EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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Lucas 13, 1 - 9

 

 

1 En aquella ocasión algunos de los presentes le contaron que Pilato había mezclado la sangre de unos galileos con la de las víctimas que ofrecían.

 

2 Jesús les contestó:

 

- ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás, por la suerte que han sufrido? 3 Os digo que no; y, si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también. 4 Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? 5 Os digo que no; y, si no os enmendáis, todos pereceréis también.

 

6 Y añadió esta parábola:

 

Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. 7 Entonces dijo al viñador:

 

-Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué, además, va a esquilmar la tierra?

 

8 Pero el viñador le contestó:

 

- Señor, déjala todavía este año; entretanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol; 9 si en adelante diera fruto..., si no, la cortas.

 

 

 

Comentarios de Pedro Olalde

 

Muchas veces, las desgracias, las enfermedades, las catástrofes se han atribuido a Dios, creyendo que Dios se dedica a distribuir a unos salud, riqueza y bienestar, y a otros, enfermedad, pobreza y desgracia. No, Dios no juega de este modo con los hombres.

 

En la primera parte del evangelio se narran dos desgracias. Jesús no las atribuye a castigo de Dios, a pesar de que el ambiente religioso de la época era muy propenso a atribuir a Dios estos hechos infelices.

 

En el primero de ellos se recuerda a los galileos que fueron muertos por orden del cruel Pilato, mientras ofrecían sacrificios, probablemente por Pascua. En el segundo, se hace mención del derrumbe de la Torre de Siloé, que era parte de la primera muralla que rodeaba Jerusalén. Murieron 18 personas.

 

Jesús, en vez de comentar frívolamente sobre quiénes son los culpables de esas desgracias, hace reflexionar a sus oyentes, como si les dijera: Vivid despiertos. La vida es demasiado valiosa para malgastarla sin hacer nada. La vida es para vivirla, llenándola de sentido. Que la muerte repentina no os sorprenda con las manos vacías.

 

El libro “Matar a nuestros dioses” de José Mª Mardones, en su segundo capítulo, explica cómo hemos de entender la presencia de Dios en el mundo, es decir, como dinamismo creador y sustentador de todo, y al mismo tiempo, como alguien que se retira de la escena, para dejar espacio al hombre para ser adulto. Es un Dios ausente-presente, que nos anima, potencia, dejándonos libres para actuar por nuestra cuenta. Es un Dios más amoroso que el mejor de los padres, que la mejor de las madres. Más que amenazarnos, nos anima a que seamos creadores de una humanidad nueva. De un Dios así no esperamos que nos procure una desgracia.

 

 

La parábola de la segunda parte del evangelio se dirige a los contemporáneos de Jesús. Muchos comentaristas la refieren a Israel, viña mimada por Dios. Pero Dios da a todos nuevas oportunidades para la conversión. Todavía es tiempo de arrepentimiento y todos tenemos una última oportunidad. En el trasfondo hay una nota de esperanza. Jesús confía en que nuestra respuesta final a su misión sea positiva.

  

Hoy, esta palabra quiere ser salvación para cada uno de nosotros: “somos cristianos exactamente en la medida en que la Palabra tiene poder para cambiar nuestra vida”. No es cuestión de realizar grandes hazañas; nuestra misión es amar y servir a los hermanos, aunque sea a través de pequeños gestos.

 

Todos y cada uno de nosotros somos esa higuera evangélica. Cuaresma es, justamente, tiempo para hacerse estas grandes preguntas: ¿Cuáles son los proyectos de Dios sobre mí como persona, sobre nosotros, como familia y comunidad cristiana? ¿Cómo estoy, cómo estamos respondiendo?

 

 

 

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