EVANGELIOS Y COMENTARIOS
Mateo 4, 12-23
el reino de los cielos
Entre las tentaciones del desierto y las bienaventuranzas, Mateo coloca un resumen de toda la actividad de Jesús. Como excelente overtura marca las líneas directrices de todo su evangelio. El trozo que comentamos es tan denso que sería imposible atender a todos los temas que apunta. Como casi siempre tenemos que elegir lo más destacado.
Desde el punto de vista teológico, es muy importante para Mateo dejar claro que Jesús comienza su actividad lejos de Judea, de Jerusalén, del templo, de las autoridades religiosas. Quiere desligar la actividad de Jesús de toda posible conexión con la institución.
También queda reflejada otra obsesión de Mateo. Estamos al comienzo del evangelio y ya ha repetido seis o siete veces: “esto sucedió para que se cumpliera la Escritura”.
El tema de la llamada y del seguimiento es también muy importante en los cuatro evangelios y podía ser objeto de un amplio comentario, pero me parece más importante en este momento que nos centremos en el “Reino de los cielos”.
No sé si hemos tenido suficientemente claro que Jesús nunca se predicó a sí mismo, sino que el centro de su predicación fue el Reino de Dios. Es verdad que él se identificó totalmente con ese Reino, pero es muy conveniente tratar de ver la diferencia, porque lo importante es Dios, y Jesús en cuanto es manifestación de ese Reino que es Dios. En los escritos más tardíos se habla del reino de Cristo. Esa expresión es muy peligrosa.
Mateo habla de "el Reino de los Cielos", los demás evangelistas y alguna vez Mateo, hablan de "el Reino de Dios"; con las dos formulas se quiere expresar la misma realidad. A los judíos les resultaba violento emplear la palabra Dios, por eso empleaban circunloquios para evitarla. Uno de ellos era esta expresión “los Cielos”. Sería el ámbito de lo divino, la divinidad. En los últimos escritos del Nuevo Testamento se encuentra la expresión “Reino” sin más.
Podemos asegurar que el núcleo central de la predicación de Jesús fue "El Reino de Dios". Es curioso que Mateo pone en boca de Jesús, al iniciar su predicación, exactamente la misma frase que había puesto en boca de Juan Bautista: “Arrepentíos, está cerca el Reino de los Cielos”. Esto no quiere decir que la predicación de Juan y de Jesús sea la misma.
Juan entiende la frase desde la perspectiva del Antiguo Testamento. Jesús le da una significación completamente nueva. Juan pone el énfasis en el arrepentimiento y en el bautismo. Jesús acentúa la presencia liberadora del mismo Dios. Para Jesús, lo contrario del reino de Dios no es el reino de Herodes o del imperio romano, sino el imperio del “ego-ísmo”.
La primera palabra es ya una dificultad. El primer significado de metanoew (metanoeo, de donde viene “metanoya”) es cambiar de opinión.
Al traducirlo por arrepentirse, damos por supuesto que la opinión anterior era errónea. Pero también se puede cambiar de una opinión buena a otra mejor. Por no tener esto en cuenta, damos por supuesto que sólo se tienen que convertir los “malos”.
Este error nos ha llevado a una concepción completamente errónea de la vida espiritual. Convertirse es rectificar la dirección, cuando me he dado cuenta de que me he desviado, aunque no vaya en la dirección contraria.
El esfuerzo debe orientarse a descubrir lo que me hace más humano. Debemos tener en cuenta que muchas veces no es posible descubrir que una senda es equivocada, hasta que no la hemos recorrido. Por eso el rectificar es una de las cualidades más humanas.
Pero lo verdaderamente difícil es comprender bien el significado de “Reino de Dios”. El significado del Reino se irá desvelando a través de toda la vida de Jesús. Ese “de” no es posesivo, sino epexegético, es decir, explicativo. Un ejemplo. Si yo digo: “el tonto de mi hermano”, nadie entiende que mi hermano tenga un tonto, sino que mi hermano es tonto.
En nuestro caso, no quiere decir que Dios tenga un reino, sino que Dios se identifica con el Reino. La palabra griega Basileia (basileya) se refiere al poder ejercido por el soberano, no al territorio ni a los súbditos. Sería mejor traducirlo por reinado de Dios.
