EVANGELIOS Y COMENTARIOS     

                             
                              

 

                            

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Lc  5, 1-11

(pinchar cita para leer evangelio)  

 

La catequesis de Lucas

en el relato de la pesca

 

 

Parece ser que la mayor parte de los relatos sobre Jesús circulaban “sueltos”, como narraciones separadas. Esto permitía, e incluso facilitaba, que los autores de los evangelios pudieran situarlos en el contexto que les pareciera más oportuno, de acuerdo con sus propios objetivos.

 

Ese modo de hacer queda patente en el texto de hoy. Lucas ha elaborado una catequesis, a partir de un relato de vocación (en el que sigue a Marcos 1,16-20), pero enmarcado –cosa que Marcos no hacía- en un relato de milagro (como el que se encuentra en el epílogo de Juan 21,1-14), aunque con “acentos” característicos.

 

La escena se sitúa en el lago de Genesaret –conocido también como de Galilea o, en la designación romana, Tiberíades-, una extensión de agua de 20 kilómetros de largo por 9 de ancho, y famoso por su pesca.

 

Desde el comienzo mismo, nos encontramos con peculiaridades propias de Lucas. La gente “se agolpa” para “oír la palabra de Dios”: para nuestro autor, Dios habla a través de Jesús. La barca simboliza la misión de la comunidad y, dentro de ella, Pedro ocupa un lugar destacado. Quizás por eso, Lucas tiene cuidado en eliminar o, al menos, limar los rasgos más negativos del personaje, tal como aparecen en el evangelio de Marcos.

 

La catequesis se centra, pues, en la necesidad de obedecer la palabra de Jesús, si se quiere que la tarea de la comunidad sea fructífera. Vienen de una experiencia tan frustrante (la brega de toda la noche no se había visto recompensada), que ya han desistido. Sin embargo, siguiendo la invitación de Jesús, ahora van a hacer lo mismo que han estado haciendo, sólo que apoyados en la palabra del Maestro.

 

Lucas tiene tanto interés en subrayar la espectacularidad –y, por tanto, el contraste- del resultado obtenido, que recurre a una hipérbole: las barcas “casi se hundían”. El primer mensaje de la catequesis es claro: la misión sólo es eficaz cuando se apoya en la palabra y la persona de Jesús.

 

Lo ocurrido produce asombro y admiración, que se concreta en reconocimiento de Jesús (“se arrojó a sus pies”) como “Señor” (Kyrie), hasta el punto de hacernos pensar que estamos ante un relato de apariciones del Resucitado.

 

La reacción de Pedro es característica de las que aparecen en la Biblia ante las teofanías: adoración y “temor”, entendido como sobrecogimiento. La luz de lo percibido o experimentado realza la comprensión del “pecado”, “indignidad” o “pequeñez” del testigo.

 

La respuesta de Jesús, por su parte, coincide también con la del Dios bíblico: “No temas”. Ante cualquier tipo de sobrecogimiento, Dios aparece como fuente de confianza, que aleja todo temor.

 

Y, tras este segundo tema de la catequesis –la confianza-, la narración concluye con la forma clásica de un relato de vocación: la llamada de Jesús, acompañada de una promesa, y la respuesta pronta y radical del discípulo (y sus compañeros).

 

La promesa juega con el dato de la profesión de Simón, para dar el salto simbólico a la misión: “pescar hombres” significa sacarlos del mal (= mar) para que puedan vivir, es decir, dar vida: exactamente lo que Jesús hacía.  

 

El relato concluye con una fórmula estereotipada: “dejándolo todo, lo siguieron”. De nuevo, hacen lo mismo que había hecho el Maestro quien, abandonando su familia y su trabajo, había adoptado un estilo de vida itinerante y, en cierto modo, marginal. Este sería el tercer motivo de la catequesis: la invitación al seguimiento radical.

 

Siempre lo hemos sabido, pero cada vez somos más conscientes de que el modo de percibir modifica, a veces de manera radical, lo percibido. “Todo es según el color del cristal con que se mira”, escribía Campoamor.

 

Y esto no es necesariamente relativismo –aunque alguien pudiera interpretarlo así-, sino lucidez que reconoce humildemente nuestros condicionamientos a la hora de conocer. Basta que se modifique el paradigma o marco contextual para que veamos las cosas de un modo diferente. Y si lo que cambia es el nivel o estadio de conciencia, la modificación es inmensamente más radical.

 

Para quien se halla en un nivel mágico de conciencia, no hay ninguna dificultad en entender el relato de la pesca, de que habla nuestro texto, de un modo literal; si es el nivel mítico, el relato de la vocación presentará unos matices cercanos al proselitismo… Pero cuando emerge el nivel racional y, más aún, el transpersonal, la lectura se modifica.

 

La expresión “pescar hombres”, en un nivel mítico, implica una actitud proselitista: la conciencia mítica se cree poseedora de la única verdad, a la que ha de traer a quienes no la conocen. Sin embargo, desde el nivel transpersonal, se entiende como una actitud de servicio eficaz a favor de la humanidad, en la conciencia compartida.

 

“Seguir a Jesús”, en un nivel mítico, suponía entender que la salvación venía de “fuera”, de un “salvador exterior”; y que nuestra vida únicamente cobraba sentido cuando se vivía en función de él, porque –uniéndolo al punto anterior-, sólo en él se encontraba “la verdad”.

 

Sin embargo, desde la perspectiva transpersonal, no existe nada “fuera” de nada: todo se halla todo, en una interrelación básica. No hay lugar para ninguna heteronomía, ni siquiera para un dualismo. La expresión “seguir a Jesús”, en este caso, no puede significar sino que nos reconocemos en él, en cuanto espejo que nos refleja, en la no-separación constitutiva.

 

Actuar “en su nombre” –“por tu palabra, echaré las redes”- no tiene ningún componente mágico. Remite, más bien, a ese “lugar” en el que reconocemos nuestra identidad más profunda. “En tu nombre”, es decir, en la Presencia que somos, en el Misterio que nos constituye, en la Unidad amorosa de Lo que es… Justamente es la experiencia de ese Misterio la que, como a Simón, nos “sobrecoge”, produciéndonos asombro, admiración, adoración…

 

Queda claro que, en todos los niveles de conciencia, se apunta hacia la Verdad de lo que es. Y que también, en todos ellos, se puede hacer una lectura errónea y, por tanto, perjudicial, en cuanto se la absolutiza, confundiendo los conceptos con la verdad.

 

Para no caer en este tipo de absolutizaciones, necesitamos experimentar lo que somos. Ello nos permitirá tomar distancia de nuestras formulaciones mentales –siempre e inevitablemente relativas- y, simultáneamente, nos capacitará para “traducir” los textos sagrados al nuevo “idioma cultural” que empieza a hablar la humanidad. Tenemos aquí una tarea urgente, si no queremos que aquellos textos, por resultar incomprensibles, terminen perdiendo toda la riqueza que contienen.

 

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com