EVANGELIOS Y COMENTARIOS
Bautismo de Jesús
· (Is 42,1-7) “Sobre él he puesto mi Espíritu para que traiga el derecho a las naciones”.
· (Hch 10,34-38) “Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu, que pasó haciendo el bien
· (Mt 3,13-17) Vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
La hondura de la fiesta la marcan las dos primeras lecturas. Ahí podemos descubrir que va mucho más allá de la narración de un acontecimiento más o menos folclórico. Isaías hace un cántico al libertador del pueblo oprimido que la primera comunidad cristiana identificó con Cristo. Pedro hace un resumen muy certero de la vida de Jesús.
Los especialistas dicen que el bautismo, es el primer dato de la vida de Jesús que podemos considerar como verdaderamente histórico. Fue muy importante para Jesús que, como ser humano, tuvo que aprovechar todas las circunstancias de su vida para madurar. Fue también muy importante para los primeros cristianos que intentaron comprender su vida y milagros.
Aunque el bautismo de Jesús fue un hecho histórico, la manera de contarlo va más allá de una crónica de sucesos. Cada evangelista acentúa los aspectos que más le interesan para destacar la idea que va a desarrollar en su evangelio. Lo narran los tres sinópticos y Hechos alude a él varias veces.
Juan hace referencia a él como dato conocido, lo cual es más convincente que si lo contara expresamente.
Dado el altísimo concepto que los primeros cristianos tenían de Jesús, no fue fácil explicar su bautismo por Juan. En ningún caso pudo ser un invento posterior. Si a pesar de las dificultades de explicarlo, se narra en todos los evangelios, es que era un hecho conocido de todos y no se podía escamotear.
El que los relatos del bautismo y las tentaciones estén relacionados en todos los evangelios, es síntoma de una elaboración teológica muy temprana. Pero indican también la extraordinaria importancia de lo que se está diciendo. Los dos episodios se presentan como experiencias fundamentales para la vida de Jesús. La experiencia de la paternidad de Dios y su profunda conexión con Él, y la cercanía del Espíritu. Ambas son las líneas maestras de la vida de Jesús.
No es lógico que el bautismo marque el principio de su vida pública. Aceptar el bautismo de Juan, era aceptar su doctrina y su actitud fundamental. No puede ser, a la vez, el comienzo de un proyecto propio, distinto del de Juan.
En el diálogo entre Jesús y Juan, el evangelista quiere decirnos que Jesús rompe todos los esquemas del mesianismo de Juan. No es el bautizar a Jesús lo que le cuesta aceptar a Juan, sino el significado de su bautismo, que trastoca la idea del Mesías juez poderoso, que Juan acaba de manifestar en sus discursos.
Es muy probable que Jesús fuera durante un tiempo discípulo de Juan y que no sólo se vio atraído por su doctrina, sino que formaría parte del pequeño grupo de seguidores. Sólo más tarde, desde su propia experiencia interior, trasciende el mensaje de Juan y comienza a predicar su propio mensaje.
Con sus constantes referencias al Antiguo Testamento, Mateo quiere dejar muy claro que toda la posible comprensión de la figura de Jesús tiene que partir del Antiguo Testamento.
La manera de hablar es totalmente simbólica. No debemos pensar en fenómenos extraordinarios. Nada de palomas ni de voces celestes. Nada de cielo abierto. Lo que nos cuentan, pasó todo en el interior de Jesús. Lucas nos dice expresamente: “y mientras oraba...” Los demás evangelistas lo dan por supuesto, porque sólo desde el interior se puede descubrir el Espíritu que nos invade.
¿Qué fue lo que pasó? Jesús, una persona ya madura pero inquieta, se siente atraído por la predicación de Juan. No sólo la acepta, sino que se quiere comprometer con las ideas del Bautista. Aceptar el bautismo de Juan es entrar en la dinámica que él predica.
Todo ello prepara a Jesús para una experiencia única. Se le abren los cielos y ve claro lo que Dios espera de él. Fiel al Espíritu, da un cambio radical en su vida y se dispone a predicar el Reino de Dios. Desde ese momento, abandona toda otra actividad y dedica todo su tiempo a la predicación de su mensaje. Empieza su vida pública.
