Lc 6, 20-26
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Somos “bienaventurados”
al descubrir quiÉnes somos
El más conocido “sermón de la montaña”, que
en el evangelio de Mateo ocupa tres
capítulos (5, 6 y 7), se convierte, en
Lucas, en el “sermón de la llanura”, a la
vez que se reduce considerablemente (6,
17-49).
Apreciamos, una vez más, la libertad de los
autores para enmarcar las narraciones que
circulaban sobre Jesús, según el objetivo
que cada uno de ellos pretendía.
Mateo, que presenta a Jesús como el “nuevo
Moisés” –liberador y legislador-, lo sitúa
enseñando –ofreciendo la “nueva ley”- en un
monte, que recuerda al Sinaí, en el que la
Escritura dice que Moisés recibió las tablas
de la Ley. Por otro lado, si la tradición
creía que Moisés era el autor de los cinco
libros de la Torá –el llamado
“Pentateuco”-, Mateo hará girar todo su
evangelio en torno a cinco grandes
discursos de Jesús: el de la Montaña es
el primero de ellos.
Lucas no tiene ese objetivo, por lo que no
busca agrupar dichos de Jesús en un único
momento; ésa es la razón por la que su
“sermón de la llanura” –tampoco tiene
interés en hablar de Jesús sobre el
trasfondo de la figura de Moisés- es
sensiblemente más breve.
Por otro lado, si bien es cierto que ambos
discursos empiezan con la proclamación de
las Bienaventuranzas, también en este punto
las divergencias son notables: desde el
número –ocho en Mateo, cuatro
en Lucas-, hasta la forma –Mateo habla de
actitudes: “felices los que eligen
ser pobres”; Lucas, de situaciones:
“felices vosotros, los pobres”-.
Eso no significa que haya oposición entre
ambas –resultan complementarias-, pero pone
de relieve la libertad de los evangelistas,
a la que me refería más arriba.
Lucas, pues, ofrece cuatro bienaventuranzas,
tres de las cuales tienen como destinatarios
a los discípulos que se encuentran en
situación de pobreza: los pobres, los que
tienen hambre y los que lloran conforman el
mismo grupo de gente. Se trata de una misma
situación dolorosa, vista desde perspectivas
diferentes. A ellos se les proclama
“felices”, en la promesa de lo que
recibirán.
El hecho de situar la “bienaventuranza” en
el futuro es característico de una
conciencia mítica o, en todo caso, egoica.
El ego no puede ver esta tierra sino como un
“valle de lágrimas”, y únicamente puede
pensar en la felicidad, si la proyecta hacia
un futuro imaginado.
Sabemos bien que la identificación con el yo
es sinónimo de sufrimiento y que el propio
yo no puede vivir en el presente. No es
extraño, entonces, que la bienaventuranza
posponga la dicha para un futuro, y que
“suene” a nuestros oídos como
“resarcimiento”.
Este modo de pensar, como decía, no sólo es
característico del yo, sino que, desde ese
nivel de conciencia, es visto como “justicia
definitiva”: al fin, cada cual va a recibir
lo merecido; o dicho desde cierta filosofía
del siglo XX, “los verdugos no terminarán
triunfando sobre las víctimas”.
En esa misma clave, se leían las “malaventuranzas”
que Lucas coloca a continuación, en el texto
que estamos comentando, y que no aparecen en
Mateo. Se trata del reverso exacto de las
cuatro situaciones previamente descritas, y
comienzan con un “¡ay!”, que era un
lamento funerario.
De ese modo, las situaciones se invierten
y todo parecía quedar en su sitio: los
pobres son recompensados; los que han
disfrutado de la vida conocerán la
desgracia. El lector sabe que se trata de un
planteamiento frecuente en Lucas: el “más
allá” es presentado como reverso de
la situación presente, tal como ocurre en la
parábola del rico y el pobre Lázaro (Lucas
16, 19-31).
Sin embargo, y por más que ese mensaje
“suene bien” a nuestros oídos, desde el
nivel de conciencia transpersonal, no se
sostiene. El giro decisivo se produce porque
es la misma identidad egoica la que es
trascendida. Si el yo no es nuestra
identidad definitiva, ¿quién es el
objeto de las promesas?
Llegamos también a la misma conclusión
cuando tomamos distancia del “modelo mental”
de conocer –inevitablemente dualista-, y
adoptamos la perspectiva no-dual, en la que
nada está separado de nada.
¿Significa esto que todo resulta
indiferente? Evidentemente, no. Pero el
cambio no vendrá como consecuencia de la
promesa de un premio o de la amenaza de un
castigo, sino porque se incremente nuestro
nivel de comprensión.
En ese sentido, las bienaventuranzas de
Lucas apuntan en la dirección correcta:
todos compartimos la situación de todos.
Pero no porque, en un futuro, se cambien los
papeles, sino ya ahora en el presente.
Nuestro problema es que no lo reconocemos.
Sólo creciendo en esta comprensión, es
decir, sólo a través de la transformación
de la conciencia, nuestro comportamiento
con respecto a los otros se modificará,
porque habrá cambiado nuestra percepción de
la realidad.
Pero hay más todavía. Pobres y ricos, los
que tienen hambre y los que están saciados,
los que ríen y los que lloran…, ¿quiénes
son, en último término? Visto desde el yo
–el nivel egoico o mental de conciencia-,
son “identidades definitivas”. Por eso
mismo, lo que está en juego es también
“definitivo”.
Sin embargo, desde la perspectiva no-dual,
son “expresiones transitorias” de la
Realidad última, “papeles” que adopta la
Conciencia en su manifestación dual.
Así las cosas –y aunque el yo no pueda
admitirlo de ningún modo-, cae
definitivamente toda idea de mérito y de
culpabilidad. Somos “expresiones” de la
Conciencia –de Dios-, en camino de
reencontrar nuestra verdadera identidad.
No somos el “yo” que nuestra mente piensa
que somos, sino la Conciencia que en ese yo
se expresa. La ignorancia y el sufrimiento
continuarán mientras perdure la
identificación con el yo; la liberación
acontece al descubrir quiénes somos. El que
lo descubre es “bienaventurado”…, aunque
cuando lo descubra, “él” ya no esté como una
identidad separada.
«Penetra en tu propio interior y descubre lo
que no eres.
Ninguna otra cosa tiene importancia.
Te basta con saber lo que no eres.
No necesitas saber lo que eres; porque lo
que eres no puede ser descrito más que como
la negación de todo.
Todo lo que puedes decir es: “no soy esto,
no soy aquello”.
No eres nada imaginable…
No eres el cuerpo, ni los pensamientos, ni
los sentimientos, ni las opiniones, ni el
tiempo y el espacio, ni ser o no ser, ni
esto o aquello.
No eres un fenómeno entre otros.
No eres objeto ni sujeto.
No te busques en la identificación o en la
oposición a algo.
Eres una dimensión diferente…
Abandona la idea de que eres lo que piensas
ser y no habrá un foso entre ti y la
Realidad. Has creado ese foso al creerte
separado, porque te crees “algo”.
No tienes que atravesar ese foso, te basta
con no crearlo.
Todo eres tú, todo es tuyo.
Cuando “yo soy una individualidad” se va,
“yo soy todo” llega».
(Marià Corbí, Más allá de los límites.
Meditaciones sobre la unidad,
CETR, Barcelona 2009, pp.131-132).
Enrique Martínez
Lozano
www.enriquemartinezlozano.com