¿SE PUEDE DECIR, CON PROPIEDAD, QUE DIOS NOS AMA?
Luís Alemán"Mejor lo hablamos cuando te llame porque lo peliagudo del asunto
viene después, a saber: Dios no puede amarme a mí,
ni a ti, por supuesto, ¡a ver qué te has creído!"
Berta
La frase entrecomillada es de alguien, una mujer, que me escribe. Es inteligente, muy leída, muy docta, metida en círculos teológicos. Es decir, de alguien enterada, que piensa y tiene fe. Y va y escribe: "Dios no puede amarme ni a mí, ni a ti, ni al él". Dios no puede amarnos.
Así a primera vista, podría parecer una boutade, un exabrupto.
Sin embargo, la afirmación lleva una carga de profundidad tan seria que no nos permite pasar con una devota consideración.
Efectivamente. Dios, si existe, es tan diferente a nosotros que no parece posible que pueda amarnos.
El amor parece que tiene que darse entre iguales o similares.
El amor implica una cierta necesidad del amado.
El que ama pierde algo de sí mismo al amar.
El que ama corre peligro de perderse al amar.
El que ama sufrirá, hasta de forma atroz, si es rechazado.
Nada de esto parece ser compatible con la divinidad. Si Dios existe, y es Dios, no puede amar. Si ama a alguien que no sea Dios, deja de ser Dios. Un Dios que necesite de algo o a alguien no puede ser Dios. Dios podría recrearse en su obra, su creación. Pero en el momento en el que tuviera la debilidad de amar, estaría perdido.
Hasta aquí, mi querida Berta, parece que impera la lógica. Y lo lógico es bueno. Es más, todo lo que existe debe entrar en el campo de lo lógico. Si algo no es lógico, no puede ser.
Lo que ocurre es que en ese lío en el que me has metido, negando que Dios pueda amarnos a ti, "y por supuesto" a mí y a otros, pareces conocer a las dos partes: a Dios el que ama, y al hombre que niegas poder ser amado.
No cabe duda de que puedes conocer muy bien al hombre. Pero ni tú, ni yo, ni nuestros vecinos conocemos qué es o quién es Dios.
Y es que de Dios no sabemos ni podemos saber nada. Sólo la pedantería o la ingenuidad, nos llevan, con demasiada frecuencia a veces, a hablar como si supiéramos de qué hablamos cuando hablamos de Dios. En el fondo, fondo, de Dios no podemos decir nada. Es más, cuando hablamos de él nos equivocamos. Incluso si decimos que existe, no sabemos lo que decimos. Sencillamente porque la palabra "existir" la entendemos según nuestro modo de ser. Y Dios, - si existe-, su existir sería tan diferente a nuestro existir, que en buena lógica habría que inventar otra palabra. La tendría que inventar Dios.
Dios y nosotros no somos unívocos. Somos seres totalmente distintos, aunque tengamos algún parecido. Pero incluso en esa miajita, en la que nos parecemos, también somos distintos. Nada de lo que podamos decir de Dios, empezando por el nombre se le puede atribuir con exactitud.
Por eso Buddha no hablaba de Dios. Creía tanto en Dios que no hablaba de él. Llegó al convencimiento de que todo lo que dijera de Dios era erróneo.
Karl Barth, el teólogo protestante más cercano al catolicismo en el siglo XX, se quejaba de los católicos porque sabíamos demasiado de Dios.
Nuestras filosofías y razonamientos son simples habladurías. Sólo el silencio nos acerca más al Misterio, a Dios. Pero el silencio es mucho más difícil que la palabra y el concepto.
Dios no puede ser "objeto" de ninguna ciencia, de ninguna investigación. Hablar de Dios, podría ser una insolencia.
Para pensar en Dios, me fío más de los grandes místicos que de los grandes filósofos o teólogos.
La única referencia firme es Jesús.
Para evitar la desesperación que produce en nosotros ese vacío de saber sobre Dios, nació Jesús. Encarnación significa que la palabra, el discurso sobre Dios no se dice. La palabra se hace hombre.
En Jesús está todo dicho: Lo más que puede decir Dios de sí mismo a los hombres. Jesús es el lenguaje de Dios.
Él nos dijo que a Dios le llamáramos, Padre.
Sí. Podemos decir que Dios es Padre; que siempre otea nuestra llegada desde una colina.
Él nos dijo que el reino de Dios (=Dios) era semejante a la levadura, que sin verse transforma la masa.
Él nos dijo que era semejante a la piedra de más valor que podíamos encontrar.
Él nos dijo que Dios, su Padre, se manifestaba a los humildes y se ocultaba a los poderosos.
Él nos dijo que lo buscáramos dentro de nosotros.
Él, Jesús, nos dijo que había un santuario en el que nos encontraríamos con Dios: el pobre, el pequeño, el marginado. Allí nos esperaba.
¿No será que no nos interesa saber lo que sabemos de Dios?
Para algunos puede ser una humillación el hecho de que siempre haya que recurrir a la fe, de que nunca se pueda prescindir de la fe.
En la búsqueda de Dios, a la lógica siempre le faltaran peldaños. Siempre habrá huecos o vacíos. Siempre será imprescindible la fe. Por ejemplo, para creer que Él nos ama.
Luís Alemán