Amor a Dios y amor al prójimo:
centro y esencia de todas las leyes
¿Cuál es
el mandamiento principal? Jesús respondió:
“Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y
con toda tu mente. Éste es el primer mandamiento y el más
importante. El segundo es semejante al éste: Amarás al
prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se
basa toda la ley y los profetas” (Mt 22,37-40).
Los
expertos discuten acerca de si este doble y único
mandamiento lo formuló Jesús mismo de esta manera. Pero de
lo que no cabe duda es que expresa magníficamente la
enseñanza y la práctica de Jesús.
Por lo
demás, Jesús no inventa nada en esas palabras. No hace sino
citar Dt 6,4 y Lv 19,18.
El primer
texto citado (Dt 6,4) es el famoso shemá, la
principal oración que los judíos deben rezar a diario, la
oración que muchos rezaban mientras se dirigían a las
cámaras de gas en Auschwitz, las palabras que colocan en los
marcos de todas las puertas, para tocarlas y acariciarlas
con la mano al entrar o al salir.
No son
dos mandamientos, sino uno solo.
El amor
al prójimo es mediación y expresión del amor a Dios. El amor
a Dios es fuente y horizonte último del amor al prójimo.
El que
ama al prójimo ama siempre a Dios; el que ama a Dios no
puede no amar al prójimo.
Cuando
realmente se ama, es lo mismo que se ame al prójimo “por
Dios” o que se ame a Dios “por el prójimo”.
El que
ama sin “creer” en Dios tiene una “fe anónima”; y el que
“cree” en Dios sin amar al prójimo, tiene un “ateísmo
anónimo”.
Si amas,
ya eres perfecto, Dios está en ti, y eres libre.
El amor
doble y único no es el mandamiento más importante, sino el
único mandamiento. Es el que les da sentido, sustancia,
valor a todos los mandamientos. El que ama cumple todo. Sin
amor, todos los mandamientos se convierten en leyes
opresoras, impuestas desde fuera. Una fidelidad sin amor es
sumisión servil, o mero formalismo, o búsqueda engañosa y
fracasada de sí mismo.
Nuestro
amor nunca es perfecto, ni siquiera debemos pretender que lo
sea, pero sólo es perfecto en nosotros lo que hay de amor,
fragmentario y frágil y herido como es, el amor humilde, el
amor necesitado, el amor que perdona, el amor que se
levanta, el amor de cada día.
Al
afirmar que el amor es el mandamiento principal y único,
Jesús se sitúa frente al legalismo y la casuística.
El
legalismo consiste en cumplir la ley y quedarse
tranquilos; la casuística es la necesidad de
“saber” qué manda exactamente la ley en cada situación
concreta, para así estar seguros ante Dios. El legalismo y
la casuística son las dos tentaciones fundamentales de toda
moral religiosa.
El
mandamiento del amor, por el contrario, no nos ofrece una
aplicación normativa para cada caso. Sino que nos pide un
corazón nuevo, un espíritu nuevo, una mentalidad y una
sensibilidad nuevas.
Lleva
consigo el riesgo de la decisión de cada momento, decisión
particular e insegura como toda circunstancia única; lleva
consigo la exigencia de verdad y de paz interiores, de
humildad y de confianza radicales.
Jesús no
nos ofrece un código o un sistema moral, sino que nos revela
cuál es el centro de la moral y de la ética: humanidad
solidaria, felicidad compartida; la máxima humanidad
posible, la máxima armonía y felicidad posibles para todos
los seres de la creación entera. En eso consiste la gloria
de Dios.
Este
doble y único mandamiento constituye la esencia de la ética,
de la moral, de la religión, de todas las cosas. Es la
esencia de la moral tanto en lo que se refiere al contenido
como en lo que se refiere a la motivación. El amor es el
contenido esencial, y es la motivación esencial. El amor es
la esencia de todas las cosas. Y cuando el amor sea pleno y
definitivo, todas las cosas habrán llegado a su plena
realización.
La dicha
del ser humano y de toda la creación es el sueño y la meta
de Dios y, por consiguiente, la suprema ley de la ética y de
la religión.
Las
diferencias entre las personas y entre los países, la
miseria en que vive un tercio de la humanidad, las guerras
provocadas por quienes no van al frente, el hambre que es la
guerra más terrible, el armamentismo, el expolio de la
naturaleza... ésos son los pecados más grandes contra la
ética de Jesús. Y, sin embargo, nos remuerden tan poco esos
males y nos remuerden tanto otros “pecados” que tal vez ni
siquiera lo son...
El bien
del ser humano y de la creación es el bien de Dios, y por
ese bien se comprometen la verdadera moral y la verdadera
religión.
Tampoco
en este caso tenemos por qué buscar a toda costa en Jesús
una originalidad absoluta. Jesús no inventó los mandamientos
del amor a Dios y al prójimo, ni siquiera su vinculación
mutua. G. Theissen demuestra que todas las grandes
enseñanzas del Sermón de la Montaña encuentran algún
paralelo en la literatura rabínica (aunque no se encuentre
¾cosa
importante¾
ningún rabino que las reúna todas, como enseguida veremos).
