EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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Mateo 28, 16-20

 

 

Como Jesús, salimos de Dios

y nuestra meta es también lo divino.

Desplegamos nuestra humanidad

cuando tomamos conciencia de esta realidad

y la vivimos.

 

 

La ascensión forma parte del misterio pascual que es una única realidad, pero nosotros lo desdoblamos en varios aspectos para poder profundizar en su comprensión. Ni la resurrección, ni la ascensión, ni el sentarse a la derecha del Padre, ni la glorificación, ni la venida del Espíritu Santo, son hechos separados.

 

Se trata de una realidad trascendente que está sucediendo en este mismo instante. Los conceptos que le aplicamos son los que utilizamos en esta vida para determinar realidades muy concretas. La realidad trascendente a la que los aplicamos no tiene lugar ni tiempo en la historia; se queda fuera del alcance de la constatación de los sentidos.

 

Esto no quiere decir que sea una realidad inventada. Esa realidad ha tenido una repercusión real en la vida de los cristianos, y eso sí se puede descubrir a través de los sentidos y constatar históricamente.

 

Esa realidad no temporal, no localizable, es la que hay que tratar de descubrir para que tenga también en nosotros la misma repercusión. Si nos quedamos creyendo que es un acontecimiento que sucedió a una hora determinada, en un día determinado, en un lugar determi­nado, ¿qué puede significar para nosotros hoy? ¿Es simplemente un recuerdo, una celebración como se celebra un cumpleaños? Esta es la clave que yo quería resaltar hoy. Es un tema importante.

 

Las realidades espirituales, por ser atemporales, pertenecen al hoy como al ayer, son tan nuestras como de Pedro o Juan. No han sucedido hace dos mil años, sino que están sucediendo en este instante. Son realidades que están afectando a  nuestra propia vida. Puedo vivirlas yo como las vivieron los apóstoles. Es más, el único objetivo del mensaje cristiano, es que todos lleguemos a vivirlas como las vivieron ellos.

 

La ascensión del hombre Jesús, empezó en el pesebre y terminó en la cruz cuando exclamó: “Todo está cumplido”. Ahí terminó la trayectoria humana de Jesús y sus posibilidades de crecer como criatura, de elevarse sobre sí mismo. Después de ese paso, no existe el tiempo, por lo tanto, no puede suceder nada para él. Es todo como un chispazo instantáneo que dura toda la eternidad.

 

Pero él había llegado a la meta, a la plenitud total en Dios. Precisamen­te por haberse despegado de todo lo que en él era caduco, transitorio, terreno, sólo permaneció de él lo que había de Dios, y por tanto se identificó con Dios totalmente, absolutamente. Esa es también nuestra meta. El camino también es el mismo, por el descubrimiento de lo divino, llegar al don total de sí mismo.

 

¿De verdad queremos ser cristianos? ¿Tenemos la intención de recorrer la misma senda, de alcanzar la misma plenitud, la misma meta? ¿Estamos dispuestos a dejarnos aniquilar en esa empresa, a aceptar que no quedará nada de lo que yo creía ser?

 

Es duro, pero no puede haber otro camino. Si renuncio al don total de mí mismo, renuncio a alcanzar la meta. Como en  Jesús, ese don total sólo será posible cuando descubra que Dios Espíritu se me ha dado totalmente, y está en mí para llevar a cabo esa obra de amor.

 

Tal vez nos conformemos con quedarnos pasmados mirando al cielo y esperando que él vuelva por nosotros. Esa es la mejor manera de hacer polvo todo el quehacer de Jesús en esta tierra.

 

La idea de que Dios o Jesús o el Espíritu pueden hacer en un momento determinado algo por mí, ha desvirtuado la religiosidad cristiana. Dios, Jesús y el Espíritu lo están haciendo todo por mí en este instante. Yo soy el que tengo que hacer algo en un momento determinado para descubrir esa realidad y hacerla mía viviéndola.

 

El relato de Mateo que acabamos de leer, es un prodigio de síntesis teológica. No hay en él ninguna alusión a la subida al cielo, ni a dejar de verlo. Consta, simplemente, de una localización dada y tres ideas básicas.

