EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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Lc 16, 1-13

(pinchar cita para leer evangelio)

                                     

servimos al dinero y nos servimos de Dios

 

 

El capítulo 16 de Lucas comienza indicando que la parábola del administrador infiel va dirigida a los discípulos; pero al final de la narración dice: “estaban oyendo esto los fariseos que son amantes del dinero.…” todo lo cual nos indica la falta de precisión a la hora de determinar los destinatarios de esta parábola y la del rico Epulón que leeremos el domingo que viene.

 

Debemos tener en cuenta que a las primeras comunidades cristianas sólo pertenecieron pobres. Sólo a principios del siglo II se empezaron a incorporar personas importantes de la sociedad. Si los evangelios se hubieran escrito unos años más tarde, seguramente se hubiera matizado mucho más el lenguaje sobre las riquezas.

 

Para entrar en la comprensión de la parábola sólo hace falta un poco de sentido común. Jesús hablaba para que le entendiera la gente sencilla. Hay explicaciones que me parecen demasiado rebuscadas. Por ejemplo: que el administrador, cambiando los recibos, no defrauda al amo, sino que renuncia a su propia comisión. No parece verosímil que el administrador se embolsara el 50% de los recibos de su señor.

 

Otra explicación que me parece demasiado alambicada es que el administrador hizo lo que tenía que hacer todo el que tiene demasiado, es decir, ceder sus bienes a los que no pueden pagar su deuda. Entonces resulta que hace lo que debía hacer por su cuenta el dueño. Por eso es alabado el administrador. En este caso perderían sentido las sentencias finales del relato.

 

Seguramente Lucas ya modifica el relato original, añadiendo el adjetivo de “injusto”, tanto para el administrador, como para el dinero. Este añadido dificulta la interpretación de la parábola. En primer lugar porque no se entiende que se alabe a un injusto. En segundo lugar porque podemos devaluar el mensaje al pensar que se trata de desautorizar sólo la riqueza conseguida injustamente. Pero no se trata de la riqueza injusta, que se descalifica por sí misma, se trata de la riqueza que, aunque sea “justa”, puede convertirse en ídolo.

 

Ya podéis comprender que hablar de este tema no es nada fácil. Debemos evitar una demagogia barata, pero tampoco podemos ignorar el mensaje evangélico. En este tema, ni siquiera la teoría está muy clara. Hoy, menos que nunca, podemos responder con recetas a las exigencias del evangelio. Cada uno tiene que meditar y encontrar la manera de actuar con sagacidad para conseguir el mayor beneficio, no para  su falso yo sino para su verdadero ser.

 

Si somos sinceros, descubriremos que en nuestra vida, confiamos demasiado en las cosas externas, y demasiado poco en lo que realmente somos. Con frecuencia, servimos al dinero y nos servimos de Dios. Le llamamos Señor, pero el que manda de verdad es el dinero. Justo lo contrario de lo que nos pide Jesús.

 

Cada uno en sus circunstancias concretas tiene que tomar una postura coherente con sus creencias. En este tema, es inútil actuar por programación, es decir, echar el carro por delante de los bueyes.

 

Encontramos en los evangelios una diferencia notable con la tradición bíblica. Tanto en todo el AT como en tiempo de Jesús, las riquezas eran consideradas como un don de Dios. Sólo los profetas arremeten contra la riqueza que se ha conseguido con injusticia. Este matiz desaparece en los evangelios y se considera la riqueza, sin más, contraria al Reino.

 

Para comprender el evangelio de hoy, hay que tener en cuenta que en las parábolas, no se ha de tomar al pie de la letra cada uno de los detalles que se narran; hay que entrar en la intención del que la narra. Al contrario que en la alegoría, en la parábola se trata de una sola enseñanza que hay que sacar del conjunto del relato. El relato nos obliga a sacar una moraleja que nos haga cambiar de actitud vital. Esta en concreto, no está invitándome a ser injusto, sino a sentarme y echar cálculos, para elegir lo que de verdad sea mejor para mis auténticos intereses.

 

El administrador calculador, trataba de conseguir ventajas materiales. A nosotros se nos invita a ser sagaces para sacar ventajas espirituales, aunque sea a costa de las seguridades materiales. El evangelio nos invita a ser sabios para sacar provecho de todo, incluso de las riquezas, para alcanzar lo que vale de veras.

 

No hacen falta muchas cavilaciones para darse cuenta de que ponemos mucho más interés en los asuntos materiales que en los espirituales, no sólo por el tiempo que les dedicamos, sino sobre todo por la intensidad de nuestra dedicación. Es lamentable que personas muy inteligentes y con varias carreras, tengan un nivel de conocimientos religiosos propios de un niño de primera comunión. En religión, lo único exigido es “creer”.

 

“Los hijos de este mundo son más sagaces con su gente que los hijos de la luz”. Esta frase explica el sentido de la parábola. No nos invita a imitar la injusticia que el administrador está cometiendo, sino a utilizar la astucia y prontitud con que actúa. Él fue sagaz porque supo aprovecharse materialmente de la situación. A nosotros se nos pide ser sabios para aprovecharnos de todo, en orden a una plenitud espiritual.

