EVANGELIOS Y COMENTARIOS
Juan 14, 23-29
23 Jesús le contestó:
- Uno que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él. 24 El que no me ama no cumple mis palabras; y el mensaje que estáis oyendo no es tanto mío, como del Padre que me envió.
25 Os dejo dichas estas cosas mientras estoy con vosotros. 26 Ese valedor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre por mi medio, él os lo irá enseñando todo, recordándoos todo lo que yo os he expuesto.
27 «Paz» es mi despedida; paz os deseo, la mía, pero yo no me despido como se despide todo el mundo. No estéis intranquilos ni tengáis miedo; 28 habéis oído lo que os dije: que me marcho para volver con vosotros.
Si me amarais, os alegraríais de que vaya con el Padre, porque el Padre es más que yo. 29 Os lo dejo dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda lleguéis a creer.
Comentarios de Patxi Loidi
Cada domingo del tiempo pascual nos ofrece un aspecto distinto de Jesús Resucitado y de la vida cristiana. El domingo pasado se nos invitaba a amarnos como nos ama Jesús, que entrega su vida por nosotros libre y gratuitamente. El pasaje de hoy nos revela la vida trinitaria que se desarrolla en nosotros mismos y nos presenta la presencia y la fuerza del Espíritu Santo.
Es porque, con la resurrección de Jesús, la comunidad de los creyentes ha entrado en una nueva situación: ya no tiene la presencia visible de Jesús; pero no deben angustiarse con su partida, porque tienen su Espíritu, el Amor del Padre y del Hijo, Dios como ellos, dador de vida nueva. Lo mismo nosotros. Y con esta presencia de Dios mismo en nuestras vidas, sabremos discernir y afrontar todas las dificultades.
El contexto de hoy es la conversación y despedida de Jesús de sus discípulos después de la cena eucarística, según Juan. Los versículos anteriores nos han comunicado la unión de Jesús con el Padre, con frases muy expresivas: “El que me ve a mí ve al Padre” (9). ”Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (11). Y nos anuncian el envío del Espíritu, que el texto de hoy nos promete. “Yo rogaré al Padre y él les dará un protector, el Espíritu de la Verdad, que permanecerá siempre con vosotros” (16).
Comentarios de Pedro Olalde
Es una pregunta clásica de los psiquiatras. Te dicen una palabra y el paciente responde con lo que aquella cosa le sugiere. Si a los cristianos nos dijesen “¿Morada de Dios?”, es muy posible que en un porcentaje alto contestáramos: Templo. Y sin embargo, el evangelio de hoy responde a esta pregunta de un modo totalmente diferente.
Para el evangelio la morada de Dios es el propio cristiano. Al cristiano, dice Jesús, que vendrá con su Padre para morar en él. Para que esta realidad insospechada se dé, Cristo pone un presupuesto: que el cristiano le ame y guarde su palabra.
Podemos estar orgullosos de nuestro Dios. Ni soñando hubiéramos podido imaginar este comportamiento como propio de Dios. Al recordar el plan amoroso de Dios en su relación con los hombres, un sentimiento de profunda gratitud nos debe embargar a todos nosotros.
Antes, se concebía a Dios como una realidad exterior al hombre y distante de él. En la exposición que hace Jesús, la comunidad y cada miembro se convierten en morada de la divinidad, la misma realidad humana se hace santuario de Dios.
No hay ámbitos sagrados donde Dios se manifieste, fuera del hombre mismo.
Tal vez, nadie ha expresado esto tan bellamente como S. Agustín:
“Tarde te amé,
hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé.
Tú estabas dentro de mí;
yo, fuera.
Por fuera te buscaba
y me lanzaba sobre el bien y la belleza,
creados por ti.
Tú estabas conmigo
y yo no estaba contigo
ni conmigo.
Me retenían lejos las cosas.
No te veía ni te sentía
ni te echaba de menos.
Mostraste tu resplandor
y pusiste en fuga mi ceguera.
Exhalaste tu perfume
y respiré
y suspiro por Ti.
Gusté de Ti
y siento hambre y sed.
Me tocaste
y me abraso en tu paz”.
En ausencia de Jesús, los discípulos contarán con la ayuda del Espíritu, que les hará penetrar en todo lo que Jesús ha dicho. El Espíritu colaborará en la construcción de la comunidad. Hará posible la interpretación del mensaje de Jesús.
Jesús se despide deseándoles la paz. No es un saludo trivial. Les asegura que no va a estar ausente. Esto debe darles la serenidad y quitarles todo temor. Ir al Padre no es una tragedia, puesto que su muerte va a ser la manifestación suprema del amor del Padre, la victoria sobre el mundo y la muerte.