Sexualidad unitiva
y sexualidad procreadora
Un punto débil muy criticable, antropológica y éticamente,
en los documentos eclesiásticos sobre familia, sexualidad y
procreación asistida, es la obsesión injustificada por no
distinguir ni separar los aspectos unitivos y procreativos
en la relación sexual. Ahí se bloquea el razonamiento moral
y se acaba por oponerse, tanto a la procreación médicamente
asistida como a la contracepción y las relaciones que no
tienen como finalidad la procreación.
En este punto se mantienen sin ceder tanto Pablo VI, como
Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Por citar solamente un texto típico, me remito al nº 4 de
la instrucción Donum vitae (CDF, 1987). Dice así:
“La contracepción priva intencionalmente al acto conyugal
de su apertura a la procreación y realiza de ese modo una
disociación voluntaria de las finalidades del matrimonio. La
fecundación artificial homóloga (sic), intentando una
procreación que no es fruto de la unión específicamente
conyugal, realiza objetivamente una separación análoga entre
los bienes y significados del matrimonio”.
El nº
15 de la reciente encíclica “Caritas in veritate” repite
esta manera de pensar y lo corrobora en la nota 27 citando a
Pablo VI y una alocución del mismo Ratzinger: Cf. nn. 8-9:
AAS 60 (1968), 485-487; Benedicto XVI, Discurso a los
participantes en el Congreso Internacional con ocasión del
40 aniversario de la encíclica «Humanae vitae» (10 mayo
2008): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (16 mayo
2008), p. 8.
Se ve claramente que no sólo no ha cambiado la postura
oficial eclesiástica, sino que en el papado actual se dejan
cada vez más “atados y bien atados” los nudos del paquete de
tomas de posición intransigentes e incompatibles con la
ciencia y el pensamiento antropológico y ético.
Frente a esta estrechez de miras hay que seguir invitando a
pensar. Por ejemplo, repensemos el lema tan conocido del
libro del Génesis:
“Creced, multiplicaos”(Gen 1,28).
(La Biblia de Alonso Shökel y J. Mateos traduce muy bien
con una coma, en vez de con una “y”. No dice: “Creced y
multiplicaos”, sino “Creced, multiplicaos”.
El “creced, multiplicaos” del imperativo bíblico a la
mítica pareja primordial se parafrasea de varias maneras.
Quienes dan prioridad a la procreación leen así:
“Multiplicaos para aumentar descendencia, no se extinga la
especie”.
Otra lectura posible: “Ayudaos mutuamente a crecer, y
multiplicaos”. Esta interpretación desdobla la unión de la
pareja en ayuda mutua y procreación.
Para una lectura más radical “creced y multiplicaos” son
imperativos diferentes: “Creced, siempre. Multiplicaos, no
siempre, sino a su tiempo”. Para crecer juntos, amaos y
deciros que os queréis. Decidlo con la palabra y el cuerpo,
acariciaos mutuamente. Y cuando sea oportuno que el amor
fructifique en prole, favoreced las condiciones para
acogerla, criarla y educarla.
Esta interpretación no identifica el crecimiento con la
multiplicación, ni el amor con la procreación. Las
exhortaciones sobre la familia en documentos eclesiásticos
no concordarían con esta interpretación, ya que el punto
débil de la teología “romana” en esta tema es su énfasis en
la inseparabilidad de lo procreativo y lo unitivo en todos y
cada uno de los actos de unión corporal de la pareja.
En cambio, desde la antropología y la ética, habría que
recalcar la asimetría entre los dos polos de la frase:
“creced; multiplicaos”. “Creced juntos” es un imperativo
válido para siempre en la vida de la pareja. “Multiplicaos”
es un imperativo condicionado a la conveniencia y
oportunidad de las circunstancias.
“Creced mutuamente” es una brújula para las relaciones de
pareja. “Multiplicaos responsablemente” es el lema de la
acogida correcta al nacimiento de una nueva vida.
Así, el emblemático “creced, multiplicaos” repercute en el
enfoque de las relaciones íntimas de pareja, tanto en
uniones formalizadas como informales y tanto antes como
después de su formalización.
