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Tocar la revolución con las manos y el nacimiento del MSTM

En los últimos meses de 1967 Carlos Mugica viaja a París. Mientras tanto, el 9 de octubre de 1967, el Che Guevara fue ejecutado en Bolivia luego de haber sido capturado por el Ejército el día anterior. Mientras lloraban su pérdida, familiares, partidarios y admiradores reclamaban la entrega de su cadáver, pero el régimen de facto que gobernaba el país del altiplano había enterrado al líder guerrillero en una fosa común y no tenía intenciones de sacarlo de allí. Pocos días después de la ejecución, antes de recalar definitivamente en París, Mugica aterrizó en La Paz. Sus objetivos: reclamar por los restos del Che (para lo cual llevaba una carta firmada por monseñor Jerónimo Podestá, obispo de Avellaneda) y solicitar la liberación del intelectual francés Régis Debray, compañero de lucha revolucionario argentino y teórico de la guerra armada en América Latina.

Arribado a París, y ubicado en una pequeña habitación del pensionado religioso en el número 61 de la Rue Madame, no pierde tiempo y saca boletos hacia Glasgow, para ir a ver jugar a Racing en la primera final de la Copa Intercontinental contra el Celtic. Aunque en el colmado estadio Hampden Park, Racing perderá 1 a 0, “su” Academia se quedará con la ansiada Copa tras ganar 2 a 1 en Buenos Aires, y la revancha en Montevideo 1 a 0 con el histórico gol del “Chango” Cardenas. De regreso del partido, ya en París, se anota en cursos libres del Instituto Católico, entre los que se contaban uno de epistemología y semiológica, y otros sobre Doctrina Social de la Iglesia y Teología pastoral, este último dictado por Chenu y Blanquart, que habían participado activamente como peritos durante el Concilio.

Antes de finalizar 1967, el padre Carlos Mugica tomó conocimiento de una serie de novedades que cambiarían el curso de su vida y la de muchos otros sacerdotes renovadores. En la Argentina, comenzaban a sentarse las bases para el surgimiento del Moviminiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), cuya presencia influiría notablemente en la realidad eclesiástica y política argentina durante los siete años posteriores. El acontecimiento a partir del cual comenzó a escribirse la historia de la agrupación, tuvo lugar a mediados del mes de octubre, cuando Miguel Ramondetti, presbítero de la arquidiócesis de Buenos Aires, y futuro secretario general del movimiento, viajó a la ciudad de Goya (Corrientes).

Su intención era conversar con el obispo del lugar, monseñor Alberto Devoto, sobre la posibilidad de mudarse a esa diócesis para continuar ejerciendo su ministerio. Durante la entrevista, Devoto le entregó una copia del “Mensaje de los dieciocho Obispos del Tercer Mundo”, en su versión francesa, y lo instó a analizarlo. El escrito, dado a conocer el 15 de agosto, había sido redactado por obispos de Asia, África y América latina (del total, nueve de ellos eran brasileños, pero no había ningún argentino). Según manifestaban en el documento, los obispos se proponían “prolongar y adaptar” a sus regiones la encíclica “Populorum Progressio”. Para lograr ese fin, era necesario situarse en la perspectiva de “los pueblos pobres y los pobres de los pueblos”. Carlos Mugica, a pesar de encontrarse a miles de kilómetros de distancia, recibió la carta y envió su adhesión.

Estando en París, uno de los deseos más profundos que albergaba Carlos Mugica era conocer personalmente al general Perón, que se encontraba en Madrid desde 1955. Se había convertido en un admirador incondicional y un difusor de su pensamiento. Gracias a las gestiones de su padre, en marzo de 1968, durante una comunicación telefónica, recibió la ansiada noticia: el caudillo lo esperaba en su residencia de Puerta de Hierro. Viajó desde París a Madrid en un auto (Simca modelo 58’) en desuso, que le compró a su amigo Julio Neffa que vivía con su esposa en la capital francesa. Carlos halló a un Perón un poco avejentado pero con el espíritu intacto. Durante el encuentro, dialogaron sobre diversos temas como la influencia de la jerarquía eclesiástica en el derrocamiento del líder, la situación política de la Argentina, la revolución cubana, el surgimiento de los curas del Tercer Mundo y la mejor manera de lograr la promoción de los humildes.

