EVANGELIOS Y COMENTARIOS
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Tan poco importantes como un niño
Estamos en el contexto de la "enseñanza especial" de Jesús a los discípulos más íntimos, cuando Jesús parece predicar menos a las muchedumbres y más al grupo de sus seguidores más cercanos.
El contexto inmediato es el segundo anuncio de la pasión y Muerte, que se va convirtiendo en núcleo fundamental de la instrucción de Jesús, destinado a cambiar la mentalidad de los discípulos, de un mesianismo davídico a la aceptación del Mesías-Siervo sufriente que da la vida, rechazado por su pueblo, para la salvación de todos.
La primera parte del texto es el nuevo anuncio de la Pasión y muerte. Los discípulos no entienden, pero no preguntan. Esta reacción va siendo habitual, y se repite en 10,32. (Marcos 10, 32-45 es una perícopa casi paralela a la que hoy leemos).
La segunda parte del texto muestra la incomprensión de los discípulos, tema tan presente en Marcos. En Israel, el rango, la preeminencia, el "quién es el primero", es algo que se cuida muchísimo para cualquier ocasión pública (liturgia, banquetes...). Los discípulos participan de esa vanidad, y Jesús aprovecha esa circunstancia para una enseñanza fundamental.
La tercera parte es magisterio de Jesús, como se muestra en el hecho de que Jesús se sienta para enseñar, al modo rabínico; está constituido por un dicho (de aspecto kerigmático) un gesto de confirmación y una profundización doctrinal.
El dicho es "si alguien quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". Es, con toda probabilidad, palabra directa de Jesús conservada cuidadosamente como centro de la enseñanza del Maestro. Se repite en esencia en los tres sinópticos (Mt.18,1. Lc.9,46) y se desarrolla en plenitud, como enseñanza y como gesto, en Juan 13,1, el lavatorio de los pies.
El gesto es el niño puesto en medio y abrazado por Jesús. El niño no es en Israel sujeto de derechos, no es "importante" ni mucho menos "primero". Al ponerlo en el centro y abrazarlo, Jesús invierte los papeles en cuanto a rango o importancia.
La profundización doctrinal muestra una línea semejante al "a mí me lo hicisteis" de la parábola del juicio final. Se sirve a Dios cuando se sirve al que más lo necesita. Hay aquí un doble aspecto: por un lado, dónde está el servicio de Dios; por otro lado, la revelación de Dios mismo: Dios es el que cuida de los más pequeños.
Una vez más, resulta que una cuestión que nos parece tan alejada de nosotros como el mesianismo, el tipo de Mesías, resulta de completa actualidad, de aplicación inmediata a nuestra religiosidad y a nuestra fe en Jesús.
Los judíos pensaban en el Mesías como el primero, digno de que todos le sirvieran: Jesús se pone a servir a todos, como si fuera el último.
La Iglesia tiene la tentación de considerarse la primera, la detentadora infalible de toda verdad, la administradora de la salvación para todos, la intermediaria única entre la humanidad y Dios. Pero todo eso, aunque fuera verdad, interesa poco. Su vocación es servir, sin pretender ser la más importante.
Y cada uno de nosotros, los que seguimos a Jesús, pretendemos en nuestro espíritu ser más que otros y pensamos que nuestra condición de cristianos, conocedores del Evangelio, nos hace más que otros. Pero solamente seremos primeros si somos los primeros en servir.
En este pasaje, la palabra "importante", aplicada a las personas, adquiere una doble dimensión.
· No es importante el que tiene más "talentos", sino el que más sirve con los talentos que tiene.
· Y para los demás, no es importante el más dotado de cualidades, bienes, posición o lo que sea, sino el que más necesita.
Esta inversión de valores parece revolucionaria pero es la lógica en un mundo no regido por el vano interés por uno mismo, sino en el mundo regido por la misión de construir el Reino.
Se entiende muy bien en una familia: el mejor hijo no es el más dotado, sino el se porta mejor con sus hermanos y con sus padres; y el más importante no es el que más triunfos obtiene, sino el que más necesita del cariño y la ayuda de los demás.
Y es que estamos en el mundo de la lógica de Dios, de la lógica del Padre, lógica que obedece a la esencia de Dios, que no es el poder sino el amor.
Haciendo un símil poético diríamos que la alta montaña rocosa es impresionante, pero es estéril; la vega sencilla y vulgar no es espectacular, pero es fecunda. Sin embargo, la cumbre es importante porque de ella viene el agua que fecunda la vega. Y la vega no puede gloriarse de su fecundidad, porque sería estéril sin el agua que recibe.
Y es que en el mensaje de Jesús nada puede entenderse fuera de la fraternidad de un cuerpo único, que es la humanidad, en que todo es de todos y para todos, porque todos son hijos queridos por Dios, y todos y cada uno están pensados por Dios para los demás, para que todos lleguen a ser hijos.
Fuera de la lógica del amor, que construye comunidad, humanidad, no se entiende nada. Pero dentro de ella, lo de Jesús es pura lógica.