 

Hoy la diferencia no está entre los hijos del mundo y los hijos de la luz. La diferencia está en la manera que todos los cristianos tenemos de tratar los asuntos mundanos y los asuntos religiosos.

 

“No podéis servir a Dios y al dinero”. Empecemos por aclarar que en el texto griego dice mamwna. Mammón era un dios cananeo, el dios dinero. No se trata, pues, de la oposición entre Dios y un objeto material, sino de la incompatibilidad entre dos dioses.

 

No podemos pensar que todo el que tiene una determinada cantidad de dinero en el banco o tiene una finca, está ya condenado.

 

Servir al dinero significaría que toda mi existencia esta orientada a los bienes materiales. Sería tener como objetivo de mi vida el hedonismo, es decir, buscar por encima de todo el placer sensorial y las seguridades que proporcionan las riquezas. Significaría que he puesto en el centro de mi vida, el falso yo y sólo busco la potenciación y seguridades de ese yo; todo lo que me permita estar por encima del otro y utilizarlo en beneficio propio.

 

No sólo se trata del dinero sino de todo aquellos que potencia mi egoísmo en perjuicio del otro.

 

¿Qué significa servir a Dios? Después de lo que dijimos el domingo pasado, no podemos entenderlo como ser esclavo de un “Señor”. A Dios no le servimos para nada.

 

Si algo dejó claro Jesús fue que Dios no quiere siervos, sino personas libres. No se trata de doblegarse con sumisión externa, a lo que mande desde fuera un señor poderoso. Se trata de ser fiel al creador, respondiendo a las exigencias de mi ser, desplegando todas las posibilidades de ser.

 

Servir a un dios externo que puede premiarme o castigarme, es idolatría y, en el fondo, egoísmo. Hoy podemos decir que no debemos servir a ningún “dios”. Al verdadero Dios sólo se le puede servir, sirviendo al hombre. Aquí está la originalidad del mensaje cristiano. Donde las religiones, verdaderas o falsas, ponen “Dios”, Jesús pone “hombre”.

 

Tenemos una dificultad añadida a la hora de interpretar el mensaje de Jesús: confundimos lo legal con lo justo. Puesto que lo que tengo lo he conseguido legalmente, nadie me podrá convencer de que no es exclusivamente mío. Ni siquiera cuestionamos que lo que es legal puede no ser justo.

 

Además, el dinero es injusto, no solo por la manera de conseguirlo, sino por la manera de gastarlo.

 

Las leyes que rigen la economía, están hechas por los ricos para defender sus intereses. No pueden ser consideradas justas por parte de aquellos que están excluidos de los beneficios del progreso. Unas leyes económicas que potencian la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos, mientras grandes sectores de la población viven en la miseria e incluso mueren de hambre, no podemos considerarla justa. El pecado del rico Epulón fue olvidarse de que Lázaro estaba a la puerta.

 

Lo que nos dice el evangelio es una cosa obvia. Nuestra vida no puede tener dos fines últimos, sólo podemos tener un “fin último”. Todos los demás objetivos tienen que ser penúltimos, es decir, orientados al último (haceros amigos con el dinero injusto). No se trata de rechazar esos fines intermedios, sino de orientarlos todos a la última meta. La meta debe ser “Dios”, entre comillas por lo que decíamos más arriba. La meta es la plenitud, que para el hombre sólo puede estar en lo trascendente, en lo divino que hay en él.

 

Ganaros amigos con el dinero injusto para que cuando os falte os reciban en las moradas eternas”. Es una invitación a sacar provecho espiritual de las ganancias materiales, sean adquiridas lícitamente o sea dinero adquirido con trampas. Hacemos amigos con el dinero cuando compartimos con el que lo necesita.

 

Hacemos enemigos, cuando acumulamos riquezas a costa de los demás. Nunca podremos actuar como dueños absolutos de lo que poseemos. Somos simples administradores. Hace poco tiempo oí a De Lapierre decir: Lo único que se conserva es lo que se da. Lo que no se da, se pierde.

 

“El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar”. Los bienes terrenos son todos, juntos o por separado, de escaso valor. Lo que vale de veras es el hombre. El uso que hacemos de los bienes materiales, será el termómetro que marque nuestro trato con los bienes espirituales. Solo si estás cerca de hombre, estás cerca de Dios

 

 

 

Meditación-contemplación

 

 

No podéis servir al Dios de Jesús y al dios dinero

Jesús no dice que no “debéis”, sino que no “podéis”...

Es inútil que sigamos intentándolo.

Lo que “tenemos” debemos subordinarlo a lo que “somos”.

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Todo lo que no potencie el ser, es secundario.

Lo único esencial es nuestro verdadero ser, que es lo trascendente.

Lo material, lo biológico, debe ser el soporte de nuestra Vida espiritual;

no debemos rechazarlo como malo, sino utilizarlo bien.

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Si el valor supremo para mí es el dinero o el poder,

mi corazón estará pegado a esas seguridades.

Si he descubierto el “tesoro” escondido en lo hondo de mi ser,

el resto quedará iluminado por su brillo.

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Fray Marcos