Aunque la charla se extendió por aproximadamente media hora, ese breve lapso bastó para que la simpatía y el carisma de este sacerdote “un poco atípico” conmovieran al general exiliado, quien percibía que contaba con un aliado que más adelante podría serle útil. En efecto, cuando la figura de Mugica cobrara posteriormente mayor repercusión, el expresidente no escatimaría esfuerzos para canalizar la fama de su admirador en beneficio de su proyecto político. De regreso a París, Mugica, sigue de cerca la génesis de los conflictos que desembocarían en el “Mayo Francés”. El rígido sistema universitario que imperaba en Francia, el deterioro progresivo de los salarios y las condiciones deplorables del trabajo de los obreros, se dan en un clima en el cual la juventud se volcaba mayoritariamente hacia la izquierda y se rebelaba contra los parámetros establecidos.

El grupo de latinoamericanos que se encontraba en París vivió ese mes de “Mayo” con gran intensidad y transcurrió estos días en un estado de asamblea permanente. Sin embargo, en lugar de involucrarse directamente en los hechos, todos participaban “apoyando desde fuera”. La razón más importante, era que los extranjeros que fueran detenidos por la policía acusados de provocar disturbios, eran inmediatamente deportados y se les impedía regresar a Francia. A pesar de este temor general, el temperamento emprendedor de Mugica podía más que sus ansias por contenerse, no se conformaba con enterarse por medio de terceros, sino que se atrevía a concurrir a varias de las manifestaciones.

Como dice Rolando Concatti, “Mayo fue, tal vez, la última escena de un proceso que luego sólo iba a batirse en retirada. Pero, en aquel momento, todos (izquierda y derecha) lo visualizamos como la ‘primera imagen’ de un proceso creciente que avanzaba inexorablemente. Quedamos impregnados de la certidumbre de que había que comprometerse con ese movimiento, de que no podíamos ‘ver pasar la historia a nuestro lado’ sin meternos en ella” (De Biase, p. 126). Este contexto socio-político, mundial y latinoamericano, sería determinante para el surguimiento del MSTM. Si bien es cierto, el Movimiento no se posicionaba desde una postura partidaria, sino de acuerdo con el sentir de la gente sencilla, que es el sentir del oprimido, y el oprimido es siempre el defendido por Dios.

Alberto Carbone lo explica con claridad en su autobiografía: “Después vendrán las organizaciones partidarias, es la razón por la cual nosotros le dijimos a Perón: ‘Nosotros nos quedamos con el sentir del oprimido que quiere tener a su favor la justicia y el derecho’, que son dos expresiones absolutamente bíblicas. Lo que da fuerza a nuestra postura común está en lo que viene desde el sentir de la gente, y la aceptación o no de un partido es algo personal que viene después. Por ejemplo, el sentir de la gente sencilla estaba a favor de la vuelta de Perón, entonces fueron a buscarlo Héctor Botan, Carlitos Mugica y Jorge Vernazza” (Cf. Padre Alberto Carbone, “Por los caminos del Pueblo. Conversaciones y testimonios”, Buenos Aires, Didajé, 2019, p. 129).

El año 1971, encuentra a Mugica en sus habituales tareas en la Villa 31, donde construye con la ayuda de su hermano Alejandro, la capilla Cristo Obrero. Junto a él trabaja Lucía Cullen, su compañera inseparable que provenía de clase aristocrática; se habían conocido siendo alumna del colegio católico Mallinckrodt en el barrio de Recoleta,  ingresará luego a la carrera de servicio social de la Facultad de Derecho de la UBA y lo seguirá en su viaje a Francia atraída por su figura. Esta amistad provocará habladurías, que algunos utilizarán maliciosamente para atacar la actividad y la persona de Mugica, pero que no pondrán en duda su sacerdocio y tampoco serán capaces de romper el vínculo.

