EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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Lucas 17, 11-19

 

 

11 Yendo camino de Jerusalén, también Jesús atravesó por entre Samaría y Galilea. 12 Cuando iba a entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos 13 y le dijeron a voces:

 

- ¡Jesús, jefe, ten compasión de nosotros!

 

14 Al verlos les dijo:

 

- Id a presentaros a los sacerdotes.

 

Mientras iban de camino, quedaron limpios. 15 Uno de ellos, viendo que se había curado, se volvió alabando a Dios a grandes voces 16 y se echó a sus pies rostro a tierra, dándole las gracias; éste era samaritano.

 

17 Jesús preguntó:

 

- ¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? 18 ¿No ha habido quien vuelva para dar gloria a Dios, excepto este extranjero?

 

19 Y le dijo:

 

- Levántate, vete, tu fe te ha salvado.

 

 

Comentarios de Pedro Olalde

 

 

Hay autores que piensan que éste no es un relato de un suceso, sino una parábola vestida con imágenes.

 

Los protagonistas del milagro son diez leprosos. En la Biblia se llama “lepra” a cualquier clase de infección cutánea, a veces simples erupciones curables. Estas enfermedades se consideraban castigo de Dios y su curación era casi siempre “milagrosa”, o fruto de una especial acción de los sacerdotes o los hombres de Dios. Los leprosos vivían en descampados y tocaban la campanilla o se lamentaban para que la gente no se acercase. Jesús en su respuesta, les envía a los sacerdotes para que certifiquen que están curados.

 

El acento de la narración se pone en la actitud de los curados. De los diez, nueve desaparecen, sin más. Uno de ellos, un samaritano (“hereje” despreciado por los judíos) no va a los sacerdotes: vuelve a Jesús agradecido. Jesús insiste en que ese “extranjero” obró como debía.

 

Se termina con la consabida expresión: “Tu fe te ha salvado”.

 

Este es el sentido de la fe en los milagros. No se trata de que un convencimiento profundo produzca sanaciones sorprendentes. Esto puede ser verdad, pero no es el mensaje.

 

Creer en la fuerza de Dios que está en Jesús, es poner la primera piedra del reino. Creer en él nos convierte, nos sana, nos limpia, nos hace criaturas nuevas, hace posible el milagro de los milagros, que vivamos para el reino.

 

Una vez más se nos invita a creer en Jesús, el hombre lleno del Espíritu. Se nos invita a creer en el Espíritu que habita en nosotros. Los efectos del Espíritu son curación. Es la esencia de lo que llamamos conversión. Y que explicamos tan mal. Pensamos que convertirse es decidirse a cambiar. No.

 

Es la cercanía de Jesús la que nos va cambiando. La presencia del Fuego nos va calentando, la presencia del Agua nos va lavando, nos va fertilizando, la presencia del Espíritu nos va haciendo espíritu, liberándonos de todas esas fuerzas que nos esclavizan.

 

No podemos convertirnos por un acto de voluntad, pero sí podemos acercarnos a la Fuente, a la Llama, a la Palabra. Eso sí nos cambia. Tratar con Jesús, orar. Celebrar bien la eucaristía, leer, contemplar, obedecer a los impulsos prácticos del Espíritu, estar atentos, reconocer cuándo actúa en nosotros el Espíritu de Jesús, dar gracias…

 

 

Permitidme ahora que invente la historia posterior de este leproso curado por Jesús.

 

Volvió con los suyos con el corazón agradecido a Dios, para comenzar una nueva vida, una vez que habían cedido todas las barreras sociales. Trabajó duramente y consiguió una posición desahogada en Jericó. Hasta que un día, yendo de camino a Jerusalén para hacer algún pequeño negocio, se encontró al borde del camino con un hombre que había sido atacado por unos bandoleros que lo “desnudaron, lo cubrieron de golpes y lo dejaron medio muerto”.

 

No sabía que poco antes habían pasado por allí mismo un sacerdote y un levita, que vieron también al herido y pasaron de largo. También él tuvo la tentación de hacer lo mismo: tenía que arreglar sus asuntos en Jerusalén, y atender a ese herido le iba a hacer perder mucho tiempo. Pero se acordó del día en que él mismo había estado herido por la lepra al borde del camino y había gritado: “Ten compasión”, y en que aquel hombre maravilloso le había dicho: “Levántate, vete. Tu fe te ha salvado”.

 

Miró a los ojos angustiados de aquel hombre herido y se acordó de su propia angustia: “Lo vio y se compadeció”. La compasión que había recibido de Jesús era la misma compasión que él ahora tenía que dar. Y su agradecimiento se convirtió en compasión y ayuda al que le necesitaba, como él mismo lo había precisado años antes”.

 

 

Comentarios de Patxi Loidi

 

Seguimos en el caminar de Jesús y sus discípulos a Jerusalén. Todas estas enseñanzas están en ese camino, que simboliza el caminar del cristiano hacia la Montaña que es el Reino de Dios.

 

Jesús pasa por la frontera entre Galilea y Samaria. El pasaje tiene dos fuertes contrastes: primero, Jesús cura a diez y sólo uno vuelve a darle las gracias; segundo, éste es un samaritano, un separado, mal visto por los demás judíos, por considerarlo hereje.

 

En todo el relato destaca la fe: cuando son enviados a los sacerdotes y ellos se ponen en marcha sin haber sido curados, lo hacen porque tienen fe; y el samaritano vuelve porque tiene fe. Es una fe agradecida, que purifica la lepra exterior y la interior y produce la salvación.

 

Hay un apoyo indirecto a los paganos y samaritanos convertidos a la fe cuando se escribió este evangelio, mientras que los judíos, como pueblo, no entraron al cristianismo.

 

Guía para la oración personal con este pasaje.                                

 

V. 11-12.

Aquellos leprosos me dan compasión. Hoy hay tantos “leprosos marginados”, que quizá no me dan compasión y no hago nada o poco por ellos. Escucho al Señor.

 

V. 12-14.

Yo mismo soy un leproso espiritual. Pero no me quedo a distancia. Me acerco a Jesús y le hablo. Le pido compasión. Quiero curarme. El me dice que vaya al sacerdote, a quien pueda ayudarme. Le creo y quiero hacer lo que me dice.

 

V. 14.

Tan pronto como me pongo en camino, quedo curado. El Señor me da su gracia. Si yo le creo y me pongo en movimiento, me curo. Aunque tendré que seguir luchando.

 

V.15-16.

Estos versículos son muy importantes. ¿Me ocurren a mí? Si es así, soy bendito de Dios. Los pasos son los siguientes: Dios me está curando; me vuelvo hacia Jesús; glorifico a Dios; en voz alta, o sea, doy testimonio público de lo que Dios hace en mí; me postro ante Jesús; le doy gracias. ¡Dichoso de mí! Puedo orar mucho rato con esto. Y si no me ocurre, pedirlo.

 

V. 17-19.

Contemplo lo humano de Jesús, su sorpresa porque los otros no dan gloria a Dios; me toma de la mano y me levanta; y me dice la gran frase: Tu fe te ha salvado. Salvación gratuita de Dios.

 

 

 

 

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