Un leve haz de luz es suficiente para orientarnos, sin que por ello podamos evitar los tropezones y caídas en el camino. La luz permite que veamos y nos maravillemos de la vida que nos rodea; la luz transmite también alegría y ganas de vivir. El Hijo de Dios nació entre los sombríos y ensombrecidos, para dar luz al mundo y mostrar su auténtica belleza. Esa es la extraña sabiduría de Dios.