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REFLEXIONES DESDE LA MIOPÍA

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Mis ojos son como dos lupas de buena calidad. Afortunadamente mi primer oftalmólogo, miope también él, recurrió a un comentario por el estilo allá por los 7 años, cuando mi sensación predominante era que no veía nada...

El mundo, visto de lejos –es decir, a una distancia de unos diez pasos – es una maraña de formas que se mueven caprichosamente, que si no dan alguna otra señal me resultan absolutamente incomprensibles; mi infancia transcurrió apretando los ojos en el esfuerzo de afinar la mirada, o escondida detrás de unos cristales gruesos que resolvían bastante pero eran necesariamente ocultables.

La realidad se me venía encima, "im-pre-vista", es decir, la vista no me permitía anticipar, prepararme; me sorprendían las pelotas del quemado y ni hablar de las actitudes de otros, que allá a lo lejos, en su mundo de miradas y gestos gestaban vínculos o respuestas a la vida que me descolocaban.

Paradoja de cada "desgracia", que guarda en sí la promesa de una gracia... Decididamente opté por el sonido, universo accesible, y afloraron la música y el canto, y la palabra... y descubrí el olfato, y me embriagaba en las rosas y en el anticipo de la lluvia en la humedad ambiente y en el regocijo inenarrable del aroma del pasto mojado... Y el mundo pequeñito del que disponía, no más allá de lo que podía tocar (mis ojos alcanzan apenas un poquito más que mis brazos...) se amplió en la fiesta del oído y del perfume.

Y me volví sutil, atenta a los detalles, imposible olvidar un tono de voz, una palabra acariciadora. Desprovista de la distracción de lo macro, me concentré en lo mínimo, y la vida entera se comprendió desde allí. Me afirmé en que el mundo es una conjunción delicada y misteriosa de pequeñeces, observación cuidadosa, cavilosa y paciente de lo minúsculo, patitas de hormigas o anillos de bicho bolita, gotas de rocío brillando en la rama otoñal; creí que el universo entero se juega en la armonía entre el garfio del escarabajo torito y el bicho que con él atrapa...

Para ensanchar abruptamente mi microcosmos, llegó la lectura, salto a lo gigantesco desde mi planeta, el Principito lanzada al infinito. El gran mundo social, las grandes preguntas, las respuestas que otros fueron dando a los males y las búsquedas de la humanidad. Del cuidado minucioso de cada pétalo de mi rosa, ella y yo y el silencio, al fragor de las batallas de piratas y los viajes al espacio, Salgari y Verne en primera fila, Dickens y la denuncia de la explotación capitalista. Y a la sutileza se sumaron los sueños heroicos, la posibilidad de la lucha por enderezar lo torcido, el Quijote y sus molinos.

En ese interjuego, fui descubriendo la grandeza de los detalles, la riqueza concentrada en lo más pequeño. Hoy lo nombro densidad, aquello que en poca sustancia aparente guarda enorme peso específico, "lo simple preñado de eterno", en palabras de Canali...

Llegó la adolescencia y, maravilla de la tecnología, las lentes de contacto, que me permitieron ingresar a ese espacio hasta allí restringido de la mirada a lo lejos, del gesto que acerca a la distancia... Mundo nuevo de lo intermedio, lo grupal, a los tumbos descubriendo rostros y facetas novedosas, desconcertantes, de la realidad. (Creo que ahí descubrí la mentira, la posibilidad de decir algo diferente con la voz y con el gesto; confiaba "ciegamente" en el valor de la palabra...)

Usé las lupas que tenía ya incorporadas, para el conocimiento de estas novedades; tal vez me torné susceptible, ahora que disponía de herramientas acaso excesivas para comprender; me mareé muchas veces en el fárrago de información sobre el otro, sobre mí misma, me sigo mareando...

He escuchado muchas veces hablar de "miopía" como la imposibilidad para acceder a un entendimiento operativo del mundo, de establecer conexiones, de anticipar comportamientos sociales o políticos... Y esto es en parte cierto... Pero, como en todo, las mayorías tienden a afirmar que su "punto de vista" (en este caso, el de los que ven sin ayuda de instrumentos) es el universalmente válido...

Descubrí con los años que mi regalo –aporte que nosotros los miopes podemos entregar a la humanidad- es esta capacidad, que es también necesidad, de cercanía. Sólo estando cerca, puedo, y me atrevería a decir, podemos como especie, comprender ciertos recovecos de lo humano que suelen pasar inadvertidos y son accesibles a esa mirada de lupa. Arriesgándonos a la proximidad, la verdad profunda del otro, la mía propia, se nos hace "visible". Sigo creyendo que la vida más auténtica se juega en lo ínfimo... certeza de miope de alta graduación...

Bendito sea Dios, por regalarnos la posibilidad de ver a lo lejos, porque eso amplifica la perspectiva, abre horizontes nuevos, conecta la historia y los macro procesos... (Bendito por darnos la inteligencia para producir lentes de contacto...)

Bendito sea también por la miopía, por las lupas y los microscopios, que nos invitan a hacernos próximos, a estrecharnos, a concentrar la mirada, a descubrir la densidad de lo íntimo, por desafiarnos a lo "invisible"...

Bendito sea por esta capacidad elástica del ojo biológico y de la mirada espiritual y emocional, que nos permite ajustar el modo de contemplar según las diferentes distancias, la luz disponible, el objetivo de la observación... Bendito sea, por hacernos distintos, abiertos al regalo de los otros con su mirada propia que nos enriquece, flexibles, disponibles a lo gigante y a lo diminuto...

 

Sandra Hojman

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