EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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Lucas 18, 1-8

 

 

1 Para explicarles que tenían que orar siempre y no desanimarse, les propuso esta parábola:

 

2 – En una ciudad había un juez que ni temía a Dios ni respetaba a hombre. 3 En la misma ciudad había una viuda que iba a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”.

 

4 Por bastante tiempo no quiso, pero después pensó: “Yo no temo a Dios ni respeto a hombre, 5 pero esa viuda me está amargando la vida; le voy a hacer justicia, para que no venga continuamente a darme esta paliza”.

 

6 Y el Señor añadió:

 

-         Fijaos en lo que dice el juez injusto; 7 pues Dios ¿no reivindicará a sus elegidos, si ellos le gritan día y noche, o les dará largas? 8 Os digo que los reivindicará cuanto antes. Pero cuando llegue el Hijo del hombre, ¿qué?, ¿va a encontrar esa fe en la tierra?

 

 

Comentarios de Pedro Olalde

 

La primera lectura de hoy cuenta cómo el pueblo de Israel, con Moisés al frente, camino de la Tierra Prometida, se encuentra con la poderosa tribu de los amalecitas y piden a Dios la victoria sobre sus enemigos: que Dios les ayude a matar, que Dios aniquile a sus enemigos. Y Dios se lo concede. Dios mata a los amalecitas.

 

Todo el Antiguo Testamento está lleno de estas interpretaciones de Israel, porque entienden que para eso está su Dios, para protegerles de sus enemigos e incluso, para aniquilarlos.

 

Cuando esto no funcionó históricamente, cuando Israel fue arrasado y el templo destruido, se entendió como castigo por la infidelidad.

 

Y nada de esto es verdad. Dios no es para que un pueblo triunfe. No hay ningún pueblo elegido ni sobre ni contra los demás. Dios no es propiedad de nadie. Dios no ayuda a matar a nadie. Somos nosotros los que matamos contra su voluntad.

 

El Antiguo Testamento hay que leerlo como una prehistoria de Jesús, muchas veces, muy lejana y muy contaminada de creencias, que están lejos de ser Palabra de Dios. Así pues, esta “fe” de Israel ni es Palabra de Dios ni debería aparecer en nuestra Eucaristía, porque el mensaje de Jesús es exactamente lo contrario.

 

 

Centrándonos en el evangelio de hoy, Jesús cuenta la historia de un juez, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres, y la de una viuda que, acudiendo a él, le decía: “Hazme justicia contra mi adversario”. Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme”. Conclusión: si esto hace el juez injusto, Dios ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche?

 

Jesús habla en parábolas. Jesús no hace teología. Hace comparaciones. Y las comparaciones tienen una ventaja y un peligro. La ventaja es que nos ponen en buena dirección para entender algo de Dios: el agua, la luz, el pastor, el padre…

 

Dios no es agua ni luz ni pastor ni padre, pero pensando lo que son esas cosas para nosotros, entendemos bastante bien lo que es Dios para nosotros.

 

El peligro es que sacamos consecuencias exageradas. Por ejemplo, en esta parábola se puede sacar la consecuencia de que “hay que cansar a Dios” para forzarle a hacernos caso. Y no es éste el mensaje.

El mensaje es: Si hasta un juez malo atiende al que le pide, ¿cómo no os va a atender vuestro Padre?

 

El tema de hoy es la oración.

 

Jesús ora mucho y pide poco. Cuando pide suele ser por los otros. Pero hay una vez en que pide, y desesperadamente: “Que pase de mí este cáliz”. Y, esa vez, el cáliz no pasará. “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Y, naturalmente, se hizo su voluntad, no la de Jesús.

 

Nosotros pedimos mucho y oramos poco. “Cansamos” a Dios para que al fin nos haga caso. Pero esto no funciona así: ya sabe nuestro Padre lo que necesitamos y lo que nos conviene. Cuando pedimos a Dios desesperadamente, hacemos bien, porque para eso somos hijos, para poder decirle a nuestro Padre todo.

