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JEREMÍAS Y LOS MUDOS

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Jeremias y mudos

 

 

Mc 7, 31-37

Los hombres y mujeres de Pilcara tenían fama de ser más callados que las piedras. Al llegar allá Jeremías se propuso cambiar eso, "pues he sido enviado, decía él, para hacer ver a los ciegos, oír a los sordos y hablar a los mudos."

Así hablaba Jeremías:

Durante siglos nos mandaron callar: "Lo que has visto, lo que has escuchado, guárdatelo. Lo que piensas, lo que sientes, ni "mu". A todos los que te pregunten algo, siempre contestas: "Sí, patrón; sí, jefe; sí, señora; sí, Monseñor". Si te preguntan cómo estás, responde siempre: "Aquí estamos" nomás.

Sencillo: si quieres sobrevivir, cállate. Haz como si fueras ciego, sordo o mudo, como si no existieras. Hazte el muerto. De esta forma no vas a tener problemas.

Felizmente, hoy en día, las cosas están cambiando. Pero aún muchos de nosotros seguimos siendo de esos que nunca han visto nada, no saben nada, no tienen nada que decir.

¿Por qué es así?... Porque aún tenemos miedo. Aún seguimos con esa creencia de que solo tienen el derecho de hablar aquellos que tienen buenas propiedades. Ellos solo tienen derechos. Nosotros no. Porque no tenemos casi nada, hacemos como si no fuéramos nada. Siempre fue así. Echemos un vistazo a nuestra historia:

En la época de los Incas, ¿creen ustedes que la gente no tenía miedo de decir lo que pensaba?...

En el tiempo de la conquista y de la colonia española, ¿creen ustedes que el pueblo (en particular el pueblo indígena) tenía el derecho de expresar lo que pensaba?

Aún después de doscientos años de independencia, ¿le resulta fácil al pueblo (en particular al pueblo indígena) hablar libremente?

La Iglesia siempre nos ha enseñado que Jesús abría los ojos a los ciegos y los oídos a los sordos, y hacía hablar a los mudos; ¿pero acaso ella nos enseñó realmente a expresarnos, a hablar, a opinar, a pensar por nosotros mismos, y a decir otra cosa que "Amén"?

¿Acaso es sano pasar la vida callando? ¿Por qué será, pues, que Dios nos ha dado dos ojos, dos oídos y una lengua?... Por cierto, la lengua puede matar, pero ¿cómo podemos vivir como humanos sin ella?

¿Dios habla o no habla...? ¡Claro que Dios habla! Si no, no tendríamos la Palabra de Dios. Ahora bien, la Palabra de Dios es la que trae a la existencia todas las cosas. Sin ella no existe nada y todo existe por ella, escribe Juan el evangelista. Ella es luz, es vida, es energía creadora de Dios. Se hizo carne en Jesús para que en él nosotros, los humanos, nos transformemos en luz también, tengamos vida en abundancia y seamos creadores como Dios. (Jn 1, 3-4; 14).

¿Acaso no somos imágenes de Dios? Por lo tanto, ¡hablemos! ¡Hagamos existir las cosas! ¡Dejemos de vivir como muertos!

Tenemos que aprender a hablar de verdad. Jesús quiere esto, aunque no sepamos muy bien cómo hacer. En un principio, nos va a costar y vamos a meter la pata tal vez, como los niños que apenas empiezan a hablar. Por eso, tenemos que practicar la cosa entre nosotros, con gente de confianza, dándonos el derecho de equivocarnos. Solo los muertos no se equivocan nunca.

Cuando, abriéndose paso en medio de la muchedumbre, a Jesús le traen para que lo cure a un pobre sordo que gruñe en vez de hablar, él lo lleva aparte para que se entrene a hablar sin temor. Jesús lo aparta bastante para que nadie se burle de él o le venga a gritar: "¡Cállate, que no sabes hablar! Ni fuiste a la escuela ¿cómo vas a entender la Palabra de Dios? ¡Eres un zoquete!"...

