EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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Jn 1, 29-34

 

CORDERO DE DIOS

Y PECADO DEL MUNDO

 

 

La liturgia quiere que sigamos pensando en el bautismo de Jesús. Nos propone hoy textos de Juan que nos da una teología muy elaborada sobre el hecho. Esta teología es lo que nos interesa a nosotros.

 

El testimonio de Juan Bautista sobre Jesús es muy importante para el evangelista. Como hacen los sinópticos, pone en labios de Juan Bautista la cristología de su comunidad a finales del siglo I, como base y fundamento de la comprensión de Jesús que va a desplegar en todo el evangelio.

 

Lo cual no quiere decir que el Bautista tuviera una idea clara de quién era Jesús. Ni siquiera sus discípulos más íntimos supieron quién era, unas horas antes de morir; menos aún el Bautista, antes de que Jesús comenzara su predicación.

 

En este párrafo queda clara la intención del evangelista de considerar al Bautista como el primer testigo de lo que Jesús era. Confiesa a Jesús: como cordero de Dios,  preexistente,  portador del Espíritu,  Hijo de Dios.  No se puede decir más con menos palabras.

 

Está claro que se está reflejando aquí, no sólo la experiencia pascual, sino setenta años de evolución cristológica en la comunidad de Juan. Es una pena que después, hayamos interpretado tan mal esa experiencia. Hemos reducido la presencia de Dios en Jesús, a una realidad extrínseca, estática y dogmática, quitándole todo lo que tiene de proceso dinámico y humano, para él y para nuestra vida de cristianos.

 

Vamos a fijarnos en los dos conceptos más importantes del relato: Cordero de Dios y pecado del mundo.

 

"El cordero de Dios" no se puede entender aquí en sentido apocalíptico: un cordero victorioso que aniquilará definitivamente el mal. Un cordero que derrota a la bestia. Este concepto encajaría con las ideas del Bautista; pero no con las de Jesús.

 

Tampoco puede entenderse como el cordero siervo doliente. No hay pruebas de que, antes del cristianis­mo, se hubiera identificado al Mesías con el siervo doliente de Isaías. Juan sí interpretó la figura del Siervo, aplicada a Jesús, pero nunca con el sentido expiatorio de pagar un rescate por nosotros como luego se interpretó.

 

En este texto debemos interpretarlo como el cordero pascual, que era para el judaísmo el signo de la liberación de Egipto. No tiene ninguna connotación sacrificial. Se trataba de un recuerdo de la liberación de la esclavitud. Se mataba para comerlo y celebrar un acontecimiento. Quiere decir que por Cristo somos liberados de toda opresión.

 

El cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Es una frase que manifiesta una cristología muy elaborada. En ningún caso la pudo pronunciar Juan Bautista. Para nosotros es una frase muy interesante, que nos puede llevar al descubrimiento de lo que aquellos primeros cristianos pensaban de Jesús. Intentaremos explicarla un poco.

 

En la frase que estamos comentando, “pecado”, tanto en griego como en latín, está en singular. No se refiere a los “pecados” individuales, tal como los entendemos hoy. En el evangelio de Juan, “pecado” tiene un significado muy preciso. Se trata de la opresión de un ser humano, causada por otro ser humano o por él mismo. Es lo único que impide al hombre ser él mismo. Se trata de la injusticia, la humillación, la esclavitud en el doble sentido moral y físico. Todos los demás pecados se reducen a éste.

 

Hay que tener muy en cuenta, que para Juan, está en pecado no sólo el que oprime o esclaviza, si no también el que se deja esclavizar, el que por miedo al otro renuncia a portarse como hombre cabal. Esto queda muy claro en el episodio del paralítico de la piscina.

 

El modo de quitar el pecado, no es una muerte expiatoria. Esta idea nos ha despistado durante siglos y nos ha impedido entrar en la verdadera dinámica de la salvación que Jesús ofrece. Jesús quita el pecado del mundo destruyendo la opresión, activa y pasiva, no pagando a Dios una deuda que nosotros habíamos contraído.

 

Esta manera de entender la salvación de Jesús es consecuencia de una idea de Dios arcaica. En ella recuperamos el mito ancestral del Dios ofendido que exige la muerte del Hijo para satisfacer sus ansias de justicia. Estamos ante la idea de un Dios externo, soberano y justiciero que se porta con Jesús y con nosotros como un tirano. Nada que ver con la experiencia del Abba que Jesús vivió. Podíamos decir que Jesús, para luchar contra el mal, emprende el camino del cordero, no del toro que enviste con toda su fuerza...

 

El “pecado del mundo” (opresión) no tiene que ser expiado, sino eliminado. Para Juan hay un solo pecado (la opresión, la injusticia) y un solo mandamiento (el servicio, el amor).

 

Jesús quitó el pecado del mundo escogiendo el camino del servicio, de la humildad, de la pobreza, de la entrega hasta la muerte. Esa actitud anula toda forma de dominio, por eso consigue la salvación total. Es el único camino para llegar a ser hombre auténtico.

 

Jesús salvó al hombre, suprimiendo de su vida toda opresión que impida el proyecto de creación definitiva y total del hombre. Jesús nos abrió el camino de la verdadera salvación, ayudando a todos los oprimidos a salir de su opresión. Siempre que estaba en sus manos, sacándolos de la opresión física, material. Cuando esto no era posible, cogiéndoles por la solapa y diciéndoles: Eres libre, sé tu mismo, no dejes que nadie te destroce como ser humano; en tu verdadero ser, nadie podrá someterte si tú no te dejas.

 

En tiempo de Jesús, esta opresión inhumana y deshumanizadora era ejercida no sólo por Roma, la potencia ocupante, sino por la casta sacerdotal y los letrados. Esto es lo que hace la postura y la predicación de Jesús tan incómoda para el estamento religioso. Cuando Jesús invita al pueblo a escapar de las garras de los opresores, pone en peligro sus privilegios.

 

Jesús vivió esta libertad durante su vida. Fue siempre libre. No se dejó avasallar ni por su familia, ni por las autoridades religiosas, ni por las autoridades civiles, ni por los guardianes de las Escrituras (letrados), ni por los guardianes de la Ley (fariseos).

 

Esta perspectiva no nos interesa porque nos saca de nuestras casillas y nos obliga a estar en el mundo con la misma actitud que él estuvo; a vivir con la misma tensión que él vivió. No tenemos que oprimir a nadie, de ningún modo. Y no tengo que dejarme oprimir. Tengo que ayudar a todos a salir de cualquier clase de opresión.

 

Jesús quitó el pecado del mundo; si yo soy cristiano, tengo que seguir suprimiendo el pecado del mundo. Hoy Jesús no puede quitar la injusticia, somos nosotros los que tenemos que eliminarla. La religiosidad intimista, la perfección individualista, que se nos han propuesto como meta del camino espiritual, es una tergiversación del evangelio si seguimos oprimiendo a los demás.

 

El presentarse como cordero no vende en nuestros días. En el mundo en que vivimos, si no explotas te explotan; si no estás por encima de los demás, los demás te pisotearán. Este sentimiento es instintivo y mueve a la mayoría de las personas a defenderse con violencia. Pero hay que tener en cuenta que obedece al puro instinto de conservación.

 

Es un sentimiento que está al servicio de la individualidad, del falso yo. Es el egoísmo que tenemos que superar si queremos entrar en la dinámica del amor, es decir, de la verdadera realización humana. Es el oprimir al otro, no que me opriman, lo que me destroza como ser humano. Jesús prefirió que le mataran antes de imponerse a los demás.

 

 

Meditación-contemplación

 

Jesús es el cordero que elimina del mundo la opresión.

Es el mejor resumen de toda la actuación de Jesús.

Sólo actuando como cordero, se puede conseguir ese objetivo.

Arremetiendo contra los demás como un toro bravo,

se aumenta la violencia.

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Ser cristiano significa repetir las actitudes y manera de actuar de Jesús.

Por más que nos empeñemos no existe otro camino.

Ser libres, ser fuertes, no dejarse dominar, sin emplear la violencia,

He ahí el secreto del que quiera ser cristiano de verdad.

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 ¿Dónde encontrar la fuerza que no necesita la violencia para triunfar?

Sólo dentro de mí.

Ni instituciones ni ritos ni ceremonias ni doctrinas

te pueden dar seguridad.

Si descubro dentro de mí la fuerza del Espíritu,

nada puede hacerme daño.

Esa fuerza ya la tienes, no tienes que esperar que te la den.

 

 

 Marcos Rodríguez

 

 

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