Mugica que asumió la postura de no responder a tales habladurías, en una oportunidad reaccionó visiblemente ofuscado: “no tengo por qué brindar explicaciones. Me llevaré a la tumba el orgullo de saber respetar a una mujer mucho más allá de lo que cualquier comadre malévola puede suponer” (De Biase, p. 119). Lucía conocerá a Luis Nell, ambos militarán en Montoneros desde 1972 y Carlos celebrará sus bodas en la Villa, pero la historia tendrá un final trágico. Durante el regreso de Perón a la Argentina el 20 de junio de 1973, en una multitudinaria manifestación de bienvenida que reunió a dos millones de personas, se enfrentarán la izquierda y la derecha peronista, el hecho pasará a la historia como la “masacre de Ezeiza”. Luis Nell que integraba la columna sur de Montoneros será herido y quedará cuadriplégico, Lucía cuidará de él hasta que un año más tarde, Luis se suicidará en una estación abandonada de San Isidro.

Lucía tras una depresión perderá el embarazo de Luis estando de seis meses y será secuestrada por un grupo parapolicial el 22 de junio de 1976 permaneciendo “desaparecida”. Volviendo atrás el 29 de mayo de 1970, Firmenich, Fernando Abal Medina, Carlos Ramus, Emilio Mazza y Norma Arrostito, secuestran al ex presidente Pedro Eugenio Aramburu, lo someten a juicio revolucionario y lo ejecutan tres días después en la estancia Timote (Pcia. de Buenos Aires). Con este asesinato saldrá a la luz el grupo Montoneros que se adjudicará el crimen que conmocionará al país. En la tarde del 1° de junio una mujer llama a la redacción del diario “Clarín” y describe un punto específico del baño de hombres de un bar ubicado en la esquina de Juan B. Justo y Carrasco, en el barrio de Floresta.

Allí estaba oculto un mensaje de Montoneros, que el país conocerá temprano en la mañana del día siguiente: “1° de junio de 1970. Comunicado N° 4. Al Pueblo de la Nación. La conducción de Montoneros comunica que hoy a las 7.00 horas fue ejecutado Pedro Eugenio Aramburu. Que Dios Nuestro Señor se apiade de su alma. Perón o Muerte. Viva la Patria. Montoneros” (María O’Donnel, “Aramburu. El crimen político que dividió al país. El origen de Montoneros”, Buenos Aires, Planeta, 2020, p. 132). En septiembre de ese año Abal Medina y Ramus fueron abatidos en un enfrentamiento con la policía en la localidad bonaerense de William Morris. Sus restos fueron velados en la Parroquia San Francisco Solano, donde Mugica, tiene una oración en el responso de despedida: “Señor en este acto litúrgico en el cual pedimos por tus hijos, públicamente quiero pedir perdón, porque me siento en buena parte responsable de esta ola de violencia que hoy, hay en nuestra patria, por mis cobardías, por mi indiferencia, por mi falta de compromiso. Porque no he sabido seguirte a ti, Jesucristo, que viniste al mundo no a ser servido sino a servir. Te pido Señor, al mismo tiempo, que los lleves contigo a la vida eterna, que ellos no hayan muerto en vano, sino que nosotros impulsados por el amor a ti, por el deseo de glorificarte Señor, no con las palabras sino con las obras, luchemos por la justicia, la fraternidad, para que todos en nuestra patria, sin explotación sin marginaciones de nuestros hermanos, los pequeños, los pobres, los humildes, podamos construir esa Patria Grande, esa patria en la cual seamos hermanos, en la cual mostremos con los hechos, que somos  realmente tus discípulos y podamos entonces, nosotros también ser dignos de estar un día en tu gloria, donde gozaremos para siempre de tu amor y de tu dicha” (De Biase, p. 172). 

Por estas expresiones que el arzobispo Juan Carlos Aramburu, lee según una versión distorcionada del diario “La Razón” (uno de los más críticos del MSTM), le aplicará treinta días de suspensión canónica y un silenciamiento a predicar en público. Los adversarios ideológicos de Mugica no le pierden pisada y un informe de la SIDE “estrictamente secreto y confidencial” elaborado sobre las actividades “sospechosas” de los sacerdotes tercemundistas, se refieren a él nada menos que en once oportunidades. El 14 de septiembre de 1970, Carlos Mugica, recibe una sorpresa desagradable, por la tarde fue arrestado por la Policía y trasladado a las dependecias de Coordicación Federal, donde permanece algunos días. El demencial asesinato de Aramburu, puso de manifiesto que los caminos entre Montoneros y Mugica, estaban en las antípodas.