Al pobre hombre, Jesús lo aborda con gran humanidad. En primer lugar le quita la sordera porque antes de hablar es necesario escuchar. Luego le anima a soltar la lengua diciéndole: "No tengas más miedo, amigo, y habla. Habla, pues en ti hay mucha sabiduría. Habla, muchas cosas las entiendes mejor que un montón de sabiondos. Habla, porque solo los que han sufrido como tú pueden entender a Dios y a los humanos... Sí, Padre, te alabo porque das a conocer cosas grandes a los que se parecen a este hermano, mientras las ocultas a los que creen saberlo todo." (Marcos 7, 31-37; Lucas 10, 21).

A través de encuentros muy simpáticos, Jeremías y su equipo daban ánimo a la buena gente de Pilcara para que se arriesgara a hablar de sus cosas, de sus sentimientos, penas y sueños; de sus cóleras, fracasos y dudas; de sus gustos y de sus amores. De su historia sobre todo y de sus logros propios. Y de lo que conocían de Dios y de su Palabra.

Jeremías les explicaba que la Palabra de Dios que se encuentra en la Biblia, en realidad es una palabra de mujeres y hombres sencillos como ellos, a menudo muy pobres y muy sufridos. Durante siglos se han esforzado por descifrar el lenguaje de Dios en la Naturaleza, en los acontecimientos de su historia y en sus vivencias. Miraron con sus ojos, reflexionaron y oraron. Luego conversaron mucho entre ellos sobre sus descubrimientos. Más adelante aquello fue puesto por escrito.

Ahora nos toca a nosotros hacer lo mismo. Porque Dios no ha hablado solo en el pasado sino que nos habla hoy en día, para seguir creándonos. Para despertarnos de nuevo, iluminarnos, confortarnos. Para hacer nuevas maravillas en medio de nosotros. Por medio de Jesús nos ha hablado y nos sigue hablando. Escuchémoslo atentamente.

Escuchar sí, pero no tragárselo todo como gansos, advertía Jeremías. Porque, en la Biblia, además de rico maíz, arroz, trigo, uva y agua pura se encuentra también mucho cascajo. Hay que escoger primero lo que uno entiende y lo que alimenta el corazón, y luego solo lo que libera de los miedos y de la esclavitud. A veces hay que pelear con la Palabra, como Jacob con el ángel, como Job contra el mismo Dios, o como Jesús desahuciado gritando a Dios: "¿Por qué me has abandonado?"

Jeremías recalca que si el silencio, como afirman los sabios, es mejor que la palabra, no todo silencio es bueno. Si no fuera así, Jesús no hubiera curado a los mudos.

Así hablaba Jeremías y he aquí cómo en Pilcara muchas lenguas se soltaron. Era lindo oír eso: ¡una cacofonía perfecta! Aun su mismo querido sucesor y enemigo, el viejo cura teutónico, lo reconoció. Cruzándolo por la calle, un día, él se echó a sus brazos con ruido y exclamó: "Jeremías, has hecho un milagro increíble: ¡hiciste hablar a las piedras de Pilcara! Pero... ahora..." Y se fue sin terminar su frase.

Pero ahora... "¡hay que callarlas...!" iba a decir el Teutón, pero no se animó. Sus acciones posteriores lo mostraron ad nauseam. Por ejemplo, en su catequesis de preparación a los bautismos, amonestaba a padres y padrinos para que se cuidaran de la Biblia:

"Yo he estudiado en la Gregoriana de Roma y no puedo decir que entiendo la Biblia, ¿cómo ustedes que ni han cursado el segundo grado de primaria la van a entender? Repitan después de mí: '¡Soy un zoquete!' ¡Repitan les digo, y más fuerte, pues no oigo!"...

Así van las cosas, unos son enviados a los mudos para hacerlos hablar, y otros para callarlos.

 

Eloy Roy

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