 

Cuando pedimos y no recibimos, dudamos de Dios: ¿no oye?, ¿no es bueno? Pero deberíamos dudar de nosotros: ¿pedimos cosas convenientes? Generalmente, pedimos milagros. Pedimos que Dios altere para nosotros el curso normal de los acontecimientos, que intervenga, que me cure, que suceda lo que me interesa… El mundo no funciona así. Dios no funciona así. Por supuesto que puede hacer milagros: Dios puede hacer lo que quiera. Pero no lo suele hacer ni tenemos por qué pedirlo. El milagro es que aceptemos la vida y saquemos de ella, sea como sea, un medio de servir a Dios.

 

La finalidad de la oración es orar. Solemos orar para conseguir algo, para pedir… La oración es su propio fin: estar con Dios, oír a Dios, sentir a Dios, agradecer a Dios, expresarse ante Dios. La oración es el clima normal de un creyente. Oramos porque creemos, porque nos sale de dentro, porque somos así, porque en la esencia de nuestro ser está Él.

 

En general, se nos ha enseñado poco a orar. Apenas nadie nos ha hablado de la importancia que tiene dedicar cada día a estar con Dios, repitiendo: “Señor, quiero estar contigo”, “Señor, quiero escuchar tu voz”, “Quiero sentir que eres Padre”, “Gracias por la vida, por tu amor”.

 

La mayoría de los creyentes no sabe orar unos minutos con un pasaje del evangelio, leyendo un texto y repitiendo frases breves de oración. Os animo a orar con el evangelio veinte minutos cada semana, cada día. Más que una obligación, es un derecho de cada creyente.

 

 

Comentarios de Patxi Loidi

 

El pasaje de hoy nos presenta una parábola sobre la oración: la oración de los pobres y oprimidos y oración de los que somos débiles para hacer el bien, que somos todos. El objetivo de la parábola es invitarnos a la oración constante, sin abandonarla aunque nos cansemos.

 

Para motivar nuestra confianza, la comparación representa a Dios con la imagen de un juez injusto. Es un contraste tremendo, uno más de los muchos que utiliza Lucas. Por medio de él, Jesús quiere mostrarnos la bondad de Dios, que no desampara nunca al necesitado, no desoye las súplicas de los débiles y de los que son tratados injustamente.

 

Hay además otro fuerte contraste entre el juez y la viuda: juez injusto y viuda buena y desamparada. La Biblia nombra a menudo a las viudas.

 

El versículo 8 (¿Encontrará fe en la tierra?) hace referencia a la segunda venida de Jesús, que algunos cristianos consideraban próxima, influidos por la corriente apocalíptica dominante en el judaísmo de aquella época. La interrogación parece una duda, pero de hecho es una exhortación.

 

A primera vista, parece que no hay relación entre esta frase y la parábola precedente. La relación está en que para orar noche y día con constancia hay que tener mucha fe.

 

Guía para la oración personal con este pasaje.

 

V. 1.

Orar siempre sin desfallecer. ¿Lo hago yo?

 

V. 2-3.

El Juez. La viuda. Los indefensos. Los jueces corruptos, vendidos a los poderosos. ¿Ocurre también hoy aquí? ¿Qué me dice todo ello? ¿Qué hago yo, sólo lamentarme?

 

V. 6-7.

Clamar a Dios día y noche. Es lo que debemos hacer, por nuestros problemas y sobre todo por los del mundo. ¿Es así mi oración? Y ¿mi acción?

 

V. 6-7.

Dios hace justicia; pero, en este mundo la hace con nuestro compromiso. ¿Qué hago yo para construir la justicia? ¿Sólo obras de caridad? ¿Qué quieres de mí, Señor?

 

V. 8.

Jesús quiere fe para que seamos constantes en la oración.

 

 

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