A pesar de ser blanco de críticas desde sectores conservadores que involucraban al MSTM, con la intención de desprestigiar y desnaturalizar su acción, y de no encontrar suficiente respaldo en el Arzobispo Aramburu, quien hizo “pública” una declaración donde desacradita el accionar de Mugica, que había hablado en los Medios, “previo” permiso y “control” de la curia, sobre el texto que iba a publicar, la actitud de Mugica fue de no “romper” la comunión eclesial, pero sin dejar de contestar en carta privada al arzobispo: “he dedicado y dedicaré mi sacerdocio a la defensa de los oprimidos. Podría dedicarme exclusivamente a las clases altas, lo que es más agradable, me evitaría problemas y me conquistaría su adhesión. Usted lo sabe muy bien. Elegí el camino de la cruz, la contradicción, la calumnia de dentro y fuera de la Iglesia. Lo elegí porque me une más a Dios, me vuelvo más útil a mis prójimos, me hace vivir en la Iglesia de los pobres, me sirve de reparación a Dios por los pecados e infidelidades mías y del clero. Espero en Dios no verme forzado jamás a abandonar el sacerdocio, aunque deba resistir infinitas presiones” (De Biase, p. 171). 

La elección por los pobres fueron modelando el corazón y la sensibilidad sacerdotal de Carlos. No olvidaba sus orígenes y al mismo tiempo intentaba “encarnar” la situación desventajosa de aquellos por quienes había optado: “Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que parecen tener ocho años, tengan trece; Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear por el barro, yo me puedo ir, ellos no; Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas, de las que me puedo ir y ellos no; Señor, perdóname por encender la luz y olvidarme de que ellos no pueden hacerlo; Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie hace huelga con su hambre; Señor, perdóname por decirles ‘no sólo de pan vive el hombre’ y no luchar con todo para que rescaten su pan; Señor, quiero quererlos por ellos y no por mí. Ayúdame” (De Biase, p. 221).

 El compromiso de vivir la bienaventuranza de la justicia tiene su correlato en la persecución. Las reacciones contra Mugica irán en aumento. El 2 de julio de 1971 estalla una bomba en su casa paterna de Gelly y Obes 2230, Carlos responderá de manera contundente: “Si el Señor me concede el privilegio que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición” (Sucarrat, pp. 271-272). Mugica tenía el convencimiento de que la causa de los pobres estaba en el apoyo de la vuelta del líder y triunfo eleccionario de Perón. La lucha por la causa tendrá su coronamiento en el regreso de Perón a la Argentina. Con el amplio triunfo de la fórmula Cámpora-Solano Lima y el regreso a la democracia, la actitud de Carlos con Montoneros cambió radicalmente; tras discutir con Firmenich, le dice: “se acabó esta joda. Ahora que el gobierno es constitucional, ustedes se meten los fierros en el culo” (Pavillon, p. 37).

El compromiso de Carlos con la Villa tuvo un gran despliegue, y su presencia en los Medios, hizo que importantes figuras del espectáculo, el periodismo y el deporte se acercaran atraídos por su figura sacerdotal “no convencional” y comenzaran a tratarlo, es el caso de actores como (Marilina Ross, Luis Brandoni), deportistas (Roberto Perfumo, Omar Corbatta y Martín Pando), músicos (Miguel Cantilo y Piero), cineastas (Fernando “Pino” Solanas, Octavio Getino y Leonardo Favio), periodistas (Magdalena Ruiz Guiñazú y Mariano Grondona).  

Con Perón en el gobierno, a Mugica se le ofrece un cargo de secretario en el Ministerio de Bienestar Social, que luego de consultar con los “compañeros” villeros acepta, porque entiende que la cercanía con el ambiente de poder, ayudaría para aligerar las necesidades de la gente. Pero la cosa no sería fácil y tendrá según la lectura más consensuada un final trágico; ese organismo estaba en manos de José López Rega, una figura oscura, cercano a Perón, que había creado la llamada “Triple A” (Alianza Argentina Anticomunista), que operaría como grupo “parapolicial” con secuestros, torturas y asesinatos. Las amenazas de muerte a Carlos Mugica, después de haber dejado el Ministerio de Bienestar Social, “develando” manejos turbios, era comentario entre algunos sacerdotes amigos en el MSTM (Cf. Carbone, p. 133).

