EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

                             cristianos siglo veintiunoPágina Principal
Índice

 

 

 

 

VIERNES SANTO

 

Juan 18, 1 -19, 42

 

La muerte de Jesús

 

 

La celebración ayer de la última cena, la celebración hoy de la muerte y la celebración mañana de la resurrección, son tres aspectos de una misma realidad: La plenitud de un ser humano que llegó a identificarse con Dios que es Amor.

 

La realidad profunda que se nos revela en estos acontecimientos es que Dios es amor. Este es el punto de partida. El amor es también la meta a la que llegó Jesús y a la que tenemos que llegar nosotros.

 

El recuerdo puramente litúrgico de la muerte de Jesús, sin un compromiso de defender en la vida las mismas actitudes que le llevaron a la muerte, es un folclore vacío de contenido.

 

Otro peligro que nos acecha en esta celebración, es caer en la sensiblería. Tal vez no podamos sustraernos a los sentimientos ante la descripción de una muerte tan brutal. El peligro estaría en quedarnos ahí y no tratar de vivir lo que estamos celebrando.

 

La muerte en la cruz tenía como fin eliminar a una persona físicamente; pero también degradarla ante la sociedad para que su influencia moral desapareciera. Nos importan los datos históricos, pero sólo como medio de descubrir la teología que en ellos se encierra.

 

No podemos presentar la muerte de Jesús como el colmo del sufri­miento. La vida de Jesús se desarrolló con relativa normalidad y con una cierta comodidad. Los sufrimientos duraron sólo unas horas. Millones de personas antes y después de Jesús han sufrido mucho más en cantidad y en intensidad. No podemos seguir hablando de sus sufrimientos como si fueran los únicos. Muchísimas personas tendrían motivos para sentirse heridas con esa manera de hablar.

 

El decir que por ser un hombre perfecto tendría mayor sensibilidad al dolor, tampoco es convincente. Fue una muerte dolorosa, sin duda, pero no podemos presen­tarla como el paradigma del dolor humano. El valor de la muerte de Jesús no está en el dolor, sino en la motivación de esa muerte, en la actitud de Jesús y de los que lo mataron.

 

Tenemos que entender bien, la idea de que “murió por nuestros pecados”. Está sacada de Pablo en su carta a los hebreos. Pablo en esa carta lo que intenta es hacer ver a los judíos que ya no tenía sentido el repetir los sacrificios que habían sido la base del culto en el templo, porque ya estaba cumplida en Jesús toda la labor de mediación.

 

Sólo es posible esta idea desde la perspectiva del Dios del Antiguo Testamento que premia y castiga; y exige el pago por nuestros pecados. Pero este Dios no tiene nada que ver con el Dios de Jesús que nos ama siempre e infinita­mente. Que tiene además preferencia por los pecadores. Seguimos manteniendo ese Dios del Antiguo Testamento, sin descubrir que ha sido superado por el Dios de Jesús.

 

Con relación a la muerte de Jesús, creo que debemos distinguir dos aspectos: ¿Por qué le mataron? ¿Por qué murió? Le mataron porque la idea de Dios que él predicó no coincidía con la idea que los judíos tenían de su Dios.

 

El Dios de Jesús, como veíamos ayer, no es el soberano que quiere ser servido, sino Amor al servicio del hombre. Esta idea de Dios es demoledora para todos aquellos que utilizan a Dios como instrumento de dominio y esclavitud de los demás.

 

Ningún poder establecido puede aceptar ese Dios, porque no se puede utilizar en servicio propio. Esta idea de Dios es la que no pudieron aceptar los jefes religiosos judíos. Este Dios nunca será aceptado por los jefes religiosos de ninguna época.

 

Murió por ser fiel a sí mismo y a Dios. En el fondo no se puede separar las respuestas a las dos preguntas. Jesús como todo ser humano tenía que morir, pero resulta que no murió, sino que le mataron. Esto es lo que hace de su muerte un hecho singular.

