EVANGELIOS Y COMENTARIOS
LA SEÑAL DEL CRISTIANO ES LA SANTA CRUZ
La señal del cristiano es la santa cruz. El discípulo, como su maestro. Si a Él le crucificaron, a sus seguidores también. Y les crucificarán los mismos: el dinero, el poder y los dioses.
Jesús no dio ningún motivo ‘revolucionario’ para que le matasen. No fue un agitador social ni un líder político ni un guerrillero. No lo mataron por eso, aunque le acusaron de eso, calumniándole, para que los romanos quisieran matarle. Lo mataron por ser un revolucionario mucho mayor: por creer en un Dios distinto, por considerar a todos iguales, por preferir a los pequeños, por pasar del poder y del dinero.
Y por eso no nos matan a nosotros. Porque seguimos creyendo en los dioses, porque no consideramos a todos iguales, porque no preferimos a los pequeños, porque no pasamos del poder y del dinero. Jesús era peligroso, nosotros no. No nos parecemos; así de sencillo.
El Dios de Jesús es peligroso, porque no se sienta arriba con poder para juzgar, sino que está debajo para sustentar, dentro para fermentar. Y eso no vale para asentar en los dioses el poder y la dignidad. Esto no les gusta nada a los sacerdotes, porque su dignidad se deriva directamente de la dignidad de dios, y si dios no está arriba, ellos tampoco.
Para Jesús todas las personas son iguales porque todos son hijos. Ni por ser rico ni por ser pobre se es más ni menos. Esto no les gusta nada a los ricos. Es muy incómodo tener un hermano pobre, compromete, afea, es fuente de numerosas molestias. Tampoco les gusta del todo a los pobres: es molesto que el rico sea mi hermano, no podremos odiarle y matarle sin sentir remordimientos. Es mucho más sencillo que sea sin más mi enemigo.
Para Jesús son antes los pequeños, sencillamente porque necesitan más. Y las madres y los médicos y los pastores y los maestros… emplean más tiempo y más esfuerzo en los que necesitan más. Esto no les gusta nada a los grandes, porque les impiden disfrutar en paz de su grandeza, les llena de preocupaciones, no pueden quedarse sin más con lo que Dios les ha dado, se sienten responsables y por tanto despojados de su libertad. Y sobre todo, se sienten desprestigiados. Ser grande ya no es un mérito adquirido, una bendición de Dios, sino un compromiso, un talento, una responsabilidad.
Pasar del poder y del dinero es de locos. Todo el mundo corre enloquecido tras el poder y el dinero. Hay que comprar cosas para disfrutar de cosas, hay que tener poder, prestigio, status, influencia… Meta de la vida.
¿A qué loco se le ha ocurrido que el poder y el dinero no son buenos? Pues, a Jesús, que ha descubierto algo tan sencillo como esto: el poder y el dinero son bienes pegajosos, tienden a apoderarse del que los tiene y lo deshumanizan. A Jesús, que observa que el poder y el dinero son difícilmente compatibles con la compasión, la sencillez y la libertad.
Poder para servir a los pequeños, dinero para aliviar a los pobres…
Entonces, ¿para qué quiero el poder y el dinero? Nuestra cultura ha resuelto a veces el problema con mucha inteligencia: la limosna, el porcentaje: el 90% del poder y el dinero para mí, para mi satisfacción: el 10% para justificarme y conseguir mejor imagen. O sea, también para mí.
Un gobernante que use el poder para servir a la gente, sobre todo a los más pequeños, no genera riqueza y poder para sus amigos, no reparte más que cargas… no durará mucho en el poder; será crucificado como gobernante.
Un empresario que tiene menos interés en los beneficios que en el nivel de vida de los obreros sirve mal a la clase empresarial. Será crucificado.
Un matrimonio que gasta poco, que no renueva el guardarropa en cada estación, que tiene más de dos hijos, que no cambia de coche cada dos años, que pierde todos los días varias horas con sus hijos, que reduce su consumo a lo razonable, que recicla, que reutiliza, que comparte… es odioso; parece que te esté echando en cara todos los días cada cosa que haces… ni siquiera se puede hablar con ellos de las cosas normales. Será marginado, sutilmente, cotidianamente… Será crucificado.
Un cura que no predica de la iglesia y sus dogmas y órdenes sino de Jesús y sus compromisos, que no hace teología dogmática sino que cuenta parábolas, que no manda en su iglesia sino que anima, aconseja, invita, carga con lo menos atrayente, se mete en los líos de la gente … no llegará a Obispo. Será crucificado.
Y así tantos y tantos. Todos los que quieran vivir piadosamente, siguiendo a Jesús, sufrirán persecución. Todos, menos nosotros, que seguimos a Jesús estupendamente bien, creemos lo que hay que creer, esperamos lo que hay que esperar, cumplimos lo que hay que cumplir según lo mandan los representantes de Cristo en la tierra, y vivimos tan ricamente, ajenos a la compasión, respetados por el poder y por el dinero, disfrutando aquí del ciento por uno y seguros del premio de la vida eterna, y tan lejos de la cruz como sea posible.
Aunque, eso sí, la exhibimos por todas partes, la llevamos colgadita al cuello, la besamos. Bonitas cruces, de madera, de plata, de marfil, adornadas con brillantes, obras de arte quizás. La única palabra que se me ocurre ahora es “farsa”.
José Enrique Galarreta