Fue en África donde mejor comprendí la fascinación que produce el poder y la riqueza. Los pobres añoran la riqueza; los últimos sueñan con ser primeros; los pequeños envidian a los grandes:

"Sólo podrá salvar nuestra nación quien sea uno de los grandes, uno del clan de los poderosos".

Un pequeño, un pobre nunca podrá ser la esperanza de nadie.

La ignorancia, la pobreza, lo primitivo se obnubila ante los fuegos artificiales del poder, la riqueza, lo fuerte.

Entre los israelitas, el rasgo fundamental de Yahvé era el Poder, incluso más que la misericordia. Yahvé era roca, era montaña, el creador. Por eso era la salvación: el dueño de los ejércitos.

Dios debió considerar que los hombres no llegaríamos a ninguna plenitud de lo humano si él mismo no se mezclaba entre nosotros para enseñar el camino. Los hombres solos, no descubriríamos nunca el secreto de la plenitud.

Los hombres, cuando inventamos dioses, inventamos dioses poderosos. Si buscamos líderes, serán fuertes, grandes, ricos: sólo estos podrían conducir hacia el triunfo.

"Un niño nos ha nacido". Y cuando creció, se dedicó a defender a los pequeños, a los pobres, y a los marginados.

Muy pocos son los que aprenden el secreto de Dios. La gran mayoría seguimos obnubilados con el poder.

Quizá tener la fe de Jesús sea creer la lección de Belén. Es más sencilla que el credo de Nicea.

Si a alguien se le indigesta la teología y los teólogos, que no discuta. Quizá baste con recordar que nos nació un niño y además pobre. Él enseña el único camino.

Luís Alemán