EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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Mateo 5, 1-12

 

Dichosos los pobres en el espíritu

 

 

Imposible entender nada de las bienaventuranzas, sin no tenemos en cuenta lo que dijimos el domingo pasado del “Reino de Dios”. Para todo el que no haya tenido experiencia interior, las bienaventuranzas no son más que un sarcasmo. Es completamente absurdo decirle al pobre, al que pasa hambre, al que llora, al perseguido, “¡qué suertes tienes! ¡enhorabuena!”

 

Intentar explicarlas racionalmente es una quimera, porque su dinámica interna está más allá de toda lógica. Las bienaventuranzas empezaron a necesitar explicación cuando los cristianos dejaron de vivirse en su espíritu.

 

Sobre las bienaventuranzas se ha dicho de todo. Para Gandhi eran “la quintaesencia del cristianismo”. En cambio para Nietsche eran una maldición, ya que atentan contra la dignidad del hombre. Entre estos dos extremos podemos encontrar opiniones para todos los gustos. Sería un verdadero milagro hablar de las bienaventuranzas y no caer, en demagogia barata para arremeter contra los ricos, o en un espiritualismo que las deja completamente descafeinadas y por lo tanto inofensivas. Las bienaventuranzas son los textos que mejor expresan la radicalidad del evangelio, pero entenderlas bien no es fácil.

 

El escenario que Mateo prepara para este sermón nos indica hasta que punto lo considera importante. El “monte” está haciendo clara referencia al Sinaí. En el Antiguo Testamento, el monte es el lugar de Dios, el ámbito de lo divino. Jesús es considerado como el nuevo Moisés, que promulga la “nueva Ley”. Pero hay una gran diferencia. Las bienaventuranzas no son mandamientos o preceptos. Son simples proclamaciones que invitan a seguir un camino inusitado hacia la plenitud humana. No son Ley, sino evangelio (buena noticia).

 

No tiene importancia que Lucas proponga cuatro y Mateo nueve. Se podrían proponer cientos, pero bastaría con una, para romper los esquemas de la vida humana planteada desde el falso yo. No se trata de buscar a un pobre, a otro que llora, a otro que pasa hambre o a otro que es perseguido. Se trata del hombre que sufre por causa de otro, y que unas veces se manifiestan por el hambre y otras por las lágrimas. La circunstancia concreta de cada uno no es lo importante. No tiene mucho sentido explicar cada una de ellas por separado.

 

La inmensa mayoría de los exegetas están de acuerdo en que las tres primeras bienaventuranzas de Lucas, recogidas también en Mateo, son las originales e incluso se puede afirmar con cierta probabilidad que se remontan al mismo Jesús. Parece que Mateo las espiritualiza, no sólo porque dice pobre de espíritu, y hambre y sed de justicia, sino porque añade, bienaventurados  los pacíficos, los limpios de corazón etc. Esta diferencia se atenúa mucho en cuanto descubramos qué significaba en tiempo de Jesús “pobres” (aniwim).

 

En la Biblia hay una riquísima tradición sobre este concepto, que podía ayudarnos a comprenderlas. Sin este trasfondo bíblico, resultarán sorprendentes e incluso reaccionarias.

 

Con su despiadada crítica a la sociedad injusta, los profetas Amos, Isaías, Miqueas, denuncian una situación que clama al cielo. Los poderosos se enriquecen a costa de los más pobres. No es una crítica social, sino religiosa. En efecto, todos pertenecen al mismo pueblo cuyo único Señor es Dios; pero los ricos, al esclavizar a los demás, no hacen caso a Yahvé, no reconocen su soberanía. Dios no puede tolerar esta rebelión, y reaccionará.

 

Después del destierro se habla del resto de Israel, un resto pobre y humilde. Simplificando mucho, podíamos decir que los pobres bíblicos son aquellas personas que, por no tener nada ni nadie en quien confiar, su única escapatoria es confiar en Dios, pero confían. El pobre bíblico es siempre el oprimido, el marginado, el excluido de la sociedad. Incluía, por tanto, a los que hoy llamaríamos socialmente pobres: a los enfermos y poseídos, a los ‘impuros’, a los que ejercían oficios que eran considerados incompatibles con la pureza religiosa legal. En todos los casos, la pobreza está causada por la opresión de otro ser humano.

 

La diferencia entre pobre sociológico y pobre teológico no tenía sentido en tiempo de Jesús. No había separación posible entre lo religioso y lo social. Al hacer hoy esa diferencia, estamos tratando de justificar nuestra falta de compromiso. Un pobre material puede estar ansiando la riqueza que no tiene, pero su pobreza será siempre causa de una falta de amor.