En este evangelio nos vemos muy bien retratados en los discípulos. Jesús está haciendo una catequesis, anunciando su pasión e intentando despojarles de su falsa imagen de Mesías. Es ya la segunda vez que lo hace.
Los discípulos no entienden, porque el mensaje cae fuera de sus expectativas, de sus modos de entender a Dios, de lo que esperan del Mesías. Y no preguntan. Escuchan el mensaje y siguen discutiendo sobre cuál de ellos es el más grande.
Es la imagen viva de una no-conversión, bastante típica de la psicología religiosa. Oyen la Palabra / la Palabra no concuerda con su religiosidad / ni caso a la Palabra, siguen con lo suyo.
Es difícil la conversión. La insistencia del evangelio de Marcos (más aún que los otros evangelistas) en la incomprensión de los discípulos nos hace reflexionar muy seriamente en nuestra propia conversión. Nosotros podemos pensar que por el hecho de haber sido "cristianados" desde pequeños, de haber escuchado tantas veces la Palabra y haber participado tantas veces en la Eucaristía, estamos convertidos, tenemos los criterios de Jesús. Éste es un buen evangelio para revisar esta certeza.
La conversión es un proceso de identificación con Jesús en el que, conforme avanzamos, descubrimos más.
Si en nuestro interior existe la convicción de que seguimos a Jesús, de que YA SOMOS cristianos, YA ESTAMOS convertidos, podemos estar seguros de que no seguimos a Jesús, porque Jesús camina y seguirle es cambiar, ir dejando atrás "el hombre viejo", las convicciones, criterios, motivaciones, modos de valorar... para cambiarlas por las de Jesús.
En el fondo, la conversión es pasar del "yo" al "nosotros". Como Jesús, nadie ha venido aquí a ser servido, a ser importante, a triunfar. Como Jesús, todos hemos sido enviados aquí a servir.
En este sentido, hacemos constar aquí dos miedos que nos asaltan sin duda cuando reflexionamos sobre textos como éste pensando en los cristianos como personas y en la iglesia como comunidad.
Dan miedo las personas que piensan ante todo en su santidad como propia perfección y, consecuentemente, aquél tipo de espiritualidad que fomenta ese tipo de santidad. Se parece a la espiritualidad de los fariseos, que se esforzaban en ser justos ante Dios. La santidad cristiana es respuesta al amor de Dios y servicio. El arrepentimiento por los pecados es ante todo dolor por responder mal al amor de Dios y dolor por ser menos útil - o perjudicial - para los hermanos. Primar el sentido de la propia perfección está muy lejos de los valores de Jesús.
Da miedo la eclesiología que se fija obsesivamente en la importancia de la iglesia. Y da miedo contemplar cuántos documentos y declaraciones se esfuerzan en mostrarla y en adoctrinar a todos los demás. Es claro que la iglesia es muy importante como instrumento de salvación, y es claro que tiene palabra de Dios para el mundo. Lo que da miedo es que piense tanto en su importancia y en que todos le tienen que escuchar. Fijarse tanto en eso y proclamarlo tantas veces da la impresión de disonar fuertemente con las palabras de Jesús que hoy consideramos.
Todo esto encaja muy bien con el mensaje de Jesús, tan repetido en los evangelios: “los últimos serán los primeros”, que podemos aplicar así: “entre vosotros, que los primeros sean últimos, que los que el mundo considera últimos sean los primeros”.
En todo esto, hay un modelo, un arquetipo total y definitivo del que no podemos prescindir. Jesús fue un primero, Jesús es el primero de todos.
Cuando decimos que Jesús fue un hombre verdadero no queremos decir que fue un ser humano corriente. Jesús fue extraordinario, extraordinariamente dotado, extraordinario por los talentos recibidos: inteligencia, capacidad de contemplación, decisión, ternura, valentía, capacidad dialéctica, memoria, voluntad... Fue un "Primero en Todo", un fuera de serie.
Pero fue primero porque puso todo eso, incondicionalmente y hasta la última gota de su sangre, al servicio de todos. Es extraordinaria la conclusión del Lavatorio de los pies, que Juan 13,13 pone en labios de Jesús:
"Vosotros me llamáis 'el Maestro' y 'el Señor', y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies..."
Jesús se hace "último". En la escena del Lavatorio de los pies toma el oficio de esclavo, pero esto no es más que un signo visible de lo que ha sido toda su vida.
Finalmente, una palabra sobre los niños. Para nosotros, los niños son el ojito derecho de la familia y de la sociedad, queridos, cuidados, mimados, y símbolo de inocencia. En el mundo de Jesús, el niño es el último, sin derechos, un don nadie, como los mendigos o los impuros.
Jesús no acoge a los niños porque son agradables o inocentes, sino porque son los últimos. Y hacerse como niños no es ser simples e ingenuos sino considerarse último, no darse importancia, no actuar desde el poder.
José Enrique Galarreta