Jesús no fue un extraterrestre que por ser de naturaleza divina estaba dispensado de la trayectoria que tiene que recorrer todo ser humano para alcanzar su plenitud. Generalmente no nos tomamos en serio esa experiencia humana de Jesús. Pero los primeros cristianos tomaron muy en serio la humanidad de Jesús. Hablar de que Jesús hizo un acto de humildad al ponerse a la fila como un pecador, aunque no tenía pecados, es pensar en un acto teatral que no pega ni con cola a una personalidad como la de Jesús.
A este relato nos acercamos con un doble prejuicio: en primer lugar, nuestro concepto de pecado, que no tiene nada que ver con lo que se entendía entonces. Por otra parte, el concepto de “conversión”, que asociamos a salir de una situación de pecado. Lo que se nos narra es una auténtica conversión de Jesús, lo cual no tiene que suponer una situación de pecado, sino una purificación de intenciones en su caminar hacia la plenitud.
Dios llega siempre desde dentro, no de fuera. Nuestro mensaje “cristiano” de verdades, normas y ritos, no tiene nada que ver con los que vivió y predicó Jesús. El centro del mensaje de Jesús consiste en invitar a todos los hombres a tener la misma experiencia de Dios que él tuvo. Después de esa experiencia de Dios, puede decir a Nicodemo: “hay que nacer de nuevo”. Él ya había nacido del agua y del Espíritu.
El bautismo de Jesús tiene muy poco que ver con nuestro bautismo. El relato no da ninguna importancia al bautismo en sí, sino a la manifestación de Dios en Jesús por medio del Espíritu. En los evangelios se hace constante referencia al Espíritu para explicar lo que es Jesús:
"Concebido por el Espíritu Santo".
"Nacido del Espíritu Santo".
"Desciende sobre él el Espíritu Santo."
"Ungido con la fuerza del Espíritu."
"Yo bautizo con agua, él os bautizará con Espíritu Santo y fuego."
"El Espíritu es el que da vida, la carne no vale para nada".
"Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu.”
La alusión a los cielos que se abren definitivamente, es la expresión de una esperanza de todo el Antiguo Testamento (Is 63,16). “¡Ah, si rasgasen los cielos y descendieses!” La comunicación entre lo divino y lo humano, que había quedado interrumpida por culpa de la infidelidad del pueblo, es desde ahora posible gracias a la total fidelidad de Jesús. La distancia entre Dios y el Hombre queda superada para siempre. La voz la oyó Jesús dentro de sí mismo y le dio la garantía absoluta de que Dios estaba con él para llevar a cabo su misión.
Estamos celebrando el verdadero nacimiento de Jesús. En adelante, todo lo que diga y haga será la manifestación continuada del Reino que es Dios. Dejándose llevar por el Espíritu, se encamina él mismo hacia la plenitud humana y de esa manera, nos marca el camino de nuestra propia plenitud. Pero tenemos que ser muy conscientes de que sólo naciendo de nuevo, naciendo del agua y del Espíritu, podremos desplegar todas nuestras posibilidades humanas. No siguiendo a Jesús desde fuera, como si se tratara de un líder, sino entrando como él en la dinámica de la vivencia interior.
La presencia de Dios en el hombre tiene que darse en aquello que tiene de humano, no puede ser una presencia mecánica ni automática. Dios está en todas las criaturas como la base y el fundamento de su ser, pero sólo el hombre puede tomar conciencia de esa realidad y puede vivirla. Esto es su meta y el objetivo último de su existencia. En Jesús, la toma de conciencia de lo que es Dios en él, fue un proceso que no terminó nunca. En el relato del bautismo se nos está hablando de un paso más, aunque decisivo, en esa toma de conciencia.
Meditación-contemplación
Jesús vio que el Espíritu bajaba sobre él.
Ésta es la experiencia máxima de un ser humano
si tenemos en cuenta que Dios-Espíritu
no tiene que venir de ninguna parte,
porque está en nosotros antes de que nosotros empezáramos a ser.
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Descubrir el Espíritu en lo hondo de mi ser,
es el segundo nacimiento que Jesús pide a Nicodemo.
Con esa experiencia, comienza otra Vida que es la verdadera.
Es la misma Vida que es Dios la que se despliega en mí.
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No tengo que romperme la cabeza para conseguirla.
Es un don que el mismo Dios me ha hecho ya.
Estoy preñado de Dios,
lo único que tengo que hacer es atreverme a darle a luz.
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Juan de Arimatea