EVANGELIOS Y COMENTARIOS     

                             
                              

 

                            

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CREER EN JESÚS

 

 

Seguimos leyendo el capítulo 6 del cuarto evangelio. En el texto de este domingo, puede apreciarse mejor lo que indicaba en el comentario anterior: todo este capítulo hay que leerlo en clave de éxodo. La referencia al “maná en el desierto” no deja lugar a dudas.

 

Alguna vez he subrayado el interés de los autores de los evangelios por mostrar a Jesús como aquél en quien se realizaban cumplidamente las esperanzas del pueblo. Para ello, recurrían constantemente a textos y a figuras emblemáticas de su libro sagrado –la Biblia hebrea-, y a su luz destacaban la persona y la obra de Jesús.

 

Pues bien, en este capítulo, el autor del cuarto evangelio, tan amante del simbolismo, muestra a Jesús como el “nuevo maná”, “el verdadero pan del cielo”, que “da vida al mundo”.

 

Con esta última expresión, el autor retoma una afirmación que vuelve, una y otra vez, a lo largo de todo el evangelio: Jesús es dador de vida. Él es el don del Padre para que el mundo “tenga vida”; ha venido para que “tengan vida y vida en abundancia”; él es quien ofrece “agua viva”, porque es “resurrección y vida”…  

 

En esa perspectiva hay que leer también el texto de hoy. Jesús es “el pan de vida”, capaz de saciar definitivamente el hambre del ser humano (que “no pasará hambre…, ni pasará nunca sed”).

 

¿Cómo puede ser que Jesús sacie nuestra hambre? En una lectura mítica, no exenta de espiritualismo, la respuesta solía ser ésta: Jesús calmará nuestra hambre y nuestra sed en el cielo, tras la muerte. Allí todo quedará perfectamente colmado.

 

Otra respuesta frecuente entre cristianos apuntaba más al presente: Es mi relación personal con Jesús la que, dando sentido a mi vida, me hace vivir con plenitud, en la aceptación y la entrega cotidiana.

 

Me parece una confesión preciosa, que comparto, aunque pueden darse dos trampas que la acechan: por un lado, el riesgo dualista; por otro, relacionado con él, el espiritualismo heterónomo, que busca “fuera” la salvación deseada. Dado que nuestra cultura está cada vez más sensibilizada frente a cualquier dualismo, espiritualismo y heteronomía, no es extraño que no logre “conectar” con ese tipo de presentaciones que la Iglesia hace de la figura de Jesús.

 

Es el propio texto el que nos sitúa en la dirección adecuada, al introducirnos en el terreno de la fe: “el trabajo que Dios quiere es que creáis”; y es precisamente el creer” en Jesús lo que garantiza que nunca más se pasará hambre ni sed.

 

¿Qué significa “creer”? No se trata, evidentemente, de un asentimiento mental, que nos mantendría en el dualismo y la heteronomía –antes mencionados-, propios de las creencias religiosas, así entendidas. Las creencias son sólo pensamientos, objetos mentales, incapaces de dar vida, que provocan más división que otra cosa porque, por su propia dinámica, excluirán a quienes no las compartan.

 

Creer significa algo mucho más profundo. Es confianza y adhesión cordial –como los verdaderos seguidores de Jesús han querido vivir desde siempre- pero es todavía más.

 

Es percibir la realidad y vivirla tal como Jesús la percibía y vivía. Los cristianos reconocemos a Jesús como la revelación de lo que somos, de lo que es todo ser humano. Creer en Jesús significa, por tanto, re-conocernos en él y atrevernos a vivirlo.

 

Y Jesús puede decir que es Vida y dador de vida porque ha descubierto su verdadera identidad, la identidad compartida. Por eso, quien cree en él, quien lo reconoce y accede a su nivel de conciencia, descubre, admirado y agradecido, la Unidad sin costuras con él y con todos los seres. Unidad que es Vida y Plenitud: ahí no existe el hambre ni la sed.

 

Tiene razón Javier Melloni, cuando dice que “Jesús es plenamente Dios y hombre, y eso es lo que somos todos. El pecado del cristianismo es el miedo, no nos atrevemos a reconocernos en lo que Jesús nos dijo que éramos”.

 

Venimos de un nivel de conciencia mítico –las religiones surgieron en ese periodo de la historia de la humanidad-, en el que era inevitable entender la fe como la creencia en un ser celestial separado, al que rendir culto. Ésa ha sido la formación que hemos recibido y que nos ha hecho “familiarizarnos” con un modo mental-afectivo (en todo caso, dualista y heterónomo) de entender y vivir la fe. Es comprensible que nos cueste tomar distancia de él.

 

Sin embargo, se trataba sólo de una forma histórica de entender y presentar la fe. En la medida en que esa forma entra en crisis, debido al cambio cultural y, sobre todo, al incipiente cambio de nivel de conciencia, tenemos la posibilidad de acceder a otra forma ­inmensamente más rica y ajustada.

 

No se pierde nada valioso: a medida que la conciencia se expande, la comprensión se hace mayor. Van cayendo las separaciones –y con ellas la heteronomía y la exclusión- y emerge la Unidad sin costuras, en la Vida que somos.

 

Creer en Jesús es descubrirnos en esa Unidad de Vida con él. En último término, el texto evangélico afirma que nunca jamás tendremos hambre ni sed…, porque la Vida no es algo que tenemos, sino lo que somos. Pero necesitamos experimentarlo: eso es creer y venir a Jesús, quien lo experimentó y lo vivió.

 

No te veas como un yo separado que hoy tiene vida (y tiene creencias). Ábrete a quien realmente eres, más allá de ese yo aparente. Para eso, tendrás que observar tu yo –tu mente- y así caer en la cuenta de que tienes un yo, pero no eres ese yo: porque tú nunca eres lo observado, sino quien observa.

 

Ven al presente, aquí y ahora, y sé consciente de ser consciente. No lo pienses; como enseñaba el autor de “La Nube del no saber”, allá por el siglo XIV, quédate en la pura consciencia de ser; o, como sugería san Juan de la Cruz, en ese “no saber sabiendo, toda ciencia trascendiendo”.

 

Quédate en la pura consciencia de ser –SOY-, sin querer pensarla; y acostúmbrate a ella, familiarízate con ese vacío mental…, hasta que puedas simplemente descansar en el Misterio. Ése Misterio es el “pan de vida”, la Vida que somos, donde toda hambre queda saciada.

 

 

 

 Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com