El 9 de mayo, el teléfono sonó en Gelly y Obes 2230 (casa paterna). La empleada de la familia atendió el llamado. ¡Dígale a Mugica que los vamos a matar! El padre Mugica está aquí. Le doy con él. Carlos atendió. Ya matamos a uno de las villas y ahora te toca a vos. ¡Andáte a la puta que te parió! dijo el cura y cortó la llamada” (Sucarrat, p. 354). El sábado 11 de mayo, Carlos fue como de costumbre a celebrar la misa a la Parroquia San Francisco Solano, en Villa Luro; habían quedado en encontrarse a la salida con un amigo, Ricardo Capelli para ir a un asado. Entre los pocos asistentes en el último banco, se había acomodado un hombre de vigotes que los testigos creyeron reconocer como el autor del atentado, el comisario Rodolfo Eduardo Almirón, vinculado a la Triple A.

Al salir de la Iglesia, por la calle Zelada se escucha una voz que lo llama “Padre Carlos”, se da vuelta y recibe una descarga de balas de una ametralladora 9 mm; también Capelli es herido y son llevados por el Padre Jorge Vernazza al hospital Salaberry. Allí cada uno en su camilla son operados, “fuerza Ricardo que salimos”, le dijo Carlos a su amigo. Pero Mugica no pasó la operación. Hacia las 22 las radios daban la noticia de su muerte. El velatorio en San Francisco Solano esa noche convocó a una multitud, el padre Carbone, recuerda: “vienen unos conocidos y me dicen: ‘Vení, Mario quiere hablarte’ (Mario Firmenich).

Recorrimos unos lugares, dimos toda una vuelta y no recuerdo en qué lugar de la provincia de Buenos Aires, estaba Mario Firmenich para explicarme que ellos no había matado a Carlos Mugica. La aclaración fue por los dichos que se habían suscitado de que habían sido ellos” (Carbone, op. cit. p. 134). Eduardo de la Serna, cura en opción por los pobres, compañero de Carlos Mugica cuando adolescente que trabajó en la 31 y lo acompañó al programa en Canal 11 “El pueblo quiere saber”, realiza una interesante síntesis de su semblanza martirial:

“¿Qué es ser mártir? Es -primero- dar vida; segundo, es dar vida en el día a día; finalmente, recién en tercer lugar, es que la muerte te sorprenda dando vida en el día a día. ¿Quién mató a Carlos? No es el punto central. Ciertamente no son López Rega o Firmenich los que lo hicieron mártir a Carlos. El que hizo mártir a Mugica es Jesucristo, son los pobres, fue el mismo Carlos Mugica (su amor a Jesucristo, a la justicia-liberadora, su amor a los pobres). Por eso no podemos poner en el “odio” de otros la centralidad del martirio, sino en el amor por el que Carlos fue buscando que sus “hermanos villeros” tuvieran vida, amor que fue viviendo día a día en el ejercicio fiel de su ministerio. Y ese amor, un día, un 11 de mayo de 1974 lo encontró en el camino de las balas. Los asesinos le salieron al encuentro en el lugar que Carlos debía estar, y Carlos estaba en “su” lugar, en el lugar que Jesús soñaba para Mugica, y el lugar que Mugica había aceptado para ser fiel a Jesucristo” (Eduardo de la Serna, “Carlos Mugica. Una biografía teológica”, Proyecto, 36 [2000], p. 278).

Mugica interpela a la sociedad

Los curas villeros en un comunicado con motivo de los 50 años de su asesinato presentaron la “Semana Mugica” que desde el 6 al 12 de mayo realizará una serie de actividades conmemorativas que harán memoria de su legado. El padre Lorenzo ‘Toto’ De Bedia, párroco de la Virgen de Caacupé en Barracas, expresó:

“En la actualidad Mugica, ‘muere’ en los que tienen hambre y vive en muchos comedores comunitarios; Mugica muere en tantos jóvenes desangrados por la droga y vive en el Hogar de Cristo y en quienes los ayudan a pararse; muere en barrios sin cloaca, luz y servicios y vive en capillas, colegios y clubes de barrio; muere cuando el Estado se ausenta y vive cuando se fortalece la comunidad. Muere cuando crecen los despedidos y vive en los trabajadores de la economía popular” (Cf. “Somos télam, 11/04/2024).

 

Ricardo Mauti

Religión Digital

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