Es imposible entender esta expresión si no salimos de la idea de un dios soberano, todopoderoso que desde su trono del cielo (lugar) gobierna el universo entero. Mientras no superemos ese dios arcaico, no habrá manera de entender el mensaje de Jesús.
Cuando en nuestra lengua decimos “reina la paz” o “reina la oscuridad”, no pensamos en entes que están en alguna parte, sino en un ambiente, en un medio inmaterial en el que se desarrolla la realidad. Podía ser una pista para comprender el significado de la frase.
Reinado de Dios, quiere decir que la realidad humana se desarrolla en un ambiente espiritual, que el ámbito de lo divino está presente en lo humano y constituye su atmósfera y su fundamento. El Reino es un ámbito en que las relaciones verdaderamente humanas con Dios, conmigo mismo, con los demás, con las cosas son posibles. Siempre que el hombre se deja empapar por el Espíritu y actúa desde esa perspectiva, está haciendo presente lo divino, está haciendo presente el Reino de Dios.
No se trata de que Dios en un momento determinado de la historia haya decidido establecer una relación nueva con los hombres. Con la venida de Jesús no ha cambiado nada por parte de Dios. Él ha estado siempre inundándolo todo. Lo que ha cambiado es la toma de conciencia de esa realidad y la actitud de los hombres ante ella.
Entrar en el Reino es tomar conciencia de esa realidad de Dios en mí e inmediatamente actuar en consecuencia. La dinámica del Reino se manifiesta de dentro a fuera.
En el evangelio de hoy está muy clara esta dinámica. Primero nos dice lo que Jesús decía, pero termina el relato diciendo que, eso que decía, lo practicaba. “Y recorría toda Galilea... curando todas las enfermedades y dolencias del pueblo”.
Un cristianismo que no me empuja a darme a los demás, no tiene nada que ver con Jesús. El Reino se manifiesta en el que “cura”, no en el curado. Es Jesús el que hace presente a Dios, no el cojo o el ciego. Cada vez que ayudamos a otro a salir de cualquier clase de opresión, hacemos presente a Dios, independientemente de lo que el otro sea o deje de ser.
El reinado de Dios, que Jesús predica y vive, significa la radical fidelidad y entrega de Dios al hombre. Por lo tanto la realidad primera de ese Reino la constituye Dios que se derrama y se funde con cada ser humano. No es una realidad que hace referencia en primer lugar al hombre, sino a Dios. El hombre debe descubrirla y vivirla.
Dios se vuelca sobre el hombre porque no puede dejar de ser fiel a sí mismo. No hace un favor al hombre, sino que responde a su mismo ser que es amor. Esto es un evangelio, es decir, “buena noticia”. Es ridículo creer que Dios nos ama por ser buenos.
Lo mismo el hombre, para ser fiel a Dios no tiene que renunciar a sí mismo, sino que la única manera de ser él mismo, es descubrir lo que Dios es en él. Por eso no puede haber otra perspectiva para el ser humano. En cuanto pone su fin fuera de Dios el hombre falla estrepitosamente a su verdadero ser.
Ya no hay posibilidad de ser fiel ni a Dios ni a mí mismo, de una manera extrínseca, cumpliendo unas órdenes que me vienen de fuera. Solamente si soy fiel a mí mismo puedo ser fiel a Dios. Sólo si soy fiel a Dios puedo ser fiel a mí mismo. Un Reino de Dios exclusivamente externo es imposible.
Meditación-contemplación
Recordad:
un lugar tranquilo, un tiempo para mí,
relajación y concentración.
Sin esto, es inútil intentarlo.
¿Arrepentirse o rectificar?
Es muy difícil entrar en la dinámica de conversión
Sin caer en el sentimiento de culpabilidad.
Pero la culpabilidad nos hunde en la miseria
y nos hace entrar en una falta de autoestima nefasta.
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El punto de partida de mi proceso espiritual
es una toma de conciencia:
Soy un diamante, pero en bruto
y lleno de impurezas adheridas.
Tal como me encuentro estoy impresentable.
Pero el valor absoluto ya está ahí,
aunque escondido, camuflado.
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Mi tarea es quitar impurezas, tallar, pulir;
pero nada que añadir.
Está ya todo ahí, porque está Dios el Absoluto.
Si eres capaz de eliminar lo que no es Dios,
aparecerá lo divino en todo su esplendor.
Eso eres tú.
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Marcos Rodríguez