En el
judaísmo helenístico, particularmente, estaba extendida la
idea de que el monoteísmo es el mandamiento
principal.
Rabbí
Hillel y Rabbí Aquiba, comentando Lv 19,18 (“amarás a tu
prójimo como a ti mismo”), afirman rotundamente que la
solidaridad es el corazón de la Torá.
Por otra
parte, había tradiciones que unían entre sí el amor a Dios y
el amor al prójimo. He aquí unos ejemplos:
“Respetad
y venerad a Dios, al tiempo que cada cual ama al herman@ con
misericordia y justicia” (Jubileos 36,7-8);
“Amad al
Señor en vuestra vida entera y amaos mutuamente con un
corazón sincero” (Testamento de Daniel 5,3);
Hijos
míos, observad la ley de Dios, adquirid la pureza y vivid
sin malicia, no hurguéis en las acciones del prójimo, sino
amad al Señor y al prójimo, apiadaos del débil y del pobre
(Testamento de Isaías 5,1-2);
“Al Señor
amé e igualmente a cada ser humano con todas mis fuerzas.
Hacedlo también vosotros” (Testamento de Isaías 7,6).
“Hay en
cierto modo dos principios básicos a los que se subordinan
las innumerables enseñanzas y leyes concretas: en referencia
a Dios, el mandamiento de la piedad y adoración; en
referencia al ser humano, la filantropía y la justicia; cada
uno de estos mandamientos se desglosa en múltiples y nobles
subespecies”. (Filón de Alejandría, contemporáneo de Jesús)
Vemos,
pues, que los dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo,
en su mutua vinculación, constituyen la esencia misma del
judaísmo. Y Jesús no pierde nada porque no sea el primero o
el único en haber expresado los dos mandamientos. Jesús no
perdería nada aunque no fuera el primero o el único en nada.
Sí habría de perderse la pretensión de superioridad que nos
es tan cara a los cristianos, y sería bueno perderla. Las
pretensiones cristianas no dan gloria a Dios y nos impiden
cumplir el mandamiento del amor que nos dio Jesús.
De todos
modos, es verdad lo que observa Hans Küng: “No se puede
negar que es muy distinto que tres docenas de sentencias
pronunciadas por tres docenas de rabinos se hallen
documentadas en tres docenas de pasajes del Talmud y que
todas ellas estén concentradas en un solo rabino. Es decir,
lo inconfundible no son las frases sueltas de Jesús, sino el
conjunto de su mensaje”.
El
mandamiento del amor es universal. El amor es el anhelo y la
tarea de todos los seres. Y es el mandamiento más fácil y
más difícil: el más fácil, porque no es necesario perderse
entre normas e interpretaciones; el más difícil, porque
exige superar todo cálculo y toda medida. El amor no es una
ley, no es una norma. Jesús supo y nos enseñó a amar a Dios
y al prójimo sin cuidarse de normas, interpretaciones,
cálculos y medidas.
La Regla de oro en las tradiciones religiosas
“Haz
a los demás lo que quieras que te hagan a ti"
(Lc 6,3). Este principio, aparentemente tan humilde, expresa
la plenitud del amor. Y no importa tanto que se expresa en
esa forma positiva, o en una forma negativa, es decir:
“No hagas a los demás lo que no quieras para ti”. Pues,
al final, cada uno desea todo para sí (y no quisiéramos que
otros no nos den “todo”).
Esa “regla de oro” se encuentra en todas las grandes
religiones, de una forma u otra:
Hinduismo:
"Uno no debe comportarse con otros en una forma que para uno
mismo es inadecuada: ésta es la esencia de la moral" (Mahabharata
XIII).
Budismo:
"Un estado que no es adecuado para mí o que no me es grato,
tampoco ha de serlo para él; y un estado que no es adecuado
para mí o que no me es grato, ¿cómo puedo exigírselo a
otro?" (Samyutta Nikaya V).
Jainismo:
"Indiferente frente a la cosas del mundo, el hombre debe
actuar y tratar a todas las criaturas del mundo como él
quisiera ser tratado" (Sutrakritanga I).
Confucio:
"Lo que no desees para ti, tampoco se lo hagas a otros
hombres" (Discursos 15).
Rabino Hillel:
"No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti" (Sabbat
31,a).
Islam:
"Ninguno de vosotros es un fiel si no desea a su hermano lo
que desea para sí mismo" (40 hadices de an-Nawawi
13).
José
Arregi
Para
orar
Si el amor nos hiciera
poner
hombro con hombro,
fatiga con fatiga
y lágrima con lágrima.
Si nos hiciéramos uno.
Unos con otros.
Unos junto a otros.
Por encima del oro y de
la nieve,
aún más allá del oro y de
la espada.
Si hiciéramos un bloque
sin fisura
con los seis mi millones
de rojos corazones que
nos laten...
¡qué hermosa arquitectura
se alzaría del lodo!
Anónimo