EVANGELIOS Y COMENTARIOS
EL MILAGRO DE LA DISTRIBUCIÓN
A lo largo de cinco domingos consecutivos, la liturgia nos va a ofrecer la lectura del capítulo 6 del cuarto evangelio, que gira todo él en torno al simbolismo de Jesús como “pan de vida”.
Para captar toda la riqueza simbólica que encierra este capítulo, es preciso leerlo en clave de éxodo. No por casualidad, comienza el relato diciendo que “se marchó a la otra parte… y lo seguía mucha gente”.
Como nuevo Moisés, Jesús va a liberar al pueblo, ahora de un modo definitivo. Si aquél lo condujo de la esclavitud de Egipto a la libertad de la Tierra prometida, éste lo llevará de la muerte a la vida, a lo largo de todo un camino de salida (éxodo), en el que él mismo será alimento, el “nuevo maná”.
También como Moisés, Jesús sube al monte –“monte” es el lugar de la revelación divina- y, asentado en él –afincado en el ámbito de lo divino-, aparece como el que alimenta a su pueblo.
A diferencia de los sinópticos, para quienes este relato pone de manifiesto la compasión de Jesús ante quienes sienten necesidad, el autor del cuarto evangelio le da un nuevo enfoque: la “multiplicación de los panes” es un signo que revela a Jesús como alimento y que apunta directamente a la eucaristía (cuya institución no se narrará en este evangelio).
Jesús hace que la gente se siente. No es una comida con prisas y con miedos, como tuvo que ser la de los judíos a punto de huir de Egipto. Ésta es serena, reposada. Jesús ofrece (es) un alimento que sabe a descanso y plenitud.
El encuentro con él nos trae al presente y, en el presente, todo está bien. En realidad, únicamente alimenta aquello que nos enraíza en el instante presente, en el aquí y ahora. Todo lo que nos saca del presente es distracción y, en último término, ignorancia, engaño y sufrimiento.
A continuación, el narrador hace un guiño que, a los conocedores del Antiguo Testamento, no puede pasar desapercibido: “Había mucha hierba”. Se trata, en efecto, de una alusión directa al Salmo 23: “En verdes praderas me hace reposar”.
También el salmo, que juega con la imagen de Dios como el “Buen Pastor”, habla de reposo, descanso y abundancia. Para los lectores del evangelio, se trata de un mensaje de confianza. Una confianza que podemos experimentar en cuanto acallamos un poquito nuestra mente –con sus separaciones y sus miedos, sus expectativas y ansiedades- y aprendemos a descansar sencillamente en el Misterio de lo que es.
A partir de aquí, se juega con el simbolismo de los números.
· El número cinco –y sus derivados: cincuenta, cinco mil- hace referencia al pueblo judío, con lo que viene a confirmarnos la lectura de todo el texto en clave del éxodo.
· El siete –cinco más dos- significa totalidad: lo que se pone en común es todo lo que hay.
· El doce es símbolo directo de la universalidad del pueblo judío (doce tribus).
Con todo ello, el relato quiere hablar de entrega y de abundancia. Sólo cuando se comparte todo, alcanza para todos y sobra.
Cuando se entiende de una forma literal, el relato queda empobrecido: se reduce a un número de magia, que se presta a chistes fáciles o incluso a protestas frente a un Dios que podría acabar mágicamente con el hambre de la humanidad y parece que no quiere hacerlo.
No, no es ésa la lectura. En realidad, hasta el nombre con el que habitualmente se lo designa no es adecuado: porque no se trata de una “multiplicación” de los panes, sino de una “división” o “distribución”.
Sabemos que el capitalismo ha sido capaz, como ningún otro sistema económico, de “multiplicar” los bienes, pero tan radicalmente incapaz de distribuirlos con justicia como de respetar la naturaleza.
Ha desorbitado y exacerbado el beneficio individual y la agresión incontrolada a la tierra, legitimando la injusticia del sistema, alentando la codicia ilimitada y poniendo en peligro la supervivencia misma del planeta.
La crisis económica que estamos padeciendo ha terminado desenmascarándolo, haciéndonos ver que el neoliberalismo, con su corte de neo y teocons, conduce al abismo. Otro sistema económico no sólo es posible, sino necesario e imprescindible.
Frente al engaño colectivo de la “multiplicación” sin límites ni frenos, del que somos a la vez actores y víctimas, el relato nos habla de otra sabiduría diferente: la sabiduría del compartir y del distribuir.
Lo que ocurre es que esa sabiduría nos resultará inalcanzable hasta que no se produzca una transformación (expansión) de la conciencia. Porque no es algo que lograremos a fuerza de voluntarismo, sino gracias a la comprensión de lo que somos.
Dicho con otras palabras: mientras la conciencia sea predominantemente egoica, no podremos salir de la idea del beneficio individual –el capitalismo no es sino egoísmo económico, en el que las partes predominan sobre el todo-; sólo una conciencia unitaria hará posible un nuevo modo de ver, de actuar, de relacionarnos y de vivir.
Al ver a Jesús que huye del éxito y de las pretensiones de la gente que ha visto satisfecha su necesidad, y se retira, solo, a la montaña –el espacio divino-, me viene al recuerdo algo sabio que leí hace un tiempo:
La conciencia sólo puede crecer en el silencio.
El silencio es el suelo adecuado para la conciencia…
Sólo en la medida en que vamos acallando la mente –todo el mundo mental y emocional con que el solemos estar tan identificados-, podemos crecer en libertad frente a ella, es decir, frente al propio yo. Y la acallamos, en la medida en que “tomamos distancia” de ella y la observamos desimplicadamente hasta que la vorágine mental va cesando.
Con ella, cesa también la “urgencia” de nuestras necesidades, a la vez que emerge un espacio de libertad y de presencia, en el que se revela nuestra identidad más profunda, que trasciende la mente y el yo, una identidad unitaria y compartida. De ese modo, el silenciamiento nos conduce a la conversión o meta-noia (más allá de la mente), desde donde todo se percibe de un modo nuevo.
Enrique Martínez Lozano