Aplicándolo a la educación sexual en los diversos niveles
pedagógicos (que deberían tratarse bien en la educación para
la ciudadanía, de acuerdo con la edad y la capacidad
receptiva del alumnado de ética), habría que tratar sobre
dos modos diferentes de ejercitar la relación
afectivo-sexual:
1) Cuando hay un proyecto progenitor y una finalidad
procreadora.
2) Cuando el ejercicio de la relación afectivo-sexual no se
orienta a la finalidad procreadora, es decir, no es para
multiplicarse, sino vehicula otras finalidades de
crecimiento mutuo de la pareja en su relación.
En este segundo caso hablaríamos de “caricias unitivas”,
mientras que en el primer caso hablaríamos de “unión
procreadora”.
Pero hay que matizar, para que la noción de caricia no
pierda su riqueza antropológica, tal como la descubre la
fenomenología y filosofía de la ternura. La caricia íntima,
indivisiblemente corpóreo-espiritual, tiene al menos cuatro
aspectos importantes: ternura, comunicación, juego y
relajación.
Estos cuatro aspectos se pueden estructurar en una pirámide
de base triangular. En el vértice de la pirámide, la
ternura. En la base triangular, la comunicación, el juego y
la relajación. Mediante la caricia íntima, la pareja
comunica, juega y se relaja. La garantía de autenticidad de
estos tres comportamientos es precisamente la ternura.
Por eso no satisface que las traducciones inglesas del
diccionario informatizado conviertan este enfoque en una
simple divulgación simplista y pobre de lo que se etiqueta
con el calificativo de “petting”. Nadie debería convertirse
para su pareja en un mero objeto de satisfacción, ni en un
animal de compañía –viviente o robotizado-, ni en un juguete
de “casa de muñecas”, que diría Ibsen. Por eso, el énfasis
en que el vértice de la citada pirámide sea la ternura, aun
a riesgo de que nos tilden de romanticismo anacrónico.
Dicho esto se comprenderá la reinterpretación propuesta del
“creced, multiplicaos”. Crecer, siempre. Multiplicarse, no
siempre. Creced juntos a cada momento. Multiplicaos cuando
sea oportuno. Para crecer, acariciaos. Que la caricia en
todos sus niveles sea expresión de ternura, vehículo de
comunicación, expansión lúdica y descanso corporal. Y lo de
multiplicarse, cuando sea su momento, que sea responsable y
acogedoramente para con la nueva vida naciente.
Esta distinción, en educación sexual, entre la caricia
unitiva –no necesariamente vinculada al coito- y la unión
procreadora, lograría, entre otros, dos efectos:
1) Favorecería la disminución de embarazos no deseados y
abortos.
2) Evitaría el dilema entre aborto o contracepción,
abriendo otras vías alternativas.
No será fácil de entender este enfoque por parte de dos
posturas opuestas:
1) El extremismo “moralizante”, que absolutiza la
procreación y hace tabú del placer.
2) El extremismo reduccionista de la sexualidad a la
genitalidad y de ésta a su consumación idealizada,
polarizada en la penetración vaginal y obsesionada con la
eyaculación (tanto por miedo a la precocidad como por
ansiedad sobre su compleción).
Volviendo a la Biblia, dice la recomendación a la pareja
prototípica:
La vida desemparejada no es buena. No es bueno que estéis
solos. Superemos la imagen inadecuada de la costillita de
Adán y reinterpretemos el texto hebreo (kenegudô ezer) como
“compañía digna”; no mera ayuda, ni que solamente Eva sea
ayuda para Adán... Acompañaos, creced juntos en todo
momento, acariciaos siempre. Y lo de multiplicarse, cuando y
como sea apropiado.
(Pero, claro, todo esto supone una revisión de la moral
sexual tradicional, incompatible con los pronunciamientos
eclesiásticos oficiales en la actualidad. Por tanto, esta
propuesta no representa la postura oficial católica, sino la
aspiración ingenua y confiada en su revisión en el futuro
por parte de nuestros sobrinos-nietos…).
Juan
Masiá Clavel