EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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Lucas 18, 9-14

 

 

9 Refiriéndose a algunos que estaban plenamente convencidos de estar a bien con Dios y despreciaban a los demás, añadió esta parábola:

 

10 - Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo, el otro recaudador. 11 El fariseo se plantó y se puso a orar para sus adentros: “Dios mío, te doy gracias de no ser como los demás hombres: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco como ese recaudador. 12 Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que gano”.

 

13 El recaudador, en cambio, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; se daba golpes de pecho diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de este pecador”

 

14 Os digo que éste bajó a su casa a bien con Dios y aquél no. Porque a todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán.

 

 

Comentarios de Pedro Olalde

  

Lucas nos describe con trazos muy gruesos a dos personas diametralmente opuestas: el autosuficiente y el humilde.

 

Es sorprendente constatar que todos aquellos que Lucas nos propone como modelos de cristianos, son personajes bajo mínimos morales y legales: el buen samaritano, el hijo pródigo, Zaqueo, el publicano, la Magdalena. Y es que “no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”.

 

El evangelista retrata al fariseo y al publicano a través de su oración a Dios. Podemos pensar que en sus relaciones personales con la gente, se comportarían de la misma manera.

 

El primer rasgo con que se describe al fariseo es “estar muy seguro de sí”, su autocomplacencia. El cumplimiento de las normas externas le da esta seguridad.

 

El segundo rasgo es que “despreciaba a los demás”. Cosa extraña que uno se sienta perfecto fallando en lo más básico, cual es el amor al prójimo.

 

El fariseo no pide nada, pues no siente ninguna necesidad. Su oración es una acción de gracias aparente, porque, en realidad, no da gracias a nadie, ya que se siente dueño de todo lo que hace y no reconoce que todo es don recibido gratuitamente de Dios. Es un monólogo de autocomplacencia en sí mismo.

 

Se diría que Dios debe estarle agradecido. “No es como los demás”: forma clase aparte. Enumera los vicios de otros y desprecia al recaudador, situándose muy por encima de él. Sus prácticas religiosas son ayuno y diezmo, sin compromiso alguno con el prójimo.

 

La oración del publicano es una oración de grandes efectos espirituales, pues hace frente directamente al orgullo, el primero de los pecados capitales, y nos hace avanzar en la verdad y en la humildad.

 

No tiene qué ofrecer a Dios, nada de que vanagloriarse, sino que se reconoce pecador. Por eso, se coloca a distancia, inclinado, sin atreverse a levantar los ojos al cielo.

 

Cae confiadamente en los brazos de Dios misericordioso, a quien ha descubierto sanador y liberador. Espera su rehabilitación del amor gratuito de Dios y la obtiene.

 

Es comprensivo con el pecado de los demás, como si se dijera a sí: “Si yo soy el primero en pecar, ¿cómo voy a lanzar piedras contra nadie?”

 

El publicano bajó a su casa “a bien con Dios” o reconciliado, en gracia de Dios. La reconciliación nunca se da a niveles de cumplimiento externo, sino en la aceptación humilde de la propia realidad, ante Dios y los hombres. Entonces, no se le niega a uno el perdón y el amor.

 

Es Pablo quien más trata este tema de la justificación. Dice en Romanos 4: “Lo que Dios quiere para nosotros es tan grande que nunca lo adquiriremos a costa de las prácticas religiosas o de buenas obras: pero Dios lo da todo si confiamos en Él”.

 

Cristiano es quien lucha contra su orgullo, contra su complacencia y trabaja en ser humilde.

 

¡Bájate del elefante! El elefante es la soberbia, todo aquello a lo que uno se sube para mirar desde arriba a los demás con aislamiento autoritario y engreimiento altivo. Los demás continúan a pie, pero yo tengo mi trono en las alturas y contemplo desde ahí al resto de la humanidad con autosuficiencia crítica.

 

Pero es artificial, es egoísta y es falso. Desde arriba no se ve la realidad de las cosas. Deja de creerte superior. Bájate del elefante y ponte al nivel de los demás, mira cara a cara a las personas y sonríe y saluda y tiende la mano y abraza a tus semejantes.  ¡Aprende a andar la vida a pie!