 

Esta reflexión nos abre una perspectiva nueva. Ni el pobre ni el rico se puede considerar aisladamente. Se trata de la relación que existe siempre entre ambas situaciones. La riqueza y la pobreza son dos términos correlativos, no existiría una sin la otra. Es más, la pobreza es mayor cuanto mayor es la riqueza, y viceversa. Si desaparece la pobreza, desaparecerá la riqueza.

 

Tal vez la irracionalidad de los ricos es que queremos que desaparezca la pobreza manteniendo nosotros nuestra riqueza. Es imposible. Si tenemos en cuenta que la tendencia es a aumentar el abismo ya existente entre ricos y pobres, descubriremos que la predicación de hoy está abocada al más absoluto fracaso. La opción por los pobres, mientras nosotros sigamos siendo ricos, es un sarcasmo.

 

Las bienaventuranzas quieren decir que es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es preferible llorar a hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros mueran de hambre porque les hemos negado el sustento. Dichosos no por ser pobres, sino por no ser ricos egoístas. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no oprimir.

 

La clave sería: Las riquezas no son el valor supremo. El valor supremo es el hombre. Hay que elegir el reino del dinero o el Reino de Dios. Si elegimos el ámbito del dinero, habrá injusticia e inhumanidad. Si estamos en el ámbito de lo divino, habrá amor, es decir humanidad.

 

Ahora bien, si el ser pobre es motivo de dicha, por qué ese empeño en sacar al pobre de la pobreza. Y si la pobreza es una desgracia, por qué la disfrazamos de bienaventuranza. Ahí tenemos la contradicción más radical al intentar explicar las bienaventuranzas. Pero por paradójico que pueda parecer, la exaltación de la pobreza que hace Jesús, tiene como objetivo el que deje de haber pobres.

 

El enemigo numero uno del Reino de Dios es la ambición, el afán de poder, la necesidad de oprimir al otro. Recordad las palabras de Jesús: “no podéis servir a Dios y al dinero”. La praxis de Jesús es su vida diaria, es el único camino para entender las bienaventuranzas. El Reino de Dios es el ámbito del amor, pero para llegar a ese nivel, hay que ir más allá de la justicia. Mientras no haya justicia, el amor es falso. “Hablar de Dios sin una verdadera virtud es pura palabrería” (Plotino)

 

El evangelio nos está diciendo que toda acumulación de bienes es injusta mientras haya un solo ser humano que muera de hambre. Ya sé que no lo queremos entender. Los economistas dirán que no puede haber progreso sin acumulación de capital. Los sociólogos dirán que la organización de la sociedad sería imposible, si no hubiera alguien que mandara y alguien que obedeciera.

 

Lo que intentan decir las bienaventuranzas es precisamente que la sociedad tal como está hoy montada a nivel mundial es radicalmente injusta. Las bienaventuranzas nos están diciendo que otro mundo es posible. Un mundo que no esté basado en el egoísmo sino en el amor. 

 

¿Puede ser justo que yo esté pensando en vivir cada vez mejor, mientras millones de personas están muriendo, por no tener un puñado de arroz que llevarse a la boca? Si no quieres ser cómplice de la injusticia, escoge la pobreza.

 

 

 

Meditación-contemplación

 

Dichosos los pobres de corazón, porque en ellos reina Dios.

Una vez más vemos contrapuestos el egoísmo y el amor.

Cualquier clase de acumulación bienes a costa de los demás, es egoísmo.

Si en vez de acaparar, reparto, entro en el ámbito del amor.

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Acaparar lo que otros necesitan para vivir, es negarles la vida.

Pero es negarnos también la verdadera Vida.

Compartir lo que tengo con el que lo necesita, es alcanzar humanidad.

Pero es también dar al otro la posibilidad de hacerle más humano.

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La primera palabra que pronuncia Jesús en Mateo es:

¡Cambia de opinión!

Mi opinión es equivocada

cuando pienso que puedo ser más feliz por tener más,

cuando pienso que soy más porque tengo más que los demás,

cuando pienso que mandar a los demás, me coloca por encima de ellos.

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“No he venido a ser servido sino a servir hasta dar la vida”.

Todos nuestros posibles argumentos se estrellan

contra esta actitud radical.

Cada vez que te sirves de los demás, te alejas de lo humano.

Sólo hay un camino hacia la plenitud: el servicio.

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 Marcos Rodríguez

 

 

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