 

Situar la escena en un monte sin nombre, es una indicación suficiente de que lo que le interesa no es el lugar, sino el simbolismo. El monte significa el ámbito de lo divino, donde está Dios y donde quiere situar también a Jesús.

 

Que Mateo lo sitúe en Galilea, tiene también un significado muy importante. En Galilea había comenzado Jesús su predicación. Es allí donde quiere localizar el comienzo de la predicación de la Iglesia naciente. Además quiere resaltar que en Jerusalén habían rechazado a Jesús y no era ya el lugar donde había que encontrarse con Dios.

 

La primera idea que resalta es la de la glorificación de Jesús. “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Indica la máxima exaltación posible. Naturalmente no podemos entenderlo en sentido de poder coercitivo, sino de glorificación absoluta por haberse identificado con Dios en el don total de sí mismo.

 

Debemos tener en cuenta que la primera interpretación escrita que ha llegado hasta nosotros del misterio pascual, está formulada en términos de exaltación, antes incluso de hablar de resurrección.

 

La segunda es el envío a propagar el mensaje. También tiene un carácter absoluto “de todos los pueblos”. El tema de la misión es crucial en todos los relatos pascuales. Parece una obsesión de la primera comunidad.

 

Intentan justificar lo que era ya práctica generalizada de los primeros cristianos. El predicar y expandir el “Reino de Dios”, no es un capricho de unos iluminados exaltados, sino mandato expreso de Jesús. Todo cristiano tiene como primera obligación, llevar a los demás el mensaje salvador de su Maestro.

 

Sin embargo, en los Hechos se plantean muy seriamente si se debía aceptar a los gentiles a la fe o se les tenía que obligar primero a ser judíos. Si hubieran recibido de Jesús un encargo tan claro y directo, no hubieran tenido motivos para la duda y la discusión.

 

La formula “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, nos está hablando de una larga andadura en teología pascual. Es impensable que se utilizara desde el principio. La primera fórmula del bautismo fue “en el nombre del Señor Jesús”.

   

Más importante es la particularidad de la enseñanza. No se trata de enseñar doctrinas ni ritos, sino de instar a una manera de proceder. Esto está muy de acuerdo con la insistencia de los evangelios en las obras como manifestación de la presencia de Dios en Jesús, y como consecuencia de la adhesión a Jesús.

 

Si tenemos en cuenta que el núcleo del evangelio es el amor, comprenderemos que en la práctica, lo primero que tiene que manifestarse en un cristiano, es ese amor. “Obras son amores y no buenas razones”

 

La tercera idea es también clave en la comprensión del misterio pascual. “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Fue el tema del evangelio del domingo pasado: “no os dejaré desamparados”. Sin esta presencia sería imposible llevar a cabo la tarea encomendada.

 

Ya los evangelios habían dejado claro que todo lo que hizo Jesús era obra del Padre o que era el Espíritu el que actuaba en él. Ahora sigue siendo Dios en sus tres dimensiones el que va a continuar la obra de salvación a través de sus seguidores.

 

Hay que resaltar que el final del evangelio de Mateo sea precisamente la promesa de Jesús de estar siempre con nosotros. Recordar que Jesús habla de enviar al Espíritu, de quedarse él con nosotros, de que el Padre vendrá a cada uno. Son maneras de hablar que no deben confundirnos. Los tres “vendrán” a mi conciencia cuando me dé cuenta de que están ahí. En realidad no tienen que venir de ninguna parte.

 

 

 

Meditación-contemplación

 

 

“Os conviene que yo me vaya,

porque si no, el Espíritu no vendrá a vosotros”

Celebramos la Ascensión

y se nos dice que estará con nosotros para siempre.

En esta contradicción está el secreto.

Ni se va ni se queda.

Para Jesús resucitado no hay lugar ni tiempo.

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No puede haber Vida si no trascendemos el tiempo y el espacio.

Nuestra Vida “divina” es la misma ahora y siempre.

Contemplar, es salir del tiempo y del espacio.

Es identificarse con Dios que es eternidad.

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El tiempo y es espacio son grilletes que nos atan a la materia.

Sin salir de esa cárcel no puedo adentrarme en el Espíritu.

Lo que hay de Dios en mí, me lanza al infinito.

En Dios estoy fuera del tiempo y del espacio.

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Marcos Rodríguez

 

 

  

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