 

 

Comentarios de Patxi Loidi

 

El Señor nos presenta hoy la parábola del fariseo y el publicano. El objetivo de la misma es mostrarnos el modo correcto de relacionarnos con Dios, que es la gratuidad. Nos quiere enseñar que Dios es gratuito y la salvación, también.

 

Las obras no nos salvan; no son la causa de la salvación, sino su consecuencia, como hemos visto en domingos anteriores: una enseñanza fundamental. Hacemos obras buenas, porque primero Dios nos salva y nos cambia.

 

Para darnos esta gran enseñanza, Jesús nos presenta otro contraste enorme: un fariseo cumplidor de la Ley, que no se salva, y un publicano muy pecador, que se salva.

 

Para entender bien esta parábola, desechemos la idea, bastante extendida, de que los fariseos eran gente mala. Si pensamos que eran hipócritas y malos, ya están descalificados y no hay más que hablar. Con eso, la parábola pierde toda su fuerza. Ciertamente había fariseos hipócritas y amantes del dinero. Pero en conjunto eran un grupo religioso que buscaba una vida de mayor fervor, por el fiel cumplimiento de la Ley.

 

Jesús no polemiza con los fariseos hipócritas, sino con los buenos. Lo que descalifica en ellos es su modo mercantil de relacionarse con Dios: quieren conquistar a Dios con sus obras buenas; pretenden merecer la salvación, que nadie puede merecer, porque es siempre gratuita. 

 

El publicano no tiene méritos, por lo cual se limita a presentarse humildemente ante Dios. En realidad nadie los tiene; lo que ocurre es que creemos tenerlos. Muchas veces somos el fariseo bueno. Es tremendo el contraste de un pecador que se salva sin méritos y de un cumplidor de la ley que no se salva aunque tiene méritos.

 

Otra observación. No confundamos el orgullo normal de creerse superior con el orgullo religioso del que quiere conquistar a Dios con sus méritos.  En este texto no queda clara esta distinción. Lucas ha estropeado en parte el significado profundo de la parábola con la moraleja final, en la medida en que la ha transformado en la contraposición entre la soberbia y la humildad. La parábola es mucho más que eso. Hemos de pensar más en el orgullo religioso de la autosalvación que en el orgullo normal.

 

Guía para la oración personal con este pasaje.                             

 

V.9.

“Se tenían por justos”. La parábola está dirigida a los que se tienen por buenos; o sea, a todos nosotros. Todos nosotros somos “el buen fariseo”. Yo también. Ahí está nuestro orgullo religioso. Es normal que quien se tiene por justo desprecie a los demás. Pero, aunque no hubiera desprecio, el tenerse por justo impide el encuentro con Dios. Porque no hay nadie justo; y nadie puede conquistar a Dios ni ganar la salvación.

 

V.10.

La elección de personajes, una elección provocativa. Con ella, Jesús deja más clara su enseñanza. ¡Qué valiente eres, Señor!

 

V.11-12.

El fariseo bueno, que cumple toda la ley. Está bien dar gracias a Dios; pero no por mis méritos, sino por lo que él hace en mí. Porque él gratuitamente me está transformando. O sea, demos gracias, con la actitud contraria a la de este fariseo.

 

V.13.

El publicano. No me gusta identificarme con él. No soy tan malo como él. No soy el publicano. Siento rechazo a identificarme con él. Claro, porque soy el fariseo. Pero hago un esfuerzo y me meto en la piel del publicano. Y oro con sus palabras. Ten compasión de mí.

 

V.14.

¿Quién fue salvo? ¿Se salvó él o lo salvó Dios gratuitamente? Señor, justifícame tú, sálvame tú, santifícame tú, pues yo no puedo, por mucho que me esfuerce. Dame tu perdón y salvación gratuita. Ablanda mi corazón con tu gracia. Con esto, fluirán mis obras buenas como consecuencia de tu salvación gratuita.

 

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