de secularización no niega a Dios, sino que permite una comprensión más humana y amorosa de lo divino. Este punto amplía la perspectiva de Amo, luego conozco, donde el amor permite no solo conocer al otro, sino también reconocer el valor del mundo y de la historia como espacios de encuentro con Dios. La pedagogía divina que menciona Vattimo también aparece en Amo, luego conozco, donde se afirma que la historia y la experiencia humana son espacios de revelación y encuentro con el Dios que se encarna en el amor.
4. La fragilidad como oportunidad epistemológica:
En "El último Vattimo", la fragilidad de Dios en la Encarnación se refleja en una Iglesia que se redefine desde la debilidad y la misericordia. Esto se alinea con el enfoque de Amo, luego conozco, que encuentra en la vulnerabilidad del ser humano una puerta hacia un amor que ilumina el conocimiento más profundo del "quién" humano y divino. En Amo, luego conozco, la vulnerabilidad humana no es un obstáculo, sino el terreno fértil donde el amor puede florecer y abrir al conocimiento. Conocer al otro y a Dios implica aceptar nuestras propias limitaciones y entrar en relación desde la humildad.
5. La interpretación como acto de amor:
Vattimo insiste en que "somos intérpretes de un hilo conductor", señalando que el acto de interpretar la realidad y la Palabra de Dios es un ejercicio de apertura amorosa. Esto refuerza la tesis de que amar es un acto que habilita el conocimiento genuino, pues interpreta al otro desde una postura no dogmática, sino compasiva y acogedora. La hermenéutica amorosa de Vattimo coincide con la tesis del libro: el conocimiento no es solo un proceso cognitivo, sino un acto ético y espiritual que exige amar para entender.
En conclusión, Gianni Vattimo, al replantear el cristianismo como una religión de amor y caridad más que de dogmas, ofrece un marco hermenéutico que justifica profundamente la afirmación de Amo, luego conozco. Su énfasis en la kénosis y la interpretación como amor abre nuevas posibilidades para entender cómo el amor precede y fundamenta el conocimiento. En Amo, luego conozco, se afirma que el amor posibilita una apertura radical hacia el Otro y hacia el misterio divino. Desde este vacío amoroso, el ser humano encuentra una conexión auténtica con la trascendencia y con sus semejantes. En este sentido, el conocimiento ya no es dominio ni control, sino respuesta a la entrega amorosa que transforma al sujeto en quien ama y en quien conoce desde el amor. Vattimo lo conecta con la caridad como la verdad fundante del cristianismo posmoderno: amar es conocer, porque el amor nos permite interpretar al otro sin violencia ni imposición.
(c) ALGUNAS CONFLUENCIAS TRIANGULARES ENTRE “AMO, LUEGO CONOZCO”, LOS EVANGELIOS Y EL CRISTIANISMO HERMENÉUTICO DE GIANNI VATTIMO:
1. El amor como clave de interpretación y conocimiento: Jesús y la kénosis
En los Evangelios, Jesús encarna la kénosis al vaciarse de su divinidad para asumir la fragilidad humana (Filipenses 2:7). Esta entrega de amor radical se manifiesta en su vida, muerte y resurrección. Jesús no enseña a Dios como un concepto abstracto, sino como el Padre que ama, perdona y busca al perdido (Lucas 15:11-32, la parábola del hijo pródigo). Este amor precede al conocimiento de Dios, pues solo quien ama puede conocer realmente al Padre (Juan 14:9).
Vattimo resalta la kénosis como una invitación a un cristianismo basado en el amor, no en el poder. De igual forma, en Amo, luego conozco, el conocimiento auténtico surge del amor y la entrega, reflejo del acto de Jesús en el Gólgota: una victoria del amor sobre la lógica del dominio.
2. El fin de los grandes relatos: el Evangelio como relación, no imposición
Jesús rompe con los grandes relatos de la religiosidad judía institucionalizada, que ponían el peso en el cumplimiento de la ley y los rituales. En lugar de ello, presenta el Reino de Dios como una relación de amor con el Padre y los demás (Mateo 22:37-40).
Vattimo interpreta el cristianismo como un relato débil que prioriza la caridad sobre los dogmas. Esto se refleja en el mensaje de Jesús cuando pone a la persona por encima de las reglas, como al sanar en sábado (Marcos 2:27) o al acoger a pecadores y marginados.
Amo, luego conozco reafirma que amar al otro es la condición previa para conocerlo realmente, algo que Jesús ejemplifica en sus encuentros con personajes como la samaritana (Juan 4) o Zaqueo (Lucas 19:1-10), donde el amor transforma vidas y revela verdades.
3. La secularización como pedagogía divina: Jesús en la historia
Jesús vivió inmerso en un contexto histórico particular, pero reinterpretó las tradiciones religiosas de su tiempo a la luz del amor. El Evangelio muestra que Dios se encarna en la historia para revelar que su mensaje no está fuera del mundo, sino en medio de él (Juan 1:14).
Vattimo entiende la secularización como un proceso pedagógico que redirige al cristianismo hacia su esencia: la caridad. Esto conecta con la enseñanza de Jesús sobre el Reino como algo presente en la vida diaria, en los actos de compasión y servicio (Mateo 25:35-40).
En Amo, luego conozco, el amor descubre el rostro de Dios en la historia y en el prójimo. Jesús, al identificarse con los pobres y oprimidos, muestra que el camino hacia Dios pasa por amar al otro (Mateo 25:40).
4. La fragilidad como oportunidad epistemológica: Jesús y la cruz
La cruz es el símbolo máximo de fragilidad y amor en el cristianismo. Jesús elige no responder con violencia, sino con amor y perdón incluso en su sufrimiento (Lucas 23:34).
Para Vattimo, la fragilidad divina revela un Dios que no domina, sino que se entrega. Este es también el mensaje de Jesús, quien redefine el poder como servicio (Marcos 10:45) y llama a sus discípulos a cargar con su cruz como expresión de amor (Mateo 16:24).
Amo, luego conozco resalta que la vulnerabilidad no es debilidad, sino una puerta hacia el amor y el conocimiento. Jesús, desde su fragilidad, permite que los discípulos (y nosotros) lo conozcan verdaderamente al contemplarlo en su entrega total.
5. La interpretación como acto de amor: Jesús como Verbo
Jesús es el Verbo hecho carne, la interpretación viva de Dios para la humanidad (Juan 1:14). En sus palabras y acciones, interpreta el amor divino y lo hace accesible.
Vattimo destaca la interpretación como un acto relacional y amoroso, lo que se refleja en el modo en que Jesús enseña a través de parábolas. Estas no imponen verdades, sino que invitan al oyente a una experiencia personal de comprensión.
En Amo, luego conozco, el conocimiento surge de un encuentro amoroso con el otro. Jesús, al llamar a los discípulos, no les impone una doctrina cerrada, sino que los invita a seguirlo y aprender en relación con él (Juan 1:39). Así pues, podemos concluir que Jesús de Nazaret es la encarnación del principio “Amo, luego conozco”. A través de su vida, muerte y resurrección, muestra que el amor es la única vía para acceder al conocimiento verdadero de Dios y del prójimo. En el Evangelio encontramos una fuente inagotable para justificar que amar precede y fundamenta cualquier conocimiento significativo.
Jesús Lozano Pino, diciembre de 2024.