 

La muerte de Jesús no fue un accidente, sino consecuencia de su manera de ser y de actuar. Creo que en la aceptación de las consecuen­cias de su actuación está la clave de toda la vida de Jesús. El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que tenía que hacer, aunque sabía que eso le costaría la muerte, es la clave para compren­der que la muerte no fue un accidente, sino un hecho fundamental en su vida.

 

El hecho de que le mataran, podía no tener mayor importancia, pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones, que la vida, nos da la verdadera profundi­dad de su opción vital. Jesús fue mártir (testigo) en el sentido estricto de la palabra.

 

Las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, sobre el servicio total a los demás, pueden significar la más elevada toma de conciencia de Jesús sobre el sentido de su vida. Tal vez en ese momento, cuando ya era inevitable su muerte, descubrió el verdadero sentido de una vida humana. Ese sentido no puede ser otro que el servicio, la donación total a los demás como culminación de sentido.

 

Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su plena consumación. En ese instante puede decir: "Yo y el Padre somos uno". En ese instante manifiesta un amor semejante al amor de Dios.

 

Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y muerte. Si seguimos pensando en un dios de “gloria” ausente del sufrimiento humano, será muy difícil comprender el sentido de la muerte de Jesús.

 

Si pensamos que por un instante Dios abandonó a Jesús, tenemos todo el derecho a pensar que Dios tiene abandonados a todos los que están hoy sufriendo. Eso sería terrible. Dios no puede abandonar al hombre, y menos al que sufre.

 

¿Qué tuvo que ver Dios en la muerte de Jesús? El gran interrogante que se plantea sobre esa muerte recae sobre Dios. No podemos pensar que planeó su muerte, ni que la exigió como pago de un recate por los pecados, ni que la quiso o la esperaba.

 

Podemos decir que Dios no tuvo nada que ver en la muerte de Jesús, y podemos decir que fue precisamente Dios la causa de su muerte.

 

Si pensamos en un Dios que actúa desde fuera, nada de lo que digamos en relación con esa muerte tiene sentido.

 

Si pensamos que Dios era el motor de toda la vida de Jesús, de sus actitudes y de sus decisiones, entonces Él fue la causa de que Jesús fuera a la muerte.

 

La muerte de Jesús es una verdadero interrogante sobre Dios. Según todas las apariencias, Dios abandonó a Jesús a su suerte cuando le pedía a gritos que le ayudara. ¿Cómo podemos armonizar su silencio con la cercanía en el momento de morir?

 

Aquí está la clave de comprensión del misterio Pascual. Dios no abandonó por un momento a Jesús para después revindicarlo. Dios estuvo con Jesús en su muerte. Porque fue capaz de morir antes que fallarle, demuestra esa presencia de Dios como en ningún otro momento de su vida.

 

En la entrega total se identificó totalmente con Dios y lo hizo presente. Cualquier otro intento de demostrar la presencia de Dios en Jesús (conocimientos, poder, milagros) es contrario a las enseñanzas más profundas de Jesús sobre Dios.

 

Creo que aún tenemos que reflexionar mucho sobre esa muerte para comprender el profundo significado que tuvo para él y para nosotros. Su muerte es el resumen de su actitud vital y por lo tanto, en ella podemos encontrar el verdadero sentido de su vida.

 

Se trata de una muerte que lleva al hombre a la verdadera Vida. Pero no se trata de la muerte física, sino de la muerte al “ego”, y por lo tanto a todo egoísmo. Este es el mensaje que no queremos aceptar, por eso preferimos salir por peteneras y buscar soluciones que no nos exijan entrar en esa dinámica.

 

Si nuestro “yo” sigue siendo el centro de nuestra existencia, no tiene sentido celebrar la muerte de Jesús; y tampoco celebrar su “resurrección”.

  

 Marcos Rodríguez

 

Subir