A Nagore, Carolina, José Diego
Queridas Nagore, Carolina, querido José Diego:
Un
terrible huracán os arrastró aquella noche de San Fermín del
año 2008, en nuestra querida Pamplona, y sembró de ruina, de
angustia, de muerte vuestras jóvenes vidas. ¡Pobres vidas!
Nagore,
una mano que momentos antes parecía amiga de pronto se
volvió loca, se tornó brutal, y te asfixió. A ti, alegre
estudiante de enfermería, a tus 20 años. ¡Pobre Nagore,
pobre madre tuya!
Carolina,
esa mano era la de tu novio adorado, tu camarada médico, tu
chico 10, con quien salías desde hacía tres años; tú estabas
de guardia en la Clínica velando, curando, cuidando enfermos
con tus manos enamoradas, mientras muy cerca de allí se
agitaba el torbellino que te hizo naufragar.
José
Diego, querido José Diego, un huracán te arrebató a ti el
primero, ¡y cuánto desearías ahora que te hubiera arrebatado
solamente a ti!
Nagore,
Carolina, José Diego, yo no sé qué deciros, ni si debo
escribiros a los tres a la vez. Me estremece dirigiros a los
tres juntos, pero ¿cómo no hablaros juntos a los tres, si es
el mismo huracán el que os devastó? ¡Ojalá hubiera una
mirada, una palabra, una mano que os pudiera consolar a cada
uno en vuestra pena singular e indecible!
Querida
Carolina: la noche más alegre de Pamplona se convirtió para
ti en la noche más triste, y aún te envuelve aquella
tristeza. Tú estabas ajena a todo, tú cuidabas a tus
enfermos y, de pronto, proyectos e ilusiones infinitas, todo
se derrumbó. Perdiste el amor, perdiste la inocencia,
perdiste la esperanza. Pero Jesús te dice: "¡Ánimo,
Carolina, no temas, yo estoy contigo! Volverá el consuelo,
volverá el amor. Sigue curando heridas con tus manos de
médico. Yo también soy médico y sé curar heridas".
Querida
Nagore: ¡oh!, tú fuiste la más desafortunada, tú fuiste la
más herida. La pena de los tuyos es inmensa, y también la
ira. Pero yo quiero imaginar que tú nos dices: "No lloréis
por mí, yo ya encontré consuelo, ya descanso. Creedme: entre
todas las personas desgarradas de aquella noche terrible, yo
soy la más afortunada, pues ya vivo en la Vida".
Sí,
háblanos así, querida Nagore, haz que sintamos que nos
hablas así desde más allá de las fronteras de este mundo
triste. Tú eres
-así
lo quiero creer-
la única que puede recordar sin enfermar el horror de
aquella noche. Tú eres la única cuya memoria está sanada de
la angustia, del miedo, del rencor.
Di a tu
pobre madre: "Ama, Jesús está contigo, y yo también
juntamente con él, y juntos te consolaremos como en otro
tiempo a la viuda de Naín, y a todas las madres que
perdieron a sus hijas a manos de la crueldad o de la locura.
Yo comprendo vuestra pena y vuestra ira, pero os pido en
nombre de Jesús, en nombre de la bondad, en nombre de la
justicia: No os dejéis ganar por la tristeza, ni por el
rencor; no os concentréis en mi nombre para reclamar
castigo. Mi gran herida no se curará hasta que se curen
vuestras heridas por mí. Y vuestras heridas por mí no se
curarán hasta que dejéis de pedir más castigos. Os lo pido
en el nombre del Dios de la Vida y del Amor en quien vivo.
En Él no conozco castigo. Y ahora entiendo que la justicia
no consiste en hacer pagar, sino en curar el daño".
Sí,
Nagore, háblales así a tu madre y tu familia, háblanos así.
Cuídanos con tus manos de ángel enfermera, hasta que nuestra
memoria se cure del todo.
Y tú...,
¡querido José Diego! No puedo dejar de sentir que la tuya es
la mayor desgracia, la más difícil de aliviar. Tú también lo
perdiste todo, y más que todo: pasaste de ser un chico
perfecto a ser un criminal. ¡Qué tristes deben de ser tus
días y qué negras tus noches en la cárcel! ¡Qué
insoportables deben de ser las voces de gente de Pamplona
pidiendo más penas para ti!
Jesús te
dice: "José Diego, yo vine a buscarte desde siempre, y no te
dejaré nunca. Te lo juro por mi Dios y por tu Dios: yo te
busqué y te encontré en los duros caminos de Galilea, y
compadecí tus dolores y contemplé tu bondad. Sí, yo creo en
tu bondad, y quiero que también tú vuelvas a creer. Yo
quiero enjugar con mis manos tus lágrimas de día y de noche,
junto con las lágrimas de todos los que lloran, y quiero que
vuelvas a mirar el cielo. Quiero que vuelvas a quererte,
quiero que vuelvas a vivir. José Diego, quiero que vuelvas a
ser médico de cuerpos y de almas, como yo, conmigo, con
nuestro Dios, para que todos los cuerpos heridos y las almas
enfermas se curen. ¡Lo necesitan tanto!".
Nagore,
Carolina, José Diego: os vimos llegar con tres heridas, la
de la muerte, la de la vida, la del amor. ¡Que nuestra mano
ponga en vuestras llagas el bálsamo de Jesús!
Parar orar
Que todos los seres que existen,
débiles o fuertes,
largos,
grandes, medianos,
bajos,
pequeños o gruesos,
que todos los seres que existen,
conocidos
o desconocidos,
cercanos o lejanos,
nacidos
o por nacer,
que todos los seres sin excepción estén felices.
Que nadie engañe ni desprecie a otra persona en ningún
lugar.
Que no desee el daño de los demás con enojo.
Así como una madre protege a su única hija o hijo
a costa de su propia vida,
de
la misma forma uno debe cultivar
un corazón sin límites hacia todos los seres.
Que los pensamientos de amor llenen todo el mundo,
arriba, abajo y a lo largo;
sin ninguna obstrucción, sin odio, sin enemistad.
Parado, caminando, sentado o acostado, mientras despierta,
una debe cultivar esta meditación de amor.
Su vida traerá el cielo a la Tierra.
(Plegaria budista)
José Arregi