EVANGELIOS Y COMENTARIOS
No te empeñes en mirar al sol,
te cegará.
Cierra los ojos
y deja que te caliente y dé vida.
Tampoco hoy celebramos una fiesta dedicada a Dios, celebramos que Dios es una fiesta, que es algo muy distinto. La fiesta es siempre alegría, relación, vida, amor. El creyente es aquel que se ha sentido invitado a esa fiesta que es Dios y está dispuesto a participara en ella con todo el ser.
El dogma de la Trinidad, tenía que habernos liberado del Dios Poder y habernos lanzado al Dios Amor. El Dios todopoderoso es lo contrario del Dios trino. Dios es amor y sólo amor. Solamente en la medida que seamos capaces de amor, podremos conocer a Dios.
Se nos dice que es el dogma más importante de nuestra fe católica, y sin embargo, la inmensa mayoría de los cristianos no pueden comprender lo que quiere decir. La Trinidad nos enseña que sólo vivimos, si convivimos. Nuestra vida debía ser un espejo que en todo momento reflejara el misterio de la Trinidad.
La Trinidad no es una verdad para creer sino la base de nuestra experiencia cristiana. Una profunda vivencia del mensaje cristiano será siempre una aproximación del misterio Trinitario.
Sólo después de siglos de vivencia, se hizo necesaria la reflexión teológica sobre el misterio. Los dogmas llegaron como medio de evitar errores que podían extraviar a los fieles en sus vivencias. Pero lo verdaderamente importante fue siempre la necesidad de vivir esa presencia de Dios en el interior de cada cristiano.
Se cometió un grave error, cuando a partir del siglo IV, se empezó a dar más importancia a los teólogos que a los místicos. La Trinidad quiere expresar el misterio de la VIDA misma de Dios que se nos comunica.
Lo más urgente en este momento para el cristianismo, no es explicar mejor el dogma de la Trinidad, y menos aún, una nueva doctrina sobre Dios Trino. Tal vez nunca ha estado el mundo cristiano mejor preparado para intentar una nueva manera de entender el Dios de Jesús o mejor, una nueva espiritualidad que ponga en el centro al Espíritu que viene de Dios, impregna el cosmos, irrumpe en la vida, aflora decididamente en la conciencia de cada persona y se vive en comunidad.
Sería, en definitiva, la búsqueda de un encuentro vivo con Dios. No se trata de demostrar la existencia de la luz, sino de abrir los ojos para ver.
Puede ser útil recordar lo que dijimos el domingo pasado sobre la Trinidad. No debemos pensar en tres entidades haciendo y deshaciendo, separada cada una de las otras dos. Nadie se podrá encontrar con el Hijo o con el Padre o con el Espíritu Santo. Nuestra relación será siempre con el Dios UNO. Es necesario tomar conciencia de que cuando hablamos de cualquiera de las tres personas relacionándose con nosotros, estamos hablando de Dios.
En teología, se la llama “apropiación”, (¿indebida?) esta manera impropia de asignar acciones distintas a las tres personas. El lenguaje que utilizamos puede ser útil, siempre que no lo tomemos al pie de la letra. Ni el Padre sólo crea ni el Hijo sólo salva ni el Espíritu Santo santifica. Todo es siempre obra de Dios Uno.
Refiriéndonos a cada una de las tres personas, queremos explicar los aspectos distintos que encontramos en la creación. Dios crea como uno, pero nosotros podemos descubrir mejor el sentido de esa creación si descubrimos que cada persona deja su impronta en las criaturas: el Padre le comunica una profundidad misteriosa, abismal, insondable; el Hijo, una dimensión de luz y de inteligibilidad; el Espíritu, una perspectiva de comunión y amor. Y aún así, nos será imposible comprender todo el misterio que encierra la creación.
Nada de lo que podemos pensar o decir sobre Dios es adecuado a su ser. Cualquier definición o cualquier calificativo que atribuyamos a Dios es incorrecto.
Todo lo que “sabemos” de Dios es un estorbo para vivir su presencia vivificadora en nosotros. Callar sobre Dios, es siempre más exacto que hablar. Dicen los orientales: “Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate”. Las primeras líneas del “Tao” rezan: El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao; el nombre que se le puede dar, no es su verdadero nombre. ¡Cuánta palabrería se evitaría si tuviéramos esto en cuenta!
Un ejemplo de lo que acabamos de decir sería nuestro discurso sobre los “atributos” de Dios. Dios es esencia simplicísima, no puede tener partes ni cualidades. Todo lo que tiene, lo es. En Él todo constituye su esencia. No se puede decir que es bueno. Es la bondad. No se puede decir que es misericordioso, es la misericordia, etc.
De la misma manera, siempre que aplicamos a Dios contenidos verbales, aunque sean los de “ama”, “perdonó”, “salvará”, nos equivocamos, porque en Dios los verbos no se conjugan; no tiene tiempos ni modos. Dios no tiene “acciones”. Dios todo lo que hace lo es. Si ama, es amor.
Pero al decir que es amor, nos equivocamos también, porque le aplicamos lo que nosotros entendemos por amor, y en Dios el AMOR, es algo muy distinto que en nosotros. Es un amor que no podemos comprender, aunque sí experimentar. Este experimentar que Dios es amor para mí, sería lo esencial de nuestro acercamiento a Él.
Los primeros cristianos emplearon siete palabras diferentes para hablar del amor. Al amor que es Dios lo llamaron ágape. Nuestro amor es una cualidad, que podemos tener o no tener. En Dios es su esencia, es decir, no puede no tenerlo, porque dejaría de ser.
Vivir la experiencia de Dios Trino, sería convivir. Estamos hechos para el encuentro y la comunicación. Sería experimentarlo:
1) Como Dios en el interior de nosotros mismos, fundamento de mi propio ser.
2) Como Dios a nuestro lado, presente en el otro.
3) Como Dios, ser absoluto.
Debemos empezar por descubrir a Dios en nosotros, como parte de nuestro ser. Pero no se agota ahí. Descubrimos a Dios con nosotros en los demás. Pero no se agota ahí. Descubrimos también a Dios que nos trasciende y en esa trascendencia completamos nuestra imagen de Dios.
Acercarse a Dios es descubrir la Trinidad. La experiencia del Dios cristiano (el que se revela en Cristo) nos empujaría a ser como Él, Padre, Hijo y Espíritu a la vez. En cada uno de nosotros se tiene que estar reflejando siempre la Trinidad.
Hoy no tiene ningún sentido la disyuntiva entre creer en Dios o no creer. Todos tenemos nuestro Dios o dioses. Hoy la disyuntiva para los que se dicen creyentes y los que se proclaman ateos es creer en el Dios de Jesús o creer en un ídolo. He descubierto que, con frecuencia, los ateos están más cerca del verdadero Dios que los creyentes. Ellos por lo menos rechazan la creencia en todos los ídolos. La mayoría de los cristianos no vamos más allá del ídolo que nos hemos hecho a nuestra medida. Lo que rechazan los ateos, es nuestra idea de Dios que no supera nuestro deísmo interesado.
El Dios revelado por Jesús, es amor. Pero ¡ojo! No es un ser que ama sino el amor mismo. En Dios el amor no es una cualidad como en nosotros, sino su esencia. Si dejara de amar un solo instante, dejaría de ser.
Esto es la esencia del evangelio. La mejor noticia que podía recibir un ser humano es que Dios no puede apartarle de su amor. Esta es la verdadera salvación que tenemos que apropiarnos. Es también el fundamento de nuestra confianza en Dios. Confianza absoluta y total porque, aunque quisiera, no puede fallarnos. En esa confianza consiste la fe. Porque Dios ES amor, está incapacitado para condenar. Sólo puede salvar. No confiar en esa salvación de Dios, es estar ya condenado.
Meditación-contemplación
Dios es amor, pero ese amor no responde a nuestra idea del amor.
Dios es el que ama, el amado y el amor.
Los tres a la vez.
Incomprensible para nosotros,
porque en nosotros son realidades diferentes.
En nosotros siempre habrá un sujeto que ama,
un objeto amado y el amor mismo.
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La creación no es más que la manifestación de ese Dios.
En toda criatura queda reflejada su manera de ser.
En todo ser creado está el amante, el amado y el amor.
El hombre tiene la capacidad de entrar
conscientemente en esa dinámica.
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No puede haber meta más alta,
que dejarse arrastrar por ese torbellino.
Es Vida en el sentido más profundo
en que podemos entender esta palabra.
Vida que me lleva más allá de mí mismo y colmaría mi ser.
Vida que colmaría mi ansia de felicidad.